
Mark Zuckerberg, de niño prodigio a tiburón tecnológico bajo sospecha
No terminó la carrera, pero fue en Harvard donde nació Facebook. Tras comprar Instagram y WhatsApp, el CEO “emperador de Meta” cumplió con el kit de la élite tecnológica: evasión de impuestos, artes marciales, reivindicación de la “cultura masculina”, renuncia a los verificadores, terrateniente en Hawái y asistente, previo pago de un millón de dólares, a la investidura de Donald Trump
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Nadie habría creído que Mark Zuckerberg, un niño prodigio neoyorquino de 40 años, acabaría analizando a usuarios de todo el mundo como quien observa a pequeñas criaturas fáciles de manipular. Su ascenso meteórico tras abandonar Harvard le llevó a explorar lo que realmente le interesaba: el uso de internet con el objetivo de “conectar a la gente de todo el planeta”. Aunque eso lo llevara por caminos inexplorados.
Una de las habilidades de Zuckerberg es la programación. Fue un gran defensor de principios como “la información debe ser libre”, aunque no siempre lo puso en práctica. También es fiel seguidor del “es mejor pedir perdón que pedir permiso”, como demostró en repetidas ocasiones cuando le amonestaron por saltarse las políticas de privacidad y no respetar la propiedad intelectual en Harvard. Además, que lo pillaran violando medidas de seguridad informática tampoco ayudó mucho, todo sea dicho.
La carrera a la fama de Zuckerberg comenzó en 2003 cuando desarrolló y lanzó Facemash.com. Era una especie de Hot or Not (Caliente o no) en el que los estudiantes de Harvard podían “votar” de 1 a 10 el atractivo de dos compañeras de clase al azar que aparecían en pantalla, cuyas fotos habían sido obtenidas sin permiso.
Facemash.com ya apuntaba maneras. En muchos casos similares, que pasaron a mayores y acabaron en los tribunales, acciones como esas quedaban sin castigo o Mark Zuckerberg llegaba a acuerdos antes de los juicios. Recientemente se ha hablado mucho de los 25 millones de dólares que acordó pagar a Trump tras cerrarle sus cuentas por el asalto al Capitolio.
En compañía de otros
La Universidad de Harvard clausuró Facemash.com, pero en ese momento Zuckerberg comenzó a fraguar la idea de TheFacebook, una web social más ambiciosa en la que no trabajó solo. Como el proyecto necesitaba recursos y él todavía vivía en una habitación compartida de estudiante, contactó con los hermanos Winklevoss (Cameron y Tyler) y con Divya Narendra, con quienes habló de crear HarvardConnection.com y de donde surgieron más ideas.
El objetivo era el mismo: “Conectar a gente de la universidad”. La cosa acabaría mal, cuando pillaron a Zuckerberg en otro de sus crackeos para arrancar el proyecto con datos robados. Finalmente, Zuckerberg consiguió la financiación para TheFacebook con la ayuda de otros estudiantes, como Saverin, McCollum, Moskovitz y Hughes.
Inicialmente TheFacebook solo era accesible para universitarios de Boston y luego se extendió a todo el país. Con muchos de sus socios acabó tarifando: su conversión al “lado oscuro” se había completado. En la actualidad, 3.000 millones de personas usan Facebook cada mes en todo el planeta. Son unos 4.000 millones si se suman las plataformas adicionales. Objetivo conseguido.
Mark Zuckerberg.
Fama y fortuna
Pero el camino a la dominancia mundial no fue sencillo. Facebook quitó el “The” de su nombre y se constituyó como empresa en 2004. En 2005 se trasladaba a Palo Alto (California) gracias a las primeras inversiones millonarias. Fue en 2006 cuando se abrió al público general o, más exactamente, a los mayores de 13 años, ya en todo el mundo. Microsoft adquiriría entonces el 1,6% a una valoración de 15.000 millones de dólares. Zuckerberg ya era millonario.
En 2010, con solo 26 años, Zuckerberg ya era el milmillonario más joven del mundo y el auténtico soberano de la compañía. Puede que esto tenga que agradecérselo a otro multimillonario, Peter Thiel, que le acompañó en sus inicios comprando un 10% de Facebook por 500.000 dólares. Thiel vendería a partir de la salida a bolsa en 2012, pero también actuó de mentor y asesoró al joven Zuck para “no vender nunca”. A día de hoy, debido a cómo están estructuradas las acciones, Zuckerberg mantiene más del 55% del poder de voto poseyendo solo el 14% de las acciones.
Después se sucederían las adquisiciones: Instagram (2012), WhatsApp (2014) y Oculus VR (2014)… Todas pasaron a quedar bajo el paraguas de la nueva denominación, Meta Platforms, en 2021, coincidiendo con la presentación de su metaverso, por el que apostó fuerte.
Zuckerberg ha pasado de ser un chaval apocado con sudadera de Harvard a completar el “kit de las aficiones de los poderosos milmillonarios” hoy en día. Esto tan extrañamente común entre las élites tecnológicas incluye evadir los impuestos de sus empresas en paraísos fiscales, montar una fundación, aficionarse a las artes marciales mixtas (MMA) y comprarse una gran extensión de terreno en una isla (en su caso en Maui, Hawái).
Incluso hay una película sobre él: la oscarizada ‘La red social’ (2011), de David Fincher, basada en ‘The Accidental Billionaires’, de Ben Mezrich. Dicen que solo la mitad de la película refleja fielmente la realidad y que el resto es licencia cinematográfica, como el libro. No le dejan muy bien, especialmente por su deslealtad con los socios con los que colaboró en los inicios.
Segmentación y datos, el secreto del éxito
Facebook basó su negocio originalmente en la segmentación publicitaria, algo por lo que los anunciantes pagaban mucho más de lo habitual. Tan fina era esta segmentación poblacional que las campañas podían “acertar” con grupos de personas de características sumamente específicas, la mayoría de las veces sin que ellas fueran conscientes de que su privacidad estaba siendo violada. Es algo que supieron aprovechar empresas y organizaciones sin muchos escrúpulos para fines comerciales, ideológicos y políticos.
Uno de los escándalos más conocidos tuvo como protagonista a Cambridge Analytica, empresa de consultoría política especializada en procesos electorales. Como colaboradora de Facebook pudo acceder subrepticiamente a entre 30 y 87 millones de perfiles de la red social, un dato que varía según las fuentes. Su objetivo era investigar las audiencias y cambiar su comportamiento mediante psicología del comportamiento, entre otras técnicas. Algo potencialmente viable cuando se cuenta con suficientes datos sobre demografía, gustos, relaciones interpersonales, fotos, vídeos, chats… Para recabar los datos utilizaron un juego aparentemente inocente de tipo encuesta (quiz) que aprovechaba un agujero de seguridad y daba acceso a los datos de los “amigos de los amigos” de Facebook.
Los medios explicaron que con todo esto se planeó una estrategia para hacer posible la victoria de Donald Trump en 2016. Todo era cuestión de afinar los mensajes en condados clave para ganar estados decisivos. No está del todo claro si el resultado fue cuestión de pura suerte, pero sacó a la luz lo vulnerables que son los datos personales y cómo peligran cuando los centraliza una empresa.
Aunque las acusaciones recayeron sobre Cambridge Analytica, Facebook estaba implicada, pero no compareció ante las autoridades de Reino Unido. Sí tuvo que hacerlo, sin embargo, ante el Senado de los Estados Unidos, junto con otras grandes compañías. Las respuestas de un Zuckerberg CEO con icónico aspecto de robot de rostro inmutable consistieron en echar balones fuera y pagar la multa de 5.000 millones de dólares que les impusieron, no solo por esto sino por otras violaciones de privacidad.
Hay quien cree que esos mismos datos se usaron a partir de 2016 en la campaña pro-Brexit en el Reino Unido a petición del Partido de la Independencia del Reino Unido, pero puede que todo quedara en conversaciones y planes preliminares. Los expertos aseguran, de todos modos, que en aquel referéndum tuvieron un protagonismo considerable los bots que publicaban en Twitter, Facebook y otras redes sociales tanto desinformación como consignas a favor del Brexit que muy probablemente influyeron en el resultado.
Facebook no ha sido la única plataforma propiedad de Zuckerberg que ha sido blanco de las críticas. A WhatsApp se le ha señalado por no frenar la difusión de desinformación y de mensajes de odio, capaces de circular a toda velocidad, como habrá podido comprobar cualquiera que esté en un grupo o en alguna de sus comunidades.
A Instagram, por ejemplo, se le ha reprochado la promoción de estándares de belleza poco realistas, especialmente entre las mujeres jóvenes. Esto ha hecho que incluso los expertos en salud mental hayan solicitado que se tomen medidas al respecto. También se le acusa de fomentar la viralización de “retos peligrosos” entre los más jóvenes. Y es que no todo son inocentes bailes y vídeos de perretes; también hay suicidios, cosificación y abuso sexual.
En Meta todo está sometido a la manipulación algorítmica, y esos algoritmos han sido creados por los estrategas e ingenieros supervisados por, quién si no, Mark Zuckerberg. Un senador le dijo en la comisión que investigaba a las tecnológicas: “Usted y otras empresas, aunque no sea su intención, tienen las manos manchadas de sangre”.
Mientras tanto, Zuckerberg ha intentado lavar su imagen mediante la filantropía y Meta ha puesto sus esperanzas en las tecnologías del futuro. Una de ellas es el metaverso, una especie de mundo virtual como el Oasis de la película ‘Ready Player One’, de Spielberg. Se presentó en 2021 y fue tomado un poco a risa, con sus avatares sin piernas y movimientos toscos, pero puede ser cuestión de tiempo que mejore gracias a la tecnología de Oculus VR, también de la compañía.
La apuesta más reciente de Meta es la inteligencia artificial, algo que Zuckerberg considera “una carrera de fondo”. En este sentido han desarrollado y entrenado LLaMA, un modelo de lenguaje (LLM) similar a ChatGPT, además de otros chatbots y asistentes. Meta AI tiene como objetivo la investigación abierta en el campo de la inteligencia artificial. Publica sus modelos como código abierto, aunque algunos incluyen limitaciones para que solo se puedan usar en el ámbito de la investigación y no comercialmente.
La “trumpización”
En enero de 2025 el apocado Zuckerberg sorprendió quitándose la máscara para mostrar a un ambicioso “tiburón tecnológico” capaz de traicionar sus principios y cambiar no solo de ideas, sino incluso de aspecto, simbólicos cadena de oro y reloj de 900.000 dólares incluidos. Poco antes del nombramiento como presidente de Donald Trump, publicó un vídeo explicando que tanto Instagram como Facebook eliminarían a los verificadores de datos (fact-checkers).
Además, rindió pleitesía a Trump tomando posiciones y afirmando que en la Unión Europea no se puede trabajar porque “ponen multas a las tecnológicas” con leyes estrictas que afectan a las compañías americanas. Lo cierto es que acumula multas de 800 millones de dólares por anticompetencia y 1.200 por violaciones de privacidad, seguridad y mal uso de algoritmos. También propugnó durante una entrevista en un pódcast, la vuelta de lo que llama “energía masculina”, sea lo que sea eso, dado que añora el Facebook de sus primeros tiempos. Hoy su audiencia está envejecida y para nada es la cultura “bro” que le gustaría. Este cambio en sus valores le aseguró la presencia en el acto de toma de poder presidencial, para el cual donó un millón de dólares, como otros líderes tecnológicos.
¿Verificar? ¡Para qué!
El destierro drástico de los verificadores en favor de las llamadas “Notas de la comunidad” recuerda a lo que hizo X/Twitter tras ser adquirida por Musk. Su idea es reemplazar esa verificación humana por una “supervisión entre usuarios” y mediante IA, porque los verificadores, según el CEO de Meta, no siempre son objetivos, están sesgados y censuran ciertos temas. Quienes no querían más algoritmo, ahora tendrán dos tazas.
De momento esto solo se circunscribe a Estados Unidos. En España esta verificación no ha afectado a ninguna de las empresas con las que colabora Meta (Agencia EFE, Newtral y Maldita.es) que continúan con su trabajo en Europa. En Maldita.es consideran falsas y graves las acusaciones de Zuckerberg; la Confederación Europea de Sindicatos ha dicho que es “particularmente preocupante”. Y en la Red Europea de Normas de Verificación de Datos (EFCSN) recuerdan que la verificación de hechos no es censura, sino que añade información a los debates públicos, es eficaz para contrarrestar la información errónea y que es Meta quien decide qué hacer con el contenido verificado.
¿Qué puede suponer esta estrategia para el futuro? El hecho de que algoritmos y usuarios sean los que decidan si algo es verdadero o falso, delictivo o no, discurso de odio o no y, por tanto, merecedor de ser eliminado por el bien de la comunidad es cuestionable, cuando menos. Seguramente ahorre gastos, personal y agilice los procesos, pero… ¿A qué precio? De momento, aunque Zuckerberg se queje de que “todo lo que dice en las reuniones acaba filtrándose”, se ha filtrado que los despidos en Meta han comenzado y que se confía mucho en la IA para reemplazar perfiles técnicos. Además, los programas DEI (diversidad, equidad e inclusión) han sido los primeros afectados.
En manos de Mark Zuckerberg, CEO y emperador de Meta, queda el control algorítmico en detrimento de la verificación humana, algo que podría influir en el debate público sobre muchos temas, incluyendo la política. Esto puede llevar a la propagación sin control de mensajes populistas y al aumento de la desinformación. Zuckerberg parece haber sufrido una suerte de trumpización en su forma de actuar que afectará desde las redes sociales a la política global y a la vida de la gente. Quizá el hecho de que naciera en 1984, como la novela distópica del mismo título, fuese una señal de aviso.