
¿Cómo afecta el calor a nuestro estado de ánimo?
El calor extremo no solo hace la vida más desagradable, también puede tener efectos sobre el estado de ánimo y el bienestar mental
Las recomendaciones de un dermatólogo para cuidar la piel en verano: “Es un error usar solo protección solar en la playa”
Se habla con frecuencia de las consecuencias del calentamiento global en la salud física de las personas. Las olas de calor que azotan Europa cada verano desde hace años dejan víctimas mortales y perjudican la salud, especialmente de las personas mayores y más vulnerables.
Pero no son las únicas consecuencias del calor extremo: la salud mental también se resiente. Un estudio publicado este año en la prestigiosa revista Nature calculó que entre 2003 y 2018 Australia perdió 8.400 años de vida saludable por trastornos mentales vinculados al calor y estimó que los trastornos mentales derivados del aumento de las temperaturas podrían incrementarse hasta un 50% durante las próximas décadas. España, que junto a otros países del Mediterráneo sufre aumentos de temperatura por encima de la media, podría encontrarse en una situación parecida.
El comportamiento, los trastornos y la temperatura
De forma intuitiva sabemos que el calor nos vuelve más irritables. Los estudios revelan datos alarmantes. Según uno que analizó datos entre 2010 y 2019 en Estados Unidos, los días con temperaturas extremas registran un 8 % más de visitas a urgencias psiquiátricas. Los diagnósticos más frecuentes incluyen ataques de ansiedad, depresión estival, insomnio, pérdida de apetito y agitación, y un aumento en la impulsividad y agresividad. Las estadísticas corroboran estos hallazgos. En una amplia revisión de estudios se vio que un aumento de 10 °C en la temperatura media a corto plazo estaba asociado con un aumento del 9 % la delincuencia, la violencia o ambas cosas.
Los médicos saben desde hace tiempo que la estacionalidad puede afectar a nuestra salud y bienestar mental, y el ejemplo más claro es el trastorno afectivo estacional, un tipo de depresión que suele aparecer durante los meses de invierno. Sin embargo, el calor puede ser aún más influyente, especialmente en las primeras etapas de la vida. Un reciente estudio comprobó que los hombres nacidos en verano eran notablemente más propensos a presentar síntomas de depresión que los hombres nacidos en cualquier otra época del año.
¿Qué le ocurre al cerebro con el calor?
“Nuestra hipótesis es que, al desviarse de temperaturas agradables, se puede desencadenar estrés termorregulador, lo que provoca tanto cambios de comportamiento, como un aumento de la irritabilidad o la fatiga, así como respuestas fisiológicas, cambios en la presión arterial o escalofríos”, explica Esmée Essers, autora principal de un reciente estudio sobre el impacto del calor y el frío en adolescentes españoles y holandeses, respectivamente, en el que han participado investigadores e instituciones de ambos países.
Los resultados indican que, mientras que la exposición al frío provocaba en los adolescentes problemas de internalización, es decir, emociones negativas y comportamientos retraídos, como ansiedad, depresión y aislamiento social, el calor tenía un efecto muy diferente. Los adolescentes españoles expuestos a altas temperaturas sufrían problemas de atención, caracterizados por dificultades para concentrarse, hiperactividad, impulsividad y desregulación emocional.
“Estas respuestas reflejan el esfuerzo del cuerpo por mantener la homeostasis y también pueden activar sistemas más amplios relacionados con el estrés en el organismo”, aclara Essers. El estrés térmico se produce por la incapacidad del cuerpo para regular su temperatura interna y enfriarse. Esto ocurre cuando sufrimos temperaturas elevadas durante un tiempo prolongado, y más aún si se realiza una actividad física intensa, como trabajos al aire libre o ejercicio físico. Además del agotamiento por calor o la insolación, la respuesta al estrés afecta negativamente al cerebro.
Al desviarse de temperaturas agradables, se puede desencadenar estrés termorregulador, lo que provoca tanto cambios de comportamiento, como un aumento de la irritabilidad o la fatiga
“Se ha demostrado que tanto el calor como el frío aumentan los niveles de cortisol y la inflamación sistémica”, explica Essers. “Con el tiempo, la activación crónica de estos sistemas puede desregular la respuesta al estrés del cuerpo, lo que se ha relacionado con alteraciones en el desarrollo del cerebro”.
Las investigaciones de Laura Granés, del Instituto de Salud Global de Barcelona y coautora del estudio junto a Essers, indican que el calor puede además afectar a la conectividad del cerebro, especialmente en menores. Según afirmó la investigadora en la presentación de su estudio el año pasado, “uno de los posibles mecanismos que explican nuestros resultados es la deshidratación, ya que los niños son especialmente susceptibles a la pérdida de líquidos cuando se exponen al calor y esto puede afectar a la conectividad funcional de las redes cerebrales”. La deshidratación reduce el flujo sanguíneo cerebral, dificultando la concentración y la memoria. Hay estudios que han podido comprobar que la deshidratación puede ‘encoger’ partes del cerebro en adolescentes, lo que afectaría a su función ejecutiva, es decir, la planificación y el pensamiento lógico.
El calor, el sueño y los problemas mentales
Pero incluso cuando la hidratación es adecuada, existe un riesgo aún mayor: los trastornos del sueño. Se ha demostrado ampliamente que las altas temperaturas pueden afectar negativamente a la calidad del sueño porque altera el ciclo natural de sueño-vigilia y la termorregulación del cuerpo, que necesita enfriarse cerca de un grado para poder dormir. El calor también afecta al mantenimiento del sueño a lo largo de la noche, lo que provoca somnolencia diurna y un rendimiento deficiente. La fragmentación del sueño por el calor reduce fases REM y de sueño profundo, esenciales para la reparación neuronal y la eliminación de toxinas del cerebro durante la noche.
A largo plazo, los trastornos del sueño pasan factura. En los adultos, el insomnio afecta principalmente a la memoria, la capacidad de controlar los impulsos, la flexibilidad cognitiva, la capacidad de resolución de problemas y de realizar tareas complejas, el estado de alerta y la atención. Además, las alteraciones del sueño pueden causar o agravar las enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer. En niños y adolescentes, “el sueño es esencial para el desarrollo saludable del cerebro, en particular en las áreas relacionadas con la regulación emocional”, añade Essers.
Protégete en verano
El calor ya no es solo una molestia propia del verano, sino una fuente de estrés ambiental que nos puede dejar secuelas. La revista médica The Lancet advierte de que el aumento de la temperatura y la variabilidad térmica podrían llevar a un incremento de los casos de suicidio y las hospitalizaciones por enfermedades mentales, así como el deterioro de la salud y el bienestar de las personas.
El cambio climático no se detiene, así que la única forma de mantener la cordura cuando sube el termómetro es la prevención. Estas son algunas medidas que podemos tomar para proteger nuestra salud mental en verano:
Hidratación: beber agua abundante a lo largo del día para compensar las pérdidas por sudor y mantener el flujo sanguíneo cerebral .
Refugios climáticos: un centro comercial, un cine o una sala de exposiciones con aire acondicionado puede ofrecer un respiro durante unas horas en medio de un día asfixiante.
Cuidar el sueño: las duchas tibias (no frías) antes de dormir facilitan la vasodilatación antes de dormir y, si disponemos de aire acondicionado, mantener el dormitorio por debajo de 25 °C mejora la calidad del sueño.
Regulación emocional: cuando notamos nervios, ansiedad o irritación, las técnicas de relajación y de respiración nos pueden ayudar a modular la respuesta de estrés.
Además, hay que recordar la responsabilidad de las autoridades, que en las ciudades deben proteger y ampliar los espacios verdes urbanos, ya que los árboles reducen la temperatura hasta en 5 °C.
* Darío Pescador es editor y director de la Revista Quo y autor del libro Tu mejor yo.