
Treinta años de inmigración en Asturias: el mensaje del odio que fue calando
El análisis de quienes llegan y quienes acogen: más racismo en una tierra para quedarse
Salvan su vida en el mar y años de espera para conseguir papeles: radiografía de las personas migrantes en Asturias
“Salimos desde Ghana y llegamos hasta el norte de Marruecos. De ahí, saltamos la valla de Melilla y acabamos en Puente Genil, Córdoba”, cuenta Fátima Mohamed. Tras unos años en el sur de España, donde nació su primera hija hace más de quince años, la familia de Fátima quiso cambiar de aires y se mudó a un lugar poco conocido en aquella época de comienzos del siglo XXI entre la población migrante. Llegaron a Asturias y les gustó mucho lo que vieron. Primero vivieron en Gijón y luego en Oviedo, donde decidieron quedarse.
“La gente era muy amable, nos sentíamos muy cómodos”, explica Fátima. Lo cuenta mientras asiste a un concierto organizado por la asociación Asturias Acoge, que celebró sus treinta años con música y talleres en Oviedo.
Percepción social
La ocasión también sirvió para reflexionar sobre cómo ha cambiado la migración en esta tierra en tres décadas y cómo ha evolucionado la percepción social hacia quienes llegan desde otros países y se asientan en Asturias para vivir. España comenzó a ser un destino más popular entre las personas migrantes precisamente en los años noventa, como muestran las cifras oficiales.
En el caso de esta mujer de Ghana, que tuvo a su segunda hija ya en Asturias, lo que más tiempo le llevó fue conseguir los documentos que regularizaran su situación en España. El trabajo, cuenta, nunca les faltó ni a ella ni a su marido, pero el problema era que sus jefes no les hacían contrato laboral. Esto, además de ser ilegal por parte de las empresas, imposibilita a una persona migrante regularizar su situación y acceder a diversos derechos en el país.
Más racismo ahora
Fátima, que trabaja como camarera de pisos en la limpieza de un hotel, considera que hay más racismo ahora que el que vivía años atrás. Sobre todo, en un aspecto esencial del que se ha empezado a hablar mucho públicamente y que muchas personas migrantes sufren a menudo: encontrar una vivienda para alquilar.
“No alquilan a extranjeros”, afirma Fátima. Ella sigue contenta siendo ciudadana asturiana y cree que la gente, en general, es muy amable, pero ciertos comportamientos han cambiado, mostrando un mayor rechazo hacia quienes han nacido fuera.
Llegar en patera
Moussa Leye es de Senegal, pero, como él mismo explica, es de Oviedo y originario de Senegal: “Entiendo que cada uno es de donde hace su vida”. Llegó en patera y lleva en España casi veinte años.
Desde el principio vive en Oviedo. A pesar de saber que ya es parte de Asturias, de que lleva casi dos décadas trabajando y cotizando en este país, y de que ha construido una vida con fuertes vínculos sociales, afirma que muchas personas lo siguen mirando y tratando como diferente, o incluso lo discriminan en procesos burocráticos básicos, como empadronarse al cambiar de domicilio, simplemente por haber nacido en otro lugar y por el color de su piel.
El mismo problema
“Los inmigrantes seguimos sufriendo el mismo problema, o incluso peor. Me atrevo a decir que la situación ha empeorado. Intento ser positivo, pero tampoco quiero maquillar la realidad. Me han puesto dificultades para empadronarme, sigo escuchando comentarios racistas, y cada vez veo que la gente se atreve más a hacer este tipo de comentarios”, explica el hombre, que ve esta situación como alguien que “está en una rotonda dando vueltas en bucle sin coger una salida”.
El discurso de odio de la ultraderecha ha calado en la sociedad, tal y como muestran diversas investigaciones universitarias. En 2023, un estudio realizado por la Universidad de Salamanca y el Instituto Tecnológico de Monterrey (México), tras analizar más de 120.000 mensajes sobre migración publicados entre 2015 y 2020 en la red social X (antes Twitter), reveló que Asturias fue la región de España con mayor volumen de mensajes de odio hacia personas migrantes. Según el informe, el mayor volumen se detectó en 2019 y 2020, tras el ascenso de Vox y su retórica antiinmigración.
Sin documentos
Leye es muy extrovertido y cuenta cómo, al llegar a Asturias —a donde vino porque un amigo de su hermana ya vivía aquí—, comenzó vendiendo CDs y discos en la calle, como muchas otras personas senegalesas en aquellos años. Era el año 2006. Estuvo pocos meses como vendedor ambulante porque, en la fiesta de San Xuan en Mieres, conoció a dos hombres que le ofrecieron trabajar ayudando con las atracciones. Le pagaron por desmontar los coches de choque y el tren de la bruja. Les gustó cómo trabajaba y le propusieron seguir colaborando. Se fueron a La Felguera para la siguiente fiesta del verano. En ese momento, Leye no tenía documentos.
La legislación de extranjería en España hace muy difícil este trámite para personas de muchos países, como Senegal, lo que obliga a vivir y trabajar de forma irregular durante años, debido a las dificultades del sistema para acceder a la regularización o a la ciudadanía. En aquella época, había que estar tres años viviendo en España, poder demostrarlo —normalmente con el padrón, aunque muchas personas y colectivos denuncian que tanto caseros como ayuntamientos ponían trabas para empadronarse—, y luego conseguir un contrato laboral para solicitar el arraigo social. Cuando Moussa cumplió los tres años, la empresa para la que trabajaba en las fiestas le hizo un precontrato que le permitió acceder a la residencia por arraigo. Trabajó con ellos durante ocho años en total.
“Amo Asturias, soy oviedista puro”
“Amo Asturias, soy oviedista puro, hay mucha gente buena a la que quiero y que me quiere, pero la realidad es la que es: la vida es difícil para las personas migrantes”, afirma Moussa, que también lanza un mensaje claro: “Todos los seres humanos merecen una vida digna y respeto. Y hace falta más respeto”.
Moussa.
Otro problema clave que Moussa señala es la falta, tanto antes como ahora, de organizaciones y colectivos en Asturias dedicados a la acogida de personas recién llegadas. En la práctica, esto se traduce en dificultades para acceder a cursos de idioma, crear lazos en una región totalmente nueva o recibir ayuda con procesos burocráticos básicos.
“Había más migrantes en el sur”
Elena Galán lleva siendo voluntaria en APIA desde 1992. La Asociación Pro Inmigrantes en Asturias se fundó ese mismo año. “Era muy difícil la llegada aquí para las personas de otros países: no había infraestructura, ni ayuda institucional, ni tampoco era fácil encontrar trabajo. Había más migrantes en el sur, en el campo. Pero la gente mencionaba a menudo que aquí la sociedad era muy acogedora, y por eso querían quedarse. Muchas personas estaban seguras de encontrarse más cómodas en Asturias que en otros sitios”, recuerda.
Sin embargo, Galán explica que no había recursos institucionales ni una red sólida para la acogida e integración de las personas recién llegadas a la región.
Conseguir papeles
A nivel nacional, algo que sí ha mejorado con los años es la legislación para facilitar vías de regularización. La voluntaria recuerda cómo en aquel momento en que ella comenzó su actividad, en 1992, “España vivía ajena a la llegada de personas de otros países”. Y añade: “Conseguir papeles era casi imposible. No existía la ley del arraigo. Para obtener un permiso de residencia, se requería un visado, y había que solicitarlo en el país de origen tras conseguir un permiso de trabajo. Era una misión muy compleja”.
Una persona que llegaba a Asturias para explorar si quería comenzar una nueva vida, podía conseguir un empleo, pero para tramitar el visado se veía obligada a volver a su país de origen, lo que suponía un gasto muy alto en aquellos años, cuando no existían los vuelos de bajo coste. “Si estaban aquí, tener que volver a un país como Ecuador para pedir el visado era un gasto altísimo y suponía dejar de lado el trabajo, y eso muchos jefes no lo aceptaban. Luego había que lidiar con los consulados, y mucha gente tardaba años en regularizar su situación”, relata Galán. Además, muchos países no eran parte del Convenio de La Haya, lo que en la práctica impedía apostillar los documentos necesarios, dificultando aún más los procesos burocráticos.
Un discurso muy insidioso
Sobre la acogida de la sociedad asturiana, Elena coincide con Moussa y Fátima en que la situación ha empeorado. Está convencida de que “los discursos de odio calaron. No tanto un odio abierto al inmigrante, sino un discurso muy insidioso que se repite: que si tienen más ayudas, que si nos quitan el trabajo…”. Algo que, como ella afirma, “está totalmente alejado de la realidad, pero en plena ola de desinformación se repite en bucle, y la gente lo adopta sin informarse ni hablar con alguna persona migrante para conocer su situación real”.
Creaciones de artistas migrantes expuestas en el evento del XXX aniversario de Asturias Acoge.
Episodios recientes, como los bulos que propagó Vox sobre un centro en Sotrondio, San Martín del Rey Aurelio, en la Cuenca Minera, que aloja a personas llegadas desde Canarias, y la manifestación que convocaron, frente a la cual se organizó una respuesta local de resistencia, siguen en la memoria.
No es un camino de rosas
Galán habla de un “discurso totalmente alejado de la realidad, pero que cala”, y explica cómo ha observado que entre vecinos, familiares y conocidos se genera la sensación de que “los migrantes tienen muchas ventajas o ayudas públicas, y que además éstas se las quitan a los españoles”. No obstante, ella, que lleva más de treinta años como voluntaria en APIA, conoce de primera mano que la realidad de los migrantes está lejos de ser un camino de rosas.
Elena cuenta que cada vez más personas migrantes le explican que han tenido problemas con compañeros de trabajo por tratos racistas, maltrato psicológico, o incluso insultos como ‘putos negros’. Y esos casos, afirma, han aumentado en los últimos años. El discurso del odio ha calado demasiado hondo en Asturias.