Una tragedia, un milagro y un tipo de montañismo que se ha perdido: 30 años de la fatídica expedición aragonesa al K2

Una tragedia, un milagro y un tipo de montañismo que se ha perdido: 30 años de la fatídica expedición aragonesa al K2

La escritora aragonesa Paula Figols publica ’13 de agosto’, un libro sobre un episodio que ha marcado a toda una generación de montañistas

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Cuando se cumplen 30 años de una fatalidad que marcó al montañismo aragonés como ningún otro suceso, la periodista y escritora zaragozana Paula Figols publica ‘13 de agosto. La tragedia aragonesa en el K2 (1995)’, en el que narra el antes y el después de la expedición, pero también el contexto de un tipo de alpinismo más genuino que el actual. Murieron los aragoneses Javier Escartín, Lorenzo Ortiz y Javier Olivar −junto con la británica Alison Hargreaves, el neozelandés Bruce Grant y el estadounidense Rob Slater−, mientras que Pepe Garcés y Lorenzo Ortas salvaron la vida en un descenso agónico.

Además de una novela, es un homenaje a una generación única de montañeros, que dejó hitos irrepetibles.

Sí, el libro cuenta la tragedia en el K2, pero también es un homenaje a aquellos montañeros: a los que murieron allí y al grupo que formaban. Era la primera generación de montañeros aragoneses que fueron al Himalaya, que afrontaron las grandes cimas. La generación que subió al Everest. Sí, el K2 es como el fin de una época, pero venía de veinte años atrás, de expediciones conjuntas y de una manera de entender el montañismo como espíritu de equipo: así es como esta gente vivía la montaña. De una manera ‘amateur’, romántica, pero también por eso muy emocionante.

“Es un grupo muy unido, una suma de individualidades que ha conectado muy bien. Un puzle en el que todas las piezas encajan”, escribe. Eso hace más dura la tragedia

Eso es lo que ellos me han transmitido, cómo entendían la montaña; eran un equipo e iban juntos, y los éxitos eran conjuntos. No le dan tanta importancia a quién hacía cima y ponía la bandera, sino al hecho de conseguir juntos éxitos deportivos. La convivencia era una parte muy importante de sus expediciones. Y ahí destaca la figura de Javier Escartín, de quien todos cuentan que era el hombre en torno al cual giraban las expediciones. Lo alaban como el gran montañista aragonés de esos años. Y también Pepe Garcés, que era el líder oficial de esa expedición. El primero, de Peña Guara, de Huesca; el segundo, de Montañeros de Aragón, de Zaragoza: es también esa unión de montañeros de las dos provincias.

¿Cómo han visto el libro los supervivientes: Lorenzo Ortas, Manuel Avellanas y Manuel Ansón?

Lo primero que hice fue quedar con ellos: les expliqué el proyecto y les pregunté si les parecía bien; de lo contrario no podía seguir, su colaboración era fundamental. Nos hemos reunido mucho, hemos hablado mucho, les he preguntado de todo. Me han dejado hasta sus diarios personales, los que escribían en la expedición; cartas que mandaban a sus familias. Fueron también los primeros que leyeron el libro, y ahí tuve días de dudas y nervios, pero les gustó mucho. Se han escrito otros libros de montaña, pero este es distinto, algo más personal. Apreciaron que hablara también con las familias de los fallecidos, que para mí era una parte importante. El riesgo era caer en el morbo y he procurado no hacerlo. Les ha gustado la sensibilidad con la que he podido acercarme a los familiares.


La autora de ’13 de agosto’, Paula Figols, en Zaragoza.

Uno de los momentos más angustiosos del libro es la bajada de Pepe Garcés y Lorenzo Ortas del campo IV al II.

Me lo contó Lorenzo; Pepe murió seis años después, pero también he podido hablar con su pareja, que me ha dejado leer los diarios que escribió a la vuelta del K2. Fue un milagro: que sobrevivieran a esa tormenta de viento a 8.000 metros, con sus tiendas volando, con una primera noche a la intemperie, luego otra noche de descenso… Fue una tragedia la muerte de unos y fue un milagro que ellos salvaran la vida: así lo cuentan ellos y también quienes lo vieron desde el campo base.

Los caminos de ambos se separaron a partir de ahí.

Afrontaron la vida de distintas maneras: Pepe Garcés decidió que él iba a seguir haciendo montaña, que era su pasión, y continuó con sus ochomiles [Garcés falleció en octubre de 2001, en el descenso del Dhaulagiri], mientras que Lorenzo Hortas quedó tan tocado y afectado que decidió no volver a hacerlos. Yo no he querido juzgarlos, sino mostrar que cada uno respondió de manera distinta; las dos opciones son lícitas.

Un aspecto muy cruel es cómo se conoció la noticia, o cómo se filtró en un principio, sin dar a conocer quiénes eran los que habían fallecido hasta varios días después.

Fue muy angustioso, tanto los supervivientes como los familiares me lo han mencionado. Cuando oyeron la noticia de que había tres muertos aragoneses, sus identidades no se conocían aún. Es algo que les marcó mucho. Desde el accidente, que fue el 13 de agosto, hasta que llegaron las noticias a España, el día 17, y hasta que se supo la identidad, el 19, transcurrió mucho tiempo. Lo vivieron como una lotería macabra, es algo que les sigue angustiando 30 años después.

Fue una tragedia la muerte de unos y fue un milagro que Pepe Garcés y Lorenzo Ortas salvaran la vida: así lo cuentan ellos y también quienes lo vieron desde el campo base

Paula Figols

Es también síntoma de lo que han cambiado los tiempos en cuanto a comunicaciones.

Ahora todo es distinto: desde las cimas de los ochomiles pueden hablar con sus casas. Entonces las expediciones podían ir con teléfonos satélite; ellos no, porque no podían pagarlos. Y resulta hasta romántico que tuvieran que comunicarse por carta.

Aunque no era parte de la expedición aragonesa, sí que incluye bastantes referencias a la alpinista británica Alison Hargreaves, que falleció en ese mismo ascenso, desde una expedición neozelandesa.

Decidí incluirlo como un personaje secundario: me parece que representa a esas mujeres invisibilizadas pero que han jugado un papel importante en el montañismo. Alison además tuvo muy buena relación con ellos; convivieron en el campo base, atacan juntos la cumbre… Me pareció importante hacer esa pequeña reflexión sobre el papel de las mujeres: Alison era una de las grandes montañistas de la época. Y además era madre de dos hijos pequeños, con lo que he tenido oportunidad de reflexionar sobre los riesgos y sobre cómo se le juzgaba a ella por el hecho de ser madre.

¿Ha llegado a entender por qué alguien se juega la vida subiendo un ochomil tan peligroso como K-2?

No se puede contestar esa pregunta con precisión: ni ellos mismos lo saben. Les planteé esa pregunta el primer día que nos conocimos y se la repetí al final. Y no lo pueden explicar. Son los sentimientos que viven en la montaña, de libertad, de contacto con la naturaleza. Es algo tan extremo que no se puede explicar con palabras.

Ellos tenían un estilo lo más sencillo posible: cargaban su material, subían sin oxígeno, montaban sus campos de altura, alargaban el tiempo en el campo base todo lo que hiciera falta… Eran expediciones muy largas

Paula Figols

¿Cómo ven ellos la profesionalización del alpinismo que se ha producido en los últimos años?

No les gusta. Subir con sherpas, con porteadores de altura, con oxígeno… Ellos tenían un estilo lo más sencillo posible: cargaban su material, subían sin oxígeno, montaban sus campos de altura, alargaban el tiempo en el campo base todo lo que hiciera falta… Eran expediciones muy largas, mientras que ahora se tiende a hacerlo todo lo más rápido posible: están haciendo pruebas hasta con gas xenón para acelerar la aclimatación y en dos días llegar y subir. No es su manera de entender la montaña, no les gusta.

En el libro aborda una cuestión: ¿se puede escribir de alpinismo sin haber sido alpinista?

Así es, yo soy aficionada a la montaña, al senderismo y a las carreras de montaña, pero yo no tenía ningún contacto con el mundo del alpinismo y de la alta montaña. Había leído algún libro, tenía un cierto interés por el tema, pero no sabía nada realmente de cómo se monta una expedición. Fue una gran labor de documentarme y, claro, también sale mi vena periodística; porque este libro es muy periodístico, de intentar ser muy rigurosa porque había que hacerlo. Es una novela, pero también puede ser un reportaje largo: lo que contaba tenía que ser real, fiel y riguroso. He leído mucho, he visto documentales de expediciones y he hablado mucho con ellos, con los supervivientes: desde dudas muy básicas como qué se come en el campo base hasta detalles más personales o emocionales, sobre cómo viven ellos.

Llega a expresar sus dudas sobre la propia escritura.

Eran dudas que me surgieron cuando empecé a documentarme y a escribir, y las iba escribiendo aparte, en mi cuaderno de notas del proyecto. Y en un momento decidí ser honesta e incluir parte de esas reflexiones también en el libro; me parecía que era una manera de mostrar mis dudas, de hacer esa metáfora de escribir un libro como hacer una expedición. Quería ser muy sincera: yo no soy experta y me fui acercando a este tema con cuidado, con rigor.

Supongo que no se quedará con ningún personaje concreto.

Javier Escartín era el líder… pero yo he conocido mucho al hablar sobre el libro a Lorenzo Hortas: me ha transmitido ese amor por la montaña que no tiene que ser solo a grandes expediciones. Y también me han dejado huella las familias, las mujeres o los hijos. No, no me puedo quedar con nadie.

Un ochomil supongo que no, pero ¿se ha planteado ir más allá en la montaña después de libro?

Me ha picado el gusanillo, me he visto buscando información de viajes o de ‘trekking’. Pero soy miedosa y tengo mucho miedo al frío, o sea, que no podría afrontar algo así.