Arde lo que será

Arde lo que será

Este verano parece el tráiler de la película de los próximos años, una cata del porvenir, un tiempo venidero de olas calurosas cada vez más largas y frecuentes, récords anuales de temperaturas máximas (y de muertos de calor), Mediterráneo tropicalizado e incendios inmanejables. Pero seguimos actuando como si la emergencia climática fuese algo de la próxima generación

Sánchez pide “lealtad institucional” para afrontar una “emergencia climática que va más rápido de lo esperado”

Bajábamos el domingo en una furgoneta hacia el sur, de regreso de una semana viajera, cuando nos encontramos el fuego. Ya desde decenas de kilómetros antes, como bruma y olor a quemado, hasta que vimos la línea humeante en lo alto del siguiente monte. Paramos junto al pantano, supongo que secretamente fascinados por el fuego, como desde hace milenios, y nos sobrevolaron dos hidroaviones a baja altura. De un coche se bajó una mujer que angustiada nos contó que los habían desalojado por la cercanía de las llamas. También nos contó que la noche antes sus vecinos bailaban en las fiestas pese a que el incendio se sabía próximo, temporada de verbenas. Luego supimos que en otro pueblo de la zona incluso habían lanzado fuegos artificiales, y en algunas provincias sorprendieron a domingueros haciendo barbacoas.

Unos bailaban, lanzaban cohetes o asaban chuletas, y nosotros seguíamos con normalidad nuestras vacaciones como medio país, mientras los peores incendios en décadas se descontrolaban, la ola de calor cumplía su decimosexto día (con su decimosexta noche tórrida), y el agua del Mediterráneo superaba los treinta grados anticipando un otoño de danas temibles. Todo narrado en los telediarios con despliegue y retórica propios de información deportiva (minuto y marcador, récords, pronósticos). Dice el presidente Sánchez que la emergencia climática va “más rápido de lo esperado”, como si fuera una sorpresa y no algo advertido por los científicos ante la falta de medidas reales. Recientemente James Hansen, una de las mayores autoridades en la materia, afirmó que el IPCC está subestimando la aceleración de la crisis climática y que podemos olvidarnos del objetivo de no superar los dos grados de calentamiento global.

Dice un bellísimo verso de Louis Aragon que “en el fuego de lo que fue arde lo que será” (más bello en francés: Au feu de ce qui fut brûle ce qui sera), y algo así nos parece este verano doblemente incendiado: una hoguera donde no solo arde lo que fue (el monte, los pueblos, la vida de comunidades enteras), sino que también arde lo que será, lo que seremos. Las llamaradas lucen como el tráiler de la película de los próximos años, una cata del porvenir, un tiempo venidero de olas calurosas cada vez más largas y frecuentes, récords anuales de temperaturas máximas (y de muertos de calor), Mediterráneo tropicalizado e incendios inmanejables. Eso siendo optimistas, pues también está la versión ceniza que bromea cada año con eso de que estamos viviendo “el verano más fresquito del resto de nuestra vida”.

Ya sé que los incendios no son solo el cambio climático, que también hay décadas de abandono del mundo rural, mala gestión pública, falta de recursos y ahora además una ultraderecha que extiende su negacionismo y agita el resentimiento y la antipolítica (¿en qué momento les permitimos apropiarse del lema “solo el pueblo salva al pueblo”?). Pero seguimos actuando como si la emergencia climática fuese algo de la próxima generación. Sigo pensando, como una parte de la ciencia y del ecologismo, que todavía estamos a tiempo, que se nos está haciendo cada vez más tarde, pero aún no es demasiado tarde. Sin embargo, la inacción general, la indiferencia (yo el primero) más allá de sobresaltos puntuales, indican que hace tiempo que nos rendimos y que ya solo aspiramos a adaptarnos lo mejor posible: comprando más aparatos de aire acondicionado y más hidroaviones. Qué horror.