Javier, el maestro de primaria que descubrió 200 especies sin salir de su pueblo

Javier, el maestro de primaria que descubrió 200 especies sin salir de su pueblo

Un libro recoge la impresionante aportación a la ciencia del profesor Javier Blasco Zumeta en el pequeño pueblo aragonés de Pina de Ebro y rescata la labor de este docente por proteger la biodiversidad en la zona de Los Monegros: «Nadie se imaginaba las maravillas que había allí»

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El desierto de Los Monegros es un ecosistema único en Europa, pero a finales de los años 80 se consideraba un secarral inmundo; un lugar estropeado para el que la única solución posible era regarlo hasta sacar algo digno.

–Dicen los ecologistas que en las saladas (refiriéndose a las de Monegros) hay vida.

–Y fauna, dicen que también hay fauna (risas).

Cuando el maestro de primaria Javier Blasco escuchó esta conversación entre dos técnicos de la Diputación General de Aragón en una mesa redonda sobre regadíos, aún no les podía rebatir que se equivocaban. Nadie se había tomado la molestia de estudiar aquel entorno, que simplemente se consideraba degradado por la desaparición del bosque. En ese instante, el profesor se propuso demostrar el valor de las estepas de la Depresión del Ebro con la titánica labor de inventariarlas desde cero. El resultado de un trabajo que le llevó 12 años completar, a la vez que enseñaba, fue una aportación de más de 200 especies nuevas de flora y fauna. “Nadie se imaginaba las maravillas que había allí, todo un patrimonio, especies desconocidas para la ciencia que estaban ahí metidas”, relata hoy. Es más, el hallazgo de decenas de especies nuevas que no aparecen en entornos próximos, y cuyos parientes más cercanos se encuentren en Asia occidental, indica que ambas regiones compartieron fauna y flora. Esto es algo que no se sabía.

Javier Blasco Zumeta, hoy jubilado, ha sido siempre un maestro de escuela, la mayor parte del tiempo en su pequeño pueblo de Pina de Ebro. En este lugar de apenas 2.500 habitantes del que nunca ha salido, le han cabido varias vidas, todas ellas relacionadas con el conocimiento y la protección de la biodiversidad: activista, entomólogo, ornitólogo, naturalista, conferenciante, asesor. Su libro publicado en 2024 ¿Quién quiere ir a la selva? (Tundra ediciones), algo así como sus memorias, es un no parar. Hoy no le da ninguna importancia a la multitud de reconocimientos y premios que ha recibido por su labor –“vanidad de vanidades”, los llama–, pero su aportación es enorme para la protección de un patrimonio natural que no solo no era reconocido, sino que se despreciaba. “Que me gustan los bichos es desde siempre, no tiene explicación, pero no tenía modo de plasmar esta emoción interior porque no disponía de conocimientos”.

Como naturalista autodidacta que ha sido –“yo he aprendido con los libros” –, se preocupó enseguida de preguntar a los especialistas. Para su famoso inventario de invertebrados de Los Monegros no dudó en ponerse en contacto con expertos de todo el mundo. “Yo les escribía diciendo que había cogido animales y que si me los podían estudiar; metía los insectos en cajitas y se los mandaba a Hawai, a Japón, Estados Unidos, por toda Europa, en España. Me gasté un pastizal, desde luego. Jamás me han pagado por esto”.

Metía los insectos en cajitas y se los mandaba a Hawai, a Japón, Estados Unidos… Me gasté un pastizal, desde luego. Nadie me pagó por esto

Zumeta era cazador, “como todos los niños rurales de aquella época”, cuenta. “El paso a la pubertad era comprar una escopeta de perdigones, ahora es tener un móvil”. Con 14 años y el anhelo de crear un zoo no dudó en escribir a Félix Rodríguez de la Fuente a Televisión Española. En la carta le pedía que le enseñara taxidermia. El naturalista y divulgador le contestó, y en el sobre metió los papeles para hacerse socio de la Asociación para Defensa de la Naturaleza (ADENA), con el mensaje: “Hazte amigo de los animales vivos y no muertos”.

La primera vez que vio a alguien relacionarse con un ave sin matarla era porque llevaba unos prismáticos. Cuando se dio cuenta de que aquel invento le permitía identificar lo que estaba viendo sin hacerle daño, cuando empezó a conocer sus nombres, dejó de matar. Después, su empeño por proteger la vida silvestre le ha dado muchas alegrías, pero también muchos disgustos. Uno de los más sonados fue el auge y caída de la posibilidad de que Los Monegros se convirtiera en parque nacional, la mayor figura de protección ambiental.

La propuesta llegó a las Cortes de Aragón en 1992, pero quedó en nada por la abstención del diputado tránsfuga del PP Emilio Gomáriz García. El profesor Zumeta, que para entonces ya era una persona con peso por sus descubrimientos, movilizó a todos los científicos del país y de fuera con los que había trabajado tanto durante años, pero sirvió de poco. Aunque a él le consta que, al presentarse un tiempo después al Premio Medio Ambiente de Aragón, el consejero de Agricultura desechó su candidatura sin más, con un simple: “Este le ha hecho perder muchos millones a Aragón”.

Cuenta divertido que algunas de las especies descubiertas por él llevan su nombre, otorgado por los autores de las descripciones: javieri, zumetae, blascozumetai, blascoi. Aunque reconoce que algo ha cambiado en la percepción que las personas tienen de la naturaleza –“en mi época no interesaba nada la biodiversidad”–, nota que en general la gente tampoco se preocupa mucho. “Yo creo que no mueve voluntades”, resume. La suya, sí.

Todavía hoy, con problemas de salud que le impiden salir al campo, acude una vez a la semana al colegio donde fue profesor para continuar un proyecto sobre medio ambiente que él lanzó hace años. En junio ha presentado en el Ayuntamiento de Pina de Ebro un libro sobre la historia de su pueblo, y tiene previsto completar la trilogía con una última entrega sobre arte “si la salud me deja”. Mientras, sigue aportando información a un archivo descomunal en Internet donde está repertoriado todo lo que él ha ido descubriendo. En nuestra charla, la palabra que sale una y otra vez es aprender. Y con ella se acaba: “Yo estoy bien si aprendo”, cierra el maestro.