La escultura de Richard Serra en Callao que pudo impedir una plaza tomada por campañas publicitarias

La escultura de Richard Serra en Callao que pudo impedir una plaza tomada por campañas publicitarias

En 1981, Tierno Galván llegó a presentar junto al artista la maqueta de una pieza de doce metros de alto y cuatro de ancho para dotar a la plaza madrileña de personalidad y de una razón para detenerse. Cuatro décadas después, el espacio carece de elementos identitarios y es un lugar consagrado al márketing

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“Kioto, Toronto, Ámsterdam o Berlín ya contaban con algunas de sus esculturas ambientales fuera de Estados Unidos. Madrid casi llegaba tarde”. Así concluye Juan Tallón el capítulo de la novela Obra maestra dedicado al encuentro del escultor Richard Serra con Enrique Tierno Galván, añorado alcalde de Madrid. Es julio de 1981 y se disponen a presentar al mundo (esto es, a los periodistas acreditados para la ocasión) la maqueta de una futura pieza de Serra que estudian instalar en plena plaza de Callao.

Les acompaña Enrique Moral, por entonces concejal de Cultura, que ejerce de narrador de este pasaje en el libro de Tallón (donde los hechos históricos se alternan con numerosos desvíos ficticios). Completa la comitiva Carmen Giménez, artífice de la visita de Serra a Madrid y futura primera directora del Museo Reina Sofía. El mismo centro de arte que unos años después acabaría extraviando una escultura de 38 toneladas del artista estadounidense. Fue, en realidad, la segunda desaparición de una obra de Serra en la capital. La primera fue esa obra que se quedó en maqueta. Una creación que pudo cambiar el paisaje, pero también la concepción, de uno de los enclaves más transitados del centro de Madrid.

Su localización se habría producido en la zona de la plaza más próxima a la Gran Vía. De este modo se establecerían varias perspectivas: desde la plaza de España y desde el comienzo de la propia Gran Vía. Una vez ejecutada, la escultura iba a medir doce metros de largo y cuatro de ancho. Su peso no alcanzaba el de aquel extraviado Equal-Parallel/Guernica-Bengasi del Reina Sofía, pero llegaba a unas nada desdeñables 30 toneladas. La idea era que las láminas conformaran dos espacios interiores por las que el viandante (o “espectador”, como figura en Obra maestra) podía transitar como en una especie de laberinto.

Un espacio dotado de formas y luminosidades diversas: una triangular y más oscura frente a otra poliédrica, más luminosa. Da cuenta de su aspecto la maqueta presentada en aquel acto en el Ayuntamiento de Madrid, cuyas cinco planchas de acero pesaban 200 kilos. Tiene 123 centímetros de alto y 61 de ancho. En una subasta de Christie’s en 2013, un comprador pagó más de 4,3 millones de dólares para hacerse con este primer tanteo de la pieza finalmente nunca materializada. Otras de sus creaciones permiten intuir el aspecto que la escultura habría presentado. Quizá la obra de Serra más similar es una que se instaló en Londres un lustro más tarde de aquel encuentro en Madrid, Fulcrum, 1986–87 (a la que pertenece la imagen que encabeza este artículo). La capital británica llegó tarde, pero llegó.


Maqueta de Richard Serra para la futura y nunca ejecutada escultura de Callao.

El crítico de arte Félix Guisasola fue uno de esos expertos a los que el viejo profesor y el Princesa de Asturias de las Artes presentaron el proyecto-maqueta. “Aunque la corporación municipal no tiene claro aún dónde será ubicada esta obra, el artista, de ascendencia española [su padre era mallorquín], ha pensado en Callao como el lugar más adecuado para situar su trabajo, con el que él se vincula a la tierra de su origen. Por otra parte, la iniciativa de colocar esta escultura en una plaza de Madrid refleja la voluntad del Ayuntamiento de modernizar y dar un sentido más pleno a los espacios urbanos de la ciudad sin por ello tener que remodelarlos o destruirlos”, recogía Guisasola el 8 de julio de 1981 en un artículo publicado en El País.

El objetivo era emular las iniciativas de otras grandes ciudades, referencias de una modernidad que aquella corporación municipal perseguía como una de sus puntas de lanza. Enrique Moral, pasado por el filtro de Tallón, lo explica así: “Conocíamos el extraordinario impacto, no exento de polémica, que estaba teniendo Tilted Arc, la enorme escultura de acero de Nueva York [finalmente retirada en 1989], y soñábamos con algo parecido para Madrid. Miles de trabajadores y vecinos, las autoridades federales, los artistas, debatiendo sobre la posición de la escultura en una plaza de Manhattan: nos daba envidia”. En el Madrid de la Movida, pero también el de las grandes luchas barriales y vecinales, la agitación social podía trasladarse al arte y el urbanismo.

Porque más allá del prestigio, la apuesta tenía un componente social, suponía una forma de entender el espacio público. En el libro de Tallón, Moral recuerda la reacción de Serra cuando en su paseo por Madrid junto a Tierno Galván llegaron a Callao: “Sea lo que acabe haciendo, este es el sitio. Es un espacio muy construido, con una gran arquitectura, y en él confluyen varias calles. Sin embargo, la plaza no tiene perspectiva y, lo que es peor aún, está constantemente atravesada por personas, pero el lugar no las retiene. La plaza no mantiene a la gente porque no existe una razón para pararse, detenerse y reflexionar [el desmontaje de su fuente en 2009, como parte de las obras de peatonalización, acrecentó esta sensación]. El centro de la ciudad es un vacío rodeado de atascos constantes. Es una intersección a la que no se puede designar como lugar”.

Una idea de plaza con personalidad, valor estético y un papel social

Guisasola, en su reportaje, insistía en la idea de dotar de identidad al entorno: “La escultura que Richard Serra propone, con sus características de poderosa verticalidad y de ser penetrable, debe procurar a la plaza del Callao una personalidad y un interés de los que hasta ahora, desgraciadamente, no poseía. Los objetivos de Richard Serra parecen claros. Por una parte, dotar de perspectiva a la arteria madrileña y devolver a la plaza unas proporciones acordes con sus edificaciones (si es que alguna vez las tuvo). Por otra, la penetrabilidad de su escultura y los diversos espacios en secuencia conceden importancia estética y social al lugar”.

“Se pretende, pues, que de una forma práctica y real se lleguen a superar las inercias de un urbanismo decorativo y simplón, que llegó a inundar con sus tartas-fuente nuestras plazas y lugares públicos”, apuntaba el crítico de arte. 44 años después, la estampa de Callao no incluye ninguna creación del artista estadounidense… aunque es casi el único elemento que le falta. La plaza es ahora de todo menos simplona, pero acusa la misma falta de personalidad fruto de su entrega al márketing privado.

Los motivos del fracaso del plan no están claros, aunque la creciente controversia del Tilted Arc neoyorkino y las dificultades para cerrar un presupuesto son algunas de las posibles razones de peso. Es un ejemplo más de ese Madrid que pudo ser y no fue, en gran parte debido a la muerte de Tierno Galván en el cargo, allá por febrero de 1986. El inicio de un retroceso de las fuerzas progresistas en la capital que, desde 1989, solo ha contado con la excepción del mandato de Manuela Carmena. Un proceso político paralelo a una mercantalización de la cultura y el espacio público que tienen en la propia plaza un ejemplo paradigmático.


Uno de los muchos elementos promocionales colocados en la plaza de Callao estos últimos años.

Callao se llena cada semana de un cachivache promocional distinto: una enorme tostadora con pan de molde incluido, una criatura de videojuego francamente difícil de describir o un terreno de lucha canaria creado con 24 toneladas de arena del volcán de La Palma cedidas por el Gobierno del archipiélago (guardadas en un almacén de Torrelodones después de que el Ayuntamiento de Madrid comprobase que no era un material apto para su siguiente uso previsto: pistas de vóley).

A la par, se ha convertido en escenario de referencia para decenas de tiktokers y creadores de contenido de todo pelaje, que buscan un viral a base de vídeos preparados con temas polémicos camuflados en una falsa espontaneidad. A Richard Serra, fallecido el año pasado, le quedaría el consuelo de que al menos ya hay algo que retiene a quienes atraviesan la plaza de Callao. Aunque sea a la fuerza y para unos minutos de fama.