Trilogía sobre la corrupción: la prensa sobrecogedora

Trilogía sobre la corrupción: la prensa sobrecogedora

La anemia de la prensa arranca de la convergencia de varias crisis: la publicitaria, la institucional y la analógica. Y obliga a la inmensa mayoría de periódicos a prostituirse por cuatro perras, pero las hipotecas son incompatibles con la independencia, la médula del periodismo

Primera entrega – Trilogía sobre la corrupción valenciana: una sociedad de corruptos, íntegros y ‘gilipollas’

Segunda entrega – Trilogía sobre la corrupción valenciana: política al portador

Imagínense el siguiente supuesto. Un periodista tiene perfectamente documentado un caso de corrupción. Cuando está a punto de armar la información, uno de los principales implicados, político o empresario, le ofrece un soborno para que se olvide del asunto y el periodista acepta. De repente un caso de corrupción se ha convertido en dos casos de corrupción. No hay duda.

Ahora imaginen el mismo supuesto, pero quien llama al periodista es el editor o el jefe de turno interpretando la voluntad del editor. El asunto no se publica porque el empresario o el político implicado aportan publicidad, privada o institucional. ¿Estamos en las mismas? Ya les digo que en el segundo caso la imposición del silencio se edulcorará con frases como “esto a fin de cuentas es una empresa” o “aquí todos tenemos que cobrar a final de mes”.

Dicho de otro modo, se revestirá de normalidad, se presentará como el coste de oportunidad de un negocio que se cataliza a través de un actor que se llama empresa y se apellida periodística. En ese orden.

El silencio cómplice

¿Pero es corrupción? Llámenlo como quieran, pero lo trascendente es que la consecuencia es la misma: se priva al ciudadano de su derecho a la información. Se consuma la dimisión del medio y del periodista como concesionarios de esa misión de garantizar ese derecho fundamental. De rebote, en lugar de contribuir a sanear el sistema democrático, se abona la corrupción: se es, en cierto modo, cómplice por no exhumarla ni denunciarla y esa misma inacción constituye en sí misma un acto corrupto. Se vista como se vista.

El sistema otorga a los medios un tratamiento especial que va desde la protección judicial a la subvención pública. A los periodistas, también, aunque en menor medida. Y tiene su porqué. Por ejemplo, nos asiste el secreto profesional, que protege, sobre todo, a las fuentes. Estas ventajas no son gratuitas. Son un reconocimiento a una institución, la prensa, que tiene un papel clave como servicio público. Seas medio privado o corporación del Estado.

Un empresario me explicó una vez que entre el dinero y el miedo, suele ganar el dinero

Si la prensa cumple con sus obligaciones necesariamente ha de ejercer de contrapoder. En ese plano despliega, como valor añadido, un efecto disuasorio. Como la Guardia Civil de tráfico. Por pura ley de probabilidades es difícil que la motorizada te pille adelantando en una curva, pero cuando el sentido de la responsabilidad individual no alcanza entra en juego el “y si me graban o me pillan”. Lo mismo puede suceder con quien está dispuesto a corromperse. Por supuesto que la existencia de controles no erradica ningún problema. De hecho, un empresario me explicó una vez que entre el dinero y el miedo, suele ganar el dinero. Cabe recordar que mientras policías y jueces dirimían la causa Gürtel, los implicados en Azud contaban billetes negros. Pero algo ayudará que los medios y los periodistas hagan su parte.

La médula del periodismo

Para que un medio y un periodista puedan cumplir con su obligación en esto de la corrupción no basta con querer, hay que estar en condiciones de poder. De poder contar el tema, escarbar los porqués y radiografiar el mapa de los tejemanejes. Para ello se requiere un ingrediente o virtud más allá de la profesionalidad, el tener oficio o la voluntariedad. El elemento imprescindible se llama independencia. Es la médula del periodismo (también del ejercicio de la política) y se preserva a base de evitar a toda costa las hipotecas, que unas veces condicionan y otras determinan.

¿Se pueden asumir hipotecas? Sí, siempre que no representen el 80% de los ingresos. La precariedad de los periodistas y, sobre todo, la de la economía de los medios contraviene la independencia. Que es cara. Muy cara. Tanto como la información, que es la música del periodismo. Lo otro, lo barato, es la propaganda. Que vendría a ser el ruido, la materia prima de la infoxicación.

Las hipotecas de la anemia

La debilidad económica del sector explica, en parte, la proliferación de tantos pseudomedios digitales al servicio de formaciones políticas y agentes varios del poder. Es la nueva prensa de partido. Esa anemia de la prensa arranca de la convergencia de varias crisis: la publicitaria, la institucional y la analógica. Y obliga a la inmensa mayoría de periódicos a prostituirse por cuatro perras.

Hoy en día, cualquier peso pluma puede cargarse de un sopapo y desde fuera de la empresa editora a un director de un medio. No siempre ha sido tan fácil. A no ser que te llames, por ejemplo, Florentino Pérez. El rey del Bernabéu y de ACS apartó a Óscar Campillo de la dirección del Marca, según explica David Jiménez en su libro El director.

Zaplana se cobró la cabeza del crítico y combativo Ferran Belda

Otro ejemplo. Al poco de llegar a jefe del Consell, Zaplana cerró el grifo de la publicidad institucional a Levante-EMV para ahogarlo y forzar el relevo del director, Ferran Belda. El expresidente no escatimó en presiones, incluso a través del entonces hombre fuerte de la Caixa, Antonio Brufau, a quien el editor, Javier Moll, debía respeto y muchísimo agradecimiento por favores prestados, tal y como explico el en libro Ciudadano Zaplana. La construcción de un régimen corrupto. Finalmente, el entonces presidente tuvo que chantajear a media docena de empresarios contratistas de la Generalitat y anunciantes en el diario para que Moll defenestrara al director en 1998. La línea editorial, con todo, no varió de forma sustancial. Pero Zaplana se cobró la cabeza del crítico y combativo Belda.

Recuerden que la construcción del régimen corrupto que atrapó a la sociedad valenciana entre 1995 y 2015 se cimentó en buena medida en el control casi absoluto del ecosistema mediático valenciano por parte de ese remedo de Ciudadano Kane que fue Zaplana. La corrupción no era un elemento decorativo, sino crucial, pecado original de aquel sistema público-privado de generación de comisiones a cuenta de los grandes proyectos y a través de la sumisión también de la élite empresarial y el control de las cajas de ahorro.

Las hipotecas incompatibles con la independencia de la línea editorial son las que llevan a un editor a colocar de director a un cafre que en su día estuvo en una trinchera disparando contra ti y cuyo mérito radica en haber sido palanganero de Carlos Fabra y de Eduardo Zaplana. Pero prima la necesidad de exprimir al máximo las opciones de pescar publicidad institucional en el Palau de Carlos Mazón. Cuando el hambre acecha, la dignidad, el periodismo y la vergüenza se cuelgan en la percha de la entrada. Y en vez de contar y denunciar la corrupción, la alimentas.

Dar la cara enseñando el culo

Miserias al margen, el ciudadano tiene derecho a la transparencia del sistema mediático para que no le sirvan gato por liebre. Más que dar la cara, todo medio de comunicación debería enseñar el culo. En el caso de la prensa escrita, la mancheta aporta el nombre de los jefes de cada área o sección, comercial o periodística. Sinceramente, no es una información trascendente. En realidad solo importa al ego del aludido y a su madre o abuela. Un auténtico DNI del medio debería incluir el nombre de los 10 principales anunciantes, públicos o privados, y las cantidades y/o porcentajes que aportan al total de los ingresos. Y, por supuesto, la nómina de todos los accionistas. No es que sea garantía de nada, pero ayudaría.

Un auténtico DNI del medio debería incluir el nombre de los 10 principales anunciantes, públicos o privados, y las cantidades y/o porcentajes que aportan al total de los ingresos. Y, por supuesto, la nómina de todos los accionistas

Que apareciese el listado de accionistas ayudaría a que se dibujara gráficamente el porqué de la crisis de la prensa. Con esa medida de transparencia nos percataríamos con un solo golpe de vista de que los grandes medios españoles están en manos de fondos de inversión como BlackRock o bancos como el HSBC, BBVA, Caixabank o Santander. Sin contar la Telefónica de turno. Veríamos que los bancos tienen cientos de millones en acciones de la prensa. Nos percataríamos de que, por ejemplo en el caso de Prisa, el Perú empezó a joderse el día que la refinanciación de la deuda ya no daba más de sí y hubo que convertir deuda en acciones. En concreto 334 millones. Los acreedores pasaron a ser propietarios y ya se sabe que quien paga manda.

Entenderíamos por qué los contratos del BBVA con el ex comisario Villarejo merecen tan escasa cobertura o por qué el difunto Emilio Botín nunca fue condenado en ninguna de las mil causas por las que fue juzgado.

El día que, en plena crisis post Lehman Brothers, Jeff Bezos pagó 250 millones de dólares y se convirtió en propietario del The Washington Post se dibujó una metáfora fatal. La mítica editora Katharine Graham, el director Ben Bradlee y los periodistas Carl Bernstein y Bob Woodward, fueron desterrados a la sección de novedades de Amazon. Y el Watergate, engordó las ofertas flash.

Militar en el periodismo

El periodismo y la política son las últimas y únicas trincheras que tiene el ciudadano sin poder añadido para combatir la corrupción. El actual panorama no es, desde luego, propicio. Y no nos deben confundir los gritos mediáticos contra los Cerdán de turno. En la batalla contra la corrupción hay medios y hay periodistas. Ni los unos ni los otros pueden permitirse el lujo de tener los pies de barro. El periodista tiene un espacio, al que no debe renunciar y en el que puede ejercer su jurisdicción. Con sus límites, por supuesto. Además de no aceptar sobornos, lógicamente, conviene seguir unos mandamientos no escritos, ni menores. No caer en la tentación hortera de habitar zonas VIP, no deber favores ni invitaciones que excedan un café y unas cuantas más. Los medios lo tienen más complicado. Dependen, en buena medida, de los ciudadanos. En sus manos está votar por determinada prensa, como se vota por este o aquel partido. La prensa, la buena prensa, se salvará si se practica el periodismo militante. Que es, sobre todo, cosa de los lectores y consiste en militar en el periodismo.