
Familias afectadas por el suicidio denuncian la falta de acompañamiento: «El silencio a tu alrededor es horroroso»
Supervivientes y organizaciones ciudadanas coinciden en que invisibilizar el suicidio solo aumenta el sufrimiento, y piden recuros más eficientes, ya que abordarlo con responsabilidad permite compartir experiencias, derribar estigmas y generar una cultura social de prevención
Solo una de cada cuatro personas que se suicidan habían sido atendidas en salud mental
Borja no se suicidó; murió por suicidio hace ya ocho años. Ocho años en los que su madre, Julia –prefiere mantener su nombre real en el anonimato– se ha enfrentado a un duelo que se vio obligada a llevar en silencio. Con 12 años, Borja empezó a acudir al psicólogo de la seguridad social, hasta que falleció a los 17. Pese a seguir los protocolos que supuestamente había que seguir esta madre explica que se ha sentido sola frente al mundo porque “no conocía a nadie que hubiera fallecido por suicidio” y no sabía cómo hablar de ello. Asegura haber fallado por no haber hecho suficiente para evitarlo, pese a que no sabía qué estaba ocurriendo.
Julia recuerda cómo un día su marido la llamó por teléfono mientras estaba en el trabajo y le dijo que Borja estaba muerto. “No podía procesarlo. No me lo creí. Pensé: ¿qué se habrá tomado éste para decirme una cosa así?”, explica en conversación con elDiario.es. Lo siguiente lo describe como un número, un show de luces de ambulancia y policía al que no faltaron los curiosos. “Había conocidos que me daban una palmada en la espalda y otros un beso. Pero también desconocidos que preguntaban qué había pasado”. Ella se quedaba parada, callada y repitiendo por dentro: “A ver si se hunde el mundo y me traga”. Semejante incomodidad e incomprensión derivó en la imposibilidad de salir de casa sola: “Me encontré con que conocidos de toda la vida cruzaban de acera al verme para evitar el contacto”. “Te sientes una molestia”, lamenta.
Quiero que se sepa lo que pasa. Que ni supervivientes ni sobrevivientes tengan que vivir en un mundo que les está desprestigiando, que les está echando de lado, un mundo en el que molestas o apestas
Julia, cuyo dolor siempre va a estar presente, ha viajado desde Valencia hasta Madrid para acudir a la manifestación nacional de prevención del suicidio, que este año ha marcado bajo el lema: ‘Tu historia importa. Recordar es prevenir’. Este encuentro, promovido por La Niña Amarilla y 41 organizaciones colaboradoras, es el segundo a nivel nacional y su objetivo es ofrecer “un espacio donde cada historia tenga un lugar y cada abrazo cuente”. Durante la manifestación a la que han acudido unas 300 personas, se ha lamentado la ausencia de todas las autoridades políticas que sí habían sido avisadas del encuentro.
Julia (nombre ficticio), madre de Borja, en la manifestación nacional de prevención del suicidio organizada por La Niña Amarilla y 41 asociaciones más de toda España.
“Quiero que se sepa lo que pasa. Que ni los supervivientes ni los sobrevivientes –las personas que sobreviven al intento de suicidio– tengan que vivir en un mundo que les está como desprestigiando, que les está echando de lado, un mundo en el que molestas o apestas”, asegura la madre de Borja.
Cristina Blanco es doctora en sociología y también es superviviente de suicidio. Su marido falleció hace 12 años. Desde entonces, esta mujer, que actualmente preside Aidatu, la asociación vasca de sucidiología y dirige el posgrado Experto/a en Suicidiología de la UPV/EHU, también ha compartido este sentimiento de soledad e incomprensión: “El silencio a mi alrededor era horroroso. La gente no se acercaba y no te dejaba expresarte”.
Con el suicidio las personas mueren dos veces, una física y otra socialmente. Es como si jamás hubiese estado, y eso fue lo más demoledor para mí. Una persona que tiene 52 años, que tiene un entorno, amigos, de repente deja de mencionarse. Y no es que sea maldad, sino una buena voluntad mal dirigida
Blanco recuerda cómo sus amigas evitaban sacar el tema. “Cuando finalmente tuve la conversación con ellas me dijeron que evitaban hablar de mi marido [que había conocido a los 15 años] para no hacerme sufrir. Pero eso solo hacía aumentar mi sufrimiento, porque la soledad crece”.
“Con el suicidio –explica– las personas mueren dos veces, una física y otra socialmente. Es como si jamás hubiese estado, y eso fue lo más demoledor para mí. Una persona que tiene 52 años, que tiene un entorno, amigos, de repente deja de mencionarse. Y no es que sea maldad, sino una buena voluntad mal dirigida”.
Lo mismo le sucede a Julia cuando le preguntan por sus hijos: ¿Cuántos tienes? “Muchas veces, no sé qué responder. Se hace un blanco, un silencio aterrador”, explica. Ante esta tesitura, muchas supervivientes tienen dos opciones: o dicen la verdad a sabiendas de que van a generar un malestar en el otro, o mienten, señala Blanco.
“El suicidio es una muerte más, no una muerte menor. Así que hay que hacer trabajo, charlas para la ciudadanía general y campañas. Pero hay que ver de qué manera y teniendo muy en cuenta los matices. Porque si pasamos por alto el matiz, entonces, empezamos a fallar”, advierte Blanco.
Cuando la ayuda no funciona
Una semana después de que Borja falleciera, Julia ingresó en el hospital. “Sentía que tenía un nudo muy fuerte. Cuando los médicos me lo miraron, vieron que tenía un cáncer muy agresivo. No sabes la impotencia que sentí al ver la rapidez con la que me atendieron en comparación con mi hijo”, explica. “Fue una situación en la que todos nos echábamos la culpa. Lo peor fue la culpa”.
Julia nunca se habría imaginado que su hijo, que hacía seis años que estaba acudiendo a una psicóloga, pudiera llegar a morir por suicidio. Asegura no haber pasado por alto ningún signo de alarma que les hacía sospechar. En cuanto había un indicio de que algo no iba bien, acudían a su hospital para que médicos, psiquiatras o psicólogos hicieran su valoración. “Pero no fue suficiente”, explica. “No fui capaz de defenderlo ante la medicina, la psicología, la sociedad. No fui capaz. No sé lo que hubiera hecho, pero no tenía armas ni conocimientos de ningún tipo”.
Presuponemos que cuando le preguntamos a alguien si se quiere suicidar, nos va a decir la verdad. Pero no es así. O que los profesionales sanitarios saben cómo actuar, o que el médico de cabecera te va a hacer caso. Pero no siempre es así. Los protocolos de actuación de emergencia dejan algunos cabos sueltos que terminan por no salvar vidas
Borja había presentado conductas autolíticas –autolesiones– y poco antes de su muerte había sido ingresado al hospital por “una llamada de atención que nadie supo ver”. “En menos de 24 horas estaba de vuelta a casa”, enfatiza su madre. Blanco, que ha estudiado el suicidio y ahora dirige uno de los pocos posgrados que abordan este fenómeno desde una perspectiva multicausal y multidisciplinar, advierte de que la experiencia de la Julia no es única.
“Presuponemos que cuando le preguntamos a alguien si se quiere suicidar, nos va a decir la verdad. Pero no es así. También presuponemos que los profesionales sanitarios saben cómo actuar, o que el médico de cabecera te va a hacer caso. Pero no siempre es así. Los protocolos de actuación de emergencia dejan algunos cabos sueltos que terminan por no salvar vidas. El problema es que todos los consejos y recomendaciones [de protocolos o guías de actuación de prevención del suicidio] sólo van en una dirección. Del resto se olvidan”, analiza Blanco.
“¿Qué pasa cuando las respuestas no son estas? ¿Qué pasa cuando la primera respuesta es un no, o cuando el médico de cabecera quizás no te entiende?”, se pregunta. “Pensamos que si una persona te dice que no quiere suicidarse es por miedo a tu rechazo. Pero yo te digo que no. Puede ser porque muchas veces ni siquiera lo sabe él” y concluye: “Decimos que la conducta suicida no es sencilla, y sin embargo la estamos simplificando al máximo. Todo se resume en decir sí o no. Servirá para muchos, claro que sí. No estoy diciendo que no lo haga, ojo, pero tenemos que ser vigilantes. Tenemos que andar con cautela y no morir de éxito. La muerte por suicidio es una muerte más. Hay oncólogos buenísimos, pero la gente sigue muriendo de cáncer. Por eso, hay que preguntarse por la adecuación de los recursos, preguntarse si, como sociedad, desde la administración se hace lo suficiente o no”.
“No es cuestión de más psicólogos o psiquiatras”
Tras quedarse viuda, Blanco pasó por psiquiatría y psicología. Por aquel entonces “no se hablaba nada del suicidio, todo era un silencio horrible”. Para hacer frente a la situación se puso en manos de profesionales –“Tomé antidepresivos durante cuatro años, iba a la psicóloga dos veces por semana”– pero seguía sintiendo que no la entendían.
Fue entonces cuando se puso a investigar y encontró lo que para ella es una evidencia: que no todos los recursos que tenemos son eficaces. “Vi que en la mayor parte de los estudios de psicología no se aborda el suicidio y que, a día de hoy, sigue sin abordarse en el grado oficial y en el posgrado habilitante para sanitario para poder atender a pacientes. Ahí me di cuenta de que había muchos vacíos y de que no es solo un problema de salud mental, sino que es necesario un trabajo multidisciplinar. No me sirve que contrates a más médicos, psicólogos o psiquiatras. No es una cuestión de más o de menos. Sino una cuestión de formación”.
En 2024, la línea 024 atendió a 146.122 llamadas, de las cuales un 36,3% fueron clasificadas de riesgo medio-alto. Hasta junio de 2025, esta misma línea telefónica de prevención al suicidio creada hace tres años ha atendido a 84.220 llamadas
La experta asegura que hace falta una educación en doble sentido. La primera es “una formación integral multidisciplinar en las universidades para que haya gente que sepa por qué se hacen las cosas, qué cosas se hacen y qué agentes pueden hacer algo desde su posición”. La segunda, explica la mujer, es una formación puntual para aquellos agentes, como por ejemplo bomberos, policías o personal sanitario que, por su profesión, se enfrentan directamente con personas con conductas suicidas y que tienen que abordar la situación en el momento de la emergencia. Se trata, según Blanco, de una formación puntual en la que se explica cómo hablar con la persona o cómo hablar con la familia. “En esta segunda sí que hay más información, guías o protocolos y no requiere tanto de un enfoque multidisciplinar como en la primera”.
Los últimos datos oficiales del Instituto Nacional de Estadística (2023) señalan que solo en España 4.116 personas fallecieron por suicidio. En 2024, la línea 024 atendió a 146.122 llamadas, de las cuales un 36,3% fueron clasificadas de riesgo medio-alto. Hasta junio de 2025, esta misma línea telefónica de prevención al suicidio creada hace tres años ha atendido a 84.220 llamadas. Otros teléfonos de atención al suicidio son el 112 o el Teléfono de la Esperanza (93 414 48 48). Sin embargo, muchas personas siguen llamando a asociaciones u organizaciones empujadas por la ciudadanía pidiendo ayuda.
Hablar bien sobre el suicidio implica no difundir mitos, ni contar métodos, lugares o viralizar la identidad de una persona anónima, sino que hay que hacerlo cuando la noticia ayuda a la prevención de la conducta suicida
“Con el tiempo, he aprendido a ser más cauta”, explica Blanco. “Cuando llaman a la Aidatu les digo que vayan a un profesional. Pero añado: ‘y si no te atienden, no desesperes, porque igual el siguiente sí te atiende’. Hay que ofrecer todos los recursos disponibles, por supuesto. Pero también hay que plantearse la posibilidad de que estos no estén preparados”, insiste la experta al mismo tiempo que reconoce que la mayor parte de los avances han sido gracias al empuje y organización de la ciudadanía y de asociaciones pequeñas de supervivientes que están sosteniendo a la gente. “¿Y qué hace la administración?”, se pregunta. “Tengo muchas dudas, pero hay solo una cosa de la que estoy convencida. Y es que hay muchas muertes que se pueden evitar”.
El pasado mes de febrero, el Ministerio de Sanidad aprobó el Primer Plan Nacional de Prevención del Suicidio 2025-2027, que busca reducir y prevenir la conducta suicida en la población (con especial atención a los grupos en situación de vulnerabilidad), crear un observatorio para recopilar datos y apoyar en el duelo al entorno de los fallecidos. Si bien se trata de un hito histórico, “esta medida llega tarde, y dos años de acción son pocos si tenemos en cuenta que en España fallecen de media 11 personas cada día por suicidio”, explica Cristina Martínez, periodista y activista para la prevención.
A por una nueva narrativa
Hablar del suicidio ayuda a la prevención. Pero no de cualquier manera. Así tratan de explicarlo desde La Niña Amarilla, una asociación creada por periodistas cuyo objetivo es llevar la comunicación preventiva a toda la sociedad. “Muchos estudios demuestran que hablar del suicidio no tiene un efecto contagio si no se hace desde el respeto, el rigor y la responsabilidad”, explica Martínez, una de las fundadoras de esta asociación valenciana. “Hacerlo bien implica no difundir mitos, ni contar métodos, lugares o viralizar la identidad de una persona anónima. Sino que hay que hacerlo cuando la noticia ayuda a la prevención de la conducta suicida. Porque el suicidio es un fenómeno multicausal que no solo depende de salud mental. El suicidio es un momento de vulnerabilidad en el que la persona no ha sabido gestionar una solución”.
Por eso, en 2022 la asociación publicó En mis zapatos, una guía de recomendaciones para comunicar sobre el suicidio realizada junto con la asociación Papageno y AFASIB (Asociación de Familiares y Amigos Supervivientes por Suicidio de las Islas Baleares) dirigido a medios de comunicación y profesionales de la comunicación. En ella se hacen recomendaciones de cómo hablar del suicidio desde una perspectiva empática y sana que contribuye a la prevención del suicidio. Otro ejemplo es su Semillero de Esperanza, un conjunto de formaciones que se enfocan en el triángulo de la educación: alumnos, profesores y familias.
“Necesitamos hablar más desde la prevención para que las personas puedan compartir sus experiencias y, al mismo tiempo, educar a la sociedad para que sepa reaccionar cuando alguien se abre. No podemos decirle a la gente que pida ayuda y luego darle la espalda”, explica Martínez, que cree que los medios de comunicación sirven como altavoces para “cambiar ese silencio social en torno al suicidio”.
El cambio comunicativo empieza, según Martínez, por ejemplo, usar nuevos neologismos como “muerte por suicidio” cuando queremos decir que “alguien se ha suicidado”. “El uso del verbo reflexivo suicidarse ha puesto todo el peso y la responsabilidad en la persona que muere. Sin quererlo, señala, aísla y deja fuera de foco todo lo que puede estar detrás de esa persona: su sufrimiento emocional, las causas sociales, económicas, culturales o de salud mental”, explica. En cambio, el uso de muerte por suicidio, desindividualiza y humaniza.
La socióloga advierte también sobre el problema de la banalización: “Hay que hablar del suicidio, por supuesto, pero en algunos contextos la palabra suicidio se ha banalizado del mismo modo que se banalizó la palabra salud mental. No hagamos eso porque volvemos a invisibilizar, a enterrar aquellos que verdaderamente tienen esos problemas”, afirma Blanco, que insiste en la vigilancia: “Es fundamental que haya guías y protocolos de actuación en todas las áreas, que hablemos del suicidio y que se eduque a la sociedad para que sepa cómo actuar en esos casos, pero hay que ser rigurosos”.