
«Aquí mataron a cinco»: Los Galindos, 50 años de una chapuza que los silencios y la suerte convirtieron en el crimen perfecto
El último gran suceso de la España franquista, en el que asesinaron a cinco personas, cumple medio siglo sin que se haya resuelto gracias a una combinación de factores en la que se unieron el retraso en la investigación, pasos en falso o las presiones tan propias de la época al afectar a un grande de España
La historia tras la docuserie sobre el crimen de Los Galindos: de un trabajo de fin de carrera a un ‘true crime’ en Amazon
Ocurrió hará este martes medio siglo, el 22 de julio de 1975, y por lo que se ve es un crimen que goza de muy buena salud. El quíntuple asesinato en el cortijo Los Galindos, en el municipio sevillano de Paradas, sigue dando que hablar lo suyo, básicamente porque es un misterio que quedó sin resolver. Todo es tan raro, que hasta el sumario del caso se perdió íntegro hace una década. Todo ello explica que siga muy vivo el interés, de lo que da fe que sólo el año pasado se facturaron tres obras que se sumaron a la abundante producción ya existente: una serie (El marqués, en Telecinco), un true crime (Los Galindos, toda la verdad, en Amazon Prime Video) y un libro que recoge una investigación periodística, Los Galindos. El crimen de los silencios.
Esta última publicación la firma el periodista Francisco Gil Chaparro, que lo tiene claro: por mucho que nunca se detuviese a nadie, “no fue un crimen perfecto sino una chapuza que salió perfectamente bien por una serie de circunstancias”. Básicamente por dos factores, la suerte que acompañó a los autores (tuvieron que participar al menos dos personas) y el silencio de los que seguro que sabían algo y nunca hablaron.
Como contexto, hay que recordar que hablamos del último gran crimen durante el franquismo –el dictador murió cuatro meses después– y que reúne todos los ingredientes de aquella España negra prolija en sucesos truculentos. “Hay un señorito, un cortijo en la Andalucía rural, jornaleros muertos en lo más crudo del verano… alguien hace un guión o una novela y le dicen que es un exagerado porque ha reunido todos los tópicos posibles”.
Lo que pasó en el cortijo
Pero antes de pasar a los elementos que se conjugaron para mantener este caso vivo en los últimos 50 años, un breve recordatorio de los hechos. Ese 22 de julio se encontraron en diferentes puntos de la hacienda el cadáver de Juana Martín, de 53 años, esposa del capataz y a la que había destrozado la cabeza a golpes con una pieza metálica, y el de Ramón Parrilla, tractorista de la finca de 40 años al que atacaron con una escopeta, lo persiguieron ya malherido y lo remataron de un disparo en el corazón.
La icónica imagen del reguero de sangre que dejó el cuerpo de Juana Martín.
Junto a ellos, se descubrieron los cuerpos de José González, de 27 años y también tractorista, y su mujer, Asunción Peralta, de 33, la única que no era trabajadora del cortijo y cuya presencia allí no tenía explicación. Les habían golpeado en la cabeza y colocado bajo alpacas de paja a las que prendieron fuego, lo que generó una columna de humo negro que disparó las alarmas e hizo que acudieran los primeros lugareños –la propiedad está a escasos kilómetros del pueblo– a ver qué pasaba. Al llegar no encontraron a nadie, y el primer cadáver en descubrirse fue el de Juana Martín, con el que se dio siguiendo un reguero de sangre.
Al que no se encontró por ningún lado fue al capataz, Manuel Zapata (59 años), por lo que todas las sospechas se centraron de partida en él, lo que además ayudó a generar el pánico en la comarca. “Estaban muertos de miedo pensando que el asesino de cuatro personas estaba por ahí vivito y coleando y con la posibilidad de seguir matando”, pero nada más lejos de la realidad: su cadáver se encontró a los tres días bajo un montón de paja en la parte trasera del cortijo. “Curiosamente, el juez no emitió una orden de búsqueda y captura sino de localización, porque sospechaba que también podía haber sido una víctima”.
Punto primero: la suerte
De Gil Chaparro puede decirse sin llamar a engaño que es la persona que lleva más años centrado en el caso. Su primer acercamiento fue en 1995, cuando el crimen iba a prescribir y en El Correo de Andalucía (donde entonces era jefe de local) le encargaron un reportaje que al final fueron varios y que fueron la base de una primera edición de su libro, que el año pasado amplió con nuevo material para una reedición con el sello de la editorial El Paseo. Tras 30 años, incide en la suerte que acompañó a los autores, porque “hoy en día ocurre ese crimen y en menos de 24 horas están todos detenidos”.
Francisco Gil Chaparro con el libro que reúne años de investigación del caso.
La fortuna les sonrió por las circunstancias que hicieron que al lugar de los hechos no se asomase un juez hasta pasadas 24 horas, lo que permitió que el dueño del cortijo (Gonzalo Fernández de Córdova y Topete, marqués de Valparaíso y de Grañina, aunque en realidad era de su esposa) se permitiese el lujo de pasar allí la noche, algo que por otro lado nunca solía hacer. ¿Qué ocurrió para este retraso judicial tan incomprensible? Pues que Paradas dependía del juzgado de Marchena, que en ese momento estaba vacante, por lo que circunstancialmente atendía esa demarcación el juez de Carmona, que dio la casualidad que estaba de vacaciones.
Total, que el caso le acaba cayendo al día siguiente de los hechos al magistrado de Écija, que cuando se planta en el lugar se lo encuentra patas arriba. “Cuando se propaga que ha ocurrido una desgracia en Los Galindos va todo el pueblo para allá para ayudar”, y el resultado es que “se contaminó mucho el escenario del crimen”, con “todo el mundo” tocando las armas utilizadas o cambiando piezas de sitio.
El culpable que no lo era
No obstante, la Guardia Civil le transmite al juez que “el caso está claro y que se va a resolver pronto”, y aquí ya entra en juego el primer elemento extraño, ya que la investigación se estanca y, pese a ello, se le da carpetazo rápido con un informe que se entrega el 16 de agosto. La conclusión es cuanto menos pintoresca: el asesino ha sido José González, a maltraer con el capataz porque impidió el noviazgo con una de sus hijas, que tras matar a los tres que trabajaban en Los Galindos, fue al pueblo a por su mujer para luego asesinarla en el cortijo. Por último, o bien tuvo un accidente y cayó en la pira en la que quemaba a su esposa o bien se suicidó arrojándose a ella.
Portada de ‘El Caso’ en la que se informaba del crimen.
El carpetazo al caso se prolonga hasta 1983, cuando se produce otro giro rocambolesco. Aparece entonces una carta en teoría escrita en 1976 en la que alguien que se identifica como Juan se confiesa autor de los crímenes y, además de dar detalles que sólo están en el sumario, dice que González es una víctima más. Como las dudas en realidad nunca se habían despejado, se reabren las diligencias para exhumar los cuerpos y el dictamen del forense Luis Frontela es concluyente: González fue asesinado. Eso sí, nadie cree que el tal Juan fuese el culpable.
“Lo que hay que preguntarse es por qué el caso se cerró en sólo un mes”, se pregunta de manera retórica Gil Chaparro, que aporta un dato: poco después de los asesinatos, el marqués de Grañina visita en Capitanía Militar a Pedro Merry Gordon, por entonces capitán general de la II Región Militar. Gonzalo Fernández de Córdova tiene amistad con él porque también había sido militar, carrera que abandonó al casarse y dedicarse a la gestión de cinco fincas de su esposa. “Puede ser una casualidad, pero es que al momento se paraliza la investigación”
Punto segundo: los silencios
“Los autores tuvieron mucha suerte al principio y luego se tapó”, reflexiona el periodista, que vuelve a preguntarse –“no afirmo nada porque no tengo pruebas”– si “puede ser que en plena dictadura militar se produzca este asesinato en un cortijo propiedad de un grande de España y se movieran hilos para tapar la investigación y que no se manchara su buen nombre”. “Ojo, que el marqués no creo que fuese autor de ninguna muerte, pero sí encubridor”, añade.
Aquí entramos de lleno en el capítulo de los silencios, el ingrediente imprescindible para que las cosas quedaran sin resolver. El punto de partida lo tenemos en que el marqués tiene como administrador técnico de Los Galindos a un hombre de su entera confianza, Antonio Martín, también exmilitar y conocido suyo, y que ambos tienen “diferencias notables” con el capataz, Manuel Zapata, muy fiel a la marquesa (que es la que lo había contratado) y de rectas convicciones cinceladas en los años que fue guardia civil.
El cadáver de Zapata fue encontrado a los tres días.
Con este telón de fondo, ahora hay que buscar la posible causa. “Móviles del crimen se investigaron muchos, que si droga, que si unas reuniones a las que venían militares de Madrid de cierto peso para planear qué iba a pasar después de la muerte de Franco, que si unos legionarios que se quedaron allí a dormir…”, opciones todas descartadas. “El móvil que más se investigó fue el económico y junto al de las relaciones personales que había dentro del cortijo”, añade Gil Chaparro.
Lo que pudo pasar
Con estos mimbres, encima de la mesa tenemos que había una parte de la producción de cereal de la finca que no se haría llegar –como era preceptivo– al Servicio Nacional de Producción Agraria (Senpa) y se desviaba al mercado negro para obtener mayor rentabilidad. La hipótesis más plausible es que el capataz descubriese estos tejemanejes y amagase con denunciarlos, o que el marqués decidiera despedirlo, ya fuese por esto o por falta de confianza. Encarga la tarea al administrador, que se planta allí un martes –día en el que nunca iba a la hacienda– y que podría haber aparecido acompañado de una o dos personas por si las cosas se ponían desagradables.
“La primera muerte fue la de Zapata, y creo que no fue buscada, no estaba previsto ese día matar allí a nadie”. Apoya esta posibilidad el hecho de que se utiliza un arma circunstancial, una pieza metálica de una empacadora que se iba a reparar que se conoce como pajarito. Los asesinatos de Juana Martín y Ramón Parrilla serían para tapar el primero, y ahí quedaría la incógnita del otro tractorista, José González, al que se apunta que como mínimo sería testigo de dos de las muertes si es que no jugó un papel más activo.
La exhumación de los cadáveres en 1983 determinó que José González también fue asesinado.
“Yo me vuelvo a preguntar: ¿es posible que González fuera la persona de confianza del marqués y del administrador para el desvío de producción al mercado negro?”. Puede que le hayan prometido que será el nuevo capataz, o que le van a dar un dinero extra. ¿Y quién más sabe que las cosas iban a mejorar en casa? Pues su mujer, Asunción Peralta, así que le dicen que la lleve al cortijo para darle también su parte. “Yo planteo esa posibilidad, porque por la hora que era, ya sabía que había al menos dos muertos allí”, pecando de una inocencia de “no sospechar que los estaban esperando para matarlos”.
“Tanta sangre y tanta muerte, para esto”
Hubo más circunstancias cuanto menos singulares que no llevaron a ninguna parte, como la investigación a la primera persona que llegó a Los Galindos nada más producirse las muertes, que recibió un ingreso de 500.000 pesetas (un dineral para la época). El origen de tan mayúscula cifra nunca supo justificarlo y dio varias versiones, que si una herencia, que si sus ahorros, que si un dinero de su hermano…
Años después, ya en 1986 y con el caso de nuevo archivado, se reabrió cuando la mujer del capataz de una finca cercana contó a la Guardia Civil lo que le dijo su marido en el lecho de muerte: que el día de los asesinatos estaba en un cercano campo de girasoles para evitar la presencia de furtivos cuando vio a una persona del pueblo –a la que identificó por su mote– pasar con la ropa ensangrentada y con un fajo de billetes. “Tanta sangre y tanta muerte, para esto”, le oyó decir. La persona apuntada negó siempre aquello y las pesquisas se toparon así con un nuevo muro.
Imagen reciente del cortijo, que ahora se llama Nuestra Señora de las Mercedes.
Para rematar esta ensalada de hechos atípicos, en 2015 se extravió el expediente completo cuando se trasladó a Sevilla al hundirse el techo de la sala en la que se almacenaba (en muy malas condiciones) en el juzgado de Marchena. “Lo del sumario es una cosa sorprendente, pero lo que más me sorprende es que no se haya investigado esa desaparición”, que la Junta de Andalucía –responsable de la custodia– atribuyó a que se archivó mal y se traspapeló.
La versión del hijo del marqués
Y así están las cosas medio siglo después, con el añadido no menor de que uno de los hijos del marqués, Juan Mateo Fernández de Córdova y Delgado, sacó en 2019 su propio libro en el que apuntaba que tanto su padre como el administrador fueron testigos y callaron para siempre. Un silencio cómplice en el que también incluyó a su madre, María de las Mercedes Delgado y Durán, al que su marido habría relatado lo que ocurrió y que tendría su origen en un intento de tapar un fraude a una cooperativa olivarera.
Francisco Gil Chaparro no da mayor pábulo a esta versión, a la que le encuentra no pocos agujeros, por lo que considera que el crimen sigue sin resolver, como así consta a efectos oficiales. Los hay que esperan que alguien, antes de morir, deje una carta desvelando la verdad, algo que descarta porque ese alguien “lo normal es que tenga familiar y qué va a hacer, ¿manchar su nombre para siempre?”. Así que ha abandonado toda esperanza de conocer qué ocurrió aquel 22 de julio de 1975, porque “lo normal es que nadie diga nada y que eso jamás se sepa”. Por cierto, el cortijo (de unas 400 hectáreas), hace años que cambió el nombre de Los Galindos por el de Nuestra Señora de las Mercedes.