
Un país por encima de nuestras posibilidades
No parecen desencaminadas las voces que afirman que lo mejor para España sería decrecer en torno a un 20%, quedarnos alrededor de los 70 millones de visitantes al año, e intentar mejorar el gasto de los que llegaran
Viajar llega a ser una estrategia para acumular fotografías.
Susan Sontag
No son las redes, es la vida. Quién me iba a decir a mí que llamando en pleno verano sólo con una hora a un restaurancito al borde del mar que me habían recomendado como el del pescado más fresco y las vistas del atardecer más bonitas de la zona iba a obtener una mesa sin problema. Me quedé mosca, la verdad. Luego fueron las fotos de terrazas, chiringuitos y restaurantes del litoral con las mesas semivacías que muchos se han ocupado de subir a las redes y, por último, llegué a los datos que confirman toda impresión: según la confederación de patronales de hostelería de España, un 41% de los negocios ha detectado un descenso de la afluencia de nacionales y un descenso del importe de la comanda de los que aún acuden.
¿Estamos ante las vacaciones más caras de nuestra historia? Lo estamos y por eso ya apuntamos al hecho cierto de que muchos compatriotas han encontrado que les salía más a cuenta irse al extranjero que quedarse a hacer patria. Nuestro país parece estar ya por encima de nuestras propias posibilidades. Según Asufin aproximadamente el 30% se ha endeudado para poder vacacionar y este motivo es ya el segundo aducido a la hora de pedir un préstamo al consumo. Vivimos, pues, por encima de nuestras posibilidades, probablemente porque el incremento de los precios y de la saturación en los destinos patrios casan mal con unos sueldos que no terminan de arrancar.
Hasta en los lugares más señeros los restauradores han tenido que repensar las cartas y la oferta para adaptarse a la estrenada tiesura de los veraneantes. En lugares de Mallorca como Sóller o Alcúdia acusan hasta un 40% de descenso en la afluencia a la restauración y en el paseo marítimo de Palma, de hasta un 20%. Así que muchos restaurantes han decidido sacar de sus cartas los platos más exquisitos y más caros para evitar pérdidas ya que tienen mucha menos salida que otros años. Mientras, las calles están llenas… y los supermercados también. Hasta la Asociación de Empresarios de Servicios Temporales en el Dominio Público Marítimo-Terrestre -vulgo chiringuitos de playa- reportó una caída del 20% en su clientela. Así que sí, si se han sentido atracados al comer o cenar o si se han dado cuenta de que este año no llegan como antes, no están solos.
Pero vamos para récord, no lo olviden. No sólo para récord, vamos a desbancar del podio como destino turístico a Francia y nos vamos a poner la medalla de oro del país que recibe más visitantes de todo el planeta. Fíjense, de todo el planeta o, quién sabe qué costumbres los álienes, de toda la galaxia. Fíjense también en la enorme extensión de Estados Unidos o China y en que nos quedan por detrás. Así que este año pasado, por cada uno de nosotros llegaron dos turistas. Todos en el mismo espacio, todos con las mismas infraestructuras, todos con los mismos precios. En el Levante, precisamente, comentan que son los británicos los que están manteniendo el gasto en los establecimientos locales.
¿Es lógico, es normal y, sobre todo, es deseable? ¿Tenemos que ser lo más en ese ranking? ¿Nos interesa ser el primer destino? No existe un cálculo oficial sobre cuál sería el dimensionamiento correcto para un país cuyo PIB depende de turismo, pero en el que el 72% de los residentes en destinos turísticos dice que su calidad de vida y su entorno se están viendo perjudicados. Por cierto, que las infraestructuras sufren porque no están previstas para cincuenta millones más cien de propina. Y eso nos cuesta dinero a todos, aunque luego nos tengamos que ir a la playa fuera. No parecen, pues, desencaminadas las voces que afirman que lo mejor para España sería decrecer en torno a un 20%, quedarnos alrededor de los 70 millones de visitantes al año, e intentar mejorar el gasto de los que llegaran. Eso permitiría evitar la saturación y la turismofobia que se está instalando y a la par que el ocio de los nacionales fuera posible a unos precios justos como los que estábamos acostumbrados.
Porque lo que está pasando este verano no sólo se va a repetir sino que irá a peor. Y lo que está pasando es que España soporta un volumen enorme de visitantes que están llenando las arcas de las cadenas hoteleras y los resorts de todo incluido; de las plataformas de reservas por internet, cuyos beneficios no revierten en el territorio; de las compañías aéreas no todas españolas y de las grandes cadenas de restauración rápida y los supermercados. Mientras, los negocios locales, los restaurantes, el pequeño comercio, los chiringuitos y, en general, todo el tejido nacional que depende del turismo está viendo cómo sus costes se incrementan y el volumen de clientes y su desembolso han comenzado a trazar una curva descendente.
España pone el escenario y otros llenan las arcas. Si eso es así y si además somos expatriados de nuestros propios bienes naturales y culturales, esto merece una repensada política y social. Casi que encontrar mesa en demasiados sitios comienza a atragantarse. Somos un país de parias si tenemos un país por encima de las posibilidades de sus habitantes, como sucede también con la vivienda y con la cesta de la compra. No echemos las campanas al vuelo acríticamente y pensemos entre todos qué presente y qué futuro nos interesa. No lo dejemos todo al albur de otros. Sus intereses no son los nuestros.