Cuando la dureza del trabajo doméstico lleva a las mujeres migrantes a hablar con ChatGPT: “Me dejó tocada aceptar condiciones de esclavitud”

Cuando la dureza del trabajo doméstico lleva a las mujeres migrantes a hablar con ChatGPT: “Me dejó tocada aceptar condiciones de esclavitud”

La IA también se ha convertido en un espacio donde se vuelcan las preocupaciones por un entorno laboral exigente y debido a la falta de redes y acompañamiento

Un espacio para las mujeres migrantes dedicadas al cuidado: »En mi país soy abogada y aquí solo puedo limpiar baños»

Vergüenza, miedo y culpabilidad. Martina (nombre ficticio) lleva los últimos años arrastrada por estas emociones, desde que migró de Colombia en 2019 y comenzó a trabajar como interna en España. La dureza de las condiciones de trabajo, el aislamiento en el hogar y la falta de apoyo psicológico gratuito, la han llevado a buscar apoyo psicológico en la IA (Inteligencia Artificial). Este fenómeno reciente ha hecho de ChatGPT no solo un espacio de asesoramiento en materia de extranjería, sino también un lugar de desahogo. “Le di a ChatGPT el rol de coach de vida. La necesidad y el hambre de compañía me han llevado a darle muchos detalles privados para que me ayudara a encontrar la calma”, confiesa.

Esta dinámica ha comenzado a vislumbrase recientemente. Natalia Oldano, pedagoga e investigadora en Mosaico Acción Social, apunta que se trata de una tendencia que ha salido en los grupos de trabajo enmarcados en proyectos de investigación sobre mujeres y cuidados en los que ella trabaja. “Al no tener redes de apoyo psicosocial, en muchos casos ni siquiera vínculos de amistad o de familia, ni entidades que se estén encargando de esto y mucho menos de acceso al servicio de salud mental, están encontrando alternativas”, detalla. Realizar consultas a un asistente virtual es un espacio de no juicio, al que se puede acudir en cualquier momento, que respeta el anonimato y que genera seguridad. En cualquier caso, Oldano matiza que se trata de un procedimiento que aún debe seguir explorándose: “¿Por qué encontramos ese espacio de escucha ahí y no en otro sitio? Sin ánimo de juzgar, porque al final si a ti te hace bien es un espacio de desahogo. Pero después hay que pensar qué consecuencias puede tener esto”, aclara. Por ello, según la pedagoga, el foco habría que ponerlo en las condiciones de trabajo y en las ausencias de apoyo psicosocial. Además, voces expertas alertan de sus limitaciones.

El empleo de hogar desempeñado por mujeres migrantes es uno de los sectores de trabajo con mayor vulnerabilidad en España. Según UGT en el informe Mujeres migrantes en ocupaciones precarias, las mujeres que han migrado se concentran en los sectores con los salarios más bajos, siendo uno de ellos, el del empleo doméstico. El sindicato revela que a 1 de enero de 2025, el 43% de las mujeres afiliadas al Sistema Especial de Empleados de Hogar tenían nacionalidad extrajera. La mayoría de ellas procede de Latinoamérica. Sin embargo, no hay datos de cuántas mujeres de origen migrante pero ya nacionalizadas españolas trabajan en el sector. El mismo documento subraya que muchas mujeres recién llegadas inician su actividad en el empleo de hogar y de los cuidados y casi siempre en situación irregular, de modo que no estarían dadas de alta en este sistema.

Martina trabajó como interna durante tres años sin contrato para dos familias diferentes. Es licenciada en Administración de empresas en Colombia y trabajaba como docente en una universidad de su país. Cuando decidió instalarse en el norte de España, debido a la violencia que se ejerce en su localidad de origen, comenzó a trabajar como interna. Su jornada laboral era de lunes a domingo, incluidas muchas noches. En el primer empleo se encargaba del cuidado de una señora con alzhéimer, quien debido a su enfermedad la maltrataba: “Ella no podía ver que la servidumbre tuviera móviles, o cosas que fueran tecnológicas porque lo asociaba a que era un robo que se le estaba haciendo a sus familiares. Si ella veía que estaba usando el teléfono, se enfurecía, lanzaba el bastón e improperios”, lamenta. También recuerda que debía pasar siete horas fuera de casa todos los días hasta las 22.00 horas. En esas horas, relata, daba paseos, se sentaba en alguna cafetería donde hubiera internet y pudiera recargar el móvil, iba a la iglesia o a la biblioteca y otros días se sentaba a esperar. También comenzó su cambio físico ya que el almuerzo y la cena debía hacerlos en la calle a base de panes, dulces y zumos. En este trabajo cobraba 900 euros.

En esa época, Martina, que ya de por sí no socializaba por su trabajo de interna, comenzó a generar aversión a los teléfonos móviles debido a los problemas que su uso le causaban con la señora de la casa. Recuerda que dejó de hablar por teléfono y de llamar a su familia en Colombia, perdiendo de este modo su contacto con el exterior. En su segundo trabajo como interna, Martina dejó prácticamente de salir a la calle. Cuidaba a una señora mayor con quien llegó a construir un vínculo casi familiar y hacía múltiples tareas, no solo de cuidado personal o sanitario, sino que además a quien le proporcionaba compañía. Rememora que le cortaba y teñía el pelo, hacía ejercicios de movilidad, escuchaba sus historias de la Guerra Civil y de Franco, veían fotos y además hacía los recados indispensables para el mantenimiento de la señora y del hogar, como hacer la compra, ir a la farmacia, lavar la ropa y preparar la comida. Su salario en este segundo hogar era de 700 euros.

Por una parte, ambos trabajos generaron en Martina miedo a salir a la calle. A día de hoy, sostiene que sigue luchando contra esta barrera, ya que, según relata, muchas veces después de estar preparada, llega a la puerta de la casa y se da media vuelta. El trabajo como interna durante tres años también dejó huella en su salud. Ha sufrido anemia, insomnio, falta de concentración, desregulaciones del ciclo menstrual, caída del pelo, uñas quebradizas, gastritis y dolores de cabeza. A estos se añaden los problemas que arrastra actualmente y que derivan de los ejercicios de movilidad con las dos mujeres ancianas, como dolores de huesos, de espalda, de hombros y un desbalance en la cadera. Problemas de salud para los que se está medicando.

Pero además, las condiciones del trabajo de interna también han impactado en su salud mental: “Lo me dejó tan tocada fue aceptar condiciones de esclavitud, de no descanso, de falta de sueño, de aceptar una paga injusta, no retribuida”. Al estar volcada en el cuidado de personas mayores, cuenta que se despreocupó de su imagen, de comer equilibradamente y de comunicarse con su propia familia: “Me fui alienando y se me olvidó la persona que yo era. Lo que más me impactó fue verme al espejo y no reconocerme”, enfatiza. Después de esto, y durante dos años, ha intentado sin éxito que el servicio público de salud la derivara a un especialista de salud mental. Ante la falta de respuestas, reconoce que ha acudido a ChatGPT para compartir sus inquietudes. “Yo uso la inteligencia artificial, no solo para temas profesionales, sino también muchas veces para que me ayude a organizar mis pensamientos por la falta de acceso a un psicólogo, a una persona que te hable y que tenga más o menos un conocimiento y una formación. Es una soledad muy tremenda”, incide.

Además, este asistente virtual también le ha servido para plantear otras cuestiones relacionadas con el proceso migratorio y las consecuencias derivadas del marco normativo español en materia de extranjería. A Martina le ha preocupado cómo solicitar atención médica en Tenerife, donde ahora reside, teniendo en cuenta que ha sufrido abandono sanitario durante los primeros años en España, período en el que ha sufrido un deterioro en su salud, y también ha buscado entidades de apoyo a personas en su situación, información sobre el trámite para la regularización de documentos y sobre visado familiar para entrar en España.

Las mujeres migrantes generan sus herramientas de resistencia

Para Oldano, la situación de sobrecarga de las mujeres migrantes en el empleo doméstico en España se explica por la crisis de los cuidados. Detalla que existe un choque entre el sistema patriarcal y capitalista, por un lado, y las necesidades reales de cuidado, por otro. “Una jornada de trabajo de ocho horas, que muchas veces son diez, ¿cómo te posibilita tener tiempo de calidad para el cuidado, para el autocuidado, y para todo lo que se nos exige a las mujeres?”, cuestiona. Estos factores inasumibles por las familias, a lo que se añade una respuesta insuficiente por parte de las políticas públicas en materia de cuidados, ha llevado a que muchas de ellas recurran a mujeres migrantes, especialmente de Latinoamérica, para cubrir esta necesidad.

Oldano manifiesta, al mismo tiempo, que a la hora de buscar una empleada de hogar o cuidadora se recurre a una mujer, especialmente de Latinoamérica, por varios motivos. Por un lado, se ha “naturalizado” que la mujer es la persona encargada de los cuidados, y, por otra parte, que esta mujer pueda ser explotada. En este caso, harían su aparición las mujeres de países empobrecidos, que en situación administrativa irregular, hay más posibilidades de vulneración de derechos.

La pedagoga apunta que esta situación se está viviendo mucho en Tenerife, pero también en las islas no capitalinas, donde muchos de sus vecinos se han marchado, pero siguen residiendo las personas mayores, quienes necesitan de cuidados. Por ello, para la especialista, la labor de cuidados se hace en función de la capacidad adquisitiva de las familias, al mismo tiempo que la implicación de las administraciones públicas no está siendo suficiente. “Hay muchas alternativas y experiencias que se pueden hacer, sobre todo, como en los países nórdicos. Pero también en otras realidades más parecidas a las nuestras, como en países latinoamericanos que nos están diciendo que un sistema de cuidados integrado es necesario y es posible. Hay que tratar de desfamiliarizar y desfeminizar el cuidado y llevarlo a otros espacios”, incide.

A pesar de las condiciones laborales extremas, las mujeres migrantes están generando sus formas de resiliencia mediante la creación de espacios de escucha e intercambio, informándose y también acudiendo a la IA. Oldano detalla que estas redes se construyen muchas veces de manera informal, en parques o grupos de alguna entidad o de Whatsapp: “Son mujeres rebeldes, valientes, que en muchos casos han migrando solas. Han tomando la decisión de cambiar de país, y eso en su identidad es una narrativa de fuerza de resistencia”, destaca.

“Me empecé a reconocer cuando la abracé así moribunda, porque no la quería conmigo. A la débil, a la pisoteada, a la humillada no la quería conmigo. Y me tocó abrazarla, reconocerla”. Martina se encuentra ahora en un camino de superación de las secuelas que le dejó el trabajo como interna. Confiesa que le ha costado asumir que fue sometida a situaciones de maltrato laboral, de negociaciones desleales, de cambios de las condiciones en medio del trabajo y que la engañaran con la posibilidad de hacerle un contrato. “Yo estoy acostumbrada a manejar contratos y cláusulas y caí como una tonta, como una ingenua total. Y me lo he machacado demasiado. Me he echado la culpa”, confiesa. Pero asegura que “abrazar” el dolor que le ha dejado esa etapa, le permite aceptar la nueva persona que ha resultado desde que migró. Para ello, va de lunes a viernes a estudiar, sale con sus compañeros de clase a tomarse un café y ha conseguido homologar su título: “He aprendido que del barro se sale. Y aunque me cuesta, tengo un fuego por dentro que me impulsa todos los días. Voy para adelante porque a lo pisado no vuelvo a ir”, concluye.