
Soportar las olas de calor con una enfermedad crónica: «Noto que se acelera el Párkinson, me siento muy vulnerable»
Pacientes con diabetes tipo 1, EPOC o cardiopatía congénita, explican cómo las altas temperaturas les cambian la vida : «Si limito salir a caminar voy empeorando y cada verano es peor»
Los efectos del calor sobre la salud se acumulan: qué esperar de la segunda ola larga e intensa del verano
A Javier, sevillano de 58 años, le diagnosticaron EPOC durante la época de la COVID-19, tras quedarse inconsciente en su casa y amanecer en un hospital. Su enfermedad ahora mismo se encuentra en grado dos, pero, pese a tratarse de una de las etapas más leves, lo pasa mal cuando hace algo tan simple como pasar la escoba por el salón. “Luego tengo que estar media hora tumbado para recuperarme”, cuenta el también portavoz de APEPOC Sevilla. El agotamiento se agudiza en verano, especialmente durante las olas de calor.
Vive en una de las zonas con la renta más baja de España, el distrito Cerro-Amate. Su rutina en verano es tal que así: se levanta todos los días temprano y hace sus ejercicios pulmonares mientras el ventilador de techo da vueltas. A mediodía conecta el aire acondicionado y no puede apagarlo del todo hasta las ocho. “Sin embargo, algo que se recomienda, que es el caminar, lo he tenido que reducir al 1%. Y si lo vas limitando vas empeorando. Y cada verano es peor”.
Salvo excepciones puntuales, tiene que permanecer toda la temporada estival encerrado en casa. No tiene refugios climáticos a mano (en toda Andalucía solo hay 5) y su piscina más cercana siempre está abarrotada, por lo que no es una opción. “Siento agobio y ansiedad: me afecta bastante psicológicamente. Es una enfermedad que ya de por sí te limita, pero con el calor te sientes doblemente limitado”, afirma.
Siento agobio y ansiedad: me afecta bastante psicológicamente. Es una enfermedad que ya de por sí te limita, pero con el calor te sientes doblemente limitado
Su semblante es simpático, dulce, pero se le nota preocupado y contenido al hablar de su día a día. “Yo a los políticos solamente les pediría una cosa: venid una semana. Poneos en la piel de la persona que lo está sufriendo. Para hacer buena política tienes que salir del despacho y ver la realidad de las personas”, expresa, enfadado.
En su barrio están acostumbrados a sufrir varios apagones a lo largo del año. Él, de momento, no tiene que vivir conectado a una máquina de oxígeno. De ser así, en medio de estos cortes de luz, asegura que pediría un taxi e iría al Ayuntamiento de Sevilla a conectarse. Les diría: “soy un ciudadano de Sevilla, necesito un servicio que no me están garantizando, y, como esto es público, lo voy a utilizar”.
“Si tiene una enfermedad, el calor puede empeorarla”
Los enfermos crónicos, junto a los niños, las personas mayores, las embarazadas, las personas en situación de pobreza energética, o los trabajadores en empleos de riesgo y los deportistas, son el perfil poblacional más vulnerable al estrés térmico. “Si usted sufre alguna enfermedad respiratoria, cardiaca, diabetes o alguna enfermedad crónica, el calor puede empeorarla y tiene que elegir mantenerse fresco e hidratado”, recomienda la guía práctica Salud y calor realizada por el Observatorio de Salud y Cambio Climático y el Ministerio de Sanidad.
El 60% de las personas que necesitaron asistencia médica por motivos atribuibles a las altas temperaturas durante la segunda semana del mes de julio reportaron que la causa de esta asistencia había sido el empeoramiento de las enfermedades crónicas que padecían, según una encuesta realizada por el Ministerio de Sanidad.
Durante el verano de 2024 se estima que se produjeron alrededor de 2020 muertes atribuibles al calor. El 90% de los afectados tenían más de 75 años y fallecieron por complicaciones derivadas de las altas temperaturas.
“Si se siguen todas las recomendaciones ante el calor, esta población no tendría por qué sufrir ningún susto, pero vemos que eso en la práctica no siempre se está pudiendo cumplir, y no por culpa de ellos”, apunta Daniel Abad, médico internista del Hospital de Getafe (Madrid). “La zona en la que trabajo es un área que no es de renta alta. Si eres un paciente, por ejemplo, con una demencia o hipertensión, y no te puedes permitir aire acondicionado, vives a 35 grados de día y 29 de noche, y está claro que el riesgo de complicaciones es mayor”.
Durante el verano de 2024 se estima que se produjeron alrededor de 2020 muertes atribuibles al calor. El 90% de los afectados tenían más de 75 años y fallecieron por complicaciones derivadas de las altas temperaturas. Se estima que apenas un 1% de esas defunciones estaban relacionadas con el popular golpe de calor, que, pese a ser la causa más sonada, no es la que genera la mayor mortalidad.
Pasar el verano con una cardiopatía congénita
Los niños con enfermedades crónicas son doblemente vulnerables durante la temporada estival. “Además de tener dificultades para regular la temperatura, algunas enfermedades o medicamentos pueden interferir con la capacidad del cuerpo para enfriarse”, señala la pediatra Sara Pons, del Hospital Universitario Dr. Peset de Valencia.
“Por ejemplo, las reservas de agua en aquellos que sufren cardiopatías tienden a gastarse más fácilmente debido al esfuerzo adicional que realiza el corazón en episodios de temperaturas extremas; o en los casos donde se dan problemas renales la deshidratación puede empeorar la función renal”, continúa, a la par que deja claro que, a pesar de ello, “el cuidado y la vigilancia en estos niños hacen que los riesgos sean menores”.
Nosotros para irnos de vacaciones lo primero que hacemos es elegir un sitio que esté cerca de un hospital, y procuramos ir a lugares donde la temperatura esté un poco más fresca. Normalmente siempre nos vamos en septiembre
Jesús, de ocho años, vive en Torrejón de Ardoz (Madrid) y sufre una cardiopatía congénita. Tras varias intervenciones, su caso ya está estabilizado, pero sigue teniendo que mantener precauciones. “Hay cosas que en verano sigue sin poder hacer, porque se cansa más, y la tensión puede estar más alta. Salir al parque en verano prácticamente no puede: tiene que ser con mucho cuidado y bien tarde. Los días que hace mucho calor tampoco podemos ir a la piscina”, explican sus padres, Paqui y José.
“Nosotros para irnos de vacaciones lo primero que hacemos es elegir un sitio que esté cerca de un hospital, y procuramos ir a lugares donde la temperatura esté un poco más fresca. Además, normalmente siempre nos vamos en septiembre”, prosiguen. A José le preocupa “que cada vez las temperaturas son más altas y, sin embargo, muchas ciudades son cada vez menos habitables en verano”.
Cuando nació no tenían aire acondicionado; se vieron obligados a instalarlo. Ellos, por suerte, sí tienen parques y piscinas cerca a las que poder ir, pero como Jesús tiene que pasar mucho tiempo en casa notan que su estado de ánimo cambia considerablemente. “Se vuelve mucho más inestable. Empeora el carácter, lo cual es complicado porque precisamente él no puede coger rabietas y berrinches”.
Por este motivo fundaciones como Menudos Corazones, a la que ellos están inscritos, realizan campamentos para niños y adolescentes con cardiopatías durante el verano, para asegurarse de que puedan disfrutarlo “como los demás niños”.
Javier, enfermo crónico de EPOC, en su salón.
El Párkinson con altas temperaturas
A Miguel, de 70 años, el calor le empeora los síntomas del Párkinson: “No me afecta en los temblores, sino en la movilidad. Noto que se acelera la enfermedad y me siento mal. En esos momentos noto que tengo un problema serio”, asegura este hombre que vive en Torrevieja (Alicante).
La sensación es como si te quedaras totalmente sin ‘batería’, prácticamente a 0. En esas ocasiones me siento muy, muy vulnerable
El resto del año lleva una vida mucho más normal, pero con las altas temperaturas los “bajones” que le dan por la enfermedad son mucho más intensos y se prolongan más. “La sensación –dice– es como si te quedaras totalmente sin batería, prácticamente a 0. En esas ocasiones me siento muy, muy vulnerable”. El año pasado no tenía aire acondicionado en uno de los espacios de la casa en los que él suele pasar la mayoría del tiempo. Este ha instalado uno y ha notado una mejora.
Procura no salir a la calle ya que, bromea, “la ciudad no tiene aire acondicionado”. Hasta más allá de las diez de la noche ni siquiera se plantea ir a dar un paseo. “Si estas personas están en casa durante varios meses encerradas, como ocurre durante el verano, al final el deterioro que se produce a nivel físico es difícil de recuperar. Y también esto ocurre con la salud mental o el estado de ánimo”, profundiza Abad.
“Por ejemplo, en los casos de personas que sufren deterioros cognitivos, como los principios de demencia, el hecho de estar encerrados todo el día sin estímulos, siempre con las mismas personas, sin salir a la calle, sin ver otras cosas, acelera ese deterioro cognitivo. De hecho, es muy habitual en estas épocas que las personas mayores te pregunten en consulta si se pueden ir al pueblo. Allí tienen más lazos sociales y familiares, o pueden ir al huerto, y se sienten mucho mejor” sostiene.
En la ciudad de Miguel tampoco hay refugios climáticos oficiales. De hecho, en toda su comunidad autónoma, la Comunidad Valenciana, solo hay cuatro y todos están situados exclusivamente en la ciudad de Valencia.
No puede suceder que la única opción de la población vulnerable sea quedarse en casa con las persianas bajadas todo el día
Amai Varela, miembro de la Sociedad Española de Medicina Preventiva, Salud Pública, y Gestión Sanitaria (SEMPSPGS), insiste en lo siguiente: “No puede suceder que la única opción de la población vulnerable sea quedarse en casa con las persianas bajadas todo el día”. “Hay que reforzar la ayuda a domicilio, subvencionar la adaptación de las viviendas de las personas más vulnerables y crear espacios colectivos a modo de refugios climáticos a los que puedan acudir y donde puedan relacionarse para prevenir los efectos en salud mental como la ansiedad, la depresión, los trastornos del sueño, e incluso el aumento de riesgo de suicidio”.
Tener diabetes en “el infierno”
Cayetana tiene 11 años, sufre diabetes tipo 1, y vive en Brenes (Sevilla). Su madre, Laura, describe el calor que están viviendo allí como “un infierno”: “Siempre ha hecho mucho calor, pero ahora, como es algo extremo, las noches no refrescan y en la mañana te despiertas con una temperatura más alta de lo normal. Todo está caliente y se alarga hasta septiembre”, lamenta.
Cayetana generalmente no puede estar en espacios donde haya mucha temperatura porque la insulina se estropea, a no ser que regulen la situación mediante bloques de gel congelados. En verano, además, le suele subir el azúcar. “El calor y el encierro te llevan a echarte una siesta, pero si te la echas no te mueves, por lo que el azúcar sube”, expresa la niña.
Va mucho a la piscina, pero para ir tiene que desconectar la bomba, por lo que no entra insulina en su cuerpo, y entonces también le sube. Cada hora y media tiene que salir de la piscina para conectarse. “Con el azúcar alto la lengua se me pone pastosa y tengo mucha sed. Me pican mucho los ojos y a veces me duele la cabeza y me tengo que acostar”, dice. “En los únicos lugares donde sabemos que no nos va a pasar nada es en los centros comerciales o en los supermercados. También tenemos un parque hidráulico en Brenes”, cuenta su madre.
Lo estuve hablando con la endocrina. Le dije: ‘¿Y qué hago con ella? Si es que este calor, si no tuviésemos el recurso de la piscina, estaríamos acabados’. Siempre pienso que, algún día, ya no podremos vivir en Andalucía
Lo bueno es que Cayetana se va este verano a otro campamento similar al de Menudos Corazones. Este está diseñado para niños con diabetes tipo 1 y lo promueve la Asociación sevillana ANADIS. Lo controlan todo “al dedillo”.
Con todo, su madre está muy preocupada por el calor: “De hace tres años para acá, no se puede vivir. Yo noto que ya es imposible. Lo estuve hablando con la endocrina. Le dije: ‘¿Y qué hago con ella? Si no tuviésemos el recurso de la piscina, estaríamos acabados, porque es que ella no está pudiendo moverse’. Siempre pienso que, algún día, ya no podremos vivir en Andalucía. Es insoportable”.
La autoprotección
“A largo plazo, para proteger a las poblaciones vulnerables, lo más importante es prevenir el aumento en número e intensidad de las olas de calor aplicando de verdad políticas de mitigación que disminuyan las emisiones de gases de efecto invernadero y frenen el calentamiento global. Es lo más importante y no debemos cansarnos de repetirlo”, subrayan desde la SEMPSPGS.
De entre quienes pertenecen a algún grupo de riesgo (55 % de la población), un 31% se considera poco o nada vulnerable
“Para paliar el impacto del calentamiento que ya hemos provocado y proteger a los más vulnerables son necesarias, por un lado, políticas intersectoriales públicas de adaptación basadas en la evidencia científica, y por otro, la mejora de la percepción de riesgo por la población y del conocimiento de los comportamientos de autoprotección adaptados a las características personales, laborales, ambientales o locales de cada persona”, abunda. De entre quienes pertenecen a algún grupo de riesgo (55 % de la población), un 31% se considera poco o nada vulnerable.
Por otro lado, “es fundamental” la coordinación entre servicios sociales y servicios sanitarios a nivel municipal, recalcan. “Hay que tener perfectamente identificadas y localizadas a las personas mayores con patologías de base, que toman medicamentos cuya función se altera por el calor y la deshidratación, que viven solas, a menudo en situación de pobreza o en una vivienda mal climatizada”.
Otra línea en la que hay que trabajar, explican, es en la formación del personal sanitario en cuanto a los riesgos de las olas de calor y el impacto en salud de los pacientes, para que puedan dar consejos médicos concretos adaptados a cada patología. “Para conseguirlo, es necesario mejorar la concienciación en el ámbito sanitario sobre la crisis climática y sus efectos. Como sociedad científica, desde la SEMPSPGS, trabajaremos en ello también”, garantiza Varela.