Noelia gana el triple que tú (y lo seguirá ganando)

Noelia gana el triple que tú (y lo seguirá ganando)

Sin ser hija de nadie, Noelia Núñez ha escalado en el partido y llegado a diputada a cobrar el doble que mi padre sin saber ni atarse los cordones: bra-vo. Además, te pillan, mientes de nuevo, te vuelven a pillar, dimites, y te ficha Mediaset. Hay gente que nace con estrella

Lo único que tengo que decir sobre Noelia Núñez es que, para otra cosa quizá no, pero para mentir hay que saber. Hay una película buenísima de Ricky Gervais y Jennifer Gartner que se titula ‘Increíble pero falso’, que podría haber sido muchísimo mejor si no la hubieran convertido a mitad de camino en una comedia romántica, que trata de un universo alternativo en el que no existe la mentira: todo el mundo es brutal, contundente y mortalmente sincero, aunque esto acarree las peores consecuencias. Al principio de la peli, incluso, aparece un cartel de publicidad de Pepsi que dice Pepsi: cuando no queda Coca-Cola. La cuestión es que el protagonista es el inventor, si se le puede llamar así, de la primera mentira de la historia, y comienza a utilizarla como un superpoder para arreglar todos sus problemas.

Esta es una historia que refuerza mi teoría de que no solo hay que saber mentir, sino que más te vale aprender a mentir. Porque se puede vivir de la mentira. De hecho, podríamos horrorizarnos al cuantificar qué porcentaje del PIB mundial se basa, de fondo, en la mentira. Es posible que el shock fuese tan grande que volviésemos a las cavernas, no ya por un colapso apocalíptico sino por un espeluznante sentido de la vergüenza. Mi alquiler de marzo, abril y mayo los pagó un póker de cuatros que hice pasar por un trío y un farol que dejó sin un céntimo a dos desconocidos de un plumazo. Los de junio y julio van a cargo de unos cuantos chavales pijos de universidades privadas que no tienen ni tiempo ni ganas ni neuronas de hacer sus trabajos de fin de máster, porque ni a ellos les interesa hacerlos ni a sus futuros jefes les importa, en realidad, que lo tengan. Todo se basa en la mentira.

El problema de Noelia Núñez es que la han pillado. Y la han pillado varias veces seguidas, cosa que en una partida de póker, ya que viene al caso, señala el momento de levantarte de la mesa. La diputada del PP quería aparentar que tenía unos estudios para disimular el hecho de que, aun teniéndolos, no necesita tenerlos; o sea, y en resumidas cuentas: que ha mentido para nada. La tipa es una arribista de manual y no quiero quitarle mérito en absoluto; me consta que sin ser hija de nadie ha escalado en el partido como si lo fuera, y ha llegado a diputada, a cobrar el doble que mi padre, sin saber ni atarse los cordones: bra-vo. Además, te pillan, mientes de nuevo, te vuelven a pillar, dimites y te ficha Mediaset. Hay gente que nace con estrella.

Pero vamos con el móvil de la mentira: la titulitis. Es una enfermedad artificial cuyo placebo es la enseñanza privada. Ya no basta con licenciarse o tener unos estudios mínimos. Es el truco del techo de cristal: en realidad no existe tal techo porque no hace falta, no hay manera de llegar hasta arriba, quedarse mirando la forma de subir es la auténtica trampa. El problema es que lo de animar a los hijos de la clase trabajadora a estudiar se les fue de las manos y han acabado inventándose la de Dios para seguir dándoselas de más y mejor formados.

Estudié un año en la UCAM por cosas de la vida y aquello más que una universidad parecía un colegio. Todo estaba hecho para convencerte de que estar allí era mejor que estar en la pública: traían coches de lujo para exhibirlos, tipo centro comercial, en el patio del campus, publicitaban una y otra vez lo importantísimos que eran algunos de sus alumnos –que no habían pisado Guadalupe ni para trasladar el expediente– y hasta te aprobaban sin mucho miramiento. Esto lo sé porque rellené un tipo test de Derecho Mercantil como si fuese un Leganés-Osasuna y saqué un 9 y medio, y tal y como aprendí en estadística multivariable unos años después, esto era imposible.

Pero de la UCAM recuerdo el momento de largarme para siempre. Teníamos un seminario ridículo sobre valores cristianos y relaciones matrimoniales, obligatorio y por la tarde, y yo no podía soportar semejante comida de olla sin colocarme un poco antes. Yo sé que Dios no existe porque no lo he visto a estas alturas. El caso es que mientras retorcía el canuto en el parking con los auriculares puestos, me tocó el hombro el segurata, que resultó ser vecino de mi calle en Alcantarilla, y me dijo que qué coño hacía. “Pues un porro”, le dije. Qué le iba a decir, si él no era policía y a mí me importaba un carajo su opinión.

Pues resulta que el tipo me agarró de la solapa y me arrastró hasta el despacho del jefe de estudios, un sacerdote que desparramaba fascismo por los costados, que insistió en que esta situación la tenían que saber mis padres. Todo esto ocurría mientras yo transitaba, tranquila y holgadamente, los veintitrés años. Pues allí que fueron mis padres y salieron más mosqueados con el cura de los cojones que conmigo. Mi madre se largó de allí gritando y diciendo que ella qué tenía que ver si los estudios me los pagaba yo y ni siquiera vivía con ellos. Pero fue el paternalismo de la enseñanza privada, el garantismo de vamos a tratar a tus hijos como si fueran nuestros, porque somos del mismo equipo, lo que nos hizo pasar un breve momento de vergüenza ajena familiar.

Años después recordaba la anécdota con un profesor mío, un catedrático y muy amigo, con el que fumábamos un bong en su despacho con vistas al campus de la Universidad de Murcia. A mí no me han servido de mucho los estudios que hice, ni en la privada ni en la pública, pero sí me ha servido para ver desde qué tipo de mentira vive cada uno.