
Separarse y seguir viviendo juntos «por los niños» (y otras trampas que nos hacemos los padres)
Lo importante, dicen, no es cómo estás tú, sino que ellos no sufran. Pero, ¿de verdad no sufren más cuando todo es mentira? ¿De verdad les protege más la función que la verdad? ¿Tan buenas actrices —o actores— somos?
En primera persona – Mi experiencia criando a una niña con un hombre 14 años mayor que yo: recae todo sobre mí, estoy agotada
«Cuando me separé, me encontré sola en la vida de una mujer. Y no supe por dónde empezar…»
Rachel Cusk, Despojos
En la foto salgo sonriendo, a su lado. Entre los dos, nuestro hijo sopla las velas. Se ve la tarta con cobertura imperfecta, los vasos de colores desechables, la cuerda de letras que dice “Feliz cumpleaños” que pinté con acuarelas y cartulinas, escondida en el baño para que no lo viera, y que hace las veces de photocall improvisado para los invitados. Detrás, el resto de asistentes aplauden y sonríen. Alguien dice: “qué suerte que os llevéis tan bien”. Alguien lo dice siempre.
Hay parejas que se separan y lo hacen. Otras lo piensan durante años. Y otras —muchas más de las que se confiesan en voz alta— siguen viviendo juntas cuando ya no están juntas. Por los niños, por la hipoteca, por miedo a lo que venga después. Porque a una separación emocional le puede seguir una larguísima convivencia física. Y eso tiene algo de cárcel amable, de pacto tácito, de no querer romper del todo la foto. La escena se repite en muchos hogares: la pareja duerme por separado, se turna en la crianza; no se lleva mal, pero cada uno echa en falta del otro algo que quizá nunca llegue, por mucho que lo espere. Aun así, comparten techo, gastos, listas de la compra, cumpleaños.
También desidia, reproches y silencios, muchos silencios. Según datos recogidos por el INE y estudios sociológicos recientes, entre un 20 % y un 30 % de las exparejas en España continúan compartiendo vivienda tras la ruptura, sobre todo por motivos económicos, dificultades de acceso a la vivienda o por el deseo de evitar un cambio brusco en la vida de sus criaturas. Algunas lo llaman transición. Otras, supervivencia. En cualquier caso, es una forma de separación aplazada que, lejos de suavizar el duelo, a menudo lo encalla.
Las separaciones, cuando hay hijos, se viven bajo un foco que no perdona. No importa si te rompieron el corazón, la dignidad o la cuenta corriente: “Lo importante es que se os llevéis bien por el bien de los niños”. Ese mantra envuelve todo; se convierte en consigna moral, en regla tácita de la madre buena, del buen padre. Y la madre buena intenta —y a veces, no lo consigue— no llorar delante del niño, no gritar, no quejarse. Porque cuando llora, grita o se queja, se le exige entereza, que se sobreponga a la situación, que no sea emocional. Que no sea intensa. Entonces, sonríe forzadamente, organiza cumpleaños y no deja de responder cualquier asuntito en el grupo de WhatsApp del colegio con educación y simpatía, incluso cuando le hierve la sangre o la tristeza no le deja respirar. Porque lo importante, dicen, no es cómo estás tú, sino que ellos no sufran. Pero, ¿de verdad no sufren más cuando todo es mentira? ¿De verdad les protege más la función que la verdad? ¿Tan buenas actrices —o actores— somos?
Lo importante es que se os llevéis bien por el bien de los niños’. Ese mantra envuelve todo; se convierte en consigna moral, en regla tácita de la madre buena, del buen padre
Hay separaciones modélicas y luego están las otras —que son la mayoría, me temo—: las que se sostienen sobre silencios pactados y sonrisas tensas. Las que esconden el dolor para no molestar, para que nadie diga: “pobres criaturas”. Las que aceptan todo para que no se note que una u otro han elegido otra vida —Elegir: ese verbo que muchas madres aún tienen que conjugar en voz baja—. “Es posible que una mujer ya no ame, pero siga cumpliendo todos los gestos del amor como quien reza sin fe”, escribió Annie Ernaux. Touché.
Pero a veces ni siquiera se decide. Solo se aguanta, se aplaza, se pospone el derrumbe. Por las criaturas, por las cuentas, por el ruido. Aunque ya estés rota por dentro. Pero la fe. Escribe Elena Sánchez Escandell en Mi parte del pastel, en el último número de la revista MaMagazine, un relato sobre su separación siendo madre de una hija: “Me faltaba un pedazo de felicidad y necesitaba buscarlo sola. Y ahora que tengo la sensación de estar encontrándolo y que me digo, hiciste bien, es lo que necesitabas, es lo que querías, resulta que le he quitado un trozo a ella. Me siento muy quieta en el sofá y regreso por unos minutos a la vida que teníamos hace unos años, juntos aquí los tres. A esa postal de familia. Habría podido seguir en ese lugar, convencerme de que lo tenía todo y sonreír. Aguantar un poco, como me dijo alguien. Habría podido cerrar los ojos y nadie se habría percatado del agujero hasta que me hubiera engullido por completo a mí”.
Lo difícil es asumir que a veces seguir juntos —aunque sea en habitaciones separadas— también quita trozos. Que no hacer daño puede hacer daño. Que convivir cuando ya no hay vínculo no siempre es un acto de generosidad, sino de miedo
Lo difícil es asumir que a veces seguir juntos —aunque sea en habitaciones separadas— también quita trozos. Que no hacer daño puede hacer daño. Que convivir cuando ya no hay vínculo no siempre es un acto de generosidad, sino de miedo. Y que quedarse por los niños, muchas veces, es quedarse en contra de una misma. Pero qué vértigo da. Porque separarse con hijos no es una escena de película: son papeles, horarios, mudanzas, camas vacías a ratos. Es perderse, en ocasiones, la mitad de la infancia de tus criaturas. Es aprender a estar fuera de cuadro.
Y, sin embargo, tal vez sea más honesto decir: ya no. Y empezar otra vida, por más torpe, más rota o más libre que sea. Lo que se llama estabilidad, en ocasiones, es solo una forma elegante de hundimiento lento. Tal vez no haga falta llevarse bien. Tal vez, simplemente, baste con intentar no hacerse daño. Tal vez, algún día, podamos dejar de fingir por nuestras criaturas y empezar a vivir con ellas, aunque se nos vean las grietas.