Mi agenda es mía

Mi agenda es mía

Cuando te dedicas al periodismo sabes que todo el tiempo casi todo el mundo sacará trapos interesados para ver si picas y los embistes. Saber seleccionar a qué dedicas tu atención y la de tus lectores es también una señal de independencia

Si no tenemos ninguna capacidad de decidir temas que nos importen, nos los imponen todos. Eso es lo que hace que el periodismo hoy sea tan extremadamente aburrido

Soledad Gallego-Díaz

Aterrizas desde otro mundo y tienes que ponerte a escribir. Cada trabajo tiene su penalidad. La asociada a los periodistas está muy relacionada con el hecho innegable de que llueva, truene o haga sol tenemos citas que no se pueden anular. Los programas tienen su horario, los diarios su cierre, los digitales su hora de entrega. Es la cita con el lector o con el oyente o con el televidente o con el navegante digital. Así que tienes que hacerlo y hacerlo bien. Quien no sepa lo que es eso, no puede llamarse periodista. Es una angustia difícil de definir, no hay temas relevantes, no hay novedades, ya has hablado de esto o de lo otro. Hoja en blanco. Vacío que no puede existir.

La tentación hoy día es acudir a las redes para ver lo que se cuece y, a las malas, engancharte a alguna tendencia para cubrir el expediente. Me niego. A veces las redes no son sino un hervidero de estulticia y mala sangre en el que la ética pide no abreviar. Una de las primeras premisas que un estudiante de Periodismo recibe es: “no dejes que te marquen la agenda”. Que te marquen la agenda es que te indiquen los temas a los que debes prestar atención y a los que no. Todo el mundo quiere marcar la agenda y, sobre todo, el poder ha estado siempre dispuesto a hacerlo. Los políticos querían marcar la agenda, los anunciantes querían controlar la agenda, los lectores pretenden imponer la agenda y el periodista debe sobreponerse a tal presión y ejercer su función de jerarquización y relevancia de los temas públicos para seleccionar aquellas materias sobre las que es relevante hablar.

La cuestión es de calado puesto que durante décadas los teóricos de la comunicación han estudiado la importancia del llamado efecto agenda-setting, es decir, la capacidad de los medios de comunicación para marcar la discusión pública. En una democracia tal poder cobra especial significación y, por ello, la responsabilidad de los profesionales para ponderar qué cuestiones de verdadero valor ocupaban el espacio de la opinión pública era y es muy relevante. Hasta que las redes sociales lo trastocaron todo. Ahora los políticos y los poderes y los manipuladores acceden directamente al flujo comunicativo y la responsabilidad de los medios y los profesionales pasa por no dejarse seducir por la facilidad de tales anzuelos, incluso cuando estás seco o no hay otras cuestiones relevantes. El espacio democrático no puede llenarse de cuestiones hueras porque esos temas insulsos, esas polémicas prefabricadas, están directamente cargadas con la intención de que las cuestiones de sustancia, casi siempre sesudas y aburridas, se queden fuera del espectro de análisis de los ciudadanos, que quedan entretenidos con fantasmas de problemas o de ideas, que carecen de verdadera corporeidad.

El papel de los medios de comunicación y de los periodistas sigue siendo imprescindible para separar el grano de la paja. Eso diferencia a los periodistas de los animadores, activistas, arribistas o meritorios varios. Un periodista no deja que le secuestren la agenda, no escribe al dictado, no se suma a linchamientos dirigidos, no participa en aclamaciones programadas. Un periodista sabe que su independencia no se sitúa exclusivamente en el contenido de lo que dice sino también en la selección profesional del objeto de su dicción. Y, por si hay dudas, está clarísimo quién es y quién no es periodista, cultive el género periodístico que cultive (información, interpretación u opinión). Nosotros, en la profesión, no tenemos dudas. El periodista tiene una trayectoria clara y definida, continuada en el tiempo, como informador, cumpliendo los principios deontológicos y profesionales, y una formación adecuada para ello. No todo el que asoma en un medio es un periodista. En los medios colaboran y opinan especialistas de otras ramas, politólogos, políticos, activistas y hasta diletantes. Los que no son periodistas ni están obligados al estándar de calidad y deontológico de la profesión periodística ni tienen la misma protección constitucional. Tampoco es de recibo el acoso popular dirigido a los profesionales acusándoles de “no ser periodistas” en función de los gustos, ideales o criterios del receptor. Hay buenos y malos periodistas; hay periodistas del gusto de uno y de su disgusto, pero se trata de periodistas más allá de cualquier opinión. Por contra hay personajes venerados, aclamados, de gran repercusión y con un buen hacer que no son periodistas o badulaques si ninguna importancia que se hacen pasar por ello.

A veces me pregunto a qué viene que siendo esta una profesión tan denigrada -“no le digas a mamá que soy periodista, ella cree que soy pianista en un burdel”, la broma de la profesión por antonomasia- se quieren apuntar a ella todos los que pasan por un medio de comunicación. Que son juristas, se transforma en juristas y periodistas. Que son politólogos, devienen politólogos y periodistas. Que son activistas o militantes, se transforman en periodistas sin haber hecho una información en su vida. Yo, nosotros, somos simples y humildes periodistas especializados a veces en ámbitos determinados. No somos periodistas y juristas por especializarnos en tribunales ni periodistas y economistas si lo hacemos en economía ni mucho menos periodistas y politólogos si informamos, comentamos o analizamos la vida política. Por supuesto para ser analista hay que tener la formación y la experiencia que te dote de la capacidad de someter la realidad al tamiz de lo ya conocido en la práctica y de la teoría, que incluye la comparación con otras realidades, para de ello obtener una perspectiva o una prospectiva con algún valor. Dicho sea con permiso de los que no saben qué poner en un rótulo bajo su nombre.

Viene todo esto a las polémicas impuestas en las redes que no he querido comprar este último fin de semana de canícula agosteña porque, como les he avanzado, mi agenda es mía y la marco yo. Esto vale también para cualquier presión que se intente ejercer afirmando que un periodista habla de esto y no de lo otro o ha elegido este tema y no el que otros desean. La libertad de expresión reside no sólo en pronunciarse sobre determinadas cuestiones de tu elección sino también la de no expresarte sobre las que no deseas. Este principio aplicable a cualquier ciudadano lo es con mucho más motivo a los que profesionalmente cultivan los géneros opinativos. Puede que me haya pesado también constatar que este septiembre hará 38 años de mi primer contrato como periodista y de mi compromiso con esta profesión que sigo amando.

Cuando te dedicas a esto sabes que todo el tiempo casi todo el mundo sacará trapos interesados para ver si picas y los embistes. Saber seleccionar a qué dedicas tu atención y la de tus lectores es también una señal de independencia.

Feliz regreso a una actualidad que no ha variado sustancialmente en nada en este mes en que han descansado de ella. No se han perdido nada.