
De Guadix a Brihuega: siete pueblos con casas cueva en los que resguardarse del calor
Hubo un tiempo en el que excavar en la roca era una forma de sobrevivir. Hoy, las galerías subterráneas de pueblos como Guadix, Brihuega, Baza o Cuevas del Almanzora ofrecen un refugio ideal contra el calor del verano
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La historia de habitar y utilizar cuevas es tan antigua como la propia humanidad. Desde los primeros asentamientos prehistóricos hasta épocas medievales y modernas, excavar en la roca ha sido una forma de adaptarse al entorno. En algunas zonas se convirtieron en viviendas, mientras que en otras sirvieron como refugio, almacén, vía de escape o espacio religioso. Bajo tierra, el ser humano encontró frescor, protección y resguardo.
Hoy, muchas de esas cuevas siguen ahí. Algunas se han rehabilitado como alojamientos rurales, otras forman parte del patrimonio cultural de los pueblos, y muchas se pueden visitar como parte de la historia local. La mayoría conservan lo que las hizo útiles desde el principio: una temperatura constante y agradable incluso en pleno verano. Un frescor natural que, en tiempos de calor extremo, se agradece más que nunca.
En este recorrido pasamos por siete pueblos donde las cuevas siguen muy presentes, cada una a su manera. En Guadix y Baza, las casas cueva siguen habitadas y pueden alquilarse para dormir al fresco. En Brihuega y Arnedo, el subsuelo esconde laberintos históricos que se pueden visitar. En Paterna y Cuevas del Almanzora, la arquitectura excavada forma parte de la memoria local. Y en Rojales, el antiguo barrio de cuevas se ha convertido en un espacio de creación y artesanía. Diferentes paisajes, diferentes usos pero un mismo atractivo subterráneo.
Guadix (Granada)
Hay quien la llama la capital europea de las casas cueva, y con razón: más de 2.000 viviendas subterráneas siguen habitadas en esta ciudad andaluza. El barrio de las Cuevas de Guadix es tan grande que supera en extensión al propio casco histórico y forma un arco de cerros rojizos donde asoman chimeneas blancas entre los montículos de arcilla.
Guadix y las chimeneas de sus cuevas.
Estas cuevas se excavaron a mano, aprovechando las pendientes naturales, y aún hoy mantienen su estructura original: estancias comunicadas sin puertas, con cortinas, ventilación natural y una temperatura constante de entre 18 y 20 grados. La técnica tradicional de los “picaores de cuevas” ha dejado una huella única en el paisaje.
Además de poder alojarse en una de ellas, se puede visitar el Centro de Interpretación Cuevas de Guadix, ubicado en varias viviendas originales. Allí se conserva todo como estaba hace décadas: muebles, enseres, ropa y recuerdos de las familias que vivieron dentro. Una forma de conocer cómo era, y en parte sigue siendo, la vida bajo tierra.
Brihuega (Guadalajara)
Todo el mundo conoce Brihuega por sus campos de lavanda, pero lo que muchos no saben es que bajo las calles del pueblo se esconde un entramado de túneles de origen árabe. Las Cuevas del Coso forman un laberinto de unos ocho kilómetros excavado entre los siglos X y XI, del que se puede recorrer una parte acondicionada: unos 700 metros de galerías, tinajas gigantes y pasadizos en penumbra.
Las cuevas árabes de Brihuega.
Se accede desde la Plaza del Coso, uno de los rincones más emblemáticos del pueblo, y lo que hay debajo sorprende por su frescor (entre 12 y 13 grados todo el año) y por la historia que guardan sus paredes. Durante siglos se usaron para almacenar alimentos y vino, como vía de escape en tiempos de asedio o simplemente como bodega.
La visita, organizada por la oficina de turismo, es una inmersión literal en el pasado subterráneo de Brihuega. Un complemento perfecto a la postal exterior del pueblo.
Arnedo (La Rioja)
A los pies del cerro de San Miguel, en el corazón de La Rioja, se encuentra uno de los conjuntos rupestres más llamativos del norte peninsular. La Cueva de los Cien Pilares, excavada en la Edad Media, fue en su día un monasterio altomedieval y también refugio de quienes buscaban cobijo en tiempos de inseguridad.
Cueva de los Cien Pilares, en Arnedo.
Dentro hay pilares, estancias y galerías que se comunican en un recorrido que solo se puede visitar con guía. La caminata hasta la entrada pasa por varias calles del centro de Arnedo y la visita completa dura unas dos horas.
La historia del lugar, el frescor del interior y la sensación de haber descendido a un mundo olvidado hacen que esta cueva sea una de las grandes sorpresas del valle del Cidacos.
Paterna (Valencia)
Aquí las cuevas no están escondidas en la montaña, sino que forman parte del propio tejido urbano. En Paterna hay más de 500 casas cueva documentadas, aunque muchas quedaron deshabitadas a partir de los años 50 del siglo pasado. Hoy, parte de ese legado ha sido recuperado en el Espai Cultural Coves del Batà, que muestra cómo era vivir en estas viviendas excavadas entre la huerta y el secano.
Casa cueva en Paterna.
Hay dos tipos principales de cuevas: las frontejades, con fachada directa al exterior, y las enclotades, organizadas en torno a un patio común excavado en el terreno. En ambas, la temperatura interior es mucho más agradable que la del exterior, especialmente en verano.
El conjunto ha ganado fama en los últimos años por haber servido de escenario en la película Dolor y gloria, de Pedro Almodóvar. Pero más allá del cine, estas cuevas tienen vida propia y forman parte del paisaje cotidiano del pueblo.
Cuevas del Rodeo en Rojales (Alicante)
En Rojales, al sur de la provincia de Alicante, las cuevas no solo se visitan: también se habitan, se trabajan y se celebran. Las Cuevas del Rodeo, excavadas entre los siglos XVIII y XX por mineros murcianos, forman un pequeño barrio de viviendas encaladas con marcos azules, hoy rehabilitadas como talleres, salas de exposición y espacios culturales.
Cuevas del Rodeo, en Rojales (Alicante)
Cada primer domingo de mes se organiza el mercadillo Rodearte, que convierte el entorno en un zoco creativo al aire libre con música, artesanía y buen ambiente. También hay visitas guiadas, una sala que explica la historia del lugar y varias cuevas activas donde trabajan artistas y artesanos.
El frescor interior se mantiene intacto, y el contraste con el exterior soleado de la Vega Baja hace que la experiencia sea aún más apetecible. No es solo una visita: es un paseo por un barrio subterráneo que sigue muy vivo.
Baza (Granada)
En el altiplano granadino, Baza ha convertido sus casas cueva en una de sus señas de identidad. Muchas de ellas están habitadas, otras se pueden alquilar como alojamiento, y otras forman parte del circuito cultural y turístico del municipio. La mayoría están excavadas en roca arcillosa y ofrecen un aislamiento natural perfecto frente al calor del verano o el frío del invierno.
Un alojamiento cueva en Baza.
Las casas conservan elementos tradicionales (muros encalados, techos abovedados, patios…), pero muchas han sido adaptadas a las necesidades actuales. Dormir en una cueva aquí no es una rareza: es una opción cada vez más común entre quienes buscan una experiencia distinta.
La visita puede completarse con rutas por el Parque Natural de la Sierra de Baza o con una parada en el Centro de Interpretación de las Casas Cueva, donde se explica la evolución histórica y cultural de este tipo de hábitat tan singular.
Cuevas del Almanzora (Almería)
No hay forma más literal de entender el nombre de este pueblo. En Cuevas del Almanzora, las cuevas son historia viva. Desde hace miles de años han sido hogar de íberos, árabes y campesinos, y aún hoy forman parte del paisaje.
La Terrera de Calguerín, en Cuevas del Almanzora.
A solo dos kilómetros del centro de Cuevas del Almanzora, la Terrera de Calguerín reúne el mayor conjunto de cuevas-vivienda del valle, con más de 300 excavadas en la roca. Creadas en cerros de arcilla, estas cuevas mantienen siempre una temperatura agradable y constante. Las viviendas solían tener tres estancias: entrada, cocina-comedor y uno o dos dormitorios, separados solo por cortinas. La iluminación natural se completaba con faroles o quinqués, y todo se excavaba de forma manual.
La visita a su Cueva-Museo Etnográfico permite ver cómo era una de estas viviendas por dentro en los años 50, con todos sus utensilios originales. Es un viaje a un tiempo no tan lejano donde las cuevas, más que refugios, eran hogares.