Mallorca pasa de prohibir los toros a llenar plazas: «Las instituciones inflan artificialmente este espectáculo»

Mallorca pasa de prohibir los toros a llenar plazas: «Las instituciones inflan artificialmente este espectáculo»

Después de ocho años sin festejos, 5.000 personas llenan La Monumental de Muro en otra jornada en la que cientos de menores -gracias a la norma de PP y Vox- acuden a un lugar donde se insultó, con cánticos, a Pedro Sánchez

Cientos de niños vuelven a asistir a la tortura de seis toros en la plaza de Palma gracias a PP y Vox: “Es adoctrinamiento”

Avui seran guapos es toros!!!

Un tipo pega un grito delante de una trasera abierta. Del dintel del portón cuelga una bandera de España sobre la que han estampado el escudo de la Guardia Civil. Dentro, recortados en la oscuridad, están sus amigos. Son una docena. Sólo hombres. Entre veinte y cuarenta. Beben cubatas, esperando a que el calor de septiembre que achicharra el pueblo dé una tregua. Así alargan una sobremesa que los conducirá hacia las seis de la tarde hasta una plaza que les queda a apenas cinco minutos a pie. Otras cinco mil personas compartirán el mismo plan: pasar el domingo por la tarde viendo morir a seis toros en Muro. La arena del coso de este municipio mallorquín llevaba ocho años sin mancharse de sangre. Este domingo el tendido se llenó para verlo. 

Lleva sucediendo desde que comenzó la primavera. La afición por la tauromaquia está resucitando en la isla. Dicho en lenguaje taurino, la corrida de Muro fue como una confirmación de alternativa. Los tiempos en los que el Parlament de les Illes Balears prohibió la muerte del toro en la plaza quedan ya muy atrás. En cinco meses ha habido cuatro festejos taurinos (dos en Inca, uno en Palma y el de este domingo en Muro). Cuatro episodios de una misma historia que contiene un mensaje político difícil de separar de los picotazos, banderillazos, muletazos o la estocada que termina con la vida de la res en el ruedo.

La derecha y la ultraderecha han ganado este pulso cultural con paciencia, paso a paso. Primero, cuando el Tribunal Constitucional troceó, a petición del PP, la ‘ley de toros a la balear‘ para permitir que hubiera sangre y muerte en el ruedo. Mandaba todavía Mariano Rajoy en Madrid. Pasaron unos años (2018-2023) sin apenas corridas y sin que la asistencia de público fuera la deseada para mantener en pie espectáculos tan costosos. Cuando Francina Armengol (PSOE) dejó paso a Marga Prohens y el PP recuperó el control del Govern –que no del Parlament– en las últimas elecciones autonómicas, los conservadores cedieron a las presiones de Vox: un cambio legislativo volvió a permitir la presencia de menores en las plazas. El último reducto del proyecto legislativo que se conoció como toros a la balear saltó por los aires. El trasfondo político del asunto sigue siendo innegable. En Muro, justo antes de que sonaran los clarines y arrancara el paseíllo, desde las localidades de sol surgió un cántico que coreó buena parte del público: “¡Pedro Sánchez, hijo de puta!” 


Peineta de una taurina dedicada a los animalistas que protestaban a pocos metros de la plaza.

“Las instituciones están intentando artificialmente inflar estas fiestas: este tipo de espectáculos no los apoya la sociedad en general y, en particular, la mallorquina. Esto ocurre porque la Administración pone dinero, da permisos y un soporte a una empresa para que [la tauromaquia] funcione. Si no, aquí no hay suficiente apoyo social para que funcione”, dice Enrique Gimeno mientras, a su espalda, se escuchan las proclamas de sus compañeros de Satya Animal y el resto de colectivos –Fundación Franz Weber, Progreso en Verde, Mallorca Against Bullfighting, Estalla– que han convocado la protesta. “¡La tortura no es arte ni cultura!” “¡Los niños, al parque y no a ver matar!” “¡Torero, cobarde, que tengas mala tarde!”. A las seis menos cuarto de la tarde son una treintena, un par de altavoces y una caja de percusión. Desde los altavoces del coso responden con coplas y sevillanas: la voz de Manolo Escobar entona los versos de Que viva España y los Cantores de Híspalis tocan las palmas de uno de sus mayores éxitos: Que no nos falte de ná

Las instituciones están intentando artificialmente inflar estas fiestas: este tipo de espectáculos no los apoya la sociedad en general y, en particular, la mallorquina

Enrique Gimeno
Miembro de Satya Animal


Una de las proclamas que exhibieron los animalistas.


Un momento de la protesta que congregó a menos de cincuenta personas.

Fàtima Riera se siente “angustiada” y “espantada” ante el regreso de la tauromaquia a Muro. Ella no forma parte de ninguna asociación por los derechos de los animales. Es, simplemente, una vecina del pueblo que se ha acercado a la protesta: “Se supone que Muro es un pueblo moderno: me parece fatal que en el siglo XXI se toleren estas acciones. Hace cinco años que nos vinimos a vivir aquí y no pensaba que llegara a verlo: me gustaría que la plaza se hubiera convertido en una instalación cultural, pero no que se dedique a torturar y asesinar animales. Ahora la han pintado, la han dejado perfecta, han colgado banderas… para mostrar algo que creo que no es: a la gente del pueblo no les gustan los toros”. A Fàtima la acompaña su marido, murense de varias generaciones, y, por eso, ella pone como ejemplo del rechazo que cree que existe a la tauromaquia a nivel local a su familia política: “Mis suegros no lo pueden soportar: odian la tortura y son personas conservadoras y de derechas”.

Me gustaría que la plaza se hubiera convertido en una instalación cultural, pero no que se dedique a torturar y asesinar animales. Ahora la han pintado, la han dejado perfecta, han colgado banderas… para mostrar algo que creo que no es: a la gente del pueblo no les gustan los toros

Fàtima
Vecina de Muro

El equipo de gobierno tiene planes diferentes a los que desea esta vecina. El Ajuntament de Muro compró la plaza en 2010, antes de que desaparecieran las corridas durante ocho años. Hace apenas tres semanas se anunció que la gestión del recinto se volvería a licitar después de que ya se intentara en 2024. El concurso quedó desierto dos veces. El asunto es espinoso. Los animalistas de la Fundación Franz Weber acusaron al Consistorio de “regalar” la plaza por alquilársela a “300 euros al día” a los organizadores del festejo de ayer. “Nuestra posición es neutra”, dijo el alcalde cuando tuvo que opinar sobre los usos que se le darían al coso en un futuro inmediato: Miquel Porquer no es militante del PP ni de Vox, sino de El PI, la coalición conservadora y mallorquinista que ocupó el espacio de la extinta Unió Mallorquina. Tras la debacle electoral que sufrió en 2023, Muro, donde fue la lista más votada pero se quedó muy lejos de la mayoría absoluta, es uno de sus últimos bastiones de poder.


‘Cencerrito’ voltea a David de Miranda minutos antes de morir a manos de este torero onubense.


«Dentro de un minuto dejamos de servir alcohol», se escuchó en el bar de La Monumental poco antes de que comenzara la corrida.

“Colección de cayetanitos”

En las calles que rodean a la plaza se encuentran opiniones de todo tipo, sin embargo. Hay quien prefiere no mojarse: saca sillas plegables, las planta en la sombra y se sienta a contemplar el desfile de forasteros que, tras conseguir aparcar, pasean hasta los toros. Camisas claras, pantalones de lino, chalecos bordados con motivos camperos, sombreros de ala ancha, zapatos castellanos y zapatillas Pompeii, gafas oscuras, alguna americana y, entre las mujeres, bastantes vaqueros, prendas gruesas con las que se soportan estoicamente los veintipico grados de temperatura. De las manos más veteranas cuelgan esas bolsas de cartón en la que se despacha la ropa en las franquicias de fast fashion y que se guardan porque valen para un roto y para un descosío. Por ejemplo, llevar las almohadillas sobre las que apoyar el culo en una grada de hormigón. Pero, aunque no sea difícil identificar a jubilados, el porcentaje de menores de treinta es altísimo. 

Carai, quina col·lecció de cayetanitos”, exclama una mujer desde el patio de butacas callejero. Frente a ellas, en la esquina de enfrente, otras cuatro mujeres, más mayores, con pinta de madones (mujeres mayores mallorquinas), no pierden detalle, una mano en la cintura, la otra mano en el mentón. Ninguna quiere, de primeras, hablar del regreso de la tauromaquia al pueblo, pero la más joven, que debe pasar los sesenta, acaba accediendo. Se llama Maria Magdalena y, aunque no entrará en la plaza, cree que el domingo 14 de septiembre de 2025 será una fecha para recordarla: “Aquí siempre se había celebrado una corrida cada año: el día de Sant Joan, por las fiestas patronales. Es una tradición que se perdió y es bueno que se recupere. A todos los que tenemos una cierta edad nos han llevado a los toros y luego hemos ido con nuestros grupos de amigos, con nuestros novios, con nuestros hijos. Yo creo que los vecinos de Muro están a favor de que esto ocurra”. 


Una de las orejas que entregaron como premio a De Miranda acabó en manos de un niño.


Uno de los miembros de las cuadrillas prepara las picas que se utilizan para herir y debilitar al toro antes de matarlo.

En la puerta grande –una reja colorada bajo un letrero que anuncia el nombre de la plaza: La Monumental– el público va entrando con calma. No se ven, eso sí, los mogollones que, ya en el tendido, causaron altercados –insultos y algún agarrón de brazo– en la corrida que se celebró en Inca el pasado 14 de abril, otro domingo, el que encendió la mecha de la tauromaquia con la juventud como punta de lanza de los taurinos. Hay una macedonia de voces y, por un momento, las tapa la versión del himno de España que abrazó la dictadura franquista en los altavoces: aquella letra escrita por José María Pemán, un falangista que se definía como “mitad poeta, mitad monje”, se escucha a todo trapo en los altavoces de un coche que pasa por delante a la búsqueda de un parking.

Tres chicos y dos chicas llaman la atención entre el gentío. No porque hablen una mezcla de castellano y catalán, ambos con fuerte acento mallorquín: las conversaciones se reparten de forma proporcional entre las dos lenguas en los aledaños de la plaza. Son del pueblo y visten diferente, con camisetas negras, de grupos de rock, pantalones cortos, deportivas en los pies, como si fueran una versión evolucionada de cuatro niños –camisetas de fútbol, chancletas de piscina, segunda, tercera o cuarta generación de magrebíes en Mallorca– que contemplan el espectáculo sabiendo que sus padres no los van a meter en la plaza. Los adolescentes tienen más suerte: otra amiga comparece con dos entradas en la mano. Un pequeño tesoro: cada una cuesta cuarenta euros. “¡Vamos a entrar todos!”. Todos menos uno: un púber espigado, el único que rompe el monocolor con su polo azul. En la espalda se lee: “Soy camarero”. Va de uniforme y se ha escaqueado unos minutos del trabajo. Un rato antes, en la cafetería donde trabaja y se ha pasado la tarde sirviendo gintónics y carajillos, un cliente, con deje colombiano, le exigió: “¡Pon pasodobles, que hoy vuelven los toros a Muro! ¡Hay que festejar!” El chaval no le hizo caso, pero cuando se le pregunta si le gustaría pasar, responde con una palabra que lo dice todo:

–¡Ojalá! 


Algunas cocheras se transformaron en locales para ambientar la previa a la corrida.


Aspecto del tendido en Muro.

“¡Este toro no sirve!”

El camarero adolescente de Muro se perderá los insultos al presidente Sánchez, y el desprecio, de buena parte del público, al único animal que se salvó de la muerte. Salió de la puerta de toriles con el asta derecha partida. “¡Ese toro no sirve, hombre!” Y lo cambiaron. Casualidad, o no, se llamaba Astuto. Hubo, no obstante, otros quinientos y pico kilos de músculo y fibra para que Javier Conde celebrara los treinta años que han pasado desde que tomó la alternativa como matador. La efeméride era la excusa para organizar la corrida de Muro. Una excusa nada caprichosa. Esta plaza mallorquina, igual que la de Inca, e igual que el Coliseo Balear, el gran coso palmesano, si la familia Balañá, sus propietarios, no hubieran descartado venderla este verano por cinco millones de euros, está gestionada por la misma empresa. 

Balears Cambio de Tercio no es una start up. Su propietario se llama Francisco Javier d’Agostini. Plutócrata venezolano, con vínculos en el petróleo y la banca. La Administración Biden lo acusó de colaborar con el chavismo, la Administración Trump lo ha perdonado recientemente. Es cuñado de Luis Alfonso de Borbón, pretendiente al trono francés y bisnieto del Generalísimo Franco, y vive en Mallorca desde hace cuatro años. España acaba de rechazar su extradición que ahora exige el régimen de Nicolás Maduro, señalándolo por un supuesto “quebranto de 33 millones de euros” a una petrolera estatal. Conde –malagueño y marido de una de las artistas que con más ahínco ha defendido la pervivencia de la tauromaquia: Estrella Morente– es una de sus personas de confianza de D’Agostini. Hace dos semanas, se reunió en Inca con tres chicos que participan en la iniciativa Mallorca busca un torero, organizada también por Balears Cambio de Tercio. Le acompañaba uno de los matadores que más páginas de papel cuché ha llenado en las últimas décadas. 


Los toreros aguardal al paseíllo mientras buena parte del público insulta a Pedro Sánchez.


Enrique Ponce junto a Marco Pérez, menor de edad todavía y ya matador de toros profesional.

Enrique Ponce también estuvo este domingo en Muro. Vestido de paisano (camisa negra, gafas de sol que no se quitó hasta que la sombra del atardecer se adueñó por completo de la plaza) y apoyado en el burladero, donde dio consejos y escuchó a una de las grandes expectaciones de la tarde: Marco Pérez. Este chico salmantino de diecisiete años –se hará mayor de edad el 7 de octubre– se enfundó el traje de luces para matar a Potrico e Impaciente, el tercero y cuarto de una tarde que comenzó con Cencerrito gimiendo sobre la arena. Sus bufidos no conmovieron a David de Miranda. Después de que el toro lo volteara –en el público alguien se acordó de Morante de la Puebla, al que sustituyó porque el muso de Vox se resintió de una cornada sufrida hace un mes en Pontevedra–, el onubense ajustició a la res. La estocada penetró limpia el lomo, sangrante tras veinte minutos de tortura. Con los órganos vitales heridos, el animal cedió. Dos mulillas –adornadas con las banderas española y mallorquina– entraron a arrastrar el cadáver fuera del albero. Ovación y corte, en directo, de dos orejas. En plena vuelta triunfal, el torero las arrojó al público. Una de ellas aterrizó en las manos de un niño.