Nevenka Fernández: «Hay que escuchar a las mujeres que se atreven a hablar, ya que hacerlo tiene consecuencias devastadoras»

Nevenka Fernández: «Hay que escuchar a las mujeres que se atreven a hablar, ya que hacerlo tiene consecuencias devastadoras»

Hace 25 años consiguió la primera condena por acoso sexual a un político, aunque el precio a pagar fue muy elevado. Ahora reivindica su derecho a la palabra y cuenta su historia en ‘El poder de la verdad’

“El poder de la verdad”: adelanto en exclusiva del libro de Nevenka Fernández

Tenía 25 años cuando su nombre saltó a los medios de comunicación: Nevenka Fernández, hasta entonces concejala de Ponferrada, denunciaba al alcalde de la localidad, Ismael Álvarez, por acoso. Aunque ganó el juicio y en 2002 consiguió una sentencia que se convirtió en un hito, las consecuencias de todo ese proceso fueron para ella devastadoras. Desde el apoyo popular al alcalde, las declaraciones a su favor de miembros del PP, el escarnio público y el señalamiento para ella y su entorno, el interrogatorio del fiscal, el exilio… el caso de Nevenka se convirtió en un referente que la cuarta ola feminista reivindicó. Ahora es ella la que reivindica el derecho a contar su historia en sus propios términos en El poder de la verdad (ediciones B), un libro que recorre su vida desde entonces hasta la actualidad.

Llama la atención que empieza el libro diciendo que nunca quiso ser famosa. Tantos años después, ¿aún siente la necesidad de excusarse por hablar?, ¿aún pesan todas las acusaciones que le hicieron?

Lo que pesa es que yo, siendo una persona tan privada, tuviera esa necesidad de exponer mi vida, de contar lo que me había ocurrido. Tenía muchísimo miedo a esa exposición pública por cómo se había tratado el tema. Sigo sin ningún afán de protagonismo, pero ahora he conseguido reconciliarme con esta parte. Primero, porque me he hecho mayor, tengo ya más de 50 años y creo que el tiempo ayuda. Y después, porque este libro y toda esta exposición que ahora estoy dispuesta a tener, tiene un propósito, que es ayudar. Siempre fue ese el propósito, pero quizás ahora, desde la distancia que dan los años, desde ese convencimiento de quién soy, puedo tranquilamente estar aquí diciéndote que no tengo ningún afán de protagonismo cuando sé que soy la protagonista de esta historia.

Nunca he tenido la intención de hacerme famosa, sigo sin tenerla, pero también estoy contenta de poder asumir una responsabilidad que siento dentro de ser una voz para muchas que no pueden hacerlo o que no pudieron. Y por eso estoy aquí

Y también porque Nevenka es el nombre de todas las mujeres, esto es algo que he ido entendiendo, sobre todo en los últimos siete años. Creo que fue la poeta Elvira Sastre la que primero lo expresó así, y cuando lo dijo pensé en ello, no era algo nuevo, era algo que yo ya había sentido en esas manifestaciones del 8M. Nunca he tenido la intención de hacerme famosa, sigo sin tenerla, pero también estoy contenta de poder asumir una responsabilidad que siento dentro de ser una voz para muchas que no pueden hacerlo o que no pudieron. Y por eso estoy aquí.

Hay una idea que atraviesa todo el libro, la de hablar como alivio, como sanación. Llega a decir que si no hubiera hablado, usted estaría muerta. Pero no siempre pudo hablar, y eso es algo que le pasa a muchísimas mujeres. ¿Es un proceso?, ¿se habla cuando se puede?

Hablar es una herramienta de cualquier ser humano. Y en casos de maltrato, de violencia contra las mujeres, a las mujeres se nos ha colocado históricamente en una posición en la que, dependiendo qué te ocurra, te consienten hablar o no. La buena mujer tiene que estar calladita.

Yo continuaba con alguna secuela del trauma, no ya del acoso sexual o laboral o moral que sufrí, que fue muy grande, sino también de todo lo que ocurrió después, toda esa violencia de los medios, la imposibilidad de encontrar trabajo…

Es esa cultura en la que las cosas que pasan dentro de casa tienen que quedarse dentro de casa. Yo nací en esa cultura, como todas nosotras, pero me ocurrió algo con lo que yo no podía quedarme callada. Porque no poder expresar todo ese dolor significaba mi muerte psicológica. Seguramente si hubiese podido quedarme callada –y estuve muchos meses así– lo hubiese hecho, intentar ajustarme a lo que la sociedad –y yo misma– me exigía. Pero llegó un momento en que eso era imposible para seguir viviendo y por eso siempre digo que hablar me salvó la vida.

¿Le faltaron referentes de mujeres que habían roto ese silencio para poder hacerlo usted?

Durante todos estos años siempre buscaba referencias de maltrato. He leído muchísimos casos, he estado en contacto incluso con una persona que sufrió abusos de la Iglesia: Miguel Hurtado. Yo buscaba todos los artículos de prensa que salían, todos los documentales. Buscaba eso porque validaba lo que yo había sentido, lo que no había podido expresar. Era como tomarse una medicina. Lo que pasa es que no había mucho en España. Yo continuaba con alguna secuela del trauma, no ya del acoso sexual o laboral o moral que sufrí, que fue muy grande, sino también de todo lo que ocurrió después, toda esa violencia de los medios, la imposibilidad de encontrar trabajo… y que yo no me esperaba. A veces, sobre todo cuando teníamos que volver a España, todo eso era un gran problema para mí.

La primera referencia grande que recuerdo es una mujer afroamericana, Anita Hill, que se atrevió en los años 90 a decir que un juez del Supremo era un acosador sexual y lo hizo delante del Senado. Al ver el documental lloré de alivio, pensé ‘sé exactamente lo que siente esta mujer’. También sentí una terrible pena y mucha rabia, porque al final del documental enseña como un millón de cartas de apoyo y eso me recordó mi soledad.

Habla de las manifestaciones contra ‘la manada’ y del 8M como un momento clave para usted.

Cuando llegó a España el movimiento MeToo y las manifestaciones del 8M, recuerdo unas lloreras frente a la tele en Dublín… Esos carteles de ‘Yo sí te creo’ pensaba que eran por mí también. Todavía se me pone la carne de gallina, porque es una catarsis y yo estoy todavía progresando personalmente. Que toda la gente saliera a la calle me hizo volver a creer en el ser humano, me dio fuerza. Aún así, tenía muchas dudas de hablar.

Esos carteles de ‘Yo sí te creo’ pensaba que eran por mí también. Todavía se me pone la carne de gallina porque es una catarsis y yo estoy todavía progresando personalmente. Que toda la gente saliera a la calle me hizo volver a creer en el ser humano, me entró fuerza. Yo nunca he querido la fama ni la venganza. He estado interesada en entenderme, en comprender y en ayudar

Ana Pastor me había preguntado durante muchos años y yo ya estaba empezando a emocionarme con esa idea de hablar, pero no se lo había dicho a nadie. Y un día, en el coche, mi estrella me dijo ‘pero claro’. La reacción a ese documental, por supuesto, no la esperábamos ni Ana ni yo, por mucho que hubiésemos soñado. Creo que la gente vio que yo nunca he querido la fama ni la venganza. He estado interesada en entenderme, en comprender y en ayudar. Ayudarme y ayudar después.

Desde entonces ha habido muchas mujeres que han hablado públicamente de las violencias y abusos que han sufrido, aunque sigue existiendo mucho temor.

Hay muchos más referentes, pero todavía hay que ser muy valiente, no es fácil que te atrevas a ir un poco contracorriente, a enfrentarte a la cultura que nos rodea. Los efectos secundarios de esa valentía no solamente te afectan a ti, afectan a quien te rodea. Es mucha responsabilidad ser valiente, por eso es importante que lo seamos todos, no solamente las mujeres que hablamos o que nos hemos atrevido a dar el paso.

Describe con mucha precisión cómo se desplegó el acoso que sufrió por parte de Ismael Álvarez. Es complicado, precisamente porque el acoso conlleva muchas conductas aparentemente sutiles. Dice que no fue hasta que un médico le mencionó la palabra ‘acoso’ que entendió lo que le pasaba.

Es el capítulo que más me costó, con el que más tiempo tardé. Yo no había escuchado nunca la palabra acoso. En el acoso no hay moratón. Yo diría que el acoso empieza de una forma anodina, con actitudes y momentos anodinos, por eso en vez de fijarte en lo que hace la otra persona, yo recomendaría pensar en cómo te sientes tú. ¿Hay algo que no te hace sentir bien o que te hace sentir pequeña? Alguien hace un comentario delante de ti, grosero o muy maleducado, tu compañero de trabajo no te habla… Ese tipo de cosas ocurren como un goteo, no todo el rato porque si no, claro, podrías defenderte.

Hace 20 años la sociedad no estaba preparada para escuchar a una mujer joven decir ‘no es no’

Llegaba al ayuntamiento y empezaba a observar este tipo de cosas, uno que no me dirigía la palabra, otro que intentaba evitar que supiera algo de algún punto que habían incluido en mi reunión, a pesar de que yo preguntaba… eso desde el punto de vista laboral. Psicológicamente, por ejemplo, cuando él me decía ‘vamos a tomar un café’ y yo trataba de evitarlo, pero por la agresividad con la que me miraba o me hablaba, yo sabía que eso iba a tener consecuencias. Es acoso porque es todos los días, la intensidad de esas situaciones va in crescendo y luego baja. Te vas dando cuenta de que vas poco a poco desapareciendo psicológicamente, desapareciendo como persona. Llegas a casa desgastada, empiezas a tener ansiedad de volver al trabajo.

¿Cuesta nombrarlo, aceptar lo que está pasando?

Yo me lo negué durante mucho tiempo, primero porque no me lo podía creer, porque yo a esta persona la apreciaba. Había tenido una relación sentimental con él, pero, independientemente de eso, yo había entrado en el ayuntamiento confiando en que eran personas normales y que íbamos a cuidar todos de todos. ¿Cómo te das cuenta de todo esto? Mirándote a ti mismo, validando lo que tú sientes. Cuando en el debate a veces se exagera ese negacionismo de la violencia contra las mujeres, yo le diría a la gente que se observara a sí misma. Y si estás en una situación en la que sientes peligro, en la que sientes que la relación no es normal, en la que lloras y tienes miedo de volver al día siguiente, seguramente te está ocurriendo algo que no es normal y lo hablaría con alguien.

Usted cuenta también que el silencio del entorno puede ser tremendamente dañino.

Yo intenté hablarlo alguna vez, es algo que cuento. Pero claro, como contaba alguna situación específica, no parecía nada. Recuerdo estar en una conversación de trabajo normal, con él y otras dos personas cerca y verle meterse las manos en los bolsillos. Luego me hizo un gesto para que yo le siguiera con la mirada y vea su erección y me dijo ‘mira cómo me pones cuando estoy a tu lado, tengo que tener las manos en los bolsillos’. Me quedé en shock, con una profunda sensación de asco, de casi maltrato a un nivel muy profundo. Pero allí nadie contestó nada y la conversación continuó después de eso como si nada hubiese ocurrido. ¿Qué haces en esa situación? Pues la primera que intentó hacer como que no pasaba nada fui yo, porque no sabía qué decir y porque además pensaba que hasta debía aceptar que eso era normal, aunque a mí no me lo pareciera.

He odiado España y a los españoles, con excepciones. Me fui a otro país y empecé una nueva vida y me ha costado muchos años reconciliarme con esto

Logró la primera condena por acoso sexual a un político, pero en el libro aparece claramente el coste enorme que supuso para usted. Dejó España, le supuso un problema a la hora encontrar trabajo, la vida social se volvió algo casi imposible, tuvo graves consecuencias psicólogicas… ¿Diría que ganó un juicio pero que en ese momento perdió una batalla social?

Gané a Nevenka y con Nevenka gané muchas cosas. He ganado vivir. La sociedad no estaba preparada para escuchar, ahora creo que lo estamos mucho más, pero todavía no es fácil, como sabemos. Después presenciamos el caso de Jenni Hermoso, yo estaba en casa mirándolo todo y por dentro super revuelta pensando en que hay una parte de la sociedad que claramente no quiere que las mujeres expresen lo que no les gusta. No solo eso, te obligan a decir que te gusta o a no decir nada, porque en ello va en teoría tu valor. En aquel momento, la sociedad no lo soportó y yo no lo esperaba. Nos ha costado muchos años recuperarnos. He odiado España y a los españoles, con excepciones. Me fui a otro país y empecé una nueva vida y me ha costado muchos años reconciliarme con esto. Entonces sí, claro que se perdió la batalla social porque hace 20 años la sociedad no estaba preparada para escuchar a una mujer joven decir ‘no es no’.

Vivió daños muy serios en su salud, en su bienestar…

He utilizado muchos mecanismos para intentar sanar el trauma. En ese proceso me he dado cuenta de que del dolor surgen lecciones muy importantes que nos ayudan a valorar qué es importante en tu vida. Y esto es algo que llevo conmigo porque es maravilloso verlo así. De lo peor pues seguramente han surgido oportunidades que me han ayudado a vivir la vida que he querido vivir y a ser como soy. Fue terrible, porque yo necesitaba el trabajo, era importante para mí no quedarme parada. Además, una de las cosas más terribles de las situaciones de maltrato es que te destroza la autoestima.

No era una chica de derechas, nunca estuve afiliada, y en mi familia ha habido de todo. Era una chica que estaba estudiando una carrera a la que le ofrecen volver a su tierra a trabajar en una posición que me parecía interesante y para la que me veía capacitada

Por eso, cuando me fui a Inglaterra, mi primer trabajo fue en una fábrica de pollos y lo cuento orgullosísima porque no te puedes imaginar qué sensación de autoestima me daba eso. Yo lo que quería era ganarme la vida. No tenía prisa en demostrar nada, solamente quería poder ir viviendo. Quizá la sociedad esté ahora más preparada y eso es bonito también. Ver las manifestaciones del 8M o de la manada fue súper inspirador. Ahí descubrí que hay mucha gente en España que ha evolucionado con el mundo.

Esa revictimización que sufrió también la alimentaron declaraciones a favor de Ismael Álvarez, como las de Ana Botella o Pío García Escudero. ¿Alguien del PP le ha llamado en estos 25 años para pedirle perdón, para preocuparse por usted?

No, no me ha llamado nadie, pero eso es lo normal. Creo que él hizo una entrevista un poquito después de la película y salió de nuevo negando todos los hechos, diciendo que lo que ocurrió no ocurrió y que él nunca hizo nada y que yo soy un poco una loca y que fui yo la que le acosé. Menos mal que me fui, siempre lo digo. En español hay un refrán buenísimo que dice ‘no le pidas peras a un olmo’. Son personas que tanto cuando hablan como cuando no, definen lo que creen y es una posición muy diferente a la nuestra. Nadie nunca me llamó ni tampoco lo esperaba.

No era una chica de derechas, nunca estuve afiliada, y en mi familia ha habido de todo. Era una chica que estaba estudiando una carrera a la que le ofrecen volver a su tierra a trabajar en una posición que me parecía interesante, me veía capacitada. Es verdad que era muy joven, pero entendía que me iban a ayudar los compañeros, igual que en cualquier otro trabajo. Era muy inocente en este sentido y tardé poquísimo en darme cuenta de que ellos y yo no tenemos mucho que ver en nuestra forma de ser, en la manera de pensar. Me siento muy alejada de ese tipo de personas.

Quiero preguntarte por un caso reciente que se ha comparado con el suyo: el conselleiro de Pesca gallego, Alfonso Villares, dimitió en junio pero el presidente de la Xunta y su partido sabían desde febrero que estaba siendo investigado por agresión sexual. Se fue rodeado de aplausos, buenas palabras y confianza en su inocencia, sin una referencia a la mujer que le denunció. ¿Entiende el paralelismo?

Sí, lo conocía, siempre estoy atenta a estos casos, aunque no sabía que lo comparaban. Me parece que hay una cultura –no solamente en España sino en el mundo entero– para la que la posición de las mujeres es una y la de los hombres es otra. Y cualquier mujer que se atreva a denunciar esto y a decir ‘no’ o a poner límites va a ser cuestionada, atacada. Y cualquier hombre que lo haga va a ser aplaudido. Yo no me peleo más con esta gente. Creo que hay un trabajo muy grande en intentar hablar a todas las demás personas que no creen que esta sea la manera de solucionar problemas, tapando e imponiendo. Me da mucha pena que no podamos ni siquiera llamar a las cosas por su nombre. En ese sentido, pues sí, hay una parte de España que no ha cambiado y que no quiere cambiar.

No me ha llamado nadie [del PP] pero es que eso es lo normal. En español hay un refrán buenísimo que dice ‘no le pidas peras a un olmo’. Son personas que tanto cuando hablan como cuando no definen lo que creen y es una posición muy diferente a la nuestra. Nadie nunca me llamó ni tampoco lo esperaba

De hecho, vivimos un momento en el que existe una importante corriente ideológica que se niega a hablar de violencia de género o de acoso por razón de sexo. Y que en muchas ocasiones aseguran que las mujeres que denuncian lo hacen por interés. Usted dice en el libro que denunció porque ya lo había perdido todo. ¿Cómo les respondería?

Yo respondería pidiéndole a la gente que escuche y que abra los ojos. Sus argumentos se caen por sí mismos. Hace 20 años quizá el argumento de ‘es que quiere ganar algo, quiere ganar dinero o notoriedad, fama…’ habría alguien que podría pensar que eso era así, pero los años han demostrado que esa nunca fue mi intención. Y si esa no es la intención, entonces ¿cuál es? Tenemos que abrir un poco los ojos y querer escuchar a las mujeres que se atreven a hablar de esto, que no es fácil porque es exponer tu vida y sabes que la consecuencias van a ser devastadoras, que te enfrentas todavía a muchísima incomprensión, a que te juzguen, a daños colaterales tremendos que además no te afectan solamente a ti.

El fiscal de su caso le hizo un interrogatorio durísimo en el que llegó a afirmar que usted “no era una cajera de Hipercor” que tenía que dejarse tocar el culo. Hemos cambiado pero hemos seguido viendo interrogatorios y procesos judiciales llenos de estereotipos machistas y racistas. ¿Para que las mujeres hablen y denuncien hay, además de pedirles a ellas que lo hagan, seguir trabajando en medidas estructurales?

Por supuestísimo que sí. Fíjate si es importante que las personas que no quieren que esto cambie ahora con lo que se meten es con la educación. Intentan ponernos contra esa educación libre en la que podemos conocer a los seres humanos y entender el sufrimiento y quizá ponernos en los zapatos de los demás, intentar ser mejores y ser una sociedad más acorde con la globalización y con la vida que tenemos. No lo permiten. Trump está ahora mismo contra todas las universidades y sus argumentos son las excusas del patriarcado.

Tenemos que darnos cuenta de dónde venimos: de sociedades donde nos han dicho cómo vestir, cómo ser, qué significa ser una mujer buena, y quedan muchos remanentes de esto en el mundo todavía. Pero creo que hemos hecho algo, que algo está ocurriendo, porque el hecho de que salgan con toda la artillería y esa violencia tremenda es un síntoma de que en algún lugar hemos tocado. Quiero terminar así porque es muy importante y es también una razón de este libro: quiero dar esa esperanza porque me he dado cuenta de que quizá el mundo no podemos cambiarlo, pero podemos cambiarnos a nosotros mismos y, desde ese lugar honesto, hay una luz muy poderosa y ese es el poder de la verdad.

¿Se siente reparada socialmente 25 años después?

Yo me siento completa. Tras el documental y después la película, después de ese aplauso en San Sebastián… Yo me quedé en shock, pero no tanto por mí, es que ese aplauso era por toda la gente. Eso es lo que yo sentí con esa catarsis, que cada uno de nosotros podemos hacer algo para que esto cambie, por pequeño que sea. Fue muy sanador. La comprensión tiene efectos curativos maravillosos y en los últimos años ha habido muchísima comprensión hacia mí, hacia lo que significa este caso. Así que sí, me siento en paz.

Vídeo de la entrevista completa

Vídeo: Lourdes Jiménez