Cuando perder tu casa es perderlo todo: la crisis de la vivienda se sube al escenario con ‘Llogatera’

Cuando perder tu casa es perderlo todo: la crisis de la vivienda se sube al escenario con ‘Llogatera’

Júlia Truyol protagoniza un monólogo escrito por Rubén de Eguía sobre una joven que debe dejar su piso de 38m² después de siete años porque el propietario quiere convertirlo en alquiler de temporada

Madres solas frente a la crisis de la vivienda: “Es comer o pagar el alquiler”

Es un piso minúsculo, de esos en los que los muebles están medidos al milímetro y todo encaja entre sí, para ahorrar espacio. Aun así, tiene encanto. Es un hogar concentrado en 40m² construidos, 38 útiles. Y en su centro, se planta Núria. Nerviosa, toqueteando los bajos de sus pantalones cortos, mirando todo lo que ha construido durante siete años en ese piso del barrio de Sant Antoni de Barcelona. Hoy ha recibido un mail, declama. Y en ese mail, corporativo, burocrático, frío, está su sentencia: debe abandonar su casa en dos meses.

Núria es, en realidad, la actriz Júlia Truyol, que personifica la crisis de la vivienda. Su piso enano cabe perfectamente sobre una tarima plantada en el centro del escenario del Teatre Akadèmia, que esta temporada presenta Llogatera [Inquilina], una obra en la que Truyol posee las tablas durante un intenso y sufrido monólogo de casi hora y media para abordar todas y cada una de las aristas del drama de ser expulsada de casa.

La historia de Núria podría ser la de cualquiera, y ahí radica lo interesante de la propuesta. No es una persona al límite ni su vida roza la pobreza extrema. Es una joven normal, hija de la clase media a quien el ascensor social la ha hecho bajar un par de pisos y sobrevive con un trabajo precario que apenas le da para pagar el alquiler. No tiene hijos y, hasta ahora, se ha podido permitir, a duras penas, vivir sola. Pero su casero, un rentista de nombre compuesto, quiere sacar más tajada y convertirá la casa de Núria en un piso de temporada.

Pero el drama no se queda en la expulsión, sino que el problema sigue porque la protagonista no tiene a dónde ir cuando la echen. Después de súplicas, negociaciones, ideaciones criminales y fantasías delirantes, acaba sin opciones. Descartados los zulos impagables, sólo queda una opción plausible: volver con sus padres a pesar de estar camino de los 40.

“Núria es una tía normal. He sido yo, que en la pandemia me echaron del piso y tuve que dejar mis cosas en un trastero y volver con mis padres. Ha sido cualquiera de mis amigos, que llevan meses saltando de piso en piso”, cuenta Júlia Truyol. Para ella, interpretar esta historia es una “responsabilidad” porque considera que su historia es un retrato generacional preciso, pero que cada vez afecta a más gente de todas las edades y clases sociales.

“Cuando haces un personaje muy concreto, lo haces universal”, asevera Rubén de Eguía, el director de la obra. Parafraseando a Meryl Streep, resume el que se ha convertido en su primer trabajo de dirección. Llogatera es, en realidad, una adaptación de la obra Inquilino creada por Paco Gámez en 2018. La propuesta es parecida, salvo que la original sucedía en Madrid y afectaba a un hombre, interpretado por el mismo Gámez.

“Cuando leí el texto, vi que la historia seguía siendo tremendamente vigente, aunque hubieran pasado siete años”, resume de Eguía en conversación con elDiario.es. Sostiene que la historia es prácticamente la misma. De hecho, peor si cabe. “Lo hemos tenido que adaptar a 2025, y ha sido complejo por todos los cambios legislativos, pero es que eso lo hace más cruel. Porque a pesar de haber más leyes, el problema sigue existiendo y parece ser más grande”, apunta de Eguía.


Truyol, como Núria, en el momento álgido de la obra ‘La llogatera’ en el Teatre Akadèmia de Barcelona

Un torbellino tragicómico

Llogatera es una obra dinámica, con altibajos emocionales, que rescata al espectador del pozo con toques de humor cáustico. El guion es una montaña rusa que Truyol aguanta con mucha entereza hasta el final. “Es una clase de spinning artística”, bromea. A pesar de ser un monólogo, la actriz se pone en la piel de diversos personajes que son imprescindibles para seguir el curso de los acontecimientos y los presenta ante el público, pero sin dejar de ser Núria.

Ella les imita, les caricaturiza, de tal manera que no sólo explica las prácticas crueles y abusivas de la administradora de fincas, del gestor inmobiliario, del propietario o de su propia madre. También transmite la rabia que la protagonista siente hacia esos personajes que están dejando su mundo patas arriba. Otra de las voces que hablan por boca de Núria es Manuel, un examante pedante que le suelta una frase lapidaria: “Eres una princesa burguesa que no puede vivir en la periferia”.

Y todo porque Núria quiere quedarse en su barrio del centro de Barcelona. “Es ese paternalismo absurdo y corto de miras que tiene cierta gente, pero también las administraciones. ¿Por qué tengo que dejar yo mi barrio? No digo que no venga gente de fuera, pero mi red está aquí”, sentencia Truyol. Ella habla sobre su barrio, el de Sants de Barcelona, desde donde nota y sufre esa gentrificación. No por nada protagonizó el pregón de sus fiestas mayores que dedicó, en parte, a la vivienda y que se hizo viral por un grito lacónico: “¡Estamos hartas!”.

“Es que la sensación es que, o formas parte de una élite o debes irte de ciertas ciudades”, sostiene el director. La obra original, Inquilino, estaba situada en Madrid y para de Eguía era esencial que la nueva versión fuera protagonizada por una mujer y en Barcelona. “He vivido en ambas ciudades y ha sido muy interesante hacer este juego de espejos. Creo que aquí la crisis empezó algunos años antes, pero aun así, sirve para demostrar que es algo universal”, añade.

Otro cambio entre estas dos propuestas es el papel que tiene la organización colectiva. En el primer texto casi no tiene presencia. Y se entiende porque en 2018 sólo existía la PAH, que se centraba en desahucios hipotecarios, y un todavía muy embrionario Sindicat de Llogateres que, por entonces, sólo operaba en Barcelona.

En cambio, en Llogatera, el asociacionismo juega un papel importante (aunque nadie se espere un final naif y pasteloso en el que todo se resuelve por la fuerza de la justicia). No sólo se nombra al mismo Sindicat que, de hecho, asesoró durante los ensayos tanto a Truyol como a de Eguía, sino que el público actúa como una asamblea misma.

“Núria no es activista. Es más, tiene esta vergüenza de la clase media de ir a pedir ayuda porque ella nunca se hubiera imaginado en una situación así. Pero hablarle al público ya es algo. Es contarle su historia al colectivo y de ahí seguro sale algo bueno”, resume la actriz.

Su personaje se desnuda frente a los espectadores, les sincera sus temores y su particular bajada a los infiernos fruto de la ansiedad. Una ansiedad que vive sola, pero a la vez acompañada de quienes la escuchan. Y es a ellos a quienes les confiesa su preocupación: “Uno a uno, nos están tumbando”. Lo dice una Núria a las puertas del abismo, porque está a punto de perderlo todo.

“Una casa no son solo unas paredes. Eso es tuyo —le dice al propietario— pero lo que yo he construido dentro, los gemidos y los llantos. Eso, eso me pertenece sólo a mí”, asevera Núria. Porque la extinción de un contrato no significa sólo hacer las maletas e irse, “significa dejar toda una vida atrás y, en un contexto como el actual, no saber dónde seguir”. Todo ello, resumido en una única y última frase cuando Núria ve cerca el final. En ese momento, simple y llanamente, manifiesta: “Desaparezco”.