Los cinco inéditos que han cumplido el deseo de Julio Ramón Ribeyro de publicar cien cuentos

Los cinco inéditos que han cumplido el deseo de Julio Ramón Ribeyro de publicar cien cuentos

El escritor peruano, el más importante de su país como genio del relato corto, murió a solo cinco piezas de conseguir su objetivo

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Érase una vez un escritor que quería escribir cien cuentos. A su muerte, había publicado noventa y cinco, los que figuran en sus Cuentos reunidos (Alfaguara, 2024). Quién sabe cuántos se quedaron en el cajón o fueron a parar a la papelera; seguro que no pocos, por la exigencia que se imponía a sí mismo (en las fotografías de los manuscritos originales se ven numerosos tachones), pero, como lo que no se publica no existe, más o menos, al final el autor murió a solo cinco piezas de cumplir su objetivo. Ese narrador se llamaba Julio Ramón Ribeyro (Lima, 1929-1994) y es el cuentista más importante de Perú.

Y no solo en Perú destaca: no es exagerado decir que comparte el olimpo de los grandes nombres del boom, aunque ni antes ni después gozara de la popularidad de los Cortázar, García Márquez o Vargas Llosa, con los que por cierto él mismo, en su diario, se compara: a su lado, se siente acomplejado por no ser capaz de escribir lo que llama la “gran novela”, esa obra extensa y de alto voltaje que consagra para siempre a un autor, que por fuerza tenía que ser una novela, el género más apreciado. Los cuentos, como ahora, pasaban más desapercibidos, el público no les prestaba tanta atención.

Él lo intentó, publicó tres novelas –Crónica de San Gabriel (1960; Premio Nacional de Novela), Los geniecillos dominicales (1965) y Cambio de guardia (1976)–, pero donde mejor se desplegaba su genio era en la distancia corta. También en la no ficción, tanto en sus mencionados diarios, La tentación del fracaso (1992-1995), como en un singular volumen de textos entre el aforismo, el ensayo y el apunte personal, Prosas apátridas (1975), que complementa de algún modo el diario. En 2019, coincidiendo con el 90 aniversario de su nacimiento, Seix Barral los publicó en nuevas ediciones.

El tiempo y la mayor apertura a otros géneros han reevaluado la importancia de su obra; hoy, el hecho de carecer de una novela de amplio alcance no le resta méritos, porque su gran libro es el conjunto de sus narraciones breves, mil páginas de inventiva, denuncia social, humor, realismo, fantasía, existencialismo. Ribeyro no se encasilló en un género; se dedicó a experimentar, nutriéndose de influencias que van desde Edgar Allan Poe o Kafka a latinoamericanos contemporáneos como Borges, Cortázar, Onetti y Rulfo. En lo que sí se mantuvo fiel fue en su perspectiva de clase: siempre miró desde abajo, a los más desfavorecidos, y se servía de metáforas creativas para señalar la discriminación.

Casi cuarenta años de carrera desde que debutó con Los gallinazos sin plumas (1955), un libro de cuentos que se ha convertido en un clásico en Perú, hasta sus últimos textos, los Relatos santacrucinos (1992), que aparecieron ya dentro de la primera compilación de su narrativa. En total, 95 piezas (o 97, pero dos se consideran esbozos de novelas que no llegó a desarrollar), más la no ficción, las novelas y el teatro. Se quedó a solo cinco de ese número redondo con el que soñaba. Y cinco son, nada menos, las que encontró su biógrafo casi treinta años después, al trastear entre sus papeles de París.

Historia de un hallazgo

Este libro póstumo, Invitación al viaje (Alfaguara, 2024), los reúne por primera vez en el 30 aniversario de su muerte, acompañado de un prólogo de Santiago Gamboa que se lee casi como un relato del propio Ribeyro, sobre lo que le ocurrió cuando se conocieron en París. En esta ciudad, como tantos intelectuales y artistas de su tiempo, Ribeyro pasó buena parte de sus años dorados. Desde 1952, cuando abandonó el Perú para estudiar en Europa, hasta unos meses antes de su fallecimiento, cuando fijó su residencia en Lima, vivió a caballo entre dos culturas, una condición de apátrida que se refleja en su obra, de la que siempre aseguró que tenía una base autobiográfica, aunque no fuera explícita.

En los años sesenta, trabajó como periodista para la Agencia France Press y compartió piso con Mario Vargas Llosa y Alfredo Bryce Echenique. Los tres se admiraban entre ellos, aunque por aquel entonces el futuro premio Nobel ya sobresalía más. A él lo unió una amistad que tuvo sus altibajos por discrepancias políticas sobre Perú. Para muchos lectores, Ribeyro, su perspectiva, representa de manera más genuina la voz del pueblo; era un escritor disruptivo no solo por su narrativa nada complaciente ni por su carácter, poco amigo del exhibicionismo, sino por el compromiso ético que expresó con su obra.

Los cinco relatos inéditos se escribieron en París en los años setenta, la que se considera su etapa de madurez literaria. Su biógrafo oficial, Jorge Coaguila, los encontró mientras ordenaba sus papeles para otra investigación; pura serendipia. Después de todo, el autor sí que llegó a los cien, solo que, por alguna razón, cinco no vieron la luz en su día. Los libros póstumos suelen estar rodeados de recelo, con polémicas como las de Harper Lee o García Márquez, en las que se sospecha que no habrían autorizado que esos textos, sin duda inferiores a sus obras más apreciadas, llegaran a los lectores. No es, sin embargo, el caso de Ribeyro: estos cuentos fueron escritos en su plenitud. Si dudan léanlos.

Los cinco cuentos

Iniciación al viaje, el relato más extenso, narra la peripecia de dos muchachos que se escapan de casa con el propósito de vivir una aventura, de dar emoción a sus vidas anodinas. En realidad, ese deseo, que responde a un ideal engañoso, lo tiene más uno que el otro, y al final se queda solo en su salida. La narración recrea su descenso a los confines de la noche, que lo enmaraña en un mundo de sombras que no consigue desentrañar, del que se siente ajeno. “Lucho tuvo la certeza de tocar uno de esos límites nocturnos donde empieza lo irreal”, se dice, en un cuento perturbador que no tiene nada que envidiar a sus mejores creaciones.

La celada narra el regreso de un peruano a Lima después de haber estado en Europa, con el consiguiente extrañamiento del retornado que ya no se siente de ninguna parte, que ya no pisa la misma tierra de la que partió. Sus encuentros con una mujer a la que había conocido en París, ligados a un confuso juego de puertas, encarnan ese sentimiento de que ciertos acontecimientos solo son posibles en un momento y un lugar, y no pueden postergarse bajo el riesgo de perder su oportunidad para siempre, porque la vida es flujo, movimiento, transformación constante: “No había duda, era el mismo departamento, pero no la misma persona”.

Monerías adopta un revestimiento fantástico con humor absurdo para denunciar la colonización y el racismo. Un empresario peruano se dirige al presidente de la nación para exponerle su caso: ha invertido en unos monos, quería trasladarlos a Estados Unidos, pero le han denegado el acceso, se ha arruinado y, como le era imposible retener a los animales en las jaulas por más tiempo, estos han invadido la ciudad. Leído hoy, es imposible no relacionarlo con las políticas antinmigración de Donald Trump y con ciertas jaulas de las que no es tan sencillo fugarse.

Las laceraciones de Pierluca revive el espíritu de los bohemios afincados en París en la primera mitad del siglo XX que disfrutan de unas semanas de asueto en la playa de Cadaqués, en la Costa Brava. Entre ellos, el protagonista, Pierluca: “Quisiera encontrar algo raro, precioso. Pero todo se repite”. Un ambiente aletargado, de jornadas monótonas, con los proyectos de futuras exposiciones a la vista, que se trunca con un giro final, un tanto apresurado, que desencadena una catástrofe.

Por último, en Espíritus un grupo de intelectuales latinoamericanos reunidos en París organizan una sesión de espiritismo en la que, se supone, consiguen conectar con el abuelo de uno de ellos. Un cuento juguetón, con ese toque de misterio característico de Ribeyro, un autor hábil como pocos a la hora de imbuir la realidad de elementos que se escapan de lo tangible, a menudo con una nota de comicidad. Muchas de las escritoras latinoamericanas que hoy gozan de tanto éxito deben mucho de su imaginario a los caminos que abrieron escritores como él.

La lectura de los cinco cuentos de Invitación al viaje confirma que su recuperación no responde al oportunismo, sino que de veras completa el universo ribeyriano con unas composiciones en plena sintonía con sus mejores escritos que no desentonarían en el volumen de sus obras completas. Leer a Riberyo es sorprenderse, como se sorprende uno cada vez que posa los ojos sobre un gran libro: siempre inagotable, siempre con algo que decir. Entre sus entusiastas hay escritores como Enrique Vila-Matas, Juan José Millás o Sara Mesa (esta última lo describe como “el escritor de los mudos, de los marginados”). No es casualidad: los irreverentes se reconocen entre ellos.