El otro incendio: gana la antipolítica y pierde la gente

El otro incendio: gana la antipolítica y pierde la gente

Mientras España arde, en otra realidad paralela -y no menos preocupante-, aparece la antipolítica con una retórica que se presenta como sentido común. Una narrativa que señala como culpables principales de todo a los políticos y a las instituciones

Una tormenta de fuego excepcionalmente veloz y agresiva que lo inunda todo y hace que se pierda el sentido de la dirección. Incendios que crean su propia meteorología y se vuelven incontrolables. Miles y miles de hectáreas se están quemando. En un excelente reportaje de la revista Salvaje leo que “el peligro ahora no es solo que se nos quemen los bosques, sino que ardan los pueblos”, la frase es de José Ángel Arranz, director general de Patrimonio Natural y Política Forestal de Castilla y León. Mientras España arde, en otra realidad paralela -y no menos preocupante-, aparece la antipolítica con una retórica que se presenta como sentido común. Una narrativa que señala como culpables principales de todo a los políticos y a las instituciones.

Una antipolítica que, lejos de apagar el fuego real, aviva otro más invisible: la desconfianza hacia el sistema que, con todos sus defectos, es el que nos sostiene. En estos días son centenares los bomberos y profesionales desplegados para contener las llamas, servidores públicos que defienden lo común jugándose la vida. Sin embargo, cuando la única alternativa que se ofrece es la antipolítica, desaparece el reconocimiento a esa buena política que sí funciona. Esa que transformará las condiciones precarias e injustas porque son una pieza esencial.

Cuando ninguna solución política es válida y “solo el pueblo salva al pueblo”, se borra lo más importante: el papel real que sí juegan muchos de estos profesionales y las instituciones que funcionan desde los servicios públicos. Es ahí cuando el proyecto antidemocrático de la extrema derecha entra en escena avivando la antipolítica con bulos, desinformación y mensajes que vienen a culpar de los incendios a una supuesta “agenda ideológica”.

En su afán de ganarle el pulso al adversario político -y no al fuego que devora casas, cultivos y vidas- convierten la agenda medioambiental en un enemigo, como si no fuera precisamente lo que las aldeas y los pueblos llevan años reclamando: inversión, prevención como la limpieza o el desbroce durante el invierno y la gestión de los bosques y sus recursos. No solo se trata de destinar más medios para apagar incendios, se trata de no abandonar los territorios, de cuidarlos y proteger la fauna y su vegetación.

La agenda medioambiental no es un lujo para tiempos de bonanza ni un capricho ideológico: es la única manera de garantizar que las próximas generaciones, en el campo y en la ciudad, tengan un lugar donde vivir. Prevenir incendios, sostener servicios públicos y cuidar del territorio arraiga comunidades y fortalece también como democracia. Lo que se esconde tras ese discurso contra lo verde no son los intereses de la gente del campo, sino otra agenda muy distinta: privatizar lo común, acaparar tierras y recursos para que pertenezcan a unos pocos.

La antipolítica favorece a Vox en las urnas porque cala en votantes de todos los partidos. Y cala porque la desafección y el sentimiento de abandono a la España rural no surgen de la nada. Crecen en pueblos donde el centro de salud abre solo unos días a la semana, donde las brigadas forestales llegan cuando el monte ya está ardiendo, donde a las escuelas van cada vez menos niñas y niños sin que nadie invierta en transporte escolar ni en hacer habitables estos lugares. Pero ese abandono no puede achacarse solo a la política. También exige una reflexión más amplia en primera persona: qué papel queremos darle al campo, a los bosques, a los pueblos… a lo rural en nuestros proyectos personales, familiares, sociales, profesionales… más allá del que aparece en el imaginario como destino de fin de semana, de vacaciones o historia en Instagram. Lo personal también es político.

El fuego real seguirá ardiendo en nuestras tierras mientras se siga alimentando el otro: el que convierte la política en un espectáculo de humo y cenizas, dejando que lo público y la democracia se consuman en silencio. El humo, dicen los bomberos, es traicionero: puede asfixiar antes incluso de que lleguen las llamas. Con la antipolítica pasa lo mismo: lo cubre todo, no deja aire para debatir con serenidad ni para construir soluciones duraderas. Todo se reduce a “todo es una mierda” y “todos son unos incompetentes”. Y entonces, aunque el incendio se apague, lo común ya ha empezado a arder por dentro, consumido por un malestar que nubla la mirada. Justo ahora, cuando más necesitamos la política del bien común y no del odio.