
Soñando Alto, la escuela con raíces sevillanas que siembra «el cambio» en una comunidad rural de Angola
La ONGD Mundo Orenda ha pasado de dar clases a 15 niños bajo un árbol a levantar un centro de alfabetización con 200 alumnos, que aspira a ser «epicentro del cambio» de un barrio marcado por la pobreza
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En verano, mientras la mayoría de los profesores descansan tras el curso escolar, otros preparan las maletas para dedicar sus vacaciones a compartir sus conocimientos. Lo hacen de la mano de la ONG para el desarrollo Mundo Orenda, en el kilómetro 44 de Catete (Angola), en una comunidad rural marcada por la pobreza, el hambre y la falta de escolarización. Allí, desde hace dos años, un equipo pedagógico formado por tres docentes sevillanos –Bernard Bossous, José Luis Pérez y Leonor Romero– se une a docentes locales para sembrar lo que Rebeca Herrera, la directora de la organización, llama “la semilla del cambio”.
Todo empezó en 2022, bajo la sombra generosa de un árbol de mango, en el patio polvoriento de una casa del barrio. Allí Ngunza, profesor en la vecina aldea de Camizungo, comenzó a dar clases por las tardes a los pequeños que estaban sin escolarizar: unos porque sus padres no podían pagar la “propina” que exige la escuela pública y otros porque carecían de los documentos necesarios para poderse matricular.
Cuando Mundo Orenda conoció esta iniciativa, decidió apoyarla “para que los niños no estuvieran en la calle”, como recuerda ahora Rebeca desde Alcalá de Guadaíra. Lo primero fue comprar una pizarra. Después llegó la certeza de que “en el momento en que se le daban los recursos, el proyecto cada vez crecía más”. Y así, en ese rincón olvidado del mundo, germinó la semilla de lo que hoy es la escuela de alfabetización Soñando Alto, que atiende a unos 200 alumnos de entre 5 y 19 años.
A la izquierda, la pizarra con la que empezó el germen de la escuela. A la derecha, la directora de Mundo Orenda, Rebeca Herrera, explicando a los niños el proyecto en el que aspiraban a convertirse
El proyecto echó raíces cuando Bernard Bossous, maestro de Educación Primaria en Sevilla y hoy director pedagógico de la escuela, visitó la zona como colaborador de Mundo Orenda. Al ver a los pequeños en el patio de Ngunza sedientos de conocimiento, le dijo a la directora de la ONGD: “Tenemos que montar una escuela”. Y a partir de ahí, la organización que dirige Rebeca alquiló un modesto local en el km 44 desde donde, más allá de enseñar lengua y matemáticas, animan a los jóvenes a “soñar alto”.
La nueva escuela como “epicentro del cambio”
Estos tres años “han sido una lucha enorme para que el proyecto no muriese”. Pero la confianza de Rebeca, el empuje de Bernard, el apoyo de los socios de Mundo Orenda y el compromiso de los docentes que se fueron sumando por el camino han ido regando el proyecto de la escuela, hasta lograr que siguiera creciendo y apostando alto. Hoy son seis profesores locales los que atienden a más de 200 alumnos en turnos de dos horas, y el siguiente objetivo es ampliar la jornada a cinco horas.
El equipo pedagógico de Mundo Orenda, junto a docentes locales y voluntarios, durante el campus educativo organizado este verano
Para conseguirlo, necesitan un espacio “digno”. El local alquilado en el que trabajan ahora solo cuenta con una clase y carece de ventilación y de baños. Ese es precisamente el gran reto de este próximo curso: construir un centro de alfabetización propio con cuatro aulas. Tras adquirir un terreno a escasos metros de la escuela actual, la construcción arrancará en septiembre con la meta de tener terminada una primera clase y el baño para diciembre. “Esa será la primera piedra porque, a raíz de la segunda, podremos aumentar el número de horas por niños y trabajar con una organización material y didáctica mucho más sólida”, explica el coordinador pedagógico.
Pero más allá de ofrecer un salto en la calidad de la enseñanza, la nueva escuela de Mundo Orenda está concebida como “epicentro del cambio de toda la comunidad”. “La escuela no va a ser solo una escuela”, asegura Bernard, antes de compartir el propósito de su equipo: “Queremos que sea un punto neurálgico para el desarrollo comunitario, un lugar que genere puestos de trabajo para los padres y madres, y que mantenga a los niños dentro del sistema educativo”.
Por eso, el futuro centro incluirá un comedor escolar que garantice al menos una comida equilibrada al día —punto clave en un entorno marcado por la desnutrición—, una cantina donde poder comprar alimentos y bebidas, así como imprimir o hacer fotocopias, además de ofrecer clases por las tardes de inglés y español. Un espacio, en definitiva, que “sirva de impulso” e invite a “soñar un poco más alto”, como resume la directora de Mundo Orenda.
Durante el viaje de este verano, Rebeca junto al equipo que forman José Luis, Leo y Bernard (por este orden en la imagen) han ultimado los trámites para empezar a construir el nuevo centro en septiembre
Una metodología diferente
A la espera de que comience la construcción del nuevo centro, el equipo pedagógico se ha dedicado este verano a evaluar al alumnado y, sobre todo, a formar a los docentes que trabajan sobre el terreno el resto del año. Ese es uno de los grandes empeños de Bernard, José Luis y Leo: enfocarse en los profesores locales como “motor del cambio”. Así, a través de ellos, pretenden establecer “un puente” entre el enfoque pedagógico europeo –que concibe al alumno como sujeto activo– y el que está implantado en Angola –basado en la obediencia, en el copiado y en evitar el castigo–.
Como explica el coordinador pedagógico, no se trata de “imponer nuestro enfoque”, sino de “alimentar puntos flacos de la cultura de Angola que son muy necesarios para el desarrollo de la comunidad”. Se refiere, por ejemplo, a la puntualidad: “Hay niños que caminan dos horas de ida y otras dos de vuelta para recibir solo dos horas de clase, y el profesor llega una hora tarde”. De ahí que Bernard insista en inculcarles la idea de que “el alumno tiene que estar en el centro” de su labor como docentes.
Al final de curso, el equipo pedagógico se reúne con los docentes locales para hacer balance
La clave está en transmitir a los profesores los beneficios de una metodología alternativa a la que se enseña en la escuela pública de Angola, y que cuenta con evidencias de que funciona: “El enfoque bidireccional convierte al alumno en el punto de partida hacia el cambio de la comunidad para fomentar el pensamiento crítico, el emprendimiento y, sobre todo, la independencia económica profesional”, argumenta este experto en psicopedagogía. De modo que en los docentes empieza el “cambio de mentalidad” que necesitan los niños “para que sean mucho más proactivos y no estén esculpidos ni entrenados solo para obedecer, sino que sean capaces de generar oportunidades ellos mismos”.
Alumnos de la escuela de alfabetización Soñando Alto jugando en la arena
Aunque admiten que aún queda mucho trabajo por hacer, el balance de estos tres años resulta esperanzador: desde que arrancó la formación docente en diciembre de 2023 con Bernard, el 50 % del alumnado ha aprendido a leer y escribir. Con la incorporación de Leo y José Luis, el equipo pedagógico de Mundo Orenda se ha podido marcar un horizonte más ambicioso: consolidar una metodología que, además de lengua y matemáticas, fomente el pensamiento crítico e integre valores de forma transveral.
Además de lengua y matemáticas, aprenden valores como el cuidado medio ambiente o el emprendimiento
El lugar donde brotan los sueños
Ese intercambio de ida y vuelta al que hace alusión el enfoque bidireccional de la escuela también tiene que ver con que los alumnos no son los únicos que aprenden y se transforman en el centro Soñando Alto. “Allí soy más yo que nunca”, reconoce Bernard Bossous, para quien la educación es su pasión y la escolinha, “un sueño”. “El hecho de que esos niños sean la máxima expresión de la humanidad, te invita a que tú seas tu versión más auténtica, y eso lo he visto con todos los profesores que han pasado por allí: se han transformado”, cuenta.
José Luis durante su primera experiencia en la escuela el verano de 2024
Es el caso de José Luis y Leo, que han vuelto este año –ya como parte del equipo– tras una primera experiencia como voluntarios el verano pasado. A ojos del director pedagógico de la escuela, la razón por la que un proyecto así engancha a los docentes de vocación es que “allí generamos, construimos y soñamos sin limitaciones de ninguna institución, y lo hacemos basándonos en lo que sabemos que de verdad funciona, no en lo que nos obligan a que cumplamos”. Ese contexto invita a “ejercer desde la fe ciega y el conocimiento de lo que funciona” y contribuye a que “cada docente que va allí se sienta vivo y liberado”.
De hecho, en la escuela de Mundo Orenda cobra aún más sentido el lema que inspira a Bernard en su labor pedagógica: “El buen profesor es aquel que hace todo lo que un profesor no debe hacer y allí tienes que hacer todo lo que un profesor no haría en España”. Se refiere, por ejemplo, a comprar el desayuno con dinero de su bolsillo porque los niños vienen sin comer, a comprarles agua o medicinas, a realizar tutorías visitando directamente a las familias en sus casas…
Bernard, Rebeca y José Luis, durante una de las tutorías con los padres en casa de una alumna
Mantener viva la magia que brota de esta escuela depende de las cuotas de los socios de Mundo Orenda, de una pequeña ayuda de la Embajada española en Angola y de donaciones de particulares. “Los proyectos nacen, se construyen con recursos, pero luego hay que mantenerlos en el tiempo”, recuerda la directora de la ONGD sevillana. “Queremos mantenernos como escuela privada para conservar la independencia y eso exige recursos constantes”, reivindica Rebeca Herrera, quien agradece con el corazón la colaboración de los socios, pues es “la base que nos permite sufragar todos los gastos estructurales del proyecto: salarios, materiales, uniformes, luz, agua…”. Y gracias a ellos, los niños del kilómetro 44 pueden seguir apuntando alto, como las ramas de aquel árbol que un día les dio sombra para empezar a creer en los sueños.