«Es imposible llegar a todo»: cómo se ha atrofiado nuestra capacidad de disfrutar sin grandes planes

«Es imposible llegar a todo»: cómo se ha atrofiado nuestra capacidad de disfrutar sin grandes planes

En una sociedad que premia la novedad y la exposición constante, el ocio deja de ser disfrute para convertirse en una forma más de validación. Si no estás haciendo algo interesante, da la sensación de que te estás quedando atrás

Entrevista – Juan Evaristo, filósofo: “La libertad tiene que ver con descansar a pierna suelta y no con moverse como pollos sin cabeza”

El verano es sinónimo de luz, calor y (para algunas personas) más tiempo libre. Con él llegan también las ganas o la presión por aprovecharlo, de hacer planes, de no quedarse quieto. Lo que antes dependía de recomendaciones de amigos, publicidad o pura improvisación, ahora está al alcance de un clic en redes sociales: “Los 10 mejores planes este mes de julio en Barcelona”, “Planazos gratis anticalor en Madrid”, “5 planes para hacer este verano con amigas”…

Los y las creadoras de contenido de viajes y experiencias llegan a esta época con los perfiles cargados de ideas para sus seguidores. Desde cafeterías hasta piscinas naturales, pasando por museos o escapadas rurales, todo es susceptible de ser recomendado.

Esta exposición constante a nuevas experiencias diarias, siempre más visuales y espectaculares que las anteriores, puede alterar nuestra relación con el ocio, empujándonos a desear vivencias que quizás no habríamos considerado de no haberlas visto en redes. Este tipo de contenido puede abrirnos la puerta a actividades que no habríamos descubierto de otro modo y a ayudarnos a salir de la rutina. Pero, al mismo tiempo, también puede despertar una sensación de estar desaprovechando el tiempo si no acudimos al último evento, no hemos probado ese buffet viral o no estamos yendo a un concierto un martes.

De vivirlo a compartirlo: el ocio en tiempos de redes

Lo que antes entendíamos como ocio —un momento de desconexión, improvisación o simple descanso— ha empezado a parecerse más a una agenda que hay que llenar. Las redes no solo amplían las opciones, también instauran un ritmo y una estética: el ocio debe ser compartible, visualmente atractivo y, a ser posible, distinto cada vez.

Cristina Granados, periodista y creadora de contenido sevillana, recuerda cómo “antes planteabas ir a comer, tomar unas tapas o ir al cine, pero la llegada de las redes sociales ha abierto un abanico de opciones que no sabías que existían, o incluso se han creado nuevas experiencias. Ahora hay talleres de pendientes, tardes para pintar cuadros mientras se bebe vino, lanzamiento de hachas…”.

Nerea Rodríguez (@ohlileven), con más de 350 mil seguidores en Instagram y TikTok, tiene claro que las redes sociales están cambiando nuestra forma de entender el tiempo libre. Aunque Rodríguez ha conseguido convertir sus hobbies —viajar y proponer planes— en su trabajo, reconoce la presión constante por mostrar una vida activa. “A veces me siento mal por quedarme en casa o tomarme una cerveza en el bar de abajo sin grabarlo” mientras que otras personas comparten sus planes; “es muy fácil compararte con perfiles que están constantemente yendo a eventos y haciendo de todo”.

Por su parte, Granados está de acuerdo en que esta presión no es solo para los usuarios de redes, sino también para los creadores. “Hay semanas en las que no he publicado y pienso: ‘No puedo estar sin enseñar nada, tengo que sacar cosas diferentes o ver qué ha llegado nuevo a Sevilla’. Es una autoexigencia que nos ponemos, y esta dinámica al final se contagia”.

La exposición constante a ‘planes perfectos, viajes espectaculares o momentos de felicidad extrema’ que vemos en redes sociales, puede tener un impacto significativo en nuestra salud mental, ya que se activa el mecanismo de la comparación social

Laura Gómez Mirón
Psicóloga

“La exposición constante a ‘planes perfectos, viajes espectaculares o momentos de felicidad extrema’ que vemos en redes sociales, puede tener un impacto significativo en nuestra salud mental, ya que se activa el mecanismo de la comparación social”, explica a este diario la psicóloga Laura Gómez Mirón. Esta comparación no es algo nuevo —en los años 50 ya se hablaba de una Teoría de la Comparación Social—, pero en el contexto de las redes ésta se hace con “versiones altamente filtradas y editadas de la vida de los demás”. Algo que, según Gómez Mirón, puede activar emociones como frustración, envidia o tristeza, y reforzar creencias disfuncionales del tipo: “Yo debería estar viviendo algo parecido” o “mi vida es menos valiosa si no es así”.

Las redes muestran casi siempre los mejores momentos: viajes alrededor del mundo, celebraciones por todo lo alto… Lo cotidiano queda fuera, y lo que vemos una y otra vez son vidas que parecen estar siempre en movimiento, siempre aprovechando el tiempo en las últimas experiencias virales. Para Manuel Cassinello Marco, psiquiatra y psicólogo en la clínica homónima, las redes sociales promueven un modelo de validación centrado en la visibilidad, lo inmediato y lo llamativo. Esto, dice, termina reforzando una idea distorsionada del valor personal, en la que lo que cuenta no es tanto lo que vivimos o sentimos, sino lo que puede compartirse. La hiperactividad, la espontaneidad y lo excepcional se convierten en sinónimos de valor personal. En ese imaginario, quien no está generando planes constantes parece estar “desaprovechando la vida”.

El FOMO y la trampa del plan perfecto

A esa exposición constante a planes, logros y experiencias aparentemente perfectas se le suma otra capa: el FOMO (Fear Of Missing Out) o miedo a estar perdiéndose algo. En redes sociales el ocio se presenta como una forma de validación social: salir, viajar, hacer planes originales o estar constantemente activo se asocia al éxito o la felicidad. Esto crea un estándar implícito de lo que “deberíamos” estar haciendo con nuestro tiempo libre. Esa sensación de no estar a la altura de lo que se proyecta como “vida ideal” puede generar culpa, ansiedad o agotamiento.

Cassinello Marco advierte del peligro de interiorizar que el éxito vital consiste en emular lo que vemos en redes —olvidando que lo que se nos muestra son instantes cuidadosamente seleccionados o incluso “fabricados”—, ya que podemos llegar a un punto en el que el tiempo libre pierda sentido si no se traduce en experiencias altamente estimulantes o compartibles. “El ocio se transforma en una nueva forma de rendimiento social, donde hay que disfrutar, demostrarlo y hacerlo de forma constante”.

Las redes sociales han cambiado 100% nuestro tiempo libre, cómo vivimos el ocio y cómo invertimos nuestro tiempo

Nerea Rodríguez
Valencia planea

Los propios creadores de contenido son conscientes de esta dinámica. Desde Valencia planea, una plataforma dedicada a las recomendaciones de ocio en esta ciudad, confiesan: “Parece que si no estás viajando, comiendo algo increíble o yendo a un sitio ‘wow’, no estás aprovechando la vida”. Nerea Rodríguez está de acuerdo: “Las redes sociales han cambiado 100% nuestro tiempo libre, cómo vivimos el ocio y cómo invertimos nuestro tiempo (…) En demasiadas ocasiones lo malgastamos viendo lo que hacen otros”. Denuncia cómo estamos más pendientes de las experiencias de los demás (comparándonos y deseando ser partícipes de ellas) que de disfrutar nuestros propios planes.

Como explica Gómez Mirón, dado que las redes sociales favorecen lo espectacular, lo inmediato y lo visual, se refuerza la creencia de que lo cotidiano, lo simple o incluso el descanso sin planes no tiene valor. Esto hace que en el Centro de Psicología Laura Gómez Mirón vean, según cuenta la psicóloga, cómo muchas personas empiezan a decir “sí” a planes que no desean, o se sienten incómodas si no tienen nada que contar o compartir.

Sobrecarga de estímulos

Cuando estamos expuestos de forma constante a estímulos llamativos, vidas aceleradas y planes que parecen no parar, se puede ver modificada la forma en la que percibimos y valoramos nuestro propio tiempo libre. Especialmente en momentos de vulnerabilidad emocional o baja autoestima, este tipo de contenido puede actuar como un detonante. “Esta dinámica puede activar sentimientos de exclusión, soledad y autoexigencia, generando una sensación constante de que nuestra vida es insuficiente o poco significativa”, explica Cassinello Marco.

Y señala que esto puede tener un impacto real sobre nuestro sistema de recompensa: “El ocio deja de ser disfrute y se convierte en una exigencia más”. La psicóloga Gómez Mirón advierte sobre cómolo cotidiano deja de resultarnos atractivo porque nos hemos habituado a un nivel constante de novedad, intensidad y exposición que difícilmente se encuentra en la vida real. Al tener el sistema nervioso constantemente expuesto a estímulos rápidos, variados y visualmente impactantes —como los que vemos en redes sociales—, actividades sencillas como leer, cocinar o simplemente estar en silencio pueden parecer planas o incluso incómodas”.

“Lo mejor nunca se sube”

La sociedad actual a menudo asocia el valor personal con la productividad, un pensamiento que también afecta a nuestra manera de percibir el tiempo libre. Ahora “descansamos para rendir más”, “nos tomamos una pausa para recargar”, o buscamos que el ocio sea útil, compartible o visualmente atractivo. Por ello, psicólogas como Gómez Mirón reivindican desvincular el descanso y la productividad, recuperando el aburrimiento y los planes más pausados. Cassinello Marco considera fundamental “revalorizar lo no visible: aquellas actividades que nos reconectan con nuestro cuerpo, nuestras relaciones significativas y nuestros intereses profundos, aunque no sean compartidos. Preguntarnos si lo que hacemos lo elegimos desde el deseo o desde la presión social es una clave terapéutica de gran valor”.

Como dice Bad Bunny: “Lo mejor nunca se sube”. La frase, sacada de su canción Me fui de vacaciones, sugiere que los mejores momentos no siempre son los que se publican, sino los que se viven. Una afirmación que, curiosamente, ha terminado convertida en una tendencia bajo la que se suben vídeos que normalmente no se publicarían, pero que terminan viendo la luz por lo graciosos o absurdos.

Algunos perfiles en redes sociales ya buscan alejarse de la viralidad para apostar por planes más sencillos y alejados del consumo. En Valencia Planea, por ejemplo, promueven la idea de “reconectar con lo cotidiano”, recordando que muchas veces las mejores tardes no cuestan nada: un paseo, un mercado o una ruta tranquila.

Aunque muchas de estas cuentas terminan sugiriendo planes de pago, otras ponen en valor planes gratuitos disponibles que suelen pasar desapercibidos. Exposiciones gratuitas, jardines públicos, clubs de deporte, conciertos al aire libre o actividades culturales son solo algunos ejemplos de iniciativas que invitan a disfrutar sin gastar. Recuperar este ocio accesible y cercano es para estas comunidades digitales una forma de contrarrestar la lógica consumista que domina las redes sociales.