Solidaridad vecinal en Donostia como respuesta al tapón burocrático de los migrantes de Mali que duermen en la calle

Solidaridad vecinal en Donostia como respuesta al tapón burocrático de los migrantes de Mali que duermen en la calle

En un contexto de brotes xenófobos en Torre Pacheco pero también en Hernani, el barrio de Amara Berri sustituye a las instituciones y ofrece desayunos y apoyo a los refugiados y ellos se lo devuelven cocinando o con un concierto

Un tren en la ventana cada tres minutos: con los vecinos de Donostia que demandan la cubrición de las vías de Amara

En un contexto de brotes racistas y xenófobos —no hace falta acudir a Torre Pacheco; a finales de junio, en Hernani se produjeros algunos ataques de parte de unos jóvenes del pueblo contra otros de origen magrebí—, en el barrio de Amara de Donostia, los vecinos plantean otra manera de acercarse a los llegados de Mali. Este grupo, taponado por la frontera de Francia y la burocracia española, se ha llegado a ver forzado a pernoctar en la calle.

“En estos momentos de tanto racismo y del auge de la extrema derecha, se está generando un relato y un discurso diferente en el barrio. Hay un modelo que es el de Amara, que se basa en verles con dignidad”, comenta Ulises Flores, vecino del barrio. “Se deja a un lado el relato de miedo y odio, y nos centramos en aproximarnos, conocer sus nombres y saber sus historias”, explica.


Uno de los malienses en una mañana el barrio de Amara Berri

La situación de conflicto armado que se vive en Mali desde el año 2012 ha hecho que muchas de sus víctimas hayan tenido que salir del país africano para buscar asilo en destinos europeos. Para la petición de asilo político, al llegar a las costas comunitarias, si optan por quedarse en España, no hay ningún problema burocrático. Sin embargo, si se dirigen hacia Francia la cosa cambia.

Según Oihana Galardi de la red de acogida Irungo Harrera Sarea, “desde el mes de marzo los malienses que han ido a Francia han sido expulsados al pedir asilo, ya que Francia aplica los diferentes acuerdos que existen a nivel europeo (Tratado de Dublín) y que España ha aceptado”. Según estos acuerdos, el demandante de asilo debe pedir la petición en el país de la Unión Europea por el que ha entrado. En realidad, Francia lleva más de un lustro con un muro policial para los migrantes en tránsito. Ha practicado devoluciones en caliente y han llegado a fallecer varios jóvenes que han explorado rutas peligrosas, como las aguas del río Bidasoa que separa Irún de Hendaya.

Desde el mes de marzo cada vez más malienses expulsados desde por Francia comenzaron a hospedarse en la plaza de las Cofradías Donostiarras del barrio de Amara Berri. Era básicamente por dos razones: una, por la proximidad con la frontera francesa y, dos, porque allí se encuentra CEAR (Comisión Española de ayuda al Refugiado).

Itziar Pequeño, de CEAR, explica la función de la entidad. “Somos la puerta que les da acceso al sistema de acogida, al sistema de asilo y al sistema de refugio. Nos ocupamos de darles orientación, información, ayudarles a tramitar las citas con la policía y darse de alta en el sistema”, apunta.


Músicos malienses en el concierto celebrado en la plaza de las Cofradías Donostiarras

Según Pequeño, en la Unión Europea Mali es la segunda nacionalidad en solicitudes de asilo y en España la tercera. “Se encuentran en posiciones muy altas. De hecho, desde marzo la principal nacionalidad de llegadas a Canarias es de malienses. Todo este contexto hace que al final estemos en esta situación”, explica. CEAR les ayuda de todas las maneras posibles. “Les dejamos que entren a cargar los móviles, usen el baño y demás necesidades. Estamos ahí para lo que necesiten”, dice Pequeño.

Un día de la semana (normalmente los lunes) los demandantes disponen de dos horas para cerrar una cita con la Policía Nacional, el cuerpo que gestiona las competencias de extranjería. La petición se realiza por teléfono. “El sistema actual de citas lleva a que los solicitantes estén durante dos horas pendientes del teléfono, venga a llamar. Y si una persona no lo consigue en ese determinado momento, está abocada a estar en la calle una semana más con la incertidumbre de no saber si la semana siguiente lo conseguirá”, explica Galardi. Pequeño, por otro lado, es clara con este asunto: “Faltan plazas para la petición de asilo, el sistema está saturado”. Esto hace que cada vez haya más malienses acumulados en el barrio.

Una vez que una persona consigue la cita ante la Policía Nacional y manifiesta su voluntad de pedir asilo, el propio cuero reconoce esa voluntad y genera un documento que significa una identificación mínima para acceder a derechos, entre ellos el de no poder ser expulsado. Galardi comenta que “se está hablando de un derecho muy básico que se está reduciendo desde la Policía Nacional, desde el Ministerio del Interior, y se está generando una situación de mayor vulnerabilidad para las personas que quieren hacer esa demanda”.

Comparando con el anterior sistema de petición, Galardi comenta que “antes era mucho más factible acercarse a la Policía”. “Ahora, no se puede hacer de manera presencial, solamente de manera telefónica y no es posible que lo hagan todos a la vez o con una cita real”, apunta. Esto genera situaciones como las de Amara, “en que los vecinos terminan por preocuparse por los derechos y necesidades más básicas de las personas que están abocadas en la calle”.


Vecinos del barrio comparte cultura y gastronomía

Una semana de traslados y promesas

El viernes 11 de julio, la delegada del Gobierno de España en Euskadi, Marisol Garmendia, señaló que ante el incremento de petición de asilo político de los malienses en Donostia se buscaría “agilizar” los primeros trámites que debían de hacer ante la Policía Nacional, que son los que les da derecho y cobertura a acceder a la red de acogida. Por otro lado, afirmaba que los refugiados estaban siendo trasladados a diferentes centros del territorio vasco y nacional, alrededor de una treintena. “Las migraciones son muy cambiantes y dependen, en este caso, de la situación de la guerra civil que sufre Mali”, apuntó.

Tres días después, el lunes 14 de julio, CEAR confirmó que hubo 11 citas nuevas telefónicas, doblando el número de la semana anterior. Además, según la entidad, un autobús salió con una veintena de malienses rumbo a Cádiz y otros seis a otros dispositivos de acogida en Euskadi. Cecilia Casado, vecina del barrio, dejaba claro que, efectivamente, “han llevado a 33 personas al sur, pero no de Amara Berri, sino del albergue de Oñati que gestiona, Zehar-Errefuxiatuekin”. De hecho, de Amara Berri “no han sacado ni uno”. “Te lo digo yo, que les he dado de desayunar a 47 esta mañana”, comentaba Casado el mismo lunes.

Dos días después, el número de los malienses que fueron a solicitar el desayuno creció a 60. “Estamos a punto de explotar”, comenta Casado. Ese mismo día, ante la pasividad de las instituciones, la asociación de vecinos de Amara Berri se reunió con la Diputación para dar cauce una solución a una situación cada vez más insostenible.


Mamadou Telly Diallo, uno de los malienses hablando al barrio

Mamadou Telly Diallo: sin techo, pero con esperanza

Foussenou Traoré acaba de terminar el desayuno que los vecinos le han brindado en una de las mañanas lluviosas de su barrio. Se encuentra tranquilo. “Hace tres semanas llegué a España”, comenta. Luego, se acomoda, cambia de postura y comienza con su historia, mientras, de fondo, muchos de sus compañeros piensan en cómo afrontar otro día más en la plaza de las Cofradías Donostiarras.

“He salido de mi país porque no tengo familia. Mi padre murió cuando tenía 12 años y mi madre cuando tenía 11. A los 11 años salí de mi casa, porque estaba realmente solo. Ahora tengo 25 años”, narra Traoré. “He pasado por Mali, Argelia y Marruecos para llegar a España. Llegué en barco a Málaga. Cuando llegué a Andalucía estuve dos meses con una asociación y después me fui seis meses a Tarragona. Estuve un tiempo en Almería trabajando en el campo, y finalmente quise acercarme a Francia”, narra. Es ahí cuando comenzaron los problemas. “Hablaba francés, pero ellos no me querían. Me dijeron que tendría que vivir en España”, agrega. Y así es como terminó a Donostia.

“Llevo tres meses en esta ciudad. Cuando llegué aquí, CEAR me dijo que debía llamar a la Policía y tener una cita para buscar papeles para protección internacional. Ahora, tengo que esperar tres meses a la cita”, prosigue. Cuando se le pregunta acerca de sus planes de futuro, el joven africano comenta lo siguiente: “Primero tengo que integrarme. Realmente me encantaría vivir en Donostia, me gusta mucho la ciudad. Pero, ¿sabes qué? Quiero estar bien, no hay dignidad, mira cómo estamos —dice mientras mira a su alrededor— esto no es vida. Tengo 25 años y quiero trabajar, porque he sufrido mucho en mi vida”.

Traoré entró en Europa cuando tenía 18 años. Se considera discreto. “Soy tímido, tengo que respetar a la gente, integrarme, tener una casa, trabajar, realmente no sé cómo lo puedo hacer”, describe. Comienza a llover en el barrio, Traoré hace un suspiro y vuelve a repetir: “Quiero formarme para trabajar, he sufrido demasiado para estar en la calle”.


Vecinos del barrio bailan junto a los malienses

Amara Berri: humanidad en tiempos de frontera

Todos los días a las 9.20 algunos vecinos del barrio se reúnen en el Eroski de la calle de Podavines para comprar el desayuno para los malienses. Pan, sardinas o plátanos. Después, se sitúan en un lado de la plaza, donde a las 9:30 todos los malienses se encuentran en fila. Esta escena se repite a diario.

“Son aportaciones voluntarias y personales. No se ha hecho ninguna campaña para recolectar dinero entre los vecinos. Todo es espontáneo”, comenta Casado, la persona encargada de gestionar los desayunos. “Desde hace dos días el banco de alimentos ha empezado a compartirnos pan, leche y huevos. Colaboran desde siempre con las cenas solidarias y ahora van a intentar echar una mano con los desayunos”, relata.

A esa hora se encuentran vecinos como Xabier Berridi, Ramón Rubio, Ulises Flores y Txaro García, que es la persona que empezó con los desayunos. “Hace mes y algo comencé comprando media docena de plátanos y comenzaron a venir más y más. Un día vi a Cecilia, se implicó y me echó una manita. Poco a poco, ha ido creciendo la solidaridad en el barrio”, comenta García.

Según Flores, “en este barrio hay otra sensibilidad”. “Con toda la ola de odio y racismo que hay en España, aquí se ha elegido el camino de acercamiento hacia las personas vulnerables”, repite. Según él, se está invirtiendo la lógica que suele ocurrir normalmente en este tipo de casos, que es de arriba hacia abajo, donde los locales ayudan a los necesitados. “El domingo ellos nos prepararon la comida. No hicimos nada, nos formamos y nos dieron de comer”, cuenta.

Este hecho para el barrio supone “un proceso de humanizar”. “Es acercarnos y darnos cuenta de que los prejuicios que se han construido sobre ellos, no son reales”, dice Flores. “En el fondo, te encuentras un ser humano con las mismas necesidades de techo y vivienda que tienes tú. Entre los malienses hay profesionales, abogados, médicos, profesores, … El otro día estuvo la Policía municipal identificando y el sargento nos dijo que había profesionales de todo tipo”, comenta Rubio.

Rita y Gaizka son un matrimonio que vive en la plaza ‘naranja’ —otra forma de denominar a la plaza de las Cofradías Donostiarras— que antiguamente habían trabajado en alfabetización y castellano con población migrante. “En el primer ‘hamaiketako’ que el vecindario realizó con ellos, bajaron y dijeron que estaban dispuestos para enseñarles castellano”, señalan. CEAR medió con la directora del centro de cultura Ernest Lluch para ceder el espacio. “Llevamos dos semanas con las clases”, cuenta una de las profesoras. Las clases se dan en tres días a la semana, lunes, miércoles y viernes.

Mientras Flores y otros vecinos han terminado con la organización del desayuno y hablan sobre las novedades del día, un vecino se les acerca. Quiere comentar a Flores que la dueña del bar Gaizka –ubicado en la plaza– quiere colaborar en el concierto que se va a celebrar el sábado. El evento será en la plaza a las 12.00, “hay músicos tradicionales entre ellos, gente que lleva en su familia 600 años tocando el mismo instrumento”, comenta Flores. En los próximos días, los músicos malienses van a ensayar en casa de Flores, mientras que otros músicos del barrio les van a prestar los instrumentos y amplificadores.

En otra ocasión, se decidió organizar una comida por parte de los malienses en forma de agradecimiento por toda la ayuda recibida. Flores comenta: “Ellos elaboraron la comida. Se celebró en la plaza también. Nos prepararon un estofado de arroz, patata y zanahoria con ternera, cordero o pollo que añadieron la salsa `arachide’”. Por otro lado, el lunes 14 de julio, a las 20.00 de la tarde, se puso a jarrear y la gente del vecindario bajó a llevarles mantas y ropa. A pesar de todo el trabajo de acogida por parte del barrio, Berridi, presidente de la asociación de vecinos de Amara Berri, explica que no es suficiente. “La labor de acogida me parece estupenda, pero la administración tiene que mover ficha”.


Músicos malienses tocan sus canciones en el barrio Amara Berri

Dos culturas, una melodía en común

A las 12:00 del mediodía del 19 de julio, los vecinos se amontonan en una parte de la plaza ‘naranja’ para el evento más importante relacionado con los malienses en el barrio. Algunos de los organizadores se encuentran cerrando los últimos permisos para el acto, mientras que a escasos metros algunos malienses ofrecen diferentes comidas y bebidas a los vecinos. Como contrapunto, también vecinos han traído su comida preparada desde casa. Estefania Quílez, una persona clave en la movilización social del barrio, comenta: “En el primer ‘hamaiketako’ que hicimos, al ver cómo la música funcionó como vínculo, decidimos que podíamos realizar un concierto”.

“Gracias por todo lo que estáis haciendo por nosotros”, dice Telly Diallo, en la presentación del concierto, como agradecimiento por la ayuda constante. Después comienza el espectáculo. Una banda de músicos malienses comienza a mezclar guitarras, tambores e instrumentos de origen maliense. Uno de ellos aplaude, se dirige al público e invita a bailar a los presentes. En unos pocos segundos, todos bailan en el centro, mientras que los demás observan la escena con felicidad. “Es un gran momento”, narra Flores, mientras ve la secuencia.

Después de unas canciones que gustaron a los presentes, la segunda parte se centra en una ‘jam session’. Los malienses comienzan a tocar los temas, mientras los músicos ‘amaratarras’ responden con punteos y fraseos con sus guitarras. La música que se escucha tiene una influencia muy oriental, parecida a la introducción de ‘The End’ de The Doors. “Yo sabía que Amara Berri era un barrio solidario. Creo que la sociedad vasca en general también lo es. Por diferentes razones políticas, es una sociedad solidaria y activa a nivel de luchas sindicales, vecinales, estudiantiles, políticas, …”, comenta Quílez.

“El concierto nos ha parecido una oportunidad bonita de que ellos desarrollen la faceta artística, que igual la tienen más apartada por su situación de prioridades. Nos parece bonito que el barrio vea que detrás de cada persona, cada mirada, cada rostro, hay un músico, un artista”, añade. Un artista sensible, con sus emociones, sueños, deseos, esperanzas, apostilla. “Yo tengo mi privilegio y tú tu opresión, pues nos juntamos y juntos lo que hacemos es más bonito que simplemente ayudar. Es como completar esa interacción, hacerla más integral, humana y amplia”, cierra.