De fortaleza defensiva a parador histórico: la transformación del Castillo de Hondarribia

De fortaleza defensiva a parador histórico: la transformación del Castillo de Hondarribia

El Castillo de Carlos V, testigo de guerras y victorias a lo largo de los siglos, atrae hoy a los franceses no para conquistarlo, sino para alojarse en su pasado histórico

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A orillas del Bidasoa, en el corazón amurallado de Hondarribia, se alza un edificio que ha sido testigo de guerras, asedios y también épocas de esplendor. Lo que en el siglo X comenzó como un castillo defensivo de los reyes de Navarra, en la actualidad es un hotel histórico que recibe visitantes de todo el mundo. El visitante que se adentra en el Parador de Hondarribia, encuentra mucho más que un alojamiento: descubre un espacio donde cada muro habla de un pasado bélico y estratégico que marcó la historia de la villa.

A finales del siglo X, al igual que gran parte de Euskadi, Hondarribia formaba parte del Reino de Navarra del rey Sancho de Abarca. Con el fin de defender la frontera y controlar un punto estratégico clave, el monarca optó por construir el castillo originario: una fortaleza destinada a la defensa militar, de planta cuadrangular. Dos siglos después, Sancho VII el Fuerte la reforzó.

No fue hasta el siglo XVI cuando, de la mano del emperador Carlos V, se llevaron a cabo importantes reformas que lo dotaron de un aspecto renacentista y monumental. El emperador era conocedor del punto estratégico en el que se ubicaba el castillo -frontera con el enemigo histórico, Francia-, pero también era consciente de cómo la pólvora estaba transformando la guerra y destruyendo todos los castillos medievales. Por ende, decidió reformarlo. “Él era conocedor de esa debilidad, por lo que decide reformar el castillo inicial y convertirlo en esta fortaleza rotunda, potente, eterna. Es una fortaleza muy musculosa desde el punto de vista arquitectónico”, señala Manuel Quintanar, director del Parador de Hondarribia.


Interior del Parador de Hondarribia

Carlos V no solo le dio el nombre al establecimiento -hoy conocido como Castillo de Carlos V-, sino que fue el artífice de lo que durante tantos siglos sería este espacio: una fortaleza militar donde albergaba incluso las guarniciones.

En 1628 dio lugar el asedio francés, en el que los hondarribitarras triunfaron sobre las tropas del rey Luis XIII de Francia. En pleno asedio, los guipuzcoanos juraron a la Virgen Guadalupe que, en caso de salir airosos, lo agradecerían cada año con una procesión hasta su santuario. Tras 69 costosos amaneceres, el 7 de septiembre de 1638, el pueblo pudo al fin celebrar la victoria. Desde entonces, cada 8 de septiembre la comunidad celebra el triunfo frente a las tropas francesas, rindiendo gratitud a la Virgen en el Alarde, una procesión cívico-religiosa.


Interior del Parador de Hondarribia

En esta contienda, el castillo sirvió como centro militar de la defensa, lugar donde se organizaba la resistencia y se refugiaba la población. Así se convirtió en uno de los espacios más emblemáticos de Hondarribia. Sin embargo, tras las guerras de 1794 y 1808, el edificio quedó en estado ruinoso y, a principios del siglo XX, fue adquirido por el ayuntamiento. La casa consistorial lo reformó por completo en 1959 y, en 1968, fue transformado en el actual Parador de Hondarribia.

“El parador es el establecimiento más importante de Hondarribia desde el punto de vista turístico. Además, está ubicado en el lugar más bonito, la Plaza de Armas, el monte más alto de la población”, comenta el director. El establecimiento mantiene un estrecho vínculo con el comercio y la hostelería local, a través de las asociaciones y el propio ayuntamiento. “El Parador es un elemento más que ponemos siempre a disposición de las autoridades locales para sacar brillo a los productos que presentan. Al no tener restaurante, nuestros clientes de alto poder adquisitivo llenan los restaurantes de la parte antigua y también de la marina, en la parte baja de la ciudad”, señala.

La fachada principal es austera, cerrada y sin ventanas, ya que formaba parte de la fortaleza. Se encuentra frente al monte Jaizkibel, desde donde provenían los cañonazos. “En la misma fachada del Parador, en la misma entrada, están esculpidas las hendiduras y los cañonazos de los muchos asedios que sufrió”, explica Quintanar.

El interior, en cambio, sorprende. Parece un palacio, donde una cuidada arquitectura convive con elementos históricos, como los cañones del siglo XV que forman parte de la decoración de la cafetería. La impresionante altura de casi diez metros de techo, con los estandartes de las guarniciones que pernoctaron y vivieron en el castillo, refuerza aún más el contraste entre la austeridad exterior y la riqueza interior.

La experiencia del cliente

Para el director, es esencial que los clientes puedan valorar la historia que guarda el edificio. Para ello, el Parador mantiene un acuerdo para que las visitas guiadas sean los más profesionales y experienciales posibles. “Tenemos al mejor partner, que es la fundación Arma Plaza. Está enfrente del parador y cuenta con profesionales muy formados”. Entre las visitas que ofrecen, destaca el salón de tapices, que alberga una de las colecciones de tapices más importantes de España. De los diez tapices diseñados por Pedro Pablo Rubens sobre la vida de Aquiles, el Parador conserva ocho. “Hay que llevar al cliente al salón y explicarle no solo los diseños de la escuela de Pedro Pablo Rubens, también como están hechos -con hilo de oro- y la vida de Aquiles, desde su nacimiento hasta su muerte”.

Respecto a los clientes, el director explica que en los últimos años ha habido cambios en su procedencia. “Nuestros clientes, que básicamente son franceses, están empezando a tornar, sobre todo en verano. El año pasado nos dimos cuenta de que los americanos fueron los que más nos visitaron. Aunque en verano, por supuesto, los franceses siguen siendo mayoría. También Países Bajos y Japón tienen fuerza”. En cuanto al perfil, se trata de un cliente de nivel cultural alto, de adquisitivo medio-alto y, en su mayoría , parejas. “El Parador, al tener restaurante y ser pequeñito, cuenta con habitaciones preparadas para familias, pero nuestro cliente mayoritario es de pareja”.

El establecimiento cuenta de 36 habitaciones. La mitad son superiores, muy experienciales, lo que hace que los índices de ocupación sean muy altos. “A mitad de año podemos decir que es uno de los mejores años en la historia; creo vamos a terminar entre un 94 y un 96 de ocupación lineal”.

El día más importante del municipio es del Alarde, el 8 de septiembre. Ese día, las puertas del Parador se cierran para dar paso a los actos que se celebran en la Plaza de Armas, donde los caballos tienen un protagonismo especial. Por ello, los clientes deben disfrutar del espectáculo desde las ubicaciones habilitadas por el ayuntamiento en la plaza o desde las pocas ventanas del edificio. “Cualquier cliente que se hospeda con nosotros el día del Alarde sabe que está un poco cautivo dentro de la fortaleza, pero forma parte también de la experiencia de un espectáculo tan importante como este”.

Cuando Quintanar mira al futuro, expresa que aún hay retos pendientes. Gracias a los Fondos Next Generation, se está trabajando en la conservación del edificio: limpieza de fachadas y control de la vegetación para evitar su deterioro. “A este punto no habíamos podido llegar con nuestros propios recursos. Además, estamos arreglando la sala de tapices para hacerla más expositiva y que el cliente tenga una experiencia más museística”.

El futuro, según él, pasa por seguir adaptando un edificio vivo y cultural, con la máxima protección, pero sin dejar de ajustarlo a las necesidades del cliente. “Es una fortaleza militar única en Europa y hay que cuidarla”. Septiembre está a la vuelta de la esquina. El verano se termina, llegan las Banderas de la Concha, el Alarde y Zinemaldia. “En Zinemaldia también viene gente, por lo tanto, no hay descanso”, concluye Quintanar.