Eusebio Cortezón pide justicia desde una fosa común: fusilado sin haber quebrantado ninguna ley

Eusebio Cortezón pide justicia desde una fosa común: fusilado sin haber quebrantado ninguna ley

La Ley de Memoria Histórica permitirá la revisión del juicio para anular la condena del concejal de Astillero asesinado en 1938: su pena de muerte fue conmutada pero el cura del pueblo insistió en fusilarlo

Antecedentes – El capitán republicano Bernardo Incera ya descansa en paz: su familia consigue anular su cadena perpetua en la dictadura

Eusebio Cortezón no debería haber muerto fusilado frente a la tapia del cementerio de Ciriego de Santander. Unos días antes habían conmutado su pena de muerte por la cadena perpetua, pero el cura de su pueblo insistió en que era mejor matarlo. En su último amanecer, frente al pelotón de fusilamiento, Eusebio pensaría en esta infamia mientras esperaba un inmerecido disparo. Fue un día de invierno de 1938, faltaban dos semanas para la Navidad. Sucedió en unos segundos. Una ráfaga de balas despertó a los pájaros y volaron asustados hacia el cielo mientras el cuerpo de aquel hombre se desplomaba pesadamente contra el suelo.

Pronto se acabará todo. Hasta su mala suerte. Más de 88 años después Eusebio Cortezón tendrá derecho a un juicio democrático que no le devolverá la vida, pero su nombre recuperará la dignidad. Esta vez no estará sentando en el banquillo de los acusados. Es un derecho que se sustancia en la Ley de Memoria Democrática. Se conoce como procedimiento de jurisdicción voluntaria sobre hechos pasados lo que, en términos coloquiales, equivale a solicitar que un tribunal anule una condena del franquismo.

La vista tendrá lugar el próximo 15 de octubre en los juzgados de Santander, a instancias de la Fiscalía de la Memoria Democrática de Cantabria que ha puesto en marcha el proceso. Será el segundo caso que instruye el fiscal, Carlos Yáñez. Hace tres meses, en abril, consiguió la primera anulación de una sentencia de un tribunal de la dictadura: la condena a cadena perpetua del capitán republicado Bernardo Incera.


El nieto de Eusebio Cortezón, que lleva su mismo nombre, junto al fiscal de la Memoria Democrática, Carlos Yáñez, en un acto de Desmemoriados.

Eusebio Cortezón y su mujer tuvieron siete hijos que pronto quedaron huérfanos de padre. Ahora, uno de sus nietos impulsa el proceso para borrar la condena de su abuelo, un trabajador de Astillero empleado en la Campsa que además tenía un taller de ebanistería donde enseñó el oficio a muchos jóvenes. La familia todavía conserva algunos muebles tallados por sus manos.

Afiliado al POUM -un partido obrero y marxista- dicen que era una persona muy preocupada por los derechos laborales que llegó a ser concejal del pueblo. Defendió sus ideas políticas en artículos publicados en ‘La Voz de Cantabria’ (octubre de 1936) y en ‘La Batalla’ (octubre y noviembre de 1936).

Unos meses después de estallar la Guerra Civil, preocupado por el avance de las tropas franquistas, Cortezón hizo evacuar a su familia a Asturias. Solo se quedaron él y su hija mayor, Cuca, de 20 años, que se fue al frente como enfermera. Aquellos niños llegaron entre constantes bombardeos hasta un pueblo cercano a Gijón. Allí les alojaron en un viejo palacio vacío. Durante 200 días estuvieron recorriendo los alrededores para intentar comprar alimento.

Apresados al intentar huir por barco

Después les embarcaron en un buque de carga: 350 personas hacinadas en una bodega con restos de carbón. Cuando parecía que ya alcanzaban la libertad les alcanzó a ellos el ‘Almirante Cervera’, el buque enemigo. Uno de sus cañones permaneció expuesto durante 35 años en los jardines de Rubén Darío de Santander hasta que finalmente se trasladó al parque de la Armada en la localidad de Limpias.

Los franquistas apresaron a los pasajeros y mataron a la tripulación. Solo se salvó el segundo oficial de a bordo, un falangista camuflado que había detenido el barco fingiendo una avería para que pudiese alcanzarle el ‘Almirante Cervera’. Empezó un peregrinaje por otros lugares habilitados como prisiones en Ferrol y Santander, hasta que un día les dejaron volver a casa.

Allí solo encontraron a su hermana Cuca. A su padre, a Eusebio Cortezón, lo habían metido en la cárcel. Poco después hicieron lo propio con Cuca acusándola de “haber vendido los colchones de casa después de que la Falange los hubiera incautado”, recuerda Luisa, hija de Eusebio. La condena fue de seis años y un día.

Luisa cuenta que se comunicaban con su padre por medio de papel de fumar “que metíamos en la cinta que cerraba la bolsa de la ropa”. “Yo era la encargada de escribir y ni que decir tiene que era para mí una gran satisfacción”, explica. Todos esperaban con ansiedad el sábado, que era cuando les entregaban la ropa sucia, para recibir el papelito que a veces costaba mucho leer.

Juicio y condena

Al fin, se sucedió el juicio y Eusebio tuvo la peor de las sentencias: condena a muerte. El director de la cárcel llamó a su mujer convencido de su inocencia. Cortezón no tenía delitos, ni había incumplido ninguna ley. Les aconsejó que recogiesen firmas para torcer la voluntad de los mandatarios franquistas. Pero todos los días iban tres hombres de Astillero -un cura, un médico y un amigo de juventud- a exigir que le fusilaran.

Consiguieron muy pocas rúbricas, algunas muy significativas, como la de un juez que le dijo a la mujer del condenado: “Matilde, yo por Cortezón, hago todo lo que me pidas, políticamente somos enemigos pero tu marido es el hombre más honrado y sincero que conozco”. Pero la recogida de firmas también levantó los recelos de las autoridades de la dictadura.

A una de las hijas de Eusebio, Luisa, la encerraron en una celda a oscuras. Entró un falangista y le puso una pistola en la sien. Le preguntaba con insistencia qué había hecho con las firmas. Disparó, apagó la luz y se fue. La pistola no estaba cargada, pero Luisa, en el terror de aquella oscuridad, no sabía si estaba viva o muerta.

Después entró otro hombre para interrogarla con más violencia, ella respondió con patadas y puñetazos. Él la soltó una bofetada y la violó. Tenía quince años. La ofrecieron un vaso de agua, que la chica tiró al suelo, y la dejaron irse a casa. Esa noche volvió a su hogar y solo confesó lo que había pasado a su hermana Felicidad. Luisa nunca contó lo sucedido hasta 67 años después, cuando escribió el relato de sus recuerdos de esa época.

Un invierno trágico

Poco tiempo después de aquella noche llegó la noticia de que habían conmutado la pena de muerte de su padre, que compartía una celda individual con otras doce personas. “Tenían que quedarse los unos de pie para que los otros pudieran tumbarse, se relevaban varias veces durante el día y durante la noche, pero todos se llevaban bien”, explica su hija. Por primera vez, a Eusebio Cortezón le permitieron salir al patio durante una hora. El aire fresco le mareó y apenas podía caminar con aquellas piernas entumecidas.

La alegría fue muy efímera. Finalmente, el 7 de diciembre de 1938 lo fusilaron. El cura, el médico y el amigo aprovecharon una ausencia del director de la cárcel para conseguir que lo ejecutasen. Cuando el director regresó y supo lo que había pasado dimitió de su cargo argumentando que no podía soportar tales injusticias.

Al día siguiente, los dos hijos pequeños de Eusebio, como cada día, fueron al comedor de la Falange. Hacían cantar a los niños, pero esta vez ellos estuvieron mudos de dolor. Una señorita les ordenó que cantasen. Uno de ellos dijo que no podían hacerlo porque habían matado a su padre. “¡Si han matado a tu padre como si han matado a un perro, vosotros cantad!”, le respondió su maestra a aquel niño de 11 años.

El cuerpo de Eusebio Cortezón, que había vivido 43 años, se entregó a la tierra en una de las fosas comunes del cementerio de Ciriego, un lugar al que las familias no podían ni acercarse. Si alguien ponía un ramo de flores, la Guardia Civil o los falangistas lo echaban a empujones, entre insultos. “Los franquistas decían que la ley de dios no permitía que aquellos muertos recibieran flores”, recuerda Luisa muchos años después.

Acto de memoria

Hace unas semanas, su nieto Eusebio intervino en un acto organizado en Santander por la asociación Desmemoriados y leyó la última carta que escribió su abuelo. “La tengo grabada en mí. Creo que no se me ha olvidado ni una palabra”, dejó escrito su hija Luisa.

“A mi querida esposa e hijos: me ha llegado la hora cuando menos lo esperábamos. Espero que tengáis la resignación suficiente para soportar tan terrible noticia como yo la tengo para morir. Muero inocente y te pido perdones a mis acusadores como yo lo hago, los creo unos equivocados. Mis últimos momentos son para ti y mis queridos hijos, dales muchos besos de mi parte. Adiós hasta siempre, Eusebio Cortezón, hoy 7 de diciembre de 1938”.