Vitalia Gutiérrez-Cabello: la nodriza pasiega que amamantó al asesino de Trotski

Vitalia Gutiérrez-Cabello: la nodriza pasiega que amamantó al asesino de Trotski

La escritora cántabra Regina Carral recupera en un libro la historia de su abuela, ama de cría de Ramón Mercader en Barcelona

Antecedentes – Las descendientes de las amas de cría pasiegas reivindican “el sacrificio y la valentía” de sus antecesoras en un proyecto cinematográfico

El escritor cubano Leonardo Padura noveló la biografía de Ramón Mercader en el ‘El hombre que amaba a los perros’. Hace un año, una mujer se le acercó en la Feria del Libro de Santander y le entregó un libro. Contaba la historia de Vitalia, su bisabuela. La nodriza pasiega que amamantó al asesino de León Trotski. En la portada hay un retrato en blanco y negro suyo, de juventud, tomado en 1913 con las manos cruzadas sobre el regazo que mira a la cámara con tristeza y desamparo.

La leche del ama de cría conecta de forma casi mágica el universo rural de la localidad cántabra de Selaya con la urbana Barcelona. Su bisnieta, Regina Carral, teje la biografía de la mujer que alimentó en la cuna al hombre que amaba a los perros. Un bebé débil que no toleraba alimento ni de su madre, ni de otras nodrizas.

Vitalia tuvo dos hijos. Uno de sangre, Luco, y otro de leche, Ramón Mercader. Sus orígenes fueron muy diferentes: uno criado en la ruralidad de los valles pasiegos de Cantabria y otro en la cosmopolita Barcelona en una familia de pedigrí, en cuya casa se hablaba francés por la mañana e inglés por la tarde.

Pero el destino acabó uniéndoles en una inesperada fatalidad. Fue el 20 de agosto de 1940. Al mismo tiempo que Mercader entraba en la cárcel de Coyoacan por clavar un piolet en la cabeza al revolucionario soviético León Trotski, al otro lado del Atlántico, Luco, el hijo de la mujer que le amamantó, ingresaba en la prisión de Tabacalera detenido por los golpistas de Franco.

Una corriente de hiel, un fulminante calambre de desesperanza conectó México y Cantabria a través de las biografías de estos hermanos de leche que llegaron a conocerse en Barcelona. Luco siempre vivió pendiente de las noticias que traía la radio de su hermano desde el otro lado del mundo.


La escritora Regina Carral con el libro que narra la vida de su bisabuela Vitalia.

Dejó a su hijo a los nueve días de nacer

Todos los personajes de la historia que narra la escritora cántabra Regina Carral tienen vidas trágicas. Quizá lo más desasosegante es que son reales. “Hay un 95% de realidad”, confirma la autora. En el libro, desvela y reivindica la biografía de su bisabuela Vitalia, que quiere decir llena de vida. Una mujer silenciada por el estigma de haber sido madre soltera de Laureanuco, cuyo padre nunca tuvo el coraje de reconocerlo. El señorito de familia acomodada del pueblo que dejó embarazada a la criada, una chiquilla, y que reaccionó echándola a la calle.

A los nueve días de haber parido partió a Barcelona a casa de los Mercader en el barrio Sant Gervasi, donde su hermana Ángela ejercía de cocinera, para criar al segundo hijo del matrimonio, Ramón. El hombre que acabaría forjando una trágica biografía personal. Dejó en casa a su propio hijo, al cuidado de su madre, y se subió al tren con una maleta de cartón y un cesto de mimbre con un cachorro.

En aquel viaje amargo, en desconsolado desamparo, para que no se cortase la leche por la que le iban a pagar un buen dinero, Vitalia abría la tapa del cesto y amamantaba a un pequeño perrito. La misma leche que después alimentaría también al hombre que tanto amó los perros. Como si aquel episodio hubiese forjado un vínculo mágico, especial. Años después Mercader, al final de su vida, en algunas de las sesiones de psicoanálisis a las que fue sometido, contó que había tenido muchos perros, que habían tenido un intenso protagonismo en su vida y en sus afectos.

Mientras Ramón Mercader resucitaba y empezaba a crecer con la nutritiva leche de Vitalia, su propio hijo se criaba con leche de vaca rebajada con agua en una cabaña de la comarca pasiega. Durante algunos años ni siquiera supo si el niño continuaba vivo. Hasta que aprendió a escribir y pudo empezar a cartearse con sus padres.

El relato de su vida, con mayores avatares y renuncias, se enhebra con la narración de los contextos históricos de una Barcelona efervescente que comienza con la huelga textil y transita por la implicación de la propia madre de Ramón, Caridad, en la defensa política de los derechos sociales y laborales. Su padre había nacido en la localidad cántabra de San Miguel de Aras lo que refuerza el vínculo pasiego de Ramón.

Una historia que sale a la luz un siglo después

“De Vitalia no se hablaba nunca en casa, pero cuando me decidí a contar su historia ya había muerto prácticamente todo el mundo que sale en esta historia, habían pasado 113 años”, explica Regina.

Barcelona cambió a Vitalia desde el primer día que llegó. Nadie la despreciaba, la insultaba o rehuía su compañía por ser madre soltera. De hecho, la primera vez que fue a misa en la catedral de Barcelona con los Mercader tomó la comunión y pensó qué habría dicho el cura de su pueblo, que le prohibió comulgar cuando se quedó embarazada. El libro descubre otros episodios trágicos y también plácidos de una vida real tan intensa y dramática que parece propia de una ficción literaria.

La leche es el hilo conductor de una historia que convirtió a esta muchacha de Selaya en nodriza del hombre célebre por haber matado a Trotski. La comarca pasiega siempre se ha preciado de tener la mejor leche, de sus vacas… y de sus mujeres, que eran las amas de cría más reclamadas por las familias de buena posición durante décadas. Unido, también, a su carácter sobrio y reservado, y a una constitución física robusta y sana.

Nodrizas que dejaban atrás a sus propios hijos

Muchas nodrizas partían a ganar dinero con su leche dejando a sus hijos recién nacidos al albur de la pobreza y la fatalidad. Muchos de ellos morían, pero en muchas ocasiones las familias ni siquiera se lo comunicaban a sus madres por temor a que se les cortase la leche del disgusto. La leche que garantizaba buen salario, buena ropa y buenas joyas.

El precio que pagaron fue muy alto. Vitalia dejó a su hijo con nueve días de vida y no volvió a verlo hasta seis años después. Pero Luco no conocía a su propia madre. No se despegó de las sayas de su abuela. Ella supo que le había perdido, que aquel rubio con ojos azules -tan parecido al padre que nunca le reconoció- pertenecía a ese hogar y a esa tierra pasiega.

La semana pasada, Regina Carral abrió los armarios de la ropa blanca de la casa familiar de Selaya. Al meter algunas prendas a remojo en un balde con perborato reparó en un primoroso camisón confeccionado a mano con las iniciales bordadas de los Mercader. “Todavía voy descubriendo cosas porque es una historia viva”, concluye la bisnieta de la mujer que amamantó al asesino de León Trotski.