
Las franquicias arrinconan a los negocios ‘de toda la vida’ en La Laguna: »Es el fracaso del turismo de masas»
La proliferación de grandes cadenas en el casco histórico de la ciudad »amenaza» su identidad y pone en desventaja a los comercios familiares, que no pueden competir ante el precio de los alquileres
Hemeroteca – La Laguna, la ciudad canaria que sirvió como modelo para las urbes de América, tampoco escapa a la gentrificación
Una gigante ‘M’ amarilla preside la avenida principal del centro de La Laguna, en Tenerife. Junto a una pequeña tienda de electrodomésticos y a las puertas del casco histórico de esta ciudad Patrimonio de la Humanidad, la cadena internacional McDonald’s abrió hace poco más de un año su local número 20 en la isla. En la acera de enfrente, Natalia Meléndez no deja de preparar perritos calientes. Son las 18.00 de la tarde y, aunque solo hace media hora desde que abrió, a su negocio no deja de entrar gente. Natalia es una de las comerciantes que ha logrado sobrevivir a la proliferación de las franquicias en La Laguna, un fenómeno que ha ido arrinconando poco a poco a los comercios de toda la vida.
Entre cliente y cliente, la propietaria cuenta que Perritos La Concepción tiene dos locales y 34 años de historia. “En febrero hacemos los 35”, cuenta orgullosa. “Es una lucha diaria por mantener algo tuyo. Tenerlo siempre bien, limpio, y seguir con la misma calidad que cuando empezamos”, detalla. Natalia vive en La Laguna y ha sido testigo de cómo los comercios han tenido que batallar por conservar su espacio entre la irrupción de grandes empresas. “Es una pena, pero si la gente va… La demanda está”, dice con decepción. “La gente ya opta por querer servirse ellos mismos y pagar por productos que son más caros, aunque ni la calidad ni el trato son los mismos que en el pequeño comercio”, subraya.
Natalia Meléndez, dueña de un negocio de perritos calientes en La Laguna
Para el historiador y sociólogo Álvaro Santana, la respuesta es clara: “Es el fracaso del turismo de masas actual, que aspira a visitar lugares que no están relacionados con su cultura de una manera que reproduzca las formas de vida del lugar del que viene”. “Las franquicias son una piedra fundamental de esa homogeneización de la experiencia turística que ha traído consigo la globalización de los últimos 30 años”, añade Santana, también profesor en el Whitman College e instructor del Harvard Summer School.
A pesar de estas nuevas tendencias en el consumo, Natalia Meléndez ha conseguido mantener a sus clientes de siempre y atraer a nuevas generaciones. “Es el boca a boca. Vienen los abuelos con los nietos, los que venían con los padres vienen ahora con sus hijos… Es una cadena y es precioso”, cuenta en uno de los pocos momentos en los que el local está vacío.
Una “amenaza” para la identidad
Este fenómeno, que no es exclusivo de La Laguna y que ha alcanzado a diferentes ciudades de España y Europa, “amenaza de manera directa” a la identidad de los lugares en los que se instala. “Las personas que hacen una ciudad, que le dan su identidad, no son los turistas. Son las personas que viven en esas calles, en esas plazas de la ciudad histórica”, sostiene el historiador Álvaro Santana.
En La Laguna se puede comer una hamburguesa por casi 20 euros, beber té con burbujas o comprar una carcasa de cualquier color para el móvil en una franquicia. Sin embargo, entre cadenas de ropa multinacionales y tiendas de regalos, cada vez es más complicado comprar una bombilla, un juguete o “una lata de atún”.
Una de las calles peatonales del casco histórico de La Laguna
“Las franquicias, los bares y restaurantes han hecho que vivir en el centro histórico no sea una experiencia agradable. Sales a la calle y te encuentras a gente en terrazas, pero no se genera ese tejido ciudadano de encontrarte a tu vecino en la ferretería o en la mercería”, apunta el sociólogo.
En este punto coincide Elena Pérez, profesora e investigadora en Gestión del Patrimonio Arqueológico y Turismo en la Universidad Europea de Canarias (UEC). “Lo que se impone es un modelo económico basado en la rentabilidad individual y el turismo de masas, que transforma las formas de vida urbanas y debilita la memoria colectiva”, explica.
En un contexto de malestar ciudadano en las islas por el modelo turístico, la expansión de las franquicias “añade más presión y amenaza la autenticidad de las ciudades históricas”. Según Elena Pérez, el coste de no limitar el turismo en los cascos históricos no es solo económico, sino también identitario: “Perdemos autenticidad, memoria urbana y el sentido patrimonial que nos distingue”.
“Este año lo hemos visto con claridad en Canarias, con el colapso de las visitas a El Teide como símbolo de la presión turística o las transformaciones en las cartas de los restaurantes y precios en el centro de La Laguna y el evidente aumento de turistas en sus calles”, ejemplifica.
Una tienda cuelga el cartel de ‘Liquidación por cierre’ en La Laguna
Ernesto Rapp es óptico y dueño de un negocio de más de 35 años de historia situado cerca de la emblemática plaza de La Concepción. Su familia se ha dedicado siempre al comercio local en La Laguna. Sus abuelos fundaron la dulcería La Princesa, su padre regentó una tienda de comestibles y su familia materna tiene una joyería. En la zona donde él conserva la Óptica Rapp antes había una tienda de ropa para niños, un comercio de electrodomésticos, una pequeña peluquería y una tienda de cortinas. Ahora, “los negocios de familia se han sustituido por tascas, bares y cafeterías”, dice.
“Antes vivíamos aquí un montón de familias. Ahora vivirán máximo seis en toda la plaza. Los inmuebles se han deshabitado o se han convertido en alquileres vacacionales”, apunta el comerciante Ernesto Rapp. “Los negocios que prestan servicios van desapareciendo, van cerrando. ¿Quién puede pagar los alquileres? Las franquicias que tienen tiendas por toda Europa y que, si les va mal, tienen otros 300 negocios que les amparan”, asevera.
Las grandes cadenas elevan los precios de los locales y provocan un alza en los alquileres. “Se genera un círculo en el que la presión turística, el capital global y la especulación inmobiliaria se retroalimentan, a costa de un modelo que no es sostenible ni social ni territorialmente en Canarias”, apostilla la investigadora Elena Pérez.
En los últimos años, Ernesto ha recibido ofertas de grandes cadenas de venta de gafas para que se uniera a ellas. “Cuando esas propuestas me llegaron, yo ya tenía el negocio bastante asentado, con una cartera de clientes alta, entonces no me interesaba”, recuerda. “Muchas ópticas se han asociado y yo me quise mantener independiente. Me ha costado mucho llegar hasta aquí y yo entendía que aceptar la oferta era diluirme en un mar de franquicias. Creo que acertamos con la decisión”, justifica.
Una ciudad Patrimonio de la Humanidad
San Cristóbal de La Laguna fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1999. “El atractivo histórico y cultural fomenta un flujo de visitantes y convierte el centro en un espacio muy codiciado para las franquicias”, indica la profesora de la UEC. La transformación de estos enclaves cuestiona, según la experta, “el propio sentido de la declaración de Patrimonio Mundial”: “Pone en riesgo la autenticidad que se pretendía proteger”.
“Las personas que visitan el centro perciben el destino como un escenario en el que esperan encontrar servicios y accesos a los lugares con facilidad de un modo rápido, intenso y de corta duración. Ello determina la movilidad, las aglomeraciones en zonas de la ciudad o el encarecimiento de los espacios”, continúa la experta en Patrimonio.
Una de las calles peatonales del casco histórico de La Laguna
Al turismo de masas y al precio de los alquileres se suma la falta de relevo generacional. “Es un problema real en los centros históricos. Las nuevas generaciones a menudo no continúan con los negocios familiares”, añade Pérez. Estos elementos facilitan la entrada de empresas externas, “especialmente en un contexto de presión inmobiliaria y de gentrificación”.
Para Álvaro Santana, el Plan Especial de Protección (PEP) del Casco Histórico aprobado en 2005 “ha destruido muchísimo patrimonio”. “Ese plan liberalizó los usos de los locales comerciales y de las primeras plantas de los edificios históricos. Ya no solo los comercios locales tienen que competir con alquileres altos en plantas altas, sino también residentes y familias que viven en primeras plantas”, sostiene el experto.
Desde el Ayuntamiento de La Laguna responden a este periódico que el PEP aprobado en 2005 “establece distintos sectores de zonificación con usos de suelo permitidos y complementarios, restringiendo los usos terciarios en dos de los tres sectores: el de transición y el de vivienda intensiva”. Para los usos de restauración, este documento “fija una superficie máxima de entre 400 y 800 metros cuadrados y una capacidad máxima de entre 120 y 250 personas”.
Asimismo, la corporación municipal explica que este plan impone “criterios restrictivos para garantizar la conservación y mantenimiento de los inmuebles catalogados o una específica regulación de cartelería y rótulos en todo el ámbito”. Aun así, el Ayuntamiento prevé licitar a finales de este 2025 la actualización del PEP, que contará con aportaciones de todos los actores para alcanzar una “regulación legal consensuada y efectiva para el comercio histórico, tradicional y de cercanía en el conjunto histórico”.
Soluciones
“Aunque el cambio y las transformaciones sociales y culturales ocurren y no podemos ir en contra de ellos, sí podemos gestionarlas, hacerlas menos bruscas, atender a la velocidad con la que suceden y saber lo que atenta contra la calidad integral de vida de las comunidades”, plantea Elena Pérez.
Para la profesora, es clave el apoyo al pequeño comercio en los procesos de modernización y transformación digital para que así puedan competir mejor sin perder su identidad. “La combinación de apoyo institucional, innovación y adaptación tecnológica puede ser clave para la supervivencia de lo local”, defiende.
La investigadora añade la educación como elemento fundamental, tanto en la población como en los turistas: “Las personas que habitamos en La Laguna acabamos haciendo lo mismo que hacen los turistas, comprando y comiendo en los mismos lugares, transformando nuestros hábitos, tradiciones y costumbres”.
Por su parte, Álvaro Santana defiende que lo primero que se debe hacer es “cumplir la Ley Nacional y Canaria de Patrimonio, que obliga a que no se puedan poner en alquiler las primeras plantas de los edificios históricos”. “Hay que sacar al comercio dañino de las primeras plantas de un centro histórico”, propone.
La cafetería Starbucks localizada junto a la plaza de La Concepción
El historiador insiste en que se deben implementar herramientas que permitan que La Laguna sea “una ciudad de ciudadanos” y regular el porcentaje de franquicias que puedan estar instaladas en una sola manzana del centro histórico. “Lo que hace falta es tener el coraje y la creatividad para regular el uso del espacio residencial y comercial dentro de un centro histórico”, añade.
En esta línea, el Ayuntamiento subraya que, si la actividad que se pretende desarrollar cumple la normativa y se ajusta a los límites urbanísticos y sectoriales previstos, “no resulta una causa de denegación la tipología de empresa que decida implantarse ni la modalidad de gestión elegida”.
“Para poder hacer una limitación administrativa a la instalación de franquicias y al establecimiento de límites a la libertad de empresa es necesario justificar que estas restricciones al acceso de una actividad económica estarán motivadas por razones imperiosas de interés general, así como que se han valorado otras alternativas menos restrictivas”, añaden. El Ayuntamiento insiste en que prohibir la actividad de franquicias per se supondría “incurrir en supuestos indemnizables y contrarios a derecho”.
Para Ernesto Rapp, el centro de La Laguna ya está pensado para “gente de paso”. “Se está convirtiendo en un gran centro de ocio. Una especie de decorado en el que la gente va a pasear. Está muy bonita y tiene mucho público, pero a mí la verdad me gustaba más como era antes”, concluye.