
El fin de la ‘monocultura’: ¿lo tienen más difícil los músicos de ahora para llegar al nivel de éxito de los de antes?
La enorme cantidad de plataformas compitiendo por acaparar la atención de los consumidores está dejando a la industria del entretenimiento con menos productos capaces de lograr la omnipresencia
Conciertos de altas expectativas y entradas cada vez más caras: ¿te debe tu artista favorito las canciones que quieres?
Piensa en la canción del verano. Esa melodía que se apodera de las radios, protagoniza los días de playa y se canta en cualquier coche. Ese tema que, durante unos meses, parece pertenecer a todo el mundo. Estando ya a finales de agosto, mirar atrás para rememorar lo que han supuesto estas últimas semanas debería traer consigo, irremediablemente, esa canción imposible de sacar de la cabeza. Sin embargo, en un momento dominado por las playlists personalizadas y las redes sociales, la canción del verano en la que puedes estar pensando ya no es la misma que la de los demás. El motivo es la pérdida de la ‘monocultura’, un término usado para describir aquellos productos omnipresentes de la industria del entretenimiento.
Con una enorme cantidad de plataformas de streaming y aplicaciones compitiendo por acaparar la atención de la gente, el sentimiento de universalidad está desapareciendo para siempre. Cada plataforma empuja su propio catálogo y sus algoritmos muestran a cada persona cosas distintas, de modo que lo que es masivo para unos pasa desapercibido para otros. Esto, que abre espacio a más voces, borra los referentes comunes que antes unían a generaciones y lugares. A diferencia de hace más de diez años, cuando la cultura pop estaba dictada por quién aparecía en la televisión, quién sonaba en la radio, de quién se hablaba en las noticias y quién aparecía en las revistas, ahora es más fácil elegir a quién escuchar o sobre quién saber más.
Cuando Adele publicó su álbum 25 en 2015, vendió 3,38 millones de copias en Estados Unidos en su primera semana, una cifra jamás alcanzada desde que la empresa Luminate empezara a contabilizar las ventas de música en 1991. El disco es uno de los últimos ejemplos monoculturales de la industria musical. En un sector cada vez más fragmentado, se pensaba imposible que alguien pudiera replicar dicho fenómeno, pese a que Billboard implementara en 2014 un nuevo sistema de medición de ventas que incluyera las reproducciones como “álbumes equivalentes” para reflejar el consumo de streaming. Y es que, desde la hazaña de Adele, solo Taylor Swift ha superado el millón de discos vendidos en la semana de lanzamiento, habiéndolo hecho hasta en cuatro ocasiones.
Sabrina Carpenter y Taylor Swift, en la gira ‘The Eras Tour’
Taylor Swift es la única artista nacida después de 1975 que figura entre los diez artistas más consumidos de todos los tiempos, según hizo constar Billboard en un ránking publicado en 2019. Su dominio, que bien puede servir como inspiración para las futuras generaciones, también deja patente la dificultad de lograr dicha omnipresencia en un mundo cada vez más digitalizado y personalizado para cada oyente. Sus compañeras, como Beyoncé, Lady Gaga o Katy Perry, también han conseguido estar en todos lados durante su estrellato la década pasada. Sin embargo, la nueva generación de artistas de la escena pop, como Billie Eilish, Olivia Rodrigo, Sabrina Carpenter, Gracie Abrams o Chappell Roan, han alcanzado la fama en un panorama muy distinto.
Estas estrellas son tan importantes dentro del grupo demográfico de oyentes de música pop como lo fue la generación anterior, pero su presencia es mucho más reducida y hace que su camino hacia una carrera sostenible como artistas siga siendo un reto. Así lo explica a elDiario.es la escritora de música y cine Jett Tattersall, que analiza la cultura en la revista especializada Women In Pop: “A la industria le encanta el mito del éxito repentino, pero rara vez es la realidad. No hay nada fácil en conseguir que tus canciones se escuchen en el caos de Spotify, TikTok, YouTube y SoundCloud. Todos tienen una canción, un estilo, una voz. Y, aunque eso es maravilloso, también significa que constantemente te olvidan para pasar a lo siguiente”.
Adjudicarse el éxito mainstream siempre ha sido difícil, y continúa siéndolo, pero la diferencia ahora es la forma para llegar a este. “Taylor Swift, al igual que su heroína Beyoncé, es una fuerza de determinación y talento. Madonna fue la reina de la generación MTV, con Janet Jackson como su princesa, y sus reinados se consolidaron gracias a una verdadera monocultura, una época con menos medios de comunicación, menos artistas de competencia y un canal cultural compartido de pósteres a tamaño real, ventas de discos y programas”, destaca Tattersall. Pero, aunque el fin de la monocultura hace más difícil dominar la conversación, ahora el éxito es distinto y sigue siendo alcanzable. “Se trata de conectar profundamente con alguien en lugar de complacer a todo el mundo”, comenta la experta.
Esta diferencia a la hora de lograr el éxito también la subraya Nora Princiotti, autora y presentadora del pódcast de música pop Every Single Album for the Ringer. La escritora, que acaba de publicar su obra Hit Girls, un repaso a cómo las divas pop irrumpieron en la industria musical en la década de los 2000 y alteraron el panorama cultural para siempre, alega que “la falta de monocultura permite que cantantes de nicho tengan carreras sanas y estables fuera de la corriente principal”. Hoy en día puede ser más satisfactorio ser Charli XCX, por ejemplo, y compaginar ser una estrella del pop indie underground con alguien que ocasionalmente tiene grandes éxitos. “Pero es más difícil convertirse en una Beyoncé o una Taylor Swift”, apunta.
La era de los algoritmos ha fragmentado la cultura pop, poniendo fin a la dominación de un solo género musical y permitiendo que las subculturas prosperen de forma global. Pese a que géneros como el hyperpop o el grime solían ser de nicho, ahora pueden conectar con audiencias de todo el planeta al instante, creando comunidades de fans dedicadas que no necesitan la aprobación de las grandes masas para tener un impacto real en la industria musical. “Puede que no sea monocultura, pero sigue siendo impacto”, afirma Jett Tattersall. No obstante, los algoritmos provocan que dependan de la viralidad, y el gran defecto de ello es lo esporádica y aleatoria que puede ser, así como su corta duración.
Asimismo, la gente que sigue la cultura es muy consciente de la historia de leyendas como Britney Spears, Madonna o Lady Gaga, quienes se han visto sometidas a un escrutinio misógino durante su apogeo, por lo que la generación actual se beneficia de que existe una parte de la población que no quiere dar pasos atrás. Pero ser consciente de esa historia hace que la reinvención sea más difícil porque, como dice Nora Princiotti a este periódico, “todo el mundo conoce las referencias”, y, al ser la capacidad de atención más corta, los artistas se ven incentivados a reinventarse cada vez más rápido. “Somos un poco más indulgentes con los artistas, especialmente en los medios de comunicación, pero les exigimos más en cuanto a creatividad”, indica.
Olivia Rodrigo, actuando en el Mad Cool 2025
La versatilidad y la reinvención constante han ayudado a las mujeres a tener éxito, sobre todo en épocas de evolución en la industria. Ese fue, de hecho, uno de los motivos por lo que Nora Princiotti escribió Hit Girls, analizando los primeros años del siglo. “Cuando se cuestiona el statu quo, son las personas que no siempre se han beneficiado de ese statu quo las que suelen adaptarse mejor a las nuevas reglas. Así que, en una década en la que los fundamentos financieros de la música pop cambiaron drásticamente, las mujeres tuvieron éxito, en parte, porque estaban mejor preparadas para adaptarse a los cambios”, asegura la autora. Por su parte, Jett Tattersall denuncia que aún en 2025 se siga “valorando más la ‘follabilidad’ de una mujer que su inteligencia o su talento artístico”.
Antiguamente, la aspiración de un artista se resumía en crear una demo en cedés y enviarlo a sellos discográficos y managers, esperando a que alguien le diera una oportunidad. Hoy en día, los cantantes suben su música a plataformas y redes sociales, compitiendo en un mar de contenido que, si bien ofrece visibilidad, también hace que sea mucho más difícil destacar y ser escuchado. “La cuarta ola del feminismo y las redes sociales han cambiado el panorama. Los artistas nuevos se dirigen directamente a sus fans, dejándonos entrar. Vemos sus bloqueos, los fallos de vestuario, los bajones de salud mental… todo el desastre que hay detrás de un lanzamiento. Y, de alguna manera, esa imperfección hace que el resultado parezca aún más perfecto”, enfatiza Tattersall.
En un momento en el que la monocultura está dejando de ser una realidad, el fenómeno de la gira The Eras Tour, que llegó a ser omnipresente durante sus dos años de duración y paralizó España con sus dos conciertos, se convierte en una proeza posiblemente irrepetible. A excepción del lanzamiento de The Life of a Showgirl en octubre, el nuevo trabajo de Swift, pocas giras o álbumes volverán a unir tanto a la gente hasta el punto de llegar a ser todo un evento. Pero este cambio en el mundo del entretenimiento no solo se palpa en el sector musical. En la televisión, el medio The Ringer elogió la serie Juego de Tronos como “la última pieza de monocultura televisiva” y Vulture la calificó como “el último programa que veremos juntos”. En el cine, el más reciente ejemplo es el caso Barbenheimer, que revivió las salas como hacía tiempo que una película no conseguía.
Al llegar a la cima al final de una era en la que la televisión, la radio y la prensa escrita todavía daban forma a la música, Taylor Swift y Beyoncé han logrado un reconocimiento casi universal. Una saturación cultural que hoy es muy difícil de replicar. “Aun así, su éxito duradero es una prueba de su talento, no de su oportunidad”, enfatiza Tattersall, que tacha de “reduccionista” atribuir su legado a la época que les ha tocado vivir. Aunque es imposible saber si Olivia Rodrigo o Billie Eilish habrán alcanzado ese estatus dentro de veinte años, la fragmentación que ha experimentado la monocultura les hará más difícil atraer a varias generaciones al mismo tiempo. Sin embargo, como apunta la experta, el triunfo tampoco se mide igual: “El éxito ahora significa serlo todo para las personas que te encuentran. Es un tipo de legado diferente y, tal vez, a pesar del caos, puede que sea más duradero”.