El hallazgo de una talla de sílex de 1,2 millones de años refuerza el peso de Orce en el pasado de Europa occidental

El hallazgo de una talla de sílex de 1,2 millones de años refuerza el peso de Orce en el pasado de Europa occidental

Los yacimientos arqueológicos situados en el corazón del altiplano granadino siguen relevando ecos de un pasado que nos explican cómo se vivía en la prehistoria y qué aprendizajes podemos obtener para nuestro mundo actual, sobre todo en el plano climático

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Una lasca de sílex, que es una suerte de cuchillo tallado en piedra, de apenas cinco centímetros y de hace 1,2 millones de años, ha devuelto la mirada de la comunidad científica sobre Orce, el conjunto de yacimientos con presencia humana más antiguos de Europa occidental, situado al norte de la provincia de Granada. La pieza, encontrada Mayra Guajaro, estudiante de Antropología Social y Cultural de la Universidad de Granada, que participa como voluntaria en las excavaciones de Fuente Nueva 3, refuerza la evidencia de que hubo personas conviviendo en este, permitiendo entender más sobre de qué forma lo hacían.

“Es cuestión de suerte que yo estuviera justo en esa cuadrícula, pero también del trabajo colectivo de muchas personas que llevan años aquí y de quienes nos enseñan a buscar”, dice Guajaro. No en vano, Fuente Nueva 3 forma parte del proyecto Orce junto a Barranco León y Venta Micena. Los tres están situados en el altiplano granadino, un territorio que hoy apenas muestra espartales y pinos de repoblación, pero que hace más de un millón de años era un espacio con clima mediterráneo menos seco que el actual, con inviernos más suaves y veranos de menor contraste térmico. Allí, en Venta Micena hace más de 40 años, se encontraron los restos del bautizado como Hombre de Orce. El responsable del hallazgo fue el paleontólogo José Gisbert, que defendió contra buena parte de la opinión científica que aquel descubrimiento fósil era de origen humano y no animal y que tenía una antigüedad superior a los 1,3 millones de años.

Hoy, el entorno que rodea a los diferentes yacimientos de Orce poco tiene que ver con lo que era en la prehistoria. De hecho, se asume que la presencia humana de aquel tiempo sería imposible ahora por la escasez de recursos que sufrirían por ser una tierra yerma en muchos sentidos y presentar un clima especialmente árido. “Entonces este lugar era un auténtico vergel, con manantiales que creaban humedales y garantizaban el agua y la biodiversidad”, explica Juan Manuel Jiménez, responsable de los trabajos arqueológicos y profesor de Prehistoria y Arqueología en la Universidad de Granada.

Las excavaciones, que en esta nueva fase se han desarrollado durante el mes de julio, demuestran que ese ecosistema acogía especies que recuerdan a los grandes parques africanos actuales, aunque no compartían el mismo origen. En Orce convivían mamuts de hasta 14 toneladas, hipopótamos, rinocerontes, dos especies distintas de caballos, ciervos, seis tipos de bóvidos, hienas, tigres dientes de sable y licaones. “Aquí los humanos encontraron un hábitat excepcional. Ahora el territorio no tendría suficiente productividad como para que pudieran sobrevivir. Estamos aquí porque sobreexplotamos el medio, pero eso no es sostenible”, señala Jiménez.

El hallazgo de Mayra, sumado a otros restos en la misma zona, refuerza la idea de un poblamiento más continuado en Fuente Nueva 3 de lo que se creía. “Está apareciendo una cantidad brutal de material, lo que nos obliga a replantear el grado de ocupación humana en este yacimiento”, añade el investigador. Fuente Nueva 3 se sitúa en 1,2 millones de años; Barranco León, donde apareció un diente de leche humano, alcanza 1,4 millones y Venta Micena llega a 1,6, aunque allí el clima era bastante más hostil para la presencia humana, pese al hallazgo de los restos del hombre de Orce.


Los estudiantes universitarios son parte esencial de la búsqueda de restos fósiles

Décadas de investigación

Los trabajos del equipo de la Universidad de Granada en Orce comenzaron en 2017, aunque la zona es conocida desde los años 70 por su potencial. “Trabajamos en yacimientos que ya sabemos que son caballos ganadores, pero apenas hemos abierto pequeñas ventanas. No sabemos qué puede aparecer 100 metros más allá”, dice Jiménez. En estos días, el grupo extrae sedimentos para analizar microfauna y restos vegetales que permitan reconstruir el clima y el paisaje, un punto clave para entender por qué nuestros antepasados eligieron este lugar.

Las herramientas halladas en Orce también ofrecen información sobre el comportamiento humano. “Aquí encontramos conjuntos líticos -herramientas hechas con piedra- muy amplios, con una diversidad que no tenemos en otros sitios de Europa occidental. Nuestros antepasados tallaban buscando formas concretas, como los esferoides, piedras moldeadas hasta casi esferas, probablemente para machacar o fracturar huesos. Eso demuestra planificación, tareas complejas, no golpes al azar”, detalla Jiménez.

En Barranco León, por ejemplo, abundan los restos procesados por humanos junto a marcas de pequeños lobos, lo que apunta a una convivencia sin grandes conflictos con las hienas, que eran más agresivas. En Fuente Nueva 3, sobre un mamut casi completo, hay marcas de tigres dientes de sable y también cortes hechos por humanos. “Eso indica que aprovecharon el mismo cadáver en distintos momentos. Competían, sí, pero no necesariamente de forma directa. Con un animal de 4.000 kilos sobraba para muchos”.

Los investigadores trabajan con tiempos que poco tienen que ver con la escala humana. Cada datación, cada análisis de sedimentos o de marcas microscópicas en huesos puede tardar años. Y cuando nuevos hallazgos en otros puntos del planeta adelantan cronologías, como ocurrió en China con un yacimiento de 2,1 millones de años, toca reinterpretar el papel que juega Orce en la historia del poblamiento fuera de África. “La ciencia es lenta y hay veces que un solo dato obliga a reordenar el mapa completo, pero Orce sigue siendo esencial para entender cómo vivieron los primeros europeos y cómo fueron capaces de adaptarse a un entorno tan diferente al africano”, apunta Jiménez.

A pie de yacimiento, sin embargo, la ciencia se mezcla con la curiosidad humana más sencilla. Estudiantes, técnicos y voluntarios que pasan días analizando sedimentos bajo el sol buscan el mismo sueño: el roce de la espátula contra algo que no es simple tierra. “Aquí no hay destino, ni para animales ni para humanos de hace un millón y medio de años”, reflexiona Jiménez. “Se movían siguiendo el clima, el agua y los recursos. Y eso nos deja una lección que quizá estemos tardando demasiado en comprender: la vida depende siempre de que el medio pueda sostenerla”.

El estudio de Orce también ofrece un recordatorio sobre el presente. “Antes, si el clima se volvía hostil, nuestros antepasados se marchaban. Nosotros seguimos aquí a costa de sobreexplotar acuíferos y suelos y eso no es una solución, sino un problema grave para el futuro”, advierte el investigador. “Cuando esquilmas un acuífero no solo agotas el agua, sino que puedes alterar la estabilidad del terreno. Y en zonas tan áridas como esta, el impacto es mucho mayor”.

Mientras tanto, en Orce siguen retirando tierra con pinceles y cubos, esperando la próxima sorpresa. “Quiero encontrar más restos humanos. Una mandíbula, un cráneo… algo que vuelva a poner Orce en el centro. Porque aquí todavía quedan muchas historias que descubrir” confiesa Jiménez, que tiene claro que lo que la tierra nos devuelve es material esencial para poder entender y tratar mejor al mundo actual que nos rodea porque las huellas del pasado siempre hablan.