
Manon Garcia: «El juicio de Gisèle Pelicot, como el de ‘la manada’, es de los que cambian mentalidades»
La autora de ‘Vivir con los hombres. Relexiones sobre el juicio Pelicot’ utilizó las notas que tomó durante todas las sesiones del proceso para elaborar un ensayo lleno de ideas e interrogantes sobre la masculinidad, la dominación, la sumisión o las relaciones de poder entre mujeres y hombres
Los 51 violadores de Gisèle Pélicot no son monstruos: por qué la conmoción puede ocultar lo más importante
Hace justo un año, el 2 de septiembre de 2024, empezaba en Francia uno de los juicios más mediáticos de los últimos años. Gisèle Pelicot, una mujer de 72 años, decidía que su juicio se celebraría a puerta abierta y que ella acudiría sin esconderse y sin agachar la cabeza. La vergüenza tenía que cambiar de bando, decía, y era a los 51 hombres, –incluido su marido, Dominique Pelicot– acusados de violarla durante años mientras ella estaba inconsciente, a quienes les correspondía sentirla. La filósofa feminista francesa Manon Garcia asistió a todas y cada una de las jornadas de ese juicio y utilizó sus notas para elaborar un ensayo lleno de reflexiones e interrogantes que se publicó hace poco en España.
En Vivir con los hombres. Reflexiones sobre el juicio Pelicot (editorial Akal), Garcia mezcla sus impresiones sobre lo que sucedió en el juicio con disertaciones sobre la masculinidad, la dominación, la sumisión, las relaciones de poder entre mujeres y hombres, o la violencia como parte de un machismo amplio y sistémico.
¿El caso Pelicot supuso un punto de inflexión en Francia?
La verdad es que no lo sé. Durante el juicio, daba la impresión de que evidentemente sería un punto de inflexión, que muchas cosas iban a cambiar.
Sin embargo, a medida que pasan los meses, tengo la impresión de que, en el fondo, no ha cambiado gran cosa: ha habido una pequeña modificación en la definición penal de la violación, pero eso es todo, al menos en apariencia. Por otra parte, creo que este tipo de juicios, como el de ‘la manada’ en España, cambian las mentalidades y eso es lo que realmente importa.
Usted menciona la convivencia con los hombres después de un acontecimiento así, los perfiles ‘normales’ —de todas las edades, profesiones, orígenes…— de los agresores, que eran personas amables en otros ámbitos de su vida. ¿Qué tienen en común todos estos hombres, o qué conclusión podemos sacar de que estos hombres cometan tales actos?
Los violadores de Gisèle Pelicot no tienen nada más en común que ser hombres. Eran de todas las edades y procedían de todos los ámbitos sociales.
Por supuesto, es más fácil identificarse con una víctima que con los verdugos, pero creo que hay que preguntarse por qué los hombres se muestran tan reacios a cuestionar el lado oscuro de la masculinidad
Es evidente que resulta vertiginoso no poder encontrar ningún otro punto en común entre ellos, porque uno se pregunta: ¿Acaso cualquier hombre estaría dispuesto a violar a una mujer drogada? No creo que sea así, pero sí creo que la norma social de lo que es la masculinidad puede explicar, al menos, que algunos hombres encuentren excitante este escenario.
¿Es más fácil para los hombres no sentirse identificados con un caso así? Violar a alguien en coma o inmóvil y haber concertado esa agresión online no es lo más frecuente y eso ha hecho que muchos hombres sientan horror y crean que esos hechos no les apelan…
Lo que me llamó la atención de este juicio es que todas las mujeres con las que hablé se identificaron con Gisèle Pelicot y que ningún hombre con el que hablé se identificó con sus agresores. Por supuesto, es más fácil identificarse con una víctima que con los verdugos, pero creo que hay que preguntarse por qué los hombres se muestran tan reacios a cuestionar el lado oscuro de la masculinidad. Es como con las violaciones: si casi todas las mujeres han sufrido al menos una experiencia de violencia sexual, cuesta entender que casi ningún hombre piense que ha cometido actos de violencia sexual, es una cuestión aritmética.
Es usted muy crítica con que la respuesta a un caso así deba ser legal, por ejemplo, cambiando la definición de violación. En España hubo un gran debate después del caso de ‘la manada’ y sí hubo finalmente una modificación legal importante. ¿Por qué cree que este cambio no es útil? ¿Por qué el problema no es legal ni jurídico?
La situación francesa es muy diferente de la española en el momento de ‘la manada’ en el plano legal: la definición francesa de violación es sorprendentemente progresista desde finales del siglo XIX. Mientras que la mayoría de las definiciones penales de violación se basaban en el uso de la fuerza o la violencia, la legislación francesa define la violación como una penetración o un acto sexual oral cometido mediante violencia, amenaza, coacción o sorpresa, es decir, ya define implícitamente la violación como sexo obtenido sin el consentimiento de la víctima. Por lo tanto, el problema en Francia no es tanto la ley como el hecho de que se aplique mal, que los jueces y los jurados tengan prejuicios sexistas que les llevan a no creer a las víctimas y a excusar a los violadores.
Lo que hemos visto en este juicio es la ausencia de arrepentimiento de los acusados y la forma en que sus abogados han atacado a Gisele Pelicot y a las feministas para salvar a sus clientes. Cosas que nos esforzamos constantemente por olvidar, ya que, de lo contrario, la vida sería insoportable
Y, por supuesto, es mucho más difícil cambiar eso que cambiar la ley, por desgracia. Pero, por otra parte, como digo en el libro, hay que pensar en las cifras: por ejemplo, en Francia se calcula que hay alrededor de 50.000 violaciones al año y hay aproximadamente 75.000 personas en prisión. ¿Sería la solución enviar a todos los violadores a la cárcel? Para ello habría que dedicar una enorme cantidad de dinero a duplicar, triplicar o cuadruplicar el número de plazas en las cárceles, sin siquiera estar seguros de que eso cambiaría nada…
Dicho de otra forma, ¿pretendemos solucionar con leyes un asunto más complejo que tiene que ver con la socialización y la educación?
Sí, es un problema de cultura y educación: cómo conseguir que los niños dejen de crecer pensando que las mujeres les deben cuidados, servicios y sexo. Para cambiar esto se necesitan movimientos sociales a gran escala, educación en la escuela, pero también en el trabajo, en las residencias de ancianos, campañas de información, medios de comunicación que ofrezcan otras narrativas, otras voces. En el juicio, uno de los acusados dijo que le había contado a sus amigos lo que le había hecho a Gisèle Pelicot al día siguiente de su visita y que sus amigos le habían dicho: “¡Pero eso es una violación!”. Sin embargo, lo que esta historia relataba implícitamente es que sus amigos, aunque veían claramente que se trataba de una violación, continuaron con su día, con su amistad con él, sin ir a la comisaría, sin intervenir para salvarla. No habrían reaccionado de la misma manera si se hubiera tratado de un asesinato. ¡Al menos eso espero!
Es interesante porque no creo que este caso nos enseñe nada en sentido estricto: las mujeres saben que esta violencia existe, los hombres saben cómo se les educa para desear. Evidentemente, este caso es más violento que la mayoría, pero todos y todas sabemos que esta violencia puede existir. En cambio, lo que hemos visto en este juicio es la ausencia de arrepentimiento de los acusados, y la forma en que sus abogados han atacado a Gisèle Pelicot y a las feministas con la esperanza de salvar a sus clientes. En el fondo, es como un espejo muy, muy ampliado de lo que ya sabemos sobre la violencia sexual y la forma en que se trata en la sociedad, pero que nos esforzamos constantemente por olvidar, ya que, de lo contrario, la vida sería insoportable.
Usted distingue entre dominación y sumisión. ¿Podría explicar brevemente la diferencia y cómo se manifiesta en el caso Pelicot?
La dominación masculina es una relación estructural y social de poder: es una organización social en la que un grupo social determinado (los hombres) ejerce el poder y se sitúa en una posición de superioridad con respecto a otro (las mujeres). Para que exista tal dominación masculina es necesario, por un lado, que los hombres dominen y que consigan que las mujeres se sometan. Sin embargo, a menudo se dice que a las mujeres les gusta someterse, que en el fondo son cómplices de esta dominación. Sin embargo, lo que vemos en el caso Pelicot es que, precisamente, cuando Gisèle Pelicot se niega a someterse a su marido, él comienza a drogarla, violarla y hacer que otros la violen. Esto sugiere que las mujeres a veces se someten voluntariamente porque saben que serán sometidas por los hombres, por las buenas o por las malas…
Blanca, de clase media, muy educada, muy amable, podría ser la madre o la abuela de cualquiera, solo ha tenido dos parejas sexuales en su vida y, además, es mayor… ¡Imaginen lo que se habría dicho si hubiera tenido muchos amantes!
Dice que Giséle Pelicot era una ‘buena víctima’, ¿había características en ella que ayudaron a que la sociedad, en general, se pusiera de su lado?
Sí, claro, es blanca, de clase media, muy educada, muy amable, podría ser la madre o la abuela de cualquiera, solo ha tenido dos parejas sexuales en su vida y, además, es mayor, por lo que nos cuesta más (debido a nuestros prejuicios edadistas) sospechar que se lo ha buscado o que ha consentido… ¡Imaginen lo que se habría dicho si hubiera tenido muchos amantes!
A pesar de ello, también sufrió dudas y escarnio, dentro y fuera del tribunal. ¿Demuestra eso que la credibilidad de las mujeres siempre estará en entredicho?
Sí, digamos que era inquietante ver que incluso en su caso, una víctima “ideal” y con delitos documentados por miles de fotos y vídeos, se dudaba constantemente de ella. Para las mujeres presentes era aterrador: yo pensaba ‘¡Espero que nunca me violen, porque soy mucho menos perfecta que ella!“. No sé si eso dice algo sobre la sociedad en su conjunto, pero, en cualquier caso, demuestra que la presunción de inocencia, necesaria en los juicios penales, conlleva riesgos para las víctimas. Algunos sistemas logran protegerlas mejor que otros —por ejemplo, en Australia está prohibido mencionar la vida sexual de la víctima al margen de la violación en cuestión—, pero es muy difícil…
¿Por qué no le convence el concepto de ‘cultura de la violación’?
Porque creo que, paradójicamente, no logra destacar lo suficiente el carácter sistemático de la cultura patriarcal. El problema es que el patriarcado es a la vez una cultura de la violación, una cultura de la violencia, una cultura del feminicidio, una cultura del incesto, y me temo que al aislar la violación no se ve que hay un continuo, por ejemplo, desde las desigualdades salariales o las tareas domésticas hasta la violación y el feminicidio.
Me impactó mucho el contraste entre el dolor infinito de las mujeres, madres, hermanas e hijas de los acusados y el hecho de que ellos no pensaran ni una sola vez en ellas cuando violaron a Gisele Pelicot. Es importante que los hombres se pregunten si realmente aman a las mujeres. Desear tener una sirvienta y una pareja sexual no es amar a alguien
Más allá de la definición legal de violación y de una posible modificación del Código Penal francés, ¿no cree que el caso Pelicot ha puesto frente al espejo a una Francia que quizá se creía muy avanzada en igualdad y feminismo cuando no lo estaba tanto?
Soy muy crítica con el sexismo de mi país, pero precisamente una de las pocas cosas que me impresionan de Francia es la pertinencia de su definición legal de violación. Por lo tanto, no creo que el juicio haya demostrado nada en este ámbito. Por otra parte, no sé quién, aparte de los hombres mayores que se aprovechan de la situación, puede pensar seriamente que Francia está a la vanguardia en materia de igualdad de género. Cuando vemos el número de feminicidios, las cifras de violencia doméstica y sexual, cuando vemos el sexismo cotidiano, no hay muchos motivos para pensar que somos mejores que los demás. Pero el grupo de Telegram de 70.000 hombres que drogan a sus mujeres para violarlas que han descubierto los periodistas alemanes y el grupo de Facebook de 32.000 italianos que comparten fotos no consentidas de sus mujeres demuestran que se trata de un problema que trasciende las fronteras.
El título de su libro hace referencia a la forma de convivir con los hombres, pero la conclusión es un llamamiento a amar un poco más a las mujeres… ¿Es realmente uno de los principales problemas?
Creo que es un problema, sí, que tantos hombres pretendan amar a las mujeres cuando se comportan de forma odiosa con ellas o como si no existieran para ellos. Como digo en el libro, me impactó mucho en el juicio el contraste entre el dolor infinito de las mujeres, madres, hermanas e hijas de los acusados y el hecho de que ellos no pensaran ni una sola vez en ellas cuando violaron a Gisèle Pelicot. Creo que es importante que los hombres se pregunten si realmente aman a las mujeres y qué significa para ellos amar. Desear tener una sirvienta y una pareja sexual no es amar a alguien.