Robert Guediguian, cineasta: “Ser optimista en estos momentos es una obligación moral”

Robert Guediguian, cineasta: “Ser optimista en estos momentos es una obligación moral”

El director francés estrena ‘Mi querida ladrona’, una nueva muestra de su cine social comprometido pero siempre con un toque esperanzador

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Robert Guediguian es de esos directores cuyo compromiso político y sus películas son inseparables. No le importa que le llamen maniqueo, que le acusen de demagogo o de colocar sus historias por debajo de sus ideales. Su cine se esfuerza en mostrar los fallos del sistema y a sus responsables, y siempre le da al trabajador la dignidad que se le suele negar. Sus héroes conducen ubers, trabajan cuidando a los hijos de otros, se dejan el cuerpo en la fábrica. Y, sin embargo, sus películas creen en un mundo mejor. Hay en ellas una luz al final del camino, la esperanza de que algo puede cambiar.

Incluso ahora, con el mundo yéndose a pique, se niega a ceder. Lo demuestra en su nueva película, Mi querida ladrona, donde la habitual protagonista —y también su esposa en la vida real—, Ariane Escaride, da vida a una limpiadora que decide robar pequeñas cantidades en las casas donde acude a trabajar para poder pagar las clases de piano de su nieto, que cree que será un pianista de renombre. Guediguian le da la vuelta a ciertos clichés. No se roba a los ricos, sino incluso a aquellos que tienen un poco más en un mundo cada vez más desigual y descompuesto.

Pero, como en sus películas, el optimismo se impone al miserabilismo, a la mirada negativa que muchos quieren dar de la clase obrera. “Es una obligación moral”, dice de forma tajante. “Odio todo lo que es triste y miserable. No vale la pena ir al cine a ver una película que refleja el mundo tal como lo conocemos y como lo sufrimos a diario. No me interesa eso como cinéfilo, ni como cineasta”, añade a continuación.

Defiende su decisión de que su protagonista no sea una Robin Hood, sino que apuesta por alguien que le quita un poco a los que la contratan para cuidar a sus mayores o limpiar sus casas. No lo hace solo por ofrecer algo de gris en su retrato, sino también como una declaración de intenciones: “Vivimos en una situación tan grave que necesitamos compartir la riqueza a todos los niveles”.

No cree que sea una simple “solidaridad”, sino que cree que hay que ir más allá y pensar en lo que tú puedes ofrecer a tus vecinos. “No creo que la izquierda pueda implementar sus políticas en todo el mundo simplemente exigiendo y reclamando impuestos más altos para los ricos. Eso no es suficiente para resolver los problemas del mundo. Todos deberíamos compartir más. Todas las clases sociales deberían compartir más para lograr una mayor igualdad en la división de la riqueza en el mundo”, apunta.

No confía en que “se alcance la igualdad total jamás”, pero aun así cree que “hay que luchar por la mayor igualdad posible”. Cuando se refiere a igualdad se refiere a “una igualdad total, material y tangible en cuanto a bienes, pero también una igualdad intelectual, algo que es igual de importante, porque es necesaria la posibilidad de enriquecernos desde un punto de vista cultural”. “Se trata de compartir más para tener mejores experiencias de vida”, zanja.

Endemos a autocensurarnos en cuanto a lo que no nos permitimos hacer si pertenecemos a cierta clase social

Robert Guediguian
Cineasta

La película muestra también cómo los personajes asumen de tal forma su clase social, el lugar reservado para ellos en la vida, que creen que no se merecen nada mejor. Para Guediguian, eso muestra “cómo logramos absorber la injusticia en nuestros sistemas de vida, en nuestra sociedad”. “Tendemos a autocensurarnos en cuanto a lo que no nos permitimos hacer si pertenecemos a cierta clase social. Antes la gente no sabía cómo vivían los ricos. Hoy sí. Lo vemos a través de la televisión y en las redes sociales, y vemos lo que nunca podremos alcanzar. Eso crea una frustración por tenerlo ante nuestros ojos y saber que es inalcanzable. Por eso la metáfora con la urraca, que se siente atraída por lo que brilla pero sabe que no lo puede tocar”, añade.

Mi querida ladrona va dejando otros guiños muy propios de Guediguian, como ese piano que es “el instrumento musical más burgués que existe y que nunca encajaría en un piso de clase trabajadora”, así como esa especie de villano que trabaja en una agencia inmobiliaria, “el trabajo de quienes aspiran a convertirse en grandes empresarios y a ganar dinero aprovechando las necesidades que todos tenemos, como la de vivienda y un lugar donde vivir”.