Bisnietos de Ulises

Bisnietos de Ulises

Todos los tiempos tienen la pretensión narcisista de haber inventado grandes maravillas, y algunas veces es cierto y otras no. No es cierta, por ejemplo, la idea que tienen algunos modernillos de que la narración por entregas es un invento de las series televisivas y las plataformas tipo Netflix

Al término de la guerra de Troya, en la que su astucia ha sido decisiva para la victoria de los aqueos, Ulises emprende el viaje de regreso a su Ítaca natal, donde le esperan su esposa Penélope y su hijo Telémaco. Pero, maldecido por Poseidón, Ulises —llamado Odiseo en griego— tendrá que superar múltiples desdichas, afrontar cuantiosos retos y vivir grandes aventuras, por lo que tardará diez años en volver a pisar el suelo de Ítaca. Tal es, como ustedes saben, el argumento de la Odisea, una historia tres veces milenaria que, según informaba ayer Javier Zurro en este diario, sigue fascinando al público de nuestro tiempo.

Atribuimos la Odisea a un rapsoda ciego al que llamamos Homero, aunque, en realidad, no sabemos si existió de veras o si sintetizamos en su figura a toda una corriente de poetas ambulantes de la antigua Griega. Lo que sí sabemos es que la Odisea es un larguísimo viaje por el Mediterráneo, un mar que los fenicios y los griegos recorrieron en sus barcos hasta las Columnas de Hércules y más allá. Los pueblos mediterráneos siguen recordándolo: el pasado julio estuve en el estrecho de Messina —que separa Sicilia de la península itálica— y muchos locales me aseguraron que ese era el territorio de los monstruos Escila y Caribdis del relato homérico. Lo decían con satisfacción.

Todos los tiempos tienen la pretensión narcisista de haber inventado grandes maravillas, y algunas veces es cierto y otras no. No es cierta, por ejemplo, la idea que tienen algunos modernillos de que la narración por entregas es un invento de las series televisivas y las plataformas tipo Netflix. La narración por entregas —serializada diríamos hoy— es casi tan vieja como la humanidad. El Homero de la Ilíada y la Odisea, o el conjunto de rapsodas que resumimos en ese nombre, iba de pueblo en pueblo contando estas historias y practicando ya todos los trucos del género, incluido el de interrumpir el relato en el momento más emocionante, anunciar que continuaría al día siguiente y solicitando unas monedas para comer.

En la Edad Media hicieron lo mismo los juglares, que recorrían aldeas y castillos asombrando a sus oyentes con las maravillosas historias del rey Arturo y sus caballeros de la Mesa Redonda o, en tierras ibéricas, del Mío Cid. El siglo XIX inventó el folletón, la novela por entregas publicada en diarios y revistas en papel y practicada por Balzac, Dumas, Victor Hugo, Tolstói y tantos otros. Y, el siglo XX, las series radiofónicas (en mi infancia destacaban las radionovelas de Guillermo Sautier Casaseca) y los culebrones televisivos. Cambian los odres, pero el vino es el mismo, ya lo ven.

Lo importante no es el formato (oral, impreso, audiovisual o digital); lo importante son las historias. El ser humano tiene una insaciable necesidad de ellas, como sabemos los que tenemos hijos y hemos tenido que contárselas antes de que se durmieran. Historias sobre lo que les ocurre a otros humanos, algunas basadas en la mismísima realidad, otras fantasiosas, pero tan bien narradas que parecen verosímiles.

No sé si la Inteligencia Artificial llegará a hacerlo tan bien como lo hizo Homero. El aeda griego situó las desventuras de Ulises en el mar, un escenario insuperable para contar el miedo, el peligro y la valentía al que han recurrido, desde entonces, autores tan inmensos como el Robert Louis Stevenson de La Isla del Tesoro o el Herman Melville de Moby Dick. Y Homero contó lo que tiene que contar una buena historia: la heroicidad de un individuo que no tiene detrás los inmensos poderes de un Estado para afrontar una situación excepcional. Para superarla tan solo en base a su valor y su talento.

En base a su astuta inteligencia, Ulises logra escapar de todas las trampas a las que le va empujando el dios Poseidón, encolerizado porque el navegante ha cegado a uno de sus hijos, el atroz Polifemo. Todos sus compañeros van pereciendo en una u otra peripecia, pero él logra regresar a su tierra, donde le espera una última aventura: el combate contra los pretendientes de su esposa Penélope.

Implícita o explícitamente, cientos de narradores han recreado la historia de la Odisea. Ahora vuelven a hacerlo los cineastas Uberto Pasolini y Christopher Nolan, con Ralph Fiennes y Matt Damon en el papel de Ulises. Pero tengo para mí que el mejor homenaje a las aventuras de Ulises lo hizo Kavafis, un poeta griego nacido en la cosmopolita Alejandría de 1863.

Kavafis glosó con excelencia el relato homérico e impartió una deliciosa lección de filosofía cuando escribió: “Cuando emprendas tu viaje a Ítaca pide que el camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias. No temas a los lestrigones ni a los cíclopes ni al colérico Poseidón. (…) Ten siempre a Ítaca en tu mente. Llegar allí es tu destino. Mas no apresures nunca el viaje. Mejor que dure muchos años y atracar, viejo ya, en la isla, enriquecido de cuanto ganaste en el camino sin aguardar a que Ítaca te enriquezca. Ítaca te brindó tan hermoso viaje. Sin ella no habrías emprendido el camino”.