
Derechas que niegan el clima e incendian la política
El PP tiene que gobernar con Vox en varias comunidades, disputar el discurso nacional con ellos y, al mismo tiempo, ejercer la oposición al Gobierno central. Esa tensión lo deja atrapado entre la gestión y la pulsión destituyente, y lo vuelve vulnerable tanto frente a sus socios ultras como frente al descrédito general
El PP repite con los incendios la estrategia de la dana para eximir a sus presidentes autonómicos de responsabilidad
Durante los incendios de este año en Los Ángeles, la congresista republicana Marjorie Taylor Greene, referente del ala ultraconservadora, sugirió que el fuego podría haber sido provocado por láseres espaciales. Aunque borró el mensaje, no se alejó del terreno conspiranoico: hace apenas unas semanas propuso una ley para prohibir la manipulación del clima, a la que atribuye los fenómenos climáticos extremos como inundaciones e incendios.
En España, las teorías de la conspiración climática aún no han arraigado con fuerza, pero no deberíamos confiarnos: lo peor de la política estadounidense suele llegar con algo de retraso. Por ahora, los negacionistas climáticos patrios no necesitan fantasías orbitales para justificar su agenda. Les basta con minimizar o negar el papel del cambio climático en la creciente intensidad de los incendios. Y de esos, tenemos muchos, sobre todo en las derechas más reaccionarias.
Santiago Abascal, líder de Vox, ha culpado a las “políticas climáticas contra el campo”, a las “corrupciones de los lobbies verdes” y hasta a las energías renovables. En su discurso, conceptos como “fanatismo climático” y “pirómanos intelectuales” se usan para señalar a quienes impulsan políticas públicas basadas en la ciencia. Para Vox, no importa si la gente acaba creyendo en la conspiración o en la incompetencia, pues la conclusión de su relato es siempre la misma: el país está siendo destruido por unos tecnócratas urbanitas que odian el mundo rural y a España.
El Partido Popular, mientras tanto, se mueve en terreno resbaladizo. Tiene que gobernar con Vox en varias comunidades, disputar el discurso nacional con ellos y, al mismo tiempo, ejercer la oposición al Gobierno central. Esa tensión lo deja atrapado entre la gestión y la pulsión destituyente, y lo vuelve vulnerable tanto frente a sus socios ultras como frente al descrédito general. A sus presidentes autonómicos no se les ve cómodos, sino confundidos y con registros muy cambiantes según lo requiera la estrategia electoral. Lo mismo hacen una declaración de colaboración institucional por la mañana que un mensaje incendiario durante la tarde.
En realidad, en materia de incendios esta no es una discusión científica, sino cultural y política. La evidencia científica es sólida y contundente. El último informe del IPCC señala que «las condiciones meteorológicas propicias para incendios (eventos simultáneamente cálidos, secos y ventosos) se han vuelto más probables en algunas regiones (confianza media) y existe alta confianza en que se volverán más frecuentes en algunas regiones a medida que aumenten los niveles de calentamiento global». Una de esas regiones críticas es el Mediterráneo, y un estudio reciente (Ruffault et al., 2020) señalaba que «la frecuencia de condiciones meteorológicas propicias para incendios inducidas por el calor aumente un 14% hacia finales de siglo (2071–2100) bajo el escenario RCP4.5, y un 30% bajo el RCP8.5, lo que sugiere que la frecuencia y extensión de los grandes incendios forestales aumentará en toda la cuenca del Mediterráneo».
Para el caso de la península ibérica, un aún más reciente estudio (Senande-Rivera et. al,2025) ha concluido que «más de la mitad de los grandes incendios (superficie >500 ha) ocurridos en la Península Ibérica entre 2001 y 2021 presentan un aumento significativo en la velocidad de propagación con respecto a lo que habría sido en el período preindustrial, atribuible al calentamiento global». En resumen, el cambio climático está convirtiendo nuestros bosques en un combustible que arde con mayor facilidad y rapidez, lo que explica la importante diferencia con décadas y siglos anteriores.
Por el contrario, las estrategias de prevención y extinción se han quedado ancladas en otro tiempo. No han sido actualizadas ni escaladas para responder a la magnitud de los nuevos incendios. Sí, puede haber errores de gestión, pero no explican la violencia de esta nueva generación de fuegos. De hecho, según Copernicus, y a fecha de escribir este artículo, en lo que va de año ya han ardido en España 350.000 hectáreas, que suponen el 0,7% del total de superficie. Para hacerse una idea, el promedio anual entre 2006 y 2024 era del 0,16%. Sin embargo, la geografía sigue importando y nuestro vecino Portugal está en estos momentos aún peor. En Portugal se han quemado ya 216.000 hectáreas, que para ellos supone el 2,35% del total, y algunos focos como el del distrito de Guarda tiene una extensión que es equivalente a más de la mitad de la zona metropolitana de Madrid y sus 27 municipios.
¿Es creíble pensar que nadie en la derecha radical conoce estos datos? No lo es. Lo que ocurre es que la política tecnocrática, basada en la evidencia científica y el consenso experto, ha sido derrotada por una política de guerra cultural. Lo que importa ahora no es la verdad, sino el enemigo. Las derechas radicales juegan a fondo la carta schmittiana: crear un “nosotros” y un “ellos”, desgastar al adversario, erosionar las instituciones. El objetivo no es sólo gobernar, sino derrocar. Y cualquier herramienta vale para ese fin.
No es esta una cuestión nueva. Desde la moción de censura al gobierno de Rajoy las derechas llevan muy mal que el gobierno esté en manos de otros, izquierdistas y socialcomunistas. Y desde 2020 es evidente que cualquier cosa, incluso una pandemia, es considerada una oportunidad para revertir esa injusticia. La competencia entre las diferentes facciones de las derechas ha acentuado la radicalidad de sus discursos y la dureza de sus acusaciones, pero su fracaso en las elecciones generales de 2023 no ha hecho sino sumir a todas esas facciones en una desesperada huida hacia delante. El plan es perseverar: no se permiten rehenes ni tampoco colaboración institucional de ningún tipo.
Un ejemplo reciente: en plena crisis de incendios, Pedro Sánchez se reunió con Alfonso Rueda, presidente de Galicia, en un gesto de colaboración institucional. Pero justo entonces, la cuenta oficial del PP gallego publicó un tuit insultante contra el presidente del Gobierno. Rueda, visiblemente incómodo por encontrarse entre dos aguas, pidió su retirada y ofreció unas disculpas ambiguas. Esa escena resume bien la contradicción en la que vive el PP: atrapado entre el sentido de Estado y la rabia destituyente de su socio ultra que ellos intentan neutralizar copiándola. De hecho, actualmente el PP está más preocupado en que no le pillen colaborando con el gobierno progresista que con el reto de llevar a cabo una gestión leal con el Estado y la ciudadanía. Exactamente lo que pasó con la dana de Valencia el pasado otoño.
La extrema derecha lleva tiempo intentando consolidar un nuevo eje político que separa a los “españoles de bien” —tradicionalistas, conservadores, reaccionarios— de la llamada “Anti-España” —feministas, ecologistas, independentistas, socialistas, comunistas—. Esta división ficticia bebe tanto del nacionalismo reaccionario de larga data como del malestar generado por décadas de abandono institucional. Especialmente en el medio rural, donde la ultraderecha explota la brecha ciudad-campo y alimenta el resentimiento hacia las élites urbanas. Aunque esa construcción sea en gran medida artificial, se asienta sobre agravios reales, y por eso funciona. En futuros artículos volveré sobre este punto, pero de momento es suficiente con resaltar que para la extrema derecha el mundo rural es un campo fértil en el cosechar votos y nuevas fidelidades, especialmente si pueden aprovechar un resentimiento creciente -aunque sea producto de muchos factores distintos-.
En definitiva, la extrema derecha española no necesita ser completamente conspiranoica: le basta con amplificar la frustración. Sobrevive gracias al miedo, la rabia y el deseo de respuestas simples. La comodidad de las viejas respuestas es siempre muy atractiva, aunque de nada sirvan cuando han cambiado las preguntas. A Vox no le importan tanto los incendios como la oportunidad de ganar votos con ellos. Para conseguirlo necesitan exprimir al máximo la frustración, la rabia y el odio ajeno. La contradictoria posición del PP, que quiere nadar y guardar la ropa al mismo tiempo, es una autovía para el descrédito político y el crecimiento de la extrema derecha. Así, el PP, sin saber cómo frenar la maquinaria que ayudó a poner en marcha, termina encendiendo más cerillas de inflamación política en una España que ya arde literal y metafóricamente.