
Gracias, Robert Redford, nunca te olvidaremos
Sus muchos premios no llegan a la intensidad de lo que Robert Redford nos lega, que es la gran esencia del cine. La capacidad de contar historias, de luchar con ellas por los derechos y los sueños y, por encima de todo, de emocionarnos
Muere el actor Robert Redford a los 89 años
Acaba de irse, en paz tras una larga y fecunda vida. El actor y director Robert Redford ha muerto a los 89 años. Cuando pensamos en sus principales papeles en el cine que nos enamoraron, suele destacar el del aventurero y cazador Denys Finch Hatton que cautivó a la escritora danesa Karen Blixen en Memorias de África y cuyo relato autobiográfico se llevó al cine acaparando Oscars. Aquella historia de ambos que se enciende al sobrevolar la sabana de Kenya y que en la despedida inexorable de la muerte lleva a Karen a una conclusión de lo más realista. Al decir, en nombre de todas las mujeres y de todos los hombres libres: “Nos nos perteneció, no me perteneció”. Pues resulta que sí lo hizo: gran persona además, que ha sabido envejecer con dignidad y mantener un compromiso hasta el final en su rechazo a Donald Trump, de quien avisó al considerarlo un dictador.
El inexorable paso del tiempo marcó sus ritmos. Hace 7 años anunció su retiro de la escena y lo cumplió básicamente. Nos quedábamos, como ahora, con cuanto vivimos juntos, con su imperecedero inmenso atractivo y su sólida personalidad. Con sus obras y su compromiso social. Con él fuimos Descalzos por el parque en los exultantemente jóvenes y hermosos años 60. Para seguir una senda de éxitos e impactos estéticos durante 6 décadas, o el espacio en el que se haya coincidido. Estéticos y emocionales.
Se parecía a la tierra en la que había nacido, todo le era fácil, decía una Barbra Streisand rendida a su talento sobre todas las cosas en Tal como éramos, dirigida por Sydney Pollack en 1973. El escritor brillante y la activista tenaz hormiga obrera, empeñada en compaginar lo que no puede aunarse por mucho tiempo. Cómo no hacerlo ante un Redford maravilloso, de uniforme blanco, en un reencuentro del que él apenas se entera. “Eres demasiado intensa”, le explica cuando aún están a tiempo. Y ahora es ella la que no lo comprende.
Seguramente muchas mujeres de mi generación quisimos poner las zapatillas precisamente a aquel Denys Finch Hatton de Memorias de África, quisimos sin duda volar con él en su avioneta, pero también verle sentado en el hogar de manera más estable. Como la propia Merry Streep, en el papel de la escritora que emprende una peripecia en Kenya con el ruido de fondo de la I Guerra Mundial. Sidney Pollack de nuevo exploraba ese tipo de alma femenina, tan frecuente, proclive a forzar amores imposibles. Por pura morfología química.
Siempre he mantenido que apagado su vuelo, Redford hubiera acabado cogiendo setas en familia, pero se estrelló en aquella avioneta para mejor gloria de la ficción. En aquella avioneta en la que tantas y tantos flotamos con él. Ellos también, sí, los que se dicen independientes vocacionales. Lo más cierto es que “no nos perteneció”. Ni a Karen, ni a nadie. Denys, claro está. Por fortuna, se dice. La pista más clara la dio la propia Karen: “Cuando los dioses quieren castigarnos atienden nuestras súplicas”. Y, en esta ocasión, no las atendieron.
Hay quien se identifica más (buena parte de los hombres aunque no sólo ellos) con el Robert Redford que encarnó las aventuras y las desventuras de Jeremías Johnson. Otra película Pollack para él y de él para Pollack. La búsqueda de uno mismo por las montañas rocosas de Utah, por la cultura india sin prejuicios, por la senda de la autenticidad.
Dos hombres y un destino. Desde los inicios, Robert Redford y Paul Newman compitieron en los atributos que convierten a un actor en mito: rotundamente sugestivos, intérpretes singulares, con alma que traspasa la pantalla. Atracadores del lejano oeste, protagonizan, con Katharine Ross, recién escapada de los brazos de El graduado, una de esas huidas históricas hacia lo no convencional. El golpe(1973) reunió de nuevo a Newman y Redford dando vida a otra inolvidable pareja de estafadores en su peripecia para vengar la muerte de un amigo a manos de un gánster. David contra Goliat en la eterna epopeya de la literatura.
El Gran Gatsby, sobre la obra maestra de F. Scott Fitzgerald, otra enorme leyenda de la ficción. Años veinte del incipiente sueño americano. Un gran embaucador, un gran aparentador, y el joven que, atrapado, lo descubre en un juego fatal. La selección de las películas de Redford no ha sido casual. Política y periodismo le han interesado siempre como los grandes pilares que son para hacer y deshacer. El candidato, en 1972, traía ya una crítica mordaz a la propaganda política.
Todos los hombres del presidente, nos devolvía a la utopía épica que por esta vez fue cierta, esta sí, para narrar el gran hito que añoramos de continuo los periodistas. Cuando dos colegas, Bob Woodward y Carl Bernstein, lograron desde el Washington Post, desenmascarar el Watergate de Richard Nixon, obligándole a dimitir como presidente de Estados Unidos pese a todas sus trampas. Los tres días del cóndor, espionaje al límite, otra vez bajo la dirección de Pollack. Íntimo y personal en el periodismo y el amor generoso. A Michelle Pfeiffer sí le perteneció.
Como director Robert Redford también seleccionó con precisión sus temas: Gente corriente, La leyenda de Bagger Vance, El hombre que susurraba a los caballos, Quiz Show (El dilema) o Un lugar llamado milagro muestran preocupaciones serias del mundo actual y, de alguna forma del mundo de siempre. Los dramas familiares, las reivindicaciones, las trampas de la televisión o del hipnotismo embaucador, las proezas, las soluciones lógicas, tratados de forma crítica y con una especial sensibilidad. El río de la vida que siempre nos recuerda dónde empezó lo importante.
Creó el Sundance Film Festival, un programa del Sundance Institute, para estimular el trabajo de los creadores de cine independiente. Una organización sin ánimo de lucro. Era ecologista, apoyaba los derechos de los nativos americanos y a los colectivos LGTB. Muy discreto en su vida privada, las dos mujeres con las que ha compartido su vida no han tenido nada que ver con el cine. Su primera esposa fue la historiadora Lola Van Wagenen, y la segunda la pintora Sibylle Szaggars. Sufrió grandes contratiempos. La muerte, súbita, de su primer hijo a los 5 meses le marcó para siempre. Da la sensación de que se perdió y se encontró y se fue sosegando con los años. El cine no notó sus zozobras.
Sus muchos premios no llegan a la intensidad de lo que Robert Redford nos lega que es la gran esencia del cine. La capacidad de contar historias, de luchar con ellas por los derechos y los sueños y por encima de todo de emocionarnos. En los complicados momentos que vivimos, la pausa con las historias profundas y hermosas del cine de verdad es, si se sabe elegir, son una cita con nosotros mismos para tomar impulso. Para valorar lo que merece la pena y no se encuentra en las mezquindades hambrientas de poder, ni en la vaciedad que nos empequeñece. Robert Redford ha sido todo eso en el cine. Él sí nos perteneció. Como protagonista imprescindible de la cultura que nos llena.