
La matrioska de la extrema derecha
De los postulados más o menos centrados de los primeros años de Mariano Rajoy pasamos a la emergencia de una rama radical dentro del partido, que hoy representa Díaz Ayuso pero que no nació con ella. Después apareció Vox, que ha atravesado ya varias purgas internas que lo han llevado a una radicalización cada vez mayor. Después surgió Se acabó la fiesta
El día que asesinaron a Charlie Kirk, para mucha gente salió a la luz el ala derecha de la extrema derecha americana. Kirk era el responsable de Turning Point USA, una organización nacida en los campus universitarios para captar a jóvenes conservadores con estética de start-up y charlas motivacionales envueltas en un discurso que apenas disimulaba su odio hacia el feminismo, la inmigración o los derechos LGTBI.
Cuando se identificó al sospechoso del asesinato, Tyler Robinson, descubrimos que había un ala derecha del ala derecha de la extrema derecha. Aunque a estas horas esta hipótesis parece haber perdido fuelle, en los primeros días se especuló con que el francotirador fuera un seguidor de Nick Fuentes, un influencer de la extremísima derecha que predica una forma de cristianismo integrista, el supremacismo blanco, niega que existiera el holocausto y opina que las mujeres deberían volver al hogar (e incluso perder el derecho al voto). Para los groypers, que es como se denominan los integrantes de este colectivo, el enemigo no son los demócratas, sino Trump, Kirk y toda la derechita cobarde americana.
Esta progresión, donde a cada facción del partido republicano le sigue otra más radical, lleva en marcha 25 años. Hace un par de décadas, a John McCain, un histórico del partido que había ganado la nominación para competir contra Obama por la presidencia del gobierno, comenzó a parecerle demasiado moderado a una parte de sus bases. Preocupados por la abstención que podía producir ese desapego, su equipo eligió a Sarah Palin, gobernadora de Alaska y una de las figuras más conservadoras del momento para ser candidata a vicepresidenta.
Con su imagen de ama de casa ejemplar, pero con rifle y cinco hijos Palin era la cara más dura del partido. McCain perdió contra Obama, pero ella se convirtió en el rostro amable del Tea Party, una de las primeras versiones organizadas de la extrema derecha contemporánea. Desde entonces, cada movimiento interno de los republicanos ha empujado al partido hacia posiciones más radicales: primero el Tea Party, después el Freedom Caucus, más tarde la candidatura de Donald Trump, que acabó en el asalto al Capitolio y, por último, la versión que estamos conociendo en esta legislatura, con sus saludos nazis incluidos. Hoy Palin parecería una blandita y gente como Nick Fuentes es la próxima hornada del Partido Republicano.
Lo más llamativo es que esto no solo pasa en Estados Unidos. En Inglaterra, por ejemplo, desde que los primeros tories compraron a regañadientes el programa del Brexit hasta la manifestación anti-inmigración de la semana pasada en Londres, hemos visto mutar a los conservadores británicos empujados por un ala derecha que nunca de deja de escorarse hacia posiciones cada vez más extremas.
Y en España. De los postulados más o menos centrados de los primeros años de Mariano Rajoy pasamos a la emergencia de una rama radical dentro del partido, que hoy representa Díaz Ayuso pero que no nació con ella. Después apareció Vox, que ha atravesado ya varias purgas internas que lo han llevado de un discurso más mainstream a una radicalización cada vez mayor. Después surgió Se acabó la fiesta y hoy, en Internet, entre los podcasts y los feeds de la manosfera y de cierta parte del mundo del emprendimiento y la inversión se percibe con claridad cómo empieza a formarse un caldo de cultivo para nuevas iniciativas, muy parecido al que representaron Turning Point o los Groypers en Estados Unidos.
La extrema derecha, en todos los países, se parece a una matrioska rusa: cada una de las versiones que conocemos —y que en general se queman con la primera exposición al escrutinio público— termina por revelar otra versión más pequeña, más radical y más violenta.
¿En qué momento comenzaron los partidos conservadores a devorarse a sí mismos?
El mundo occidental de finales del siglo XX era un proyecto de la derecha. Con la caída del muro, y tras las décadas que se conocieron como los 30 años gloriosos de la socialdemocracia, fueron Margaret Thatcher y Ronald Reagan los que pusieron los cimientos del siglo XXI.
La idea era la misma en todas partes: había llegado el fin de la historia. El mundo iba tan bien que lo que tenían que hacer los estados era quitarse de en medio y dejar que el mercado proveyera.
Y eso hicieron. En todas partes se liberalizó, se redujo el papel de las administraciones y se dejó correr a la economía tan libre como fue posible. “En la cima hay sitio para todos” decía Margaret Thatcher, “no hay límites al crecimiento”, coreaba Reagan. Aznar, que nunca perdía comba, se paseaba por Europa hablando de cómo España iba a liderar la Unión en unos pocos años. “En España”, decía, “el futuro no está reservado a unos pocos, sino que se puede aspirar a más”.
El neoliberalismo pasó a la historia como una ideología que preconizaba la desigualdad, pero yo no lo tengo tan claro. Más bien creo que se inventaron una suerte de socialismo por el crecimiento, una promesa donde la aspiración de que toda la sociedad se volviera opulenta se producía por el mecanismo natural del mercado, simplemente con quitarse de en medio.
Más o menos en torno al año 2000 el mercado dejó de repartir dinero a diestro y siniestro. Un fenómeno bien conocido que se llama en la jerga económica “la paradoja de la productividad” hizo que, en los países occidentales, los empleos que daban lugar a las clases medias desaparecieran sin ser sustituidos por otros de similar calidad.
Desde entonces, no hay un político en el mundo, ni de izquierdas, ni de derechas, que se atreva a decir que “en la cima hay espacio para todos”.
Si bien es verdad que la izquierda está sufriendo porque se resquebrajan las clases trabajadoras que habían sido su caladero de voto, lo que le ocurrió a la derecha es que con ese fallo del sistema se quedó sin modelo de sociedad. ¿Quién se va a creer hoy que el mercado es suficiente para garantizar el bienestar de toda la población?
Desde entonces, casi todos los partidos conservadores vagan sin rumbo. Sin un culpable a quien responsabilizar del fracaso de su modelo, van eligiendo un chivo expiatorio a quien odiar. Los woke, o las personas en situación irregular, o las personas trans, o los políticos.
Con tan mala suerte que, como ninguno de estos colectivos es responsable, ni puede tampoco solucionar, el estancamiento en el que nos encontramos, cuando pasa un ciclo electoral en el que ya se ha culpabilizado a un colectivo, y no se ha resuelto el problema, solo puede haber dos explicaciones posibles para sus bases. O el culpable es otro, o los responsables de turno son parte de la misma “élite” que nos tiene a todos engañados.
En esa deriva, las distintas capas de la extrema derecha se van devorando unas a otras, acusándose mutuamente de no ser lo suficientemente duras con el enemigo que eligieron para luchar.
Aunque parezca mentira, esa deriva termina por hacer de la derecha una opción mucho menos efectiva electoralmente.
Habrá que estar muy atentos a lo que ocurra en EEUU cuando Trump no pueda volver a presentarse a la reelección. Si yo fuera asesora del PP en España, tampoco cantaría victoria para el 2027 antes de tiempo.