
El secreto mejor guardado de Salvador Illa
La forma de gobernar de Illa, sin despreciar a nadie, sin histrionismos ni falsas promesas, sólo intentando unir aquello que el independentismo rompió, parece tener amplia aceptación
Se acusa tan a menudo a la política de ser cortoplacista, que cuando invierte a largo plazo ni nos damos cuenta.
Se acaba de cumplir un año de la investidura de Salvador Illa como president de la Generalitat. Hace sólo un lustro parecía imposible a muchos que la institución más relevante de Cataluña estuviera en manos de una persona razonable. Illa está teniendo éxito como president, la política catalana disfruta de otro clima y lo genera en el resto de España. También se percibe que lo está haciendo bien en lo rápido que han envejecido rivales como Carles Puigdemont, que parece muñeco encasquillado repitiendo su envejecido mensaje.
La forma de gobernar de Illa, sin despreciar a nadie, sin histrionismos ni falsas promesas, sólo intentando unir aquello que el independentismo rompió, parece tener amplia aceptación. Es además el presidente autonómico con mayor influencia en el Gobierno de España, aunque al ser del PSC nadie le ha puesto esa antipática etiqueta de ‘barón del PSOE’. Su empeño es que la política vuelva a ser aburrida, en lugar de divertirnos mucho mientras se hunde en el desprestigio. Lo está consiguiendo.
¿Cómo se forja este tipo de liderazgo? Mi hipótesis es que el éxito de Illa es fruto de la política de largo aliento, que mira a una década vista y se curte en las dificultades. El Salvador Illa que en las elecciones de hace un año supo ofrecer a Cataluña lo que necesitaba es un líder que se forjó en la terrible crisis y escisión que sufrió el PSC en los años del procés, sobre todo 2013 y 2014. La vía catalanista defendida por el PSC históricamente dejó de ser viable en 2012. Durante décadas el PSC había podido compatibilizar sus dos almas: la nacionalista catalana y la socialista, pero de pronto tuvo que pronunciarse sobre el derecho a decidir. Los matices del catalanismo se volvieron inviables. Aquella crisis conllevó ruptura del grupo parlamentario, dimisiones, liderazgos efímeros, escisiones y, como consecuencia, un pésimo resultado electoral. En 2015 el PSC obtuvo sólo 16 escaños en el Parlament de Cataluña (hoy tiene 42).
El PSC se convirtió en un lugar desolado del que sólo daban ganas de salir corriendo. Aquella pésima situación la gestionó Miquel Iceta y, desde 2016, Salvador Illa ejerció como secretario de organización. Ambos tenían la misión de reconstruir el partido desde los rescoldos en que había quedado.
Para eso hay que tener un puñado de cualidades de liderazgo: responsabilidad, capacidad de trabajo, sacrificio por un proyecto común. Hay que estar dispuesto a ser visto como un perdedor (el PSC lo era), desenvolverse en la incertidumbre y tomar decisiones sin disponer ni de toda la información ni de todo el apoyo para hacerlo. Hay que arriesgar sin ninguna seguridad de ganar.
Estar en política con cara de perdedor y echando horas como loco sin perspectiva de recompensa a corto ni a medio plazo es infrecuente en los partidos políticos. Nadie sabía cómo se saldría de aquella crisis. Mal era una opción. Otra era no salir: el PSC no hubiera sido el primer partido socialdemócrata europeo en sucumbir a la crisis de 2008-2012.
Sin embargo, en las bambalinas había un tal Salvador Illa que creía. Se desprecia la capacidad de las creencias para insuflar fortaleza a los líderes y los proyectos cuando están hundidos, pero yo creo que son lo único constante cuando todo lo demás falla, sobre todo, el aglutinante del poder. Illa creía en el proyecto del PSC y en la fuerza de la sociedad catalana para superar la locura del procés. Seguramente también veía claro que no iba a ser rápido. En el mejor de los casos, ocurriría, quién sabe, en ocho o diez años: había que estar dispuesto a sufrir. En la crudeza de aquellas gélidas noches electorales se forjaron Salvador Illa y muchos otros cuadros del PSC. A veces es imprescindible atravesar una crisis grave para que emerja lo mejor de los individuos y los colectivos. El éxito de Illa empezó en aquel fracaso. Cuando la política mira a largo plazo, obtiene buenos resultados.