No existen los milagros: los incendios y sus soluciones son complejas

No existen los milagros: los incendios y sus soluciones son complejas

No conseguiremos erradicar los incendios, ni debemos pretenderlo, entre otros motivos porque forman parte de nuestro sistema socio-ecológico, pero tenemos que adaptarnos a convivir con su complejidad, minimizando su impacto

Estos días, mientras los bosques quemaban y centenares de familias veían peligrar sus hogares, se ha repetido una vez más una batalla dialéctica entre partidos. Por otro lado, se han recetado variedad de ideas para evitar los incendios: perseguir a los incendiarios, aumentar recursos a la prevención y extinción, gestionar los bosques, repoblar los territorios, generar paisajes en mosaico o luchar contra el cambio climático. Y en la mayoría de los casos, estas recetas se plantean en contraposición de unas frente a otras. Hay quien dice que la mayoría de los incendios son causados por la mano del ser humano y no por el cambio climático. ¿No saben que las causas son múltiples y que sus efectos se multiplican cuando actúan conjuntamente? Los incendiarios no tendrían tanto éxito si no actuaran en medio de olas de calor sin precedentes, inexplicables sin el cambio climático, y sin un territorio lleno de combustible como consecuencia de la disminución de la población en el ámbito rural.

El fenómeno de los incendios forestales no es nada simple. Intervienen múltiples factores físico-químicos (la combustión), ecológicos (la generación de combustible por los vegetales), meteorológicos (temperatura, humedad, viento), socioeconómicos (uso del territorio, aprovechamientos forestales, políticas de gestión forestal y asignación de recursos económicos) y tecnológicos (medios y procedimientos de detección, extinción y seguridad) que interactúan. Por ejemplo, los medios de extinción aéreos no pueden actuar en determinadas condiciones meteorológicas, que a su vez, tienen un funcionamiento complejo.

A esta complejidad hay que añadir que los fuegos sólo son una pieza más de un sistema donde naturaleza y sociedad interactúan. Estos días parece que los bosques sólo son el combustible del que se alimenta la bestia, pero hace unos meses los bosques eran sedientos consumidores de la escasa agua que disponíamos. Y en momentos más apacibles apreciamos la madera o las setas que nos proporcionan, o buscamos su cobijo y silencio para calmar nuestros ánimos atormentados. Así, pretendemos conservarlos a la vez que esperamos que regulen el clima o el ciclo del agua ¡Y que no se quemen! Y para conseguirlo, actuamos sobre ellos. El problema es que no todos los bosques son iguales ni pueden darlo todo a la vez, y que esta gestión forestal puede incluso rebelarse contra nuestras intenciones. Por ejemplo, la extinción de todos los incendios permitiría que el combustible continuara acumulándose, favoreciendo futuros incendios de alta intensidad.

Nuestra relación con los bosques no debe centrarse en los incendios. De hecho, los bosques de todo el mundo se queman de forma natural, y por nuestra parte, hemos utilizado el fuego como herramienta de gestión de bosques, matorrales y pastos desde tiempos remotos, así que no deberíamos aspirar a eliminarlos completamente, sino a controlar sus impactos negativos.

Ante esta complejidad es obvio que las recetas aisladas, sin contexto, no son la solución. Hemos aprendido que enfermedades complejas, como el cáncer, requieren múltiples acciones que incluyen la prevención, el diagnóstico y los tratamientos combinados y específicos, atendiendo a sus contraindicaciones. Por lo tanto, tenemos que ser conscientes de que afrontar la problemática de los incendios necesita un portafolio de actuaciones aplicadas a diferentes escalas temporales (los bosques requieren de decenios para crecer, pero los incendios se producen en minutos y pueden quemar durante semanas) y que consideren el contexto territorial específico, la distribución de población y el mosaico del combustible, que a su vez refleja un legado sociocultural y ecológico propio.

Los políticos que toman decisiones deben ser conscientes de esta complejidad y obrar en consecuencia, por ejemplo, evitando posicionamientos maniqueos y trabajando a largo plazo. Pero la opinión pública, que gusta de la simplicidad y de la confrontación de puntos de vista, también debe asumir que la solución es compleja y las recetas son múltiples, y tiene que favorecer la búsqueda de consensos y la colaboración. No es cierto cuando se dice que conocemos la solución y sólo hay que aplicarla, entre otros motivos por que obvia la complejidad del sistema, acrecentada por la propia sociedad humana. Si fuera tan sencillo implementarla, ya lo habríamos hecho. Disponemos de conocimientos, herramientas y voluntad. No conseguiremos erradicar los incendios, ni debemos pretenderlo, entre otros motivos porque forman parte de nuestro sistema socio-ecológico, pero tenemos que adaptarnos a convivir con su complejidad, minimizando su impacto.