
Cuando la antiglobalización era de izquierdas
Resulta descorazonador escuchar la crítica al mundo globalizado y al libre comercio en boca de quienes la usan para su agenda reaccionaria, nacionalista y xenófoba; y en boca de quienes nunca se contaron entre los perdedores sino en el bando de los ganadores, enriquecidos con la misma globalización
Tú no te acuerdas porque eres muy joven, pero hubo un tiempo en que la antiglobalización era una causa de la izquierda. El subcomandante Marcos, Seattle, Génova, el Foro Social de Porto Alegre, Naomi Klein, José Bové, gobiernos progresistas en países del Sur, partidos transformadores, sindicatos, pensadores, creadores… Ah, te veo la sonrisita nostálgica, entonces tú también estuviste en aquellas manifestaciones con pancartas de “otro mundo es posible”, contra el FMI, el Consenso de Washington, los tratados de libre comercio, la Europa de Maastricht… Todavía guardas chapas, ¿verdad?
Aunque “globalización” era un término biensonante (quién podía estar en contra de un mundo sin fronteras), la izquierda mundial, especialmente en los países del llamado “Sur Global”, se levantó desde los noventa contra un orden mundial que eliminaba fronteras pero solo para el comercio, el capital y la deslocalización de empresas, agravaba la desigualdad entre países y en las sociedades, empobrecía a los ya pobres mientras enriquecía a los muy ricos, quitaba soberanía a los países y debilitaba las democracias, daba el poder a las multinacionales y al sector financiero, a la vez que provocaba la crisis climática y social que hoy vivimos.
Hablábamos entonces de “los perdedores de la globalización”: países enteros pero también amplias capas de población trabajadora entre nosotros. Y peleábamos por una globalización alternativa, a contracorriente de un ambiente político y cultural de euforia capitalista, desaparecido el mundo socialista y decretado el final de la historia.
¿Qué pasó para que a la vuelta de unos años sea la internacional reaccionaria la que enarbola la bandera antiglobalizadora? Leo estos días, a cuenta de los aranceles de Trump, que asistimos a “el fin de la globalización”, “la desglobalización”, el adiós a toda una época. Y los viejos militantes altermundialistas nos sentimos confusos en un tiempo que ya anda sobrado de confusión.
Lo que pasó fue que rendimos esa bandera tiempo atrás. Primero la socialdemocracia europea, que se inventó aquello de “la tercera vía” e hizo propios los postulados neoliberales en lo económico, con un poquito de paño caliente en lo social para compensar. Siguieron algunos sindicatos y organizaciones que, admitida la debilidad propia para cambiar el mundo, pasaron a negociar reformas que suavizasen el daño, pero aceptando el modelo. Y poco a poco el resto del movimiento antiglobalización se fue desinflando, retirándose a cuarteles de invierno o peleando otras luchas.
La izquierda abandonó el rechazo a la globalización, sin que hubieran desaparecido sus efectos más negativos. Seguía habiendo perdedores globalizados y, en ese tiempo de confusión (en que surgieron los “chalecos amarillos” franceses o triunfó el Brexit), es donde echaron la caña los nuevos populismos de ultraderecha. Resulta descorazonador escuchar la crítica al mundo globalizado y al libre comercio en boca de quienes la usan para su agenda reaccionaria, nacionalista y xenófoba; y en boca de quienes nunca se contaron entre los perdedores sino en el bando de los ganadores, enriquecidos con la misma globalización. Trump el primero de ellos.
Y aquí estamos todos, desconcertados, horrorizados por la política exterior y comercial de Trump basada en la coacción y que solo busca defender la hegemonía estadounidense frente a China y otros competidores. Sin atrevernos a decir que la globalización era mala, no sea que nos pongan en el bando trumpista; y al mismo tiempo incómodos de que nuestro silencio nos coloque al lado de quienes hoy lloran el supuesto final de la globalización. Ay. Pero en vez de lamentarnos, tendremos que defender con más fuerza aquel “otro mundo posible”. Que sí.