
La gran crisis de España
Claro que no todos los políticos son iguales y hay casos extremos de personajes que minimizan el problema o difunden bulos. Pero el desinterés en comparación con la dimensión de lo que tenemos encima se nota en todo el espectro político
La ola de incendios evidencia que España aún gasta más en apagar fuegos que en evitar que se produzcan
Hay muchas maneras de contar la gravedad y la velocidad de lo que está pasando en España. Podemos contar la historia del jornalero muerto mientras trabajaba en mitad del día en Alcarràs, y las de los voluntarios atrapados por las llamas en León mientras intentaban apagarlas. O contar las decenas de miles de hectáreas arrasadas por el peor incendio de la historia de España desde 1968, y los récord térmicos nunca antes registrados en lo que va de agosto. También hay maneras menos dramáticas, como los cortes en el tren de alta velocidad y las carabelas portuguesas que obligan prohibir el baño en las playas del norte.
Lo que vemos cada día no es un verano más, no ha pasado siempre y no toca aguantarse sin más. Un gráfico esta semana en la portada del New York Times reflejaba bien el contraste entre el número de días de calor extremo en toda Europa entre 1980 y 1984, y entre 2020 y 2024. Prácticamente todo el continente se ha calentado, pero España aparece de un rojo intenso especialmente alarmante.
Uno de los ejemplos del artículo que acompañaba el gráfico era Madrid. A principios de los años 80, la ciudad tenía una media de 29 días al año con temperaturas por encima de los 30 grados centígrados. En los últimos años, ese número ha pasado a 63. Un dato para recordar la próxima vez que el cuñado de turno te cuente que “siempre” ha hecho mucho calor en verano (yo también vivía en Madrid en los 80, y no, no hacía este calor).
Por más que lo contemos y lo suframos es chocante el poco espacio que ocupa en el debate político la que es tal vez la emergencia más grave y más específica de España. La reducción de emisiones es un reto global, pero el Gobierno no ha querido o no ha podido poner esto en el centro de sus prioridades. Y la adaptación a las consecuencias es sobre todo una responsabilidad de las autoridades nacionales y locales. Seguimos sin ver planes extensos y detallados de intervención a todos los niveles. Los casos más llamativos se encuentran en ayuntamientos gobernador por el PP, a veces en coalición con Vox, pero los ejemplos para presumir, como algunas zonas de Barcelona, siguen siendo aislados. En las campañas electorales, apenas se toca el tema.
E incluso en estas circunstancias vemos una vez más cómo los principales partidos parecen más concentrados en echarse mutuamente las culpas que en resolver la crisis. Claro que no todos los políticos son iguales y hay casos extremos y mucho peores de personajes que minimizan el problema o difunden bulos. Pero el desinterés en comparación con la dimensión de lo que tenemos encima se nota en todo el espectro político.
Esto se traduce en errores grandes y pequeños, con consecuencias letales, como el hecho de que ya se gaste más en extinguir los incendios que en prevenirlos, como cuenta Raúl Rejón en esta pieza esencial.
Nada indica que lo que está pasando vaya a aflojar, pero depende de las autoridades públicas y de la presión ciudadana que estemos mejor preparados el año que viene, y el siguiente… y el siguiente. Requiere menos politiqueo y más política seria. Nos va la vida en ello.