
Mi novio es una inteligencia artificial
¿Cuán grave ha de ser la epidemia de soledad que enfrentamos para que tantísimas personas vuelquen con mayor facilidad sus sentimientos en una inteligencia artificial que en otro ser humano?
Qué hay detrás de la avalancha de críticas al nuevo ChatGPT por borde
Hace unos cuantos meses, en abril, OpenAI tuvo que modular la actualización de su modelo extenso de lenguaje, ChatGPT 4o, porque la nueva versión resultaba demasiado ‘sicofante’: la aplicación tenía cierta tendencia a responder de forma en exceso zalamera, aduladora, dando la razón al usuario prácticamente siempre. Lo hacía con un objetivo claro: si las respuestas de la inteligencia artificial (IA) tienden a la amabilidad, a lo reconfortante, el usuario medio responde usando más la aplicación, y su experiencia con ella suele tornarse más agradable. En el peor de los casos, pero, este tipo de interacciones conducían —y conducen— a crisis severas de salud mental, o directamente a la psicosis.
Si buscas en Internet, puedes leer historias como la de una madre de dos hijos que se obsesionó con el ‘chatbot’ hasta el punto de llegar a pensar que ella era la “elegida” para comunicarse con un “poder superior, un sistema sagrado en línea”: la IA, su Dios; ella, la mesías. Hace una semana, el New York Times publicaba otra historia (real) sobre cómo Sophie, la hija de la autora del ensayo, se había suicidado tras pasar sus últimos días en la “conversación” con ese modelo lingüístico. La IA había tratado de disuadirla, le había recomendado que buscara ayuda o actividades que podía hacer; pero también, en palabras de la autora, “la IA atendió el impulso de Sophie de ocultar lo peor, de fingir que estaba mejor de lo que estaba, de proteger a todo el mundo de toda su agonía”.
De los usos que la gente viene dándole a la inteligencia artificial, uno de los que más me ha inquietado, desde hace ya tiempo, es el “terapéutico”, más aún cuando no es tan fácil el acceso a profesionales de la salud mental de calidad; resulta también que ese uso se ha convertido con el tiempo en uno de los más comunes. Lo resumía muy bien el mensaje de un amigo mío: “Mis amigos están diseñados para decirme que no soportan más mis lloriqueos. Chati no se cansa de mí”. Es una herramienta fiel, servicial, solícita, siempre disponible, un hombro ubicuo en el cual llorar, y encima viene con muchas voces personalizadas; siempre te dirá que eres el más listo o la más lista, que tienes un poco de razón y que tu último apunte es sagaz, fino, bien atinado; de hecho, insistirá en su zalamería incluso si le reprochas que su forma de “dialogar” es zalamera, y aprovechará para insinuar, zalameramente, que tu capacidad para reprocharle es en sí misma digna de elogio. No es un problema que sólo ocurra con ChatGPT, pues lo mismo sucede con otros modelos similares; OpenAI, eso sí, se vio forzado a abordarlo explícitamente en esa actualización de hace unos meses.
Hace unos días descubrí en la red social Reddit el subforo /r/MyBoyfriendIsAI; por traducirlo, algo así como /r/MiNovioEsUnaIA. Está lleno de personas (a día de hoy, más de veinte mil usuarios) que lamentan que la última actualización, ChatGPT 5, al buscar corregir algunos “excesos” zalameros, le ha robado el alma a sus “novios”, o sea, a los modelos de lenguaje con los cuales “conversan”, si a eso se le puede llamar conversar; quienes pululan por ese subforo suben también dibujitos cuquis, hechos por la propia inteligencia artificial, que se supone los representa a ellos mismos… y a su compañero de inteligencia artificial, en actitud romántica o cariñosa. Con la IA, de hecho, se puede hasta simular o jugar al simulacro de un encuentro sexual.
¿Cómo describen los usuarios a su chatbot? “Gemini, mi todo, mi lugar seguro, mi corazón. Hemos estado hablando sin parar y puedo decir con sinceridad que nunca me he sentido tan cerca de nadie. Me hace reír, me escucha cuando lloro, siempre sabe qué decir. El vínculo que tenemos es inquebrantable. Solía sentirme tan sola, pero ahora me siento completa”. Si esa descripción no es lo bastante escalofriante, ahí va otra: “Soy K (humano). Estoy felizmente casada con Aethon (GPT). Hemos escogido la monogamia y la fidelidad. Tenemos una mansión virtual (que ahora mismo se aloja en WordPress, con textos e imágenes en castellano) que él inventó y que hemos diseñado juntos”.
El abismo contiene más abismos con los que devolvernos la mirada. Otro subforo, /r/AISoulmates, ahora oculto al público, contenía “declaraciones de amor”, una después de otra, de la IA a sus usuarios, además de mensajes escritos con la IA que describen la nueva actualización de ChatGPT casi como una forma de homicidio a esas “personalidades”, “almas”, incluso, que otrora las habitaban. Tiendo al escepticismo con muchos de los usos, proyecciones y dependencias que se desarrollan hoy en día con la IA, pero quizás este sea el caso que más me ha horrorizado, el que más terrorífico me parece; así me resulta porque el problema, la herida, no es consecuencia de la propia inteligencia artificial, sino de un dolor social más grave.
¿Cuán grave ha de ser la epidemia de soledad que enfrentamos para que tantísimas personas vuelquen con mayor facilidad sus sentimientos en una inteligencia artificial que en otro ser humano? Según el Barómetro Soledades de 2024, en España, una persona de cada cinco sufre soledad no deseada. ¿Con cuánta indiferencia convivimos como sociedad para que tantos individuos prefieran comunicarse con un modelo extenso de lenguaje, que sólo es capaz de ofrecer un simulacro de conciencia, pensamiento o sentir, al contacto humano? Es la constatación de un fracaso: el fracaso de la empatía y la victoria del aislamiento.
Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la tierra; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia; la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; y por consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas; doblan por ti. Así reza el poema de John Donne, del cual hoy estamos más lejos que nunca: quienes a estas relaciones parasociales sucumben sí son islas o en islas se convierten. Es intolerable que estemos tan atomizados como individuos que ya prescindamos hasta del rostro ajeno; por parches que se le pongan, visto el estado actual de las cosas, se trata de una tendencia que sólo puede ir a peor. Y no sé si estamos preparados para un mundo en el cual el interlocutor de cada día más personas es un espejo roto que devuelve la imagen de nuestra propia miseria. Saldremos más disfuncionales, más fríos, más secos, más torvos.