Trump no está muerto

Trump no está muerto

Trump es el rey en buena medida porque los demás le tratan como a un rey. Como en ‘El traje nuevo del emperador’, basta una grieta en la adulación y servilismo mundiales para dejar en evidencia sus debilidades y su deriva hacia el autoritarismo

Las redes sociales vivieron unas horas de extraña euforia el viernes: se extendió el rumor de que Donald Trump estaba muerto. Los usuarios, especialmente estadounidenses, daban like a cualquier post que diera pábulo al fallecimiento de su presidente. El conocido experto en moda del New York Times, Derek Guy, publicó en X que “muchos bebés nacerán exactamente dentro de 9 meses”, recogiendo el sentir popular. Todos eran conscientes de que no había ninguna evidencia de este evento festivo-luctuoso, pero por un momento se vivió una suerte de ilusión colectiva, como cuando soñamos despiertos que nos toca la lotería. A Trump, el ser más narcisista del planeta, no se le había visto delante de una cámara desde el miércoles, no había a jugar al golf en toda la semana, siendo la única actividad que practica casi diariamente desde que era un joven promotor asiduo a las fiestas de Epstein y permanecía mudo en redes sociales.

El presidente de Estados Unidos resucitó virtualmente la madrugada del sábado en su red Truth Social para hablar del fallo de la corte de apelaciones que ha declarado ilícitos la mayoría de los aranceles que ha impuesto a otros países. La decisión es un duro golpe al instrumento preferido de Trump para amedrentar y chantajear al resto del mundo y pone en peligro los cálculos presupuestarios de su administración, que cuenta con los cientos de miles de millones de dólares de los aranceles para reducir el déficit del país y cubrir los recortes de impuestos que aprobó este verano con la denominada “Gran y Bonita Ley” fiscal. No hay que hacerse ilusiones: los aranceles siguen en vigor a la espera de la apelación del gobierno y, probablemente, el asunto acabe en el Tribunal Supremo, con mayoría de jueces afines a Trump.

Las alegres especulaciones sobre la muerte de Trump recordaron a las que se producen alrededor de figuras dictatoriales de todo pelaje (Franco, Putin, Chávez) y el fallo del tribunal sobre los aranceles evidenció que Trump no es todopoderoso aunque líderes y países se arrodillen ante él. A la UE, el dictamen la pilló en pleno proceso legislativo para retirar sus aranceles a los productos estadounidenses y cumplir así el acuerdo comercial con Estados Unidos cerrado hace una semana. Ese trato obligaba a la UE a dar ese paso para que, a cambio, Washington rebaje al 15% las tasas que ahora aplica a los vehículos europeos, del 27,5%, la única condición que le importa al país europeo promotor de este acuerdo humillante y desastroso: Alemania. Recordemos que Bruselas también ha prometido comprar productos energéticos estadounidenses por valor de 640.000 millones de euros, semiconductores por cerca de 40.000 millones de dólares, y equipos de Defensa.

Trump es el rey en buena medida porque los demás le tratan como a un rey. Como en El traje nuevo del emperador, basta una grieta en la adulación y servilismo mundiales para dejar en evidencia sus debilidades y su deriva hacia el autoritarismo. La UE ya ha renunciado a dar esa batalla, que también es ideológica y moral, no solo económica, y ha perdido su lugar en el mapa y en la historia. Es EEUU, sus tribunales, sus instituciones, los ciudadanos que esta semana celebraban la hipotética muerte del líder, los únicos que pueden detener a una administración que ha optado por el autoritarismo, la crueldad, la codicia y el cultivo estratégico de la incertidumbre y la ignorancia. De momento, Trump no está muerto y el trumpismo está más vivo que nunca.