La resignación es el nuevo negacionismo

La resignación es el nuevo negacionismo

Fue una tendencia que inauguró Díaz Ayuso hace varios años cuando le espetó a Mónica García que “pusiera el ventilador” durante una ola de calor, y que continúa hoy en las declaraciones del portavoz del gobierno de Castilla y León cuando dice que los incendios en la zona “están fuera de la capacidad de extinción del ser humano»

En estos días, resulta casi imposible no sentir las altas temperaturas e incluso los incendios como un merecido castigo a nuestra propia inacción. Después de todas las advertencias de la ciencia y las organizaciones climáticas durante años, no hemos estado a la altura de las circunstancias: hemos permitido que el planeta se caliente por encima de lo que es vivible y ahora estamos pagando el precio. Lo que nos toca en los próximos años es sufrir las consecuencias de nuestros actos.

Frente a un castigo merecido, es frecuente responder con alguna forma de resignación. Una especie de acongojada aceptación de las circunstancias que va acompañada de una sensación profunda de tristeza en la conciencia de ser responsable de lo que nos ha ocurrido. Así nos sentimos, por ejemplo, cuando nos roban por haber desatendido algo de valor, o cuando perdemos un tren por haber salido demasiado tarde de casa, o cuando se nos quema la comida por haber estado mirando el móvil.

No nos lo permitimos, sin embargo, cuando tenemos una responsabilidad sobre otra persona. Por ejemplo, si le gritamos a nuestra pareja en un arrebato de ira, no nos dejamos caer en la resignación de que la relación esté dictada por esa forma de violencia: pedimos perdón e intentamos, en la medida de nuestras posibilidades, reparar el daño que hemos causado. Tampoco nos ocurre si le calamos la casa al vecino de abajo porque hemos dejado abierto el grifo de la ducha: llamamos a un pintor y pagamos la factura.

La resignación, en el fondo, es una forma de deshacernos de la responsabilidad de unos hechos a través del castigo. Asumimos las consecuencias de nuestros actos para no tener que repararlos, o vivir con la culpa de no haberlos reparado. Pero esto es algo que solo deberíamos permitirnos cuando ambas cosas, el destrozo o la reparación, nos afectan solamente a nosotros. Si las consecuencias de los propios actos producen un perjuicio en los demás, la resignación es una forma de negacionismo de lo que ha ocurrido.

Lo vamos a vivir en los próximos años en primera persona. Un montón de gente, que no se ha querido responsabilizar nunca de los riesgos del cambio climático, va a empezar a hablar de que lo que hay que hacer es resignarse y entender todo esto como una tragedia divina. Fue una tendencia que inauguró Díaz Ayuso hace varios años cuando le espetó a Mónica García que “pusiera el ventilador” durante una ola de calor, y que continúa hoy en las declaraciones del portavoz del gobierno de Castilla y León cuando dice que los incendios en la zona “están fuera de la capacidad de extinción del ser humano”.

Estamos pasando a toda velocidad del “aquí no está pasando nada” al “no hay nada que hacer aquí”.

Quizás el ejemplo más gráfico, pero el menos evidente, son los mini toldos que ha instalado el Ayuntamiento de Madrid en la Puerta del Sol. Después de reformar la plaza sin ninguna prevención para afrontar las nuevas condiciones climáticas (sin árboles, sin sombras, sin ningún tipo de refrigeración), el consistorio ha colocado unos toldos translúcidos que apenas dan sombra y solo cubren una parte diminuta del empedrado. El mensaje está claro: todo lo que podemos hacer contra esta nueva situación es muy, muy poco. Toca resignarse.

Nada más lejos de la realidad. Hay muchas cosas que podemos hacer para adaptarnos al cambio climático. Una, que sería increíble que ocurriera el año que viene, es mejorar la protección y la prevención de los incendios. Pero hay más.

Algunas son bien conocidas: aumentar en todo lo posible los espacios de sombra, con árboles o con toldos; reducir los coches en las ciudades y el contacto del asfalto con el sol. Cubrir los edificios con cubiertas y fachadas vegetales que refrigeran los interiores o instalar parques de agua (de chorros), También subvencionar las instalaciones de aire acondicionado, vigilar las condiciones de habitabilidad de las casas en los lugares de más calor u ofrecer programas alternativos para los niños, como campamentos de verano en lugares más frescos.

Otras se están desarrollando en estos años. Los Ángeles está experimentando con una tecnología que permite hacer pavimentos reflectantes, que disipan el calor. Nueva York está instalando “Oasis” temporales con sistemas de refrigeración por evaporación en la calle y en Viena están experimentando con una tecnología que produce una forma de niebla que puede enfriar calles enteras. Y esto no ha hecho más que empezar. En los próximos años habrá muchas más tecnologías disponibles para hacer las ciudades más habitables.

Y por encima de todas, la tecnología que nos va a permitir, en el medio plazo, revertir este proceso de calentamiento global: la energía renovable. La energía solar fotovoltaica está mandando las señales más esperanzadoras que habíamos escuchado en muchos años sobre el cambio climático. Pese a que muchos gobiernos siguen por detrás de los objetivos de compromiso climático, la tecnología fotovoltaica ha avanzado tanto en los últimos años que se ha convertido en la opción más barata de todo el pool energético en casi todos los escenarios y proyecta un futuro de descarbonización que casi podemos tocar con los dedos. Como dice el activista climático Bill McKibben, “estamos al borde de recurrir al cielo en busca de energía en lugar de al infierno”.

Lo que necesitamos es mucha menos resignación, y muchos más paneles.