
¿Sirve de algo castigar a los niños?: “A veces se les carga con una responsabilidad que no les corresponde”
El castigo ha sido durante años algo que no se cuestionaba ni reprobaba, dejando a un lado la saludable posibilidad del error para aprender. Hablamos con dos psicólogas sobre sus efectos: “Sigue habiendo expectativas que tienen que ver más con nosotros que con el desarrollo y bienestar de los niños»
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Los hijos de otras generaciones han sabido lo que era una medida correctiva, un castigo ‘en toda regla’, algo que ni se cuestionaba y menos se reprobaba, dejando a un lado la saludable posibilidad del error para aprender. Sin embargo, ¿aprenden algo los niños con esa medida punitiva? ¿Y cómo les afecta a nivel personal? La psicóloga y terapeuta Beatriz Cazurro, especializada en familias, explica a elDiario.es que “el castigo es una consecuencia negativa que se aplica a un comportamiento para que se reduzca su frecuencia o desaparezca en el futuro”. Y añade que, en ocasiones, se trata de una forma de presión para conseguir algo que los adultos queremos.
Cazurro, que es también autora del libro Atender lo invisible (Planeta, 2025), entiende que los niños han de exponerse a resultados negativos por sus actos, aunque en su opinión estas han de resultar consecuencias naturales de lo que han hecho. “Si el niño le quita un juguete a su amigo el resultado es que su amigo se siente mal, que quizás otro día no confíe en él, que no quiera compartir o jugar con él por si le vuelve a quitar el juguete…”. Y explicarle eso, dice la psicóloga, puede ser “suficiente para su aprendizaje”. En ese caso, hay efectos que se evidencian en las ganas que el niño tenía de jugar con su amigo o de tener el juguete; también el enfado del niño cuando le quitó el juguete y, de ese modo, hay posibilidades de reparación para próximas ocasiones. “Castigarle yéndose a casa, por ejemplo, puede que haga que no quite más el juguete, pero no porque haya interiorizado a su ritmo unos valores o una empatía, sino por imposición”, dice.
Cazurro determina que los correctivos se dan para procurar que algunas cosas se aprendan rápido y muchas necesitan mucho tiempo para interiorizarse. “Si el vínculo con nuestro hijo es seguro, los castigos, al menos tal y como los entendemos, son innecesarios”, destaca.
Cuando han hecho algo peligroso y no queremos que se repita, como si han cruzado la calle sin mirar o si se han ido lejos y se han perdido, la psicóloga subraya que, pese a que haya podido ser por un despiste del propio niño, el error no es suyo, es nuestro. “Nos tocará redefinir los límites y hacernos cargo de ellos. Si les castigamos estamos cargándoles con una responsabilidad que no les corresponde. Hemos de acompañarlos, integrar esa experiencia y hacer un plan de acción para evitar que suceda otra vez”, expresa.
Si el vínculo con nuestro hijo es seguro, los castigos, al menos tal y como los entendemos, son innecesarios
Los tiempos (y los castigos) han cambiado
En la actualidad, la forma y el discurso general sobre la educación que se le da a los hijos ha cambiado mucho. “Sabemos mucho más sobre las necesidades de los niños o sobre el impacto de nuestros actos. Hemos aprendido sobre apego, violencia… y la mayoría queremos aplicarlo”, resalta Cazurro.
No obstante, la psicóloga y terapeuta familiar considera que muchas dinámicas de relación siguen siendo parecidas: “Sigue habiendo expectativas que tienen que ver más con nosotros que con el desarrollo y bienestar de los niños, mucho miedo que se manifiesta en forma de sobreprotección y falta de estructura o mucha necesidad de sentir que lo hacemos bien a través de como son ellos”.
Cazurro puntualiza que plantear el castigo como vía para “conseguir algo” de los hijos puede ser un planteamiento erróneo. Para ella, lo principal es ayudarlos, darles herramientas para que puedan manejarse en su entorno y cubrir sus necesidades. “Pensar en conseguir algo de ellos puede llevarnos a acabar en dinámicas en las que exista violencia porque nos vamos a frustrar”, indica.
“Hemos de hablar con los niños cuidando el canal de comunicación que hemos construido con ellos; por un lado, escuchando cómo se han sentido y entendiéndolo y, después, pudiendo describir lo que hemos visto sin juicio y lo que ha ocurrido. Conviene hablarles con firmeza, pero pudiendo acompañar la frustración de las consecuencias que hayan tenido sus actos. En una relación segura (por supuesto, donde haya límites) el desarrollo se da, no hace falta forzarlo con castigos, amenazas ni nada del estilo”, revela.
Sigue habiendo expectativas que tienen que ver más con nosotros que con el desarrollo y bienestar de los niños, mucho miedo que se manifiesta en forma de sobreprotección
Hacer algo por miedo
La psicóloga infantil y familiar Sara Tarrés Corominas, autora de los libros Mi hijo me cae mal (Plataforma Editorial S.L. 2023), cuenta a este medio que si el castigo se piensa como algo que busca una respuesta o forma de obedecer de inmediato, pueden ser útiles a corto plazo, pero —concibe— el niño actúa por miedo. “Educar no trata de eso, trata de fomentar el entendimiento, la responsabilidad y el vínculo”, comparte. E incide en que las sanciones, tal como se aplican normalmente, no promueven habilidades como la autorregulación, la empatía o la reflexión, y rara vez ayudan a gestionar emociones: “Generan desconexión emocional, resentimiento o incluso un aumento de las conductas desafiantes”.
Tarrés añade también otra reflexión: castigar es algo que suele hacerse de forma reactiva e impulsiva, frecuentemente con efectos desproporcionados, por lo que el niño no comprende realmente qué ha hecho mal y cómo puede repararlo. Asimismo, explica que hay muchos tipos de castigos dañinos —descartando por completo los físicos—: ignorar al niño, retirar el afecto, dejar de hablarle, humillarle, obligarle a comer o negarle el postre… “Todos estos comportamientos no enseñan, sino que aíslan e hieren, pese a que muchos son prácticas normalizadas, cotidianas e integradas que pasan desapercibidas”.
Se nos ha enseñado que educar es corregir y que corregir es castigar. Disciplina se ha confundido durante mucho tiempo con control, imposición o miedo
La psicóloga asegura que educar es guiar y para ello son precisos límites claros y coherentes, establecer consecuencias lógicas y comprensibles, adaptadas a la edad y madurez del niño y acompañar desde el respeto y la presencia emocional. Según señala, los padres siguen recurriendo a esa práctica porque, en general, es lo que conocen, por falta de recursos y porque el castigo forma parte de un modelo educativo heredado y repetido de generación en generación. “Se nos ha enseñado que educar es corregir y que corregir es castigar. Disciplina se ha confundido durante mucho tiempo con control, imposición o miedo”, refiere.
“El castigo se presenta como una herramienta fácil, rápida y conocida, especialmente en momentos de cansancio, estrés o desbordamiento emocional”, dice Tarrés. Conociendo lo anterior, si todavía se decide aplicar un correctivo dentro de unas condiciones coherentes y no nocivas, Tarrés menciona ciertos puntos que debe reunir:
Aplicarse de forma inmediata
Ser proporcional a la conducta
Resultar justo y coherente
Ser comprensible para el niño
Ofrecer una oportunidad clara de hacer las cosas bien
Contar con el acuerdo entre los adultos de referencia, sin contradicciones
“En un gran porcentaje de casos, lo más efectivo es intervenir aplicando una consecuencia lógica o natural, o incluso ignorar ciertas conductas si lo que el niño busca es llamar la atención. No todo requiere una sanción. Muchas veces, basta con contener, redirigir o acompañar desde la calma”, concluye la psicóloga.