Un megaestudio muestra que los trastornos digestivos multiplican el riesgo de sufrir alzhéimer y párkinson

Un megaestudio muestra que los trastornos digestivos multiplican el riesgo de sufrir alzhéimer y párkinson

El mayor análisis hasta la fecha, con los datos de 500.000 pacientes durante 15 años, revela que tener diabetes o sufrir trastornos digestivos como colitis, gastritis y esofagitis se asocia a una mayor incidencia de estas dos enfermedades neurodegenerativas

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Que las afecciones intestinales pueden influir en la salud cerebral es una vieja sospecha que va ganando peso. La última gran aportación es un megaestudio poblacional, con 15 años de datos clínicos y genómicos de alrededor de medio millón de pacientes, que muestra un vínculo claro: las personas diagnosticadas con enfermedades intestinales presentan una mayor probabilidad de desarrollar alzhéimer y párkinson, que en algunos casos llega a ser el doble que en el resto de la población.

El trabajo, publicado este miércoles en la revista Science Advances, muestra que las personas con colitis no infecciosa, gastritis y esofagitis tienen un mayor riesgo de desarrollar estas dos enfermedades neurodegenerativas. Los autores utilizaron inicialmente datos del Biobanco del Reino Unido (UK Biobank) y después los compararon con los del banco de datos SAIL (de Escocia) y el proyecto FinnGen (de Finlandia) para ver si se replicaban los resultados.

Para ello, pusieron el foco en 155 trastornos nutricionales, metabólicos, digestivos y endocrinos y compararon los riesgos de las personas diagnosticadas con estas enfermedades digestivas con los del conjunto de medio millón de personas.

Duplicar el riesgo

“Es el mayor estudio del eje intestino-cerebro a nivel poblacional realizado hasta la fecha para analizar su impacto en enfermedades neurodegenerativas”, asegura la investigadora española Sara Bandres Ciga, que ha liderado el estudio. “El valor que obtenemos es el hazard ratio (HR), que indica el riesgo relativo de que ocurra un evento (alzhéimer o párkinson) entre dos grupos durante un período de tiempo”, explica a elDiario.es. “Un HR de 2.5 significa que el grupo en estudio tiene 2,5 veces más riesgo de que ocurra el evento comparado con el grupo de referencia”.

Los valores que obtuvieron son ligeramente diferentes para alzhéimer y párkinson, y el aumento de riesgo es mucho más claro en el primer caso. La condición que duplica el riesgo en ambos casos es la diabetes, y en alzhéimer los siguientes factores de riesgo son las infecciones y los trastornos intestinales funcionales.

Las personas con trastornos digestivos funcionales (que incluyen el síndrome del intestino irritable, el estreñimiento funcional crónico o la diarrea funcional crónica) tienen de media 2,7 veces más probabilidades de sufrir alzhéimer, seguidos de quienes han sufrido infecciones intestinales bacterianas (1,8 más riesgo) y colitis o gastroenteritis que han requerido atención médica (1,75). Para el párkinson, los trastornos que implican mayor riesgo después de la diabetes son la dispepsia funcional (2,38 más de riesgo medio) y las enfermedades diverticulares (2,03).

La conexión intestino-cerebro

“Nuestros hallazgos confirman que el intestino y el cerebro están más conectados de lo que pensábamos”, afirma Brandés Ciga, que es directora del grupo de neurogenética en el Centre for Alzheimer’s and Related Dementia’s’ (CARD) del NIH. “Trastornos digestivos pueden anticipar un mayor riesgo para el desarrollo de alzhéimer y de párkinson años antes del diagnóstico de estas enfermedades neurodegenerativas”.

La investigadora recuerda que hasta hace poco se ha estudiado el cerebro de manera aislada, pero estos resultados ayudan a entenderlo como un sistema complejo, en el que el sistema nervioso entérico, que está en el intestino, juega un papel. “Estamos conectados y nuestra salud es un todo”, recalca. “Este cambio de perspectiva es esencial para diseñar nuevas estrategias de prevención y de tratamiento. Y creo que el mensaje es claro: cuidar el intestino es una forma de cuidar tu cerebro”.

Este cambio de perspectiva es esencial para diseñar nuevas estrategias. Creo que el mensaje es claro: cuidar el intestino es una forma de cuidar tu cerebro

Sara Brandés Ciga
Líderl del estudio y directora del grupo de neurogenética en el Centre for Alzheimer’s and Related Dementia’s’ del NIH

Los investigadores también han creado un modelo predictivo multimodal, integrando datos genéticos y de proteómica, además de las variables poblacionales y los datos clínicos. Para ello evaluaron 1.463 biomarcadores proteómicos de 52.000 personas. “Con la inclusión de múltiples características, nuestro modelo mostró un desempeño un 15% superior al predecir alzhéimer y párkinson en comparación con modelos previamente reportados basados en una sola variable”, explica Bandres Ciga.

Esta capacidad para predecir mucho mejor puede tener una implicación clínica, para tomar decisiones sobre actuaciones de salud, diseñar terapias y quizá en última instancia para informar a los pacientes de su mayor predisponibilidad. La cuestión es: ¿debería informarse a alguien de que puede sufrir alzhéimer o párkinson sin que haya una terapia clara disponible? “Al menos sabes que tienes una predisposición y que te tienes que cuidar”, responde la autora principal del estudio. “No deja de ser lo que pasa cuando te dicen que tienes el colesterol alto y que te puede dar un infarto”.

Más allá de la genética

Cristian Díaz Muñoz, investigador del Gastrointestinal Genetics Lab, en el CIC bioGUNE, cree que este trabajo da un giro interesante al eje tradicional al explorar cómo los trastornos intestinales (y otras condiciones, como la diabetes) pueden advertirnos sobre la aparición de enfermedades neurodegenerativas como el alzhéimer y el párkinson en edades más avanzadas.

Individuos con baja predisposición genética pueden tener un alto riesgo de sufrir estas enfermedades si previamente han tenido afecciones intestinales como gastritis, esofagitis u otras alteraciones funcionales

Cristian Díaz Muñoz
Investigador del Gastrointestinal Genetics Lab, en el CIC bioGUNE

“La susceptibilidad genética a padecer estas enfermedades es bien conocida”, apunta el especialista. “Sin embargo, este estudio encontró que incluso individuos con baja predisposición genética presentan un alto riesgo de sufrir estas enfermedades si previamente han tenido afecciones intestinales como gastritis, esofagitis u otras alteraciones funcionales. Los modelos de predicción apuntan a una acumulación de daños sistémicos a lo largo del tiempo, con consecuencias neurodegenerativas que favorecerían la aparición de estas patologías”.

Díaz Muñoz considera que la identificación de nuevos biomarcadores fácilmente medibles tiene un gran potencial para crear protocolos clínicos que faciliten una detección precoz incluso antes de la aparición de síntomas. Por eso, explica a elDiario.es, el estudio le parece “un paso más hacia una medicina personalizada”, en la que la predisposición genética y el historial clínico se combinan para entender los riesgos y mejorar el diagnóstico.

José Luis Lanciego, investigador del Centro de Investigación Médica Aplicada (CIMA) de la Universidad de Navarra, coincide en que estos datos corroboran evidencias existentes acerca del denominado eje intestino-cerebro. “El aparato digestivo está conectado con el cerebro bidireccionalmente a través del nervio vago”, afirma en declaraciones al SMC. Y hay numerosas evidencias que demuestran un papel principal de la microbiota intestinal en las enfermedades neurodegenerativas cerebrales, señala.

Alberto Rábano, neuropatólogo de la Fundación CIEN, considera especialmente interesante que los autores diferencien entre factores no modificables (edad y genética) y factores modificables (un conjunto de enfermedades metabólicas o gastrointestinales que, según sus resultados, implican un claro riesgo).

“El trabajo permite profundizar en cuestiones más propiamente patogénicas, sobre el papel de diferentes procesos en el inicio y la progresión de la enfermedad, que es ciencia de la buena”, destaca Rábano. Y eso es precisamente en lo que él y su equipo trabajan dentro del proyecto GADIR, dirigido a estudiar miles de cerebros donados en España y Portugal para conocer mejor la combinación de patologías que se dan en estas enfermedades. “Este tipo de cohortes pueden servir en el futuro para avanzar en resultados como los que se presentan en este artículo”, concluye.