Tansy Hoskins, periodista: “Hay toda una generación convencida de que solo pueden ser consumidores”

Tansy Hoskins, periodista: “Hay toda una generación convencida de que solo pueden ser consumidores”

La periodista británica apela en el libro ‘Manual anticapitalista de la moda’ a la conciencia de los consumidores con un demoledor retrato del funcionamiento de la moda y su relación histórica e inseparable de la evolución del sistema económico

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La periodista Tansy E. Hoskins recuerda que desde la adolescencia, a pesar de su interés en la moda, la industria en sí le perturbaba. La diversidad que observaba en las calles de Londres donde creció, brillaba por su ausencia en las portadas de las revistas, protagonizadas siempre por modelos blancas y delgadas. Aquella “incomodidad” le llevó a escribir el Manual anticapitalista de la moda (Capitán Swing), un libro que si cae en las manos de aquellos que ya empiezan a sentirse incómodos, puede validar ese sentir que el sistema está roto, con una avalancha de datos sobre lo que realmente está pasando, así como la fortaleza moral para hacer algo al respecto. La autora, además, trae una maleta cargada de sugerencias para pasar a la acción.

“La moda es como un pastel. Por fuera tiene este aspecto delicioso, pero en el momento en que lo cortas con un cuchillo, encuentras la sangre, los escombros, el petróleo, los pesticidas y los cadáveres de trabajadores de la industria y animales sacrificados… así que la realidad es muy distinta”, explica Hoskins en una entrevista para elDiario.es. La autora asegura que el alcance de esta realidad ha sido uno de los descubrimientos más sorprendentes de sus investigaciones, y está convencida de que podemos salvar la vida en el planeta si nos atrevemos a imaginar una industria distinta, en un sistema diferente. “No se puede entender la moda hasta que se comprende el capitalismo”, escribe la autora en el libro.

La periodista británica plantea un desafío a la industria de la moda que aspira a la vez a trastocar todos los pilares del capitalismo. “Tener miedo a decir esto es abogar por la destrucción medioambiental”, defiende en su Manual anticapitalista de la moda, ampliado ahora tras una primera versión publicada en 2017. El proceso empieza por prestar atención a algo tan cercano como la ropa que llevamos puesta. Hoskins pregunta a sus lectores en qué sociedad quieren vivir y cuál es el papel de los fabricantes de ropa. Las respuestas llevan inevitablemente a un relato devastador de las consecuencias de la industria en su versión actual: la desigualdad en todas sus versiones, el racismo, la contaminación de ríos y mares, los efectos del cambio climático o la sobreproducción.

La periodista arranca desafiando lo que entendemos por moda, que para ella “no es más que una palabra con la que los ladrones esconden su botín”, así como “una excusa para que los ricos exploten a los pobres” y “un concepto puramente europeo indistinguible del capitalismo”. Lo justifica en sus páginas con una buena dosis de datos sobre la conexión histórica entre la industria y la trata transatlántica de esclavos ejercida por países europeos entre los siglos XVI y XIX. Porque los barcos que zarpaban de Gran Bretaña hasta África no llevaban despensas vacías, sino llenas de prendas de vestir para intercambiar por esclavos africanos. “La Revolución Industrial de Occidente abusó de África por partida doble”, escribe Hoskins, “usando el comercio transatlántico de personas esclavizadas para conseguir tanto mano de obra esclava como mercados para su ropa”.

La urgencia de fabricar menos ropa

“Las mercancías que nos rodean están impregnadas de violencia. Desde la violencia de las rutas comerciales coloniales a los trabajadores de hoy en día, atrapados en fábricas que echan a arder”, dice la autora, que ha visitado en varias ocasiones las factorías como Rana Plaza, en Bangladés, cuyo derrumbe en 2013 causó la muerte de más de un millar de trabajadores. Para romper el círculo vicioso, Hoskins habla de los pasos que puede dar la masa de consumidores que desde los países desarrollados demandan las prendas que condenan a millones de personas en naciones en vías de desarrollo. El resultado es una denuncia alta y clara sobre nuestra contribución al problema, y también una recopilación demoledora de todas las maneras en que la fabricación de nuestra ropa está vinculada a la destrucción del planeta.

Hay una urgente necesidad para que la industria deje de fabricar las cantidades que produce ahora mismo, es absolutamente crítico

“Hay una urgente necesidad para que la industria deje de fabricar las cantidades que produce ahora mismo, es absolutamente crítico”, declara Hoskins, que relata que ya hay suficientes prendas fabricadas como para vestir a las próximas seis generaciones del planeta —según las cifras de Inditex, por ejemplo, en 2018 esta única casa vendió 1.597.260.495 prendas de ropa. Entre 2000 y 2014, además, se duplicó la producción mundial de ropa, según la consultora McKinsey, que en 2023 situó el valor de la industria, a nivel global, en 1,7 billones de dólares.

“El siguiente paso es devolver el poder a los trabajadores de esta industria”, añade. Se refiere al reconocimiento de derechos laborales, salarios dignos o la posibilidad de formar sindicatos, como reivindica también el Bangladesh Center for Worker Solidarity (BCWS). Si estás en Europa, añade, las posibilidades son amplias —además de dejar de comprar ropa que no necesitas— porque hay cantidad de organizaciones “brillantes” para apoyar a los trabajadores, empezando por Clean Clothes Campaign, y ejercer así mayor presión sobre una industria “que otorga un mayor valor a la ropa que vende que a las vidas de las personas que la fabrican”.

La generación de consumidores

Al otro extremo de esta realidad, entre los compradores, dice Hoskins que “hay toda una generación convencida de que solo pueden ser consumidores y que la única manera de cambiar las cosas es modificando cómo compramos, sustituyendo una camiseta por otra”. Por ejemplo, recurriendo a colecciones supuestamente “sostenibles” pero que contaminan más que la fabricación estándar. “Estas palabras aleatorias que aparecen en las etiquetas deberían leerse como un medio para alimentar una dinámica que, en lugar de ayudar a la gente a cuestionar lo que está comprando, simplemente refuerza la intención de comprar”, escribe.

Si todo el mundo comprara solo la ropa que necesita, supondría un desastre para las empresas, así que, en su lugar, se crean ‘falsas necesidades’ para mantenernos a mí y a todos los demás comprando

“Si todo el mundo comprara solo la ropa que necesita, supondría un desastre para las empresas, así que, en su lugar, se crean ‘falsas necesidades’ para mantenernos a mí y a todos los demás comprando. Son las necesidades de los fabricantes, no las de los consumidores”, dice la periodista. Y también alerta de que quedarnos en las soluciones planteadas hasta ahora no es suficiente, porque “incluyen confiar en que las empresas hagan lo correcto” y pide que cuestionemos estas supuestas soluciones porque “parecen estar más interesadas en mantener intacto el capitalismo que en salvar el planeta”.

La recopilación de datos que ha hecho Hoskins hace que sea difícil avanzar por el libro sin cuestionar nuestras conexiones con la industria. En una página pregunta “qué importa que puedas comprarte una camiseta con el lema ‘Feminista’ si se hizo en un taller de explotación laboral y si los problemas subyacentes que requieren que las mujeres tengan que acabar con el patriarcado siguen intactos”. En otra recuerda que la moda forma parte de un sistema que “nos llena constantemente la cabeza de mensajes negativos: que no somos lo bastante buenas y que debemos seguir intentando estar a la altura haciendo dietas, arreglándonos más y consumiendo más ropa, zapatos y productos de belleza”.

La periodista, colaboradora de medios como la BBC o ITV, habla a la conciencia intranquila de los consumidores que se saben conectados, desde su confort en el primer mundo, con la explotación y la muerte de quienes los fabrican al otro lado del planeta; del comprador que sabe, porque ha mirado la etiqueta de una prenda buscando la talla, los materiales o el precio, que ha sido fabricada a miles de kilómetros de distancia y por trabajadores despojados de todos sus derechos. Mientras escribía el libro, Hoskins recibió este mensaje de uno de ellos: “¿Por qué tengo que morir fabricando ropa para extranjeros?”.

Si quieres que salgan de prisión los sindicalistas de las fábricas de Bangladesh o que ese país aumente el salario mínimo, tienes que hacer algo más que consumir de otra manera

Por eso habla de que aquellos que aspiran a cambiar el mundo, “deben mirar más allá de su armario”. “Si quieres que salgan de prisión los sindicalistas de las fábricas de Bangladés o que ese país aumente el salario mínimo, tienes que hacer algo más que consumir de otra manera”, nos explica la autora. Hoskins añade que, cuando una persona se convierte en un “verdadero” activista de la moda anticapitalista, “muchas de las cosas que te preocupan dejan de preocuparte tanto, porque las decisiones simplemente se vuelven mucho más feas”.

Desde la trata de personas en el siglo XVI y hasta hoy

Es decir, cada vez es más difícil ignorar que tu última compra no esté relacionada con las condiciones de los trabajadores del algodón en India o el maltrato de serpientes en Bangladés para cultivar sus pieles. Hoskins retrata la industria como un monstruo cuyos tentáculos influyen desde la ropa que llevas puesta hasta los derechos laborales de las mujeres explotadas en un taller de varios países asiáticos; desde la desaparición del mar de Aral —cuyas aguas saciaron la sed de 1,47 millones de hectáreas de algodón en Uzbekistán, a razón de 2000 litros por camiseta— hasta la cría exclusiva de animales para la creación de productos de lujo —como los cocodrilos criados en cisternas en Australia, ejecutados a los tres años de vida para satisfacer así “la demanda de casas de moda como Hermès”.

¿Qué es un bolso de piel ‘de lujo’ en una boutique de París sino un símbolo de que eres lo suficientemente rico y poderoso como para dominar y destruir la naturaleza, como para hacer que algo vivo muera en pos de tu adorno y placer?

“No es casualidad que bajo el capitalismo las cosas que se nos enseña a desear sean símbolos de crueldad y poder de la clase dirigente sobre la naturaleza, como las pieles y los cueros”, escribe la periodista. “¿Qué es un bolso de piel ‘de lujo’ en una boutique de París sino un símbolo de que eres lo suficientemente rico y poderoso como para dominar y destruir la naturaleza, como para hacer que algo vivo muera en pos de tu adorno y placer?”. La moda, dice Hoskins, está tan ligada al capitalismo que la industria no existiría “sin la explotación capitalista del Sur global, de las mujeres y de la mano de obra migrante, así como tampoco sin las racistas prácticas comerciales coloniales”.

Estas mismas prácticas comerciales, narra la autora, son las que condicionan ahora a naciones como Bangladés, donde la industria textil moderna del país nació a finales de los 70. En 1985, ya contaba con 450 fábricas, que se multiplicaron hasta las 7.000 censadas en 2015. El 90% de la mano de obra, además, son mujeres. “Los orígenes de la industria de la moda y la trata esclavista comparten varias perturbadoras intersecciones”, escribe. Porque la existencia de estos empleos en un país como Bangladés no es equivalente a una mejora de las condiciones de vida de esos trabajadores. Según un estudio del Consorcio de Derechos de los Trabajadores, el 75% de los empleados textiles han pedido préstamos durante la pandemia.

La ‘niña favorita’ del capitalismo

Para la autora, es imposible comprender esta industria sin analizar cuatro elementos “tan inextricablemente relacionados”, que no existiría sin ellos: la explotación de las mujeres, las personas racializadas, la clase trabajadora mundial y, también, del planeta. Hoskins denuncia que ese sistema también hace que la naturaleza esté “disponible de forma gratuita”, un enfoque que “lo único que puede prometer realmente es una carrera precipitada hacia el desastre”. O lo que es lo mismo: “Si la industria de la moda se viera obligada a internalizar todos los costes sociales y medioambientales de agua, aire, suelo y animales que genera, el negocio quebraría”.

La autora dedica buena parte de su trabajo a explicar también cómo este sector, a través del control de revistas especializadas, ha sido capaz de eliminar cualquier conversación sobre estas consecuencias de entre sus páginas. “La capacidad de la cultura dominante para allanar —y ocultar— las vastas contradicciones contenidas en este libro es una razón clave de por qué la gente no está en una continua revuelta”, afirma.

La apuesta de Hoskins es que un gesto tan aparentemente simple como reducir el consumo de ropa puede tener consecuencias en el mismo sistema que, al otro lado de la cadena de suministro, donde “la vida bulle de insatisfacción” por la precariedad laboral, la pérdida de poder adquisitivo de las nuevas generaciones o la falta de acceso a la vivienda, también presenta la actividad de ir de compras como salvación, identidad, comunidad y entretenimiento, todo en uno“.

“No podemos cambiar la industria de la moda de manera aislada. Por algo se le llama la ‘niña favorita’ del capitalismo”, explica a este periódico. “Esto requiere un cambio total en la economía, la justicia, la reforma del sistema de impuestos y la redistribución de la riqueza. Por eso creo que el cambio en la moda puede ser parte de algo más grande”.