La conjura contra América

La conjura contra América

El asesinato de Charlie Kirk tiene todas las papeletas para convertirse hoy en al menos uno de los casos de nuestro siglo hiperacelerado, capaz de comprimir décadas en meses

PERFIL – Quién era Charlie Kirk, el joven activista ultra, comentarista y referente MAGA asesinado que tenía hilo directo con Trump

Philip Roth publicó en 2004 una ucronía, llevada en 2020 a las pantallas como miniserie por David Simon, titulada La conjura contra América. Charles Lindbergh, héroe nacional célebre por haber completado el primer vuelo transatlántico en solitario entre Nueva York y París, gana inesperadamente la nominación republicana a la presidencia de los Estados Unidos; después vence a Roosevelt en las elecciones presidenciales, firma tratados de no interferencia con la Alemania del Tercer Reich o empieza directamente a abducir y “americanizar” a niños judíos. La ucronía le sirve a Roth entonces para explorar el antisemitismo en Estados Unidos y jugar con espejos cóncavos y convexos a distorsionar su propia biografía, como le sirvió a Simon después para trazar paralelismos inevitables con la primera administración de Donald Trump. No era un paralelismo difícil o descabellado: “America First” ha sido uno de los eslóganes permanentes del trumpismo y America First era el movimiento aislacionista al que pertenecía el propio Lindbergh; no en la ficción, sino en la realidad.

Lindbergh es también uno de los protagonistas de lo que la prensa estadounidense llamó en su día el caso del siglo: el rapto y asesinato del bebé de la familia Lindbergh, caso que tuvo consecuencias en la legislación americana, convirtiendo el secuestro en un crimen federal primero y en una ofensa capital después, o llegando a prohibir temporalmente el uso de cámaras en los tribunales ante la locura mediática generada por el crimen contra la familia de un héroe aún no manchado por su antisemitismo posterior. El asesinato de Charlie Kirk tiene todas las papeletas para convertirse hoy en al menos uno de los casos de nuestro siglo hiperacelerado, capaz de comprimir décadas en meses. No por su motivación, porque lo que va quedando claro con los días es que se trata, si acaso, de un tributo a la insignificancia, un acto nihilista sin motivo comprensible perpetrado por un asesino que no tenía una ideología particularmente clara o bien definida, más forero y gamer que ultraderechista o izquierdista radicalizado. 

Lo describía en su Substack David C. Porter: el asesinato de Kirk es algo que pasó, como cuando algo se incendia y lo único que importa es lo seca que está la hierba y lo fuerte que es el viento; un acto sin propósito, sin símbolo, que sólo se propaga, sin claridad. “Hay muchas cosas últimamente a las cuales no podemos mirar de frente porque no estamos equipados para ello, poco importa lo duros que seamos; se alimenta también de eso, como de la sumisión, y el problema es que este tipo de cosas están hoy en el núcleo de todo, y si no las miras es imposible saber qué coño está pasando. Hay muchos nombres para esto y uno de ellos es el Sinsentido”.

Toda nuestra conversación pública ha estado copada por el conflicto con el Sinsentido, la búsqueda frenética de una explicación, de algo que hiciera encajar el asesinato de Kirk en una narrativa previamente definida, en una historia, un relato coherente. Pero, en tiempos del Sinsentido, ni hay relato ni hay historia: sólo queda el acontecimiento fatal. Del acontecimiento fatal, claro, derivan unas consecuencias. Nos acostumbramos a hablar una y otra vez sobre el acontecimiento, de forma neurótica, a hacer de comentaristas de los comentaristas, charlar sobre quién dijo qué y de qué manera, quién ha condenado y quién no ha condenado, quién excusa y quién se solivianta; hablamos del dedo, obviamos la luna.

¿Cuáles son las consecuencias? Intentaré expresarlas de la forma más sucinta posible. Desde el asesinato de Charlie Kirk, su viuda, en un discurso amenazante que recuerda al fervor religioso, ha enunciado, a la vez que tomaba las riendas de su organización, Turning Point, que “quienes han hecho esto no tienen ni idea de lo que han desatado en este país y en el mundo, del fuego que habéis encendido en esta esposa, cuyo llanto hallará un eco en el mundo entero como un grito de guerra”. 

El vicepresidente, J.D. Vance, ha afirmado, contradiciendo todas las estadísticas, que “la mayoría de los lunáticos que hay hoy en día en la política americana son miembros orgullosos de la extrema izquierda”. Donald Trump ha designado como organización terrorista a “Antifa”, un “desastre enfermo, peligroso, de extrema izquierda”, y anunciado la investigación a todo aquel que financie “Antifa”. “Antifa” no existe, no es una organización, no hay sedes locales de “Antifa” a lo largo y ancho del país, no hay un “líder”. Lo que Trump está anunciando es la persecución oficial de una ideología: el antifascismo. Y está afirmando que el Estado se hará cargo de esa persecución: es decir, que el Estado combatirá el antifascismo; es decir, que el Estado se hace fascista. Lo dijo una vez la líder de Hogar Social Madrid: “contra el antifascismo, fascismo. Y ya está”. Cualquiera puede ser detenido.

Quien les escribe estas líneas también podría serlo, y no sólo por antifascista, aunque dudo de primeras que me concedieran autorización alguna para entrar en Estados Unidos ahora mismo. ¿Qué está solicitando en estos momentos la Heritage Foundation, autora del manual Proyecto 2025, guía para convertir Estados Unidos en un Estado autoritario y que Trump ya ha seguido en sus primeros ocho meses de mandato hasta casi en un 47%? Que el FBI empiece a perseguir lo que ellos llaman “Extremismo Violento inspirado en la Ideología Transgénero”. Tal cosa tampoco existe. Según ellos, hasta los tiroteos masivos en las escuelas estarían motivados por “la ideología trans”. Si ese terrorismo extremista no existe, ¿para qué serviría inventar esa categoría? Para perseguir a minorías, para abducir a la población, para hacerla desaparecer y secuestrarla, para disciplinarla, para purgar a los malos estadounidenses en nombre de la pureza: no sólo ideológica, sino también de género; no sólo de género, sino también racial, como ya han sufrido todos los abducidos por ICE y llevados a El Salvador. Es la conjura contra América justificada por el Sinsentido. Y así es como, paso a paso, nuestro mayor socio al otro lado del Atlántico va convirtiéndose en un régimen autoritario que persigue a su población y a sus disidentes políticos.