Josep Pich, historiador: “Con un Gobierno de PP y Vox, habrá catalanofobia a paladas”

Josep Pich, historiador: “Con un Gobierno de PP y Vox, habrá catalanofobia a paladas”

El profesor de Historia Contemporánea de la UPF publica ‘Catalanofòbia’, un libro en el que repasa las causas políticas que han convertido a los catalanes, sean catalanistas o no, en el «enemigo interno» de España

El Gobierno tiene encallada en España la ley para garantizar el plurilingüismo mientras lo promueve en la UE

El catedrático y profesor de Historia Contemporánea Josep Pich (Manresa, 1967) sabe lo que es recibir aplausos de toda una clase cuando termina su última lección magistral del trimestre en la Universitat Pompeu Fabra (UPF). Su estilo didáctico y directo es recordado por generaciones de estudiantes. Como investigador, Pich bebe de la tradición de referentes como Josep Fontana y Josep Termes.

Especialista en historia del catalanismo, Pich ha publicado Catalonofòbia, una immersió ràpida (Tibidabo Edicions), un repaso a las causas de los ataques que, catalanistas o no, han recibido todos los catalanes. De Quevedo a Isabel Díaz Ayuso o Felipe González, a lo largo de los últimos cuatro siglos Pich ve una constante, la confrontación entre dos proyectos políticos, dos modelos de Estado y su control. Y deja una reflexión sobre el procés: la clase dirigente independentista promovió un discurso “líquido y gaseoso” frente a algo que no es ni líquido ni gaseoso: el Estado.

¿Cuál es el origen de la catalanofobia?

Este libro es un encargo del profesor Ferran Requejo, que me hizo esta misma pregunta. Antes de contestarla, tuve que preguntarme si la catalanofobia existía. Si fuera de Madrid, quizás hubiera respondido que no, pero en Barcelona y en Catalunya la respuesta es distinta y bastante evidente. La bibliografía en Catalunya es relativamente extensa, pero he encontrado solo a un autor en España que haya publicado sobre la catalanofobia, un andaluz llamado Javier G. Pulido. El criterio mayoritario en España es que la catalanofobia no existe.

Usted lo refuta, y con ejemplos de catalanofobia que van desde el siglo XVII a nuestros días.

La hipótesis del libro es que la catalanofobia tiene causas políticas fruto de la confrontación entre dos proyectos políticos de estado-nación, y que es incluso anterior al nacimiento del estado liberal y del catalanismo. Por eso el libro empieza en el siglo XVII con la guerra dels Segadors, aunque incluso unos años antes, el conde duque de Olivares, en un informe secreto a Felipe IV, le recuerda que tiene muchos reinos, pero su objetivo es que, aunque se reduzcan, estén todos regidos por las leyes de Castilla. Quevedo, que como autor me encanta, en el siglo XVII dejó escrito que esa guerra no era “ni por el huevo ni por el fuero”, que los catalanes eran “el ladrón de tres manos”, y que ser su virrey era una condena.

¿Qué dos modelos había en disputa?

La pugna es entre dos modelos posibles de España: un proyecto es centralista y uniformizador, tanto bajo el antiguo régimen como bajo un régimen perfectamente liberal y democrático, y el otro es un proyecto de España en el que todos los ciudadanos son españoles, pero ni tienen las mismas leyes ni las mismas normas. El primero es un proyecto de raíz castellana con capital en Madrid, y el otro tiene su origen en la Corona de Aragón. Como el nombre no hace la cosa, dentro de la Corona de Aragón había el reino de Aragón, el reino de València, el reino de Mallorca o el principado de Catalunya.

Esos dos modelos en confrontación los podemos concretar en dos ciudades: Madrid y Barcelona tienen una pugna de poder. Esta pugna, en un estado verdaderamente federal, no sería un problema. La capital del estado de Nueva York de los Estados Unidos es Albany. La ciudad más importante de California es Los Ángeles, pero la capital del estado es Sacramento. En EEUU escogieron como capitales estatales ciudades más pequeñas para que se dedicaran a los asuntos administrativos. Nuestro modelo es distinto, porque seguimos el modelo jacobino francés, que puede ser parlamentario y democrático, pero no deja de ser centralista y uniformizador.

¿Este modelo jacobino se ha impuesto?

Pese a lo que se pueda decir, la idea del Estado centralista y uniformizador continúa vigente hoy en día en España. Si se tiene en la cabeza un Estado federal, no pasarían cosas como la estructura de los ferrocarriles (todos salen de Madrid, el kilómetro 0) o el retraso en el corredor Mediterráneo, que no se sostiene desde muchas perspectivas económicas y hasta desde una concepción marxista sobre la necesidad de crear relaciones que vinculen en una nación para evitar los separatismos. ¿Cómo es posible que sea más barato y rápido ir de Madrid a València en tren que de València a Barcelona, que están, por pocos kilómetros, más cerca?

La idea del Estado centralista y uniformizador continúa vigente hoy en día en España

¿La derrota de los partidarios de la monarquía de los Austrias, motivo por el que se celebra la Diada de Catalunya el 11 de septiembre, fue un punto de inflexión en esta pugna entre los dos modelos?

La guerra de Sucesión no fue una guerra por la independencia de Catalunya, aunque haya gente que lo crea de forma equivocada. Los británicos dejaron plantados a los catalanes tras convencerles de que entraran en la guerra. Las tropas catalanas participaron de la conquista de Gibraltar, y de hecho todavía hoy hay un pueblo y una bahía del peñón que se llaman Catalan Bay. Pero los catalanes se dejaron engañar por una razón comercial: las Indias eran el mercado más importante de España, y por entonces los catalanes lo tenían vetado. Se trataba de tener más peso dentro de España.

Es una cuestión fundamental que se mantiene un siglo después: el imperio de los catalanes es España, por decirlo en palabras de Enric Prat de la Riba, cuyo último capítulo del fundamental libro Nacionalitat Catalana se llama L’imperi català. Si se piensa que Prat de la Riba se refería a un imperio catalán independiente, no se ha entendido nada de nada. La tercera ciudad española más importante de aquella época, tras Madrid y Barcelona, era La Habana, y se buscaba ese mercado.

¿Los periodos democráticos, como la II República o el actual, han comportado una minoración de la catalanofobia?

Evidentemente, la catalanofobia ha tenido picos a lo largo de la historia y es distinta bajo periodos dictatoriales que en etapas democráticas. Seguramente la frase que la sintetiza de forma más clara y explícita es la del que fue director de La Vanguardia, Luis Martínez de Galinsoga y de la Serna, que en 1959 espetó “todos los catalanes son una mierda”. Pero hasta Felipe González se refirió a los catalanes en 2023 como una “minoría en vías de extinción”, y es singular que no pasara nada.


Pich, durante la entrevista

Recientemente, la propuesta de mejora de la financiación ha desatado una oleada de críticas sobre supuestos “privilegios” de los catalanes.

Cuando se conoció el pacto por la nueva financiación, se dejó claro que Catalunya seguiría aportando unos 2.000 millones anuales a la solidaridad con el resto de comunidades. Pese a ello, una asociación vinculada al PP hizo cuentas y dijo que la aportación de 2.000 millones supondría la pérdida de entre 6.000 y 12.000 millones a la solidaridad común. En vez de poner en valor el mantenimiento de la solidaridad, se respondió con catalanofobia.

¿Cada propuesta proveniente desde Catalunya ha generado este tipo de reacciones?

Siempre que desde Catalunya ha habido una reclamación de más autogobierno (que no necesariamente la independencia), la catalanofobia ha subido. Al debate del Estatut de Catalunya de principios de siglo XXI le siguió una llamada al boicot de productos catalanes. Creo que, antes que los separatistas en Catalunya, han existido los separadores en el resto de España.

¿La catalanofobia afecta a todos los catalanes o solo a los que simpatizan con el catalanismo?

Hay catalanes que son catalanistas y otros que hasta son anticatalanistas, pero la catalanofobia les afecta a todos. Durante el siglo XVII o XVIII, los catalanistas como tales no existían, había los que luchaban para mantener los derechos institucionales históricos. En nuestros tiempos, discursos como el contrario al de la escuela en catalán, en el que simplemente se dicen mentiras como que los niños castellanohablantes tienen que esconderse, afectan a todos los catalanes.

Los catalanes somos el enemigo interno de España

En el libro defiende que no hay vascofobia, pero catalanofobia sí. ¿Por qué?

La idea la formuló Josep Fontana en una conferencia y la desarrolló Antoni Simon en un libro: los catalanes somos el enemigo interno de España. El concepto es del jurista alemán Carl Schmitt, que era nazi, pero no estúpido. El enemigo interno es alguien que en teoría es como nosotros, pero que no es de los nuestros, y que posibilita la cohesión del grupo. Ser el enemigo interno de alguien es jodido, pero si se tiene en cuenta esta idea es más fácil entender por qué Esperanza Aguirre dijo “antes alemana que catalana” cuando Gas Natural quiso comprar Endesa. Los catalanes somos los enemigos internos porque hay una pugna por el control de España.

Ayuso no esperó a que se hablara catalán en la última conferencia de presidentes y se marchó cuando el lehendakari se expresó en euskera.

El problema vuelve a ser la concepción del Estado, que es lo que le salió del alma a Ayuso cuando dijo lo de que en España hay una lengua oficial y en algunas partes otras lenguas. Se refería, en primer lugar, al castellano, y yo digo castellano y no español citando a Manuel Azaña, un señor muy español que tenía una abuela vasca, otra catalana y nació en Madrid, pero decía que si al castellano se le llamaba español, qué pasaba con las otras lenguas de España, como el catalán o el vasco.

Me parece evidente que si hay un Gobierno de PP y Vox, como dicen todas las encuestas, habrá ejemplos de catalanofobia a paladas. Pero por no hablar solo de Ayuso o del PP: el entuerto actual con las obras de Sijena ha recibido el apoyo de gobiernos aragoneses de todos los colores, pero solo parece que solo quieren las obras que están en el Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC) y las que están en El Prado les dan igual. Esto es catalanofobia.

¿Dentro del catalanismo hay hispanofobia?

Más que del catalanismo, yo diría del separatismo. Como especialista en historia del catalanismo, puedo decir que el catalanismo es mucho más amplio que el separatismo. Si ponemos una fecha entre el primer congreso catalanista de 1880 y 2025, es verdad que ahora la mayor parte del catalanismo es separatista, pero esto solo es así desde 2010, que históricamente es un periodo de tiempo muy corto.

Hasta 1918 no hay ningún partido separatista, y durante la mayor parte de este periodo histórico, el catalanismo, desde tiempos de Prat de la Riba o Valentí Almirall, defendía el autogobierno, el respeto a la lengua catalana y el encaje de Catalunya dentro de España. No niego que haya hispanofobia, pero ya firmaría que la catalanofobia fuera de la misma magnitud que la hispanofobia. De hecho, si fuera de la misma magnitud, no hubiera publicado el libro.

¿Los ataques a la lengua catalana son la punta de lanza de la catalanofobia?

Como europeo, que el catalán no sea una lengua oficial de la Unión Europea me parece inexplicable. Ahora el Estado lo está negociando, pero en anteriores intentos, el último realizado por los entonces eurodiputados Oriol Junqueras (ERC), Maria Badia (PSC) y Ramon Tremosa (CiU), no es que España se mantuviera neutral, es que estaba en contra. Incluso dos de los políticos que más lo rechazaban eran catalanes: Josep Borrell (PSOE) y Alejo Vidal-Quadras (PP). No cuestiono que Borrell y Vidal-Quadras sean catalanes, pero esto también muestra que catalanofobia e hispanofobia no pueden ser dos caras de la misma moneda.

En Catalunya se hablaba de construir estructuras de Estado sin tener en cuenta que España ya las tenía, y desde hacía siglos

¿La Constitución del 1978 no ha resuelto el problema?

Las constituciones no las crean los juristas en un aula como esta, sino que responden a contextos políticos. La Constitución española de 1978 no se entiende sin la Transición y sin las presiones políticas de integrantes del antiguo régimen y del ejército. Sin ellas no se explican varios de sus artículos, como el segundo, en el que a la vez que reconoce “la autonomía de las nacionalidades” consagra “la indisoluble unidad de la Nación española”.

Tampoco el 145, que conoce menos gente pero que prohíbe que las comunidades autónomas se federen entre ellas y que para mí solo tiene una explicación posible: la preocupación de que los Països Catalans se pudiesen federar, dentro de España, en algún momento. O el establecimiento de dos sistemas fiscales distintos (el régimen foral y el común) en un texto que dice que todos somos iguales ante la ley.

¿En el procés se registraron los picos más altos de catalanofobia?

El procés se basó en un voluntarismo explícito de buena parte de la clase dirigente independentista, que negó la realidad en un discurso, si se quiere, postmoderno, y bastante líquido y gaseoso. La realidad se empeñó en seguir existiendo y hay algo que no es ni líquido ni gaseoso: el Estado. Aquí se hablaba de construir estructuras de Estado sin tener en cuenta que España ya las tenía, y desde hacía siglos: ejército, diplomacia, tribunales, aliados internacionales… A los historiadores se nos preguntó poco o nada durante el procés, aunque uno de sus líderes lo fuera [Oriol Junqueras, presidente de ERC]. Supongo que una cosa es lo que se dice como político y otra la que se dice como historiador. Si no, no encuentro otra explicación.

El libro finaliza con una cita a un artículo suyo y de Miquel Caminal de 2010 que resultó premonitorio sobre el proceso soberanista.

La conclusión de este artículo, que redactó Caminal, pero siempre he asumido como propia, era que España no era una federación y que la conllevancia orteguiana respecto a Catalunya (constatar que queremos cosas distintas, que no nos soportamos, pero que lo que no podemos hacer es matarnos) no es un objetivo. Era necesaria una solución, que podía ser una federación, pero de verdad, y si esta no era posible, siempre podía caber una ruptura pactada. Pero no una ruptura no pactada, porque siempre implica un riesgo de violencia que no estoy dispuesto a asumir en ningún caso. Lo que hay es lo que hay: con un federalismo de verdad, que no es el que tenemos hoy, se podría solucionar, o como mínimo atenuar mucho, lo que se ha denominado la cuestión catalana.