
‘La zorrita astuta’ de Janáček inaugura la nueva temporada del Liceu con excelente ejecución y una confusa puesta en escena
La propuesta del escenógrafo australiano Barrie Kosky, aún reconociendo su originalidad, no ayuda a hacer más compresible una obra de gran belleza orquestal pero complejo y árido desarrollo
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La zorrita astuta, la ópera que el compositor checo Leoš Janáček compuso y estrenó en 1924, es una maravilla desde el punto de vista de su propuesta orquestal. Su estilo, en los últimos años en activo del músico, que moriría cuatro años más tarde, está perfectamente entroncado con el nacionalismo folclórico que Janáček practicó durante la mayor parte de su carrera, pero a la vez resulta rabiosamente contemporáneo del momento creativo en el que en aquellos años se encontraba la música europea, sobre todo respecto del modernismo francés, sin perder en ningún momento la raíz local. En este sentido puede estar tan cerca de Falla como de Stravinsky, pero también de Respighi, por citar a algunos contemporáneos.
Sin embargo, tanto a nivel de argumento como en su estructura lírica se aleja de las melodías italianas que tan gratas resultan para el público y tanto permiten lucirse a las mejores sopranos y los más sólidos tenores. Es una obra de trama nada romántica, más bien a caballo entre el cuento infantil con final cruel y la fábula metafísica, a caso compuesta por un músico que a sus 70 años veía escapar la juventud, encarnada en la obra por una zorra salvaje y libre que vive entregada a sus instintos y la felicidad de estar viva.
Es por ello difícil de seguir y de digerir, sin grandes momentos de dramatismo emocional que ayuden al espectador a empatizar con la historia. Tampoco presenta apenas arias ni duetos de gran carga lírica o dramática, salvo algunos pasajes del amor entre Bystrouška, la zorra protagonista, y su pareja, el zorro Zlatohřbítek; o en los momentos finales de la obra, cuando el guardabosques se sume en la melancolía. Más bien se mueve en aguas mestizas entre la ópera conversacional y una lírica muy matizada y poco melódica. Si a ello se suma que el libreto original fue escrito en checo, se obtiene una trabajo de una gran exigencia técnica cuyo resultado dependerá de la calidad de los intérpretes.
Bien ejecutada y mejor cantada
Una vez establecidas estas premisas, conviene destacar que la propuesta de La zorrita astuta estrenada ayer en el Liceu de Barcelona, y que estará en cartel hasta el próximo 30 de septiembre, se saldó en la cita inaugural con una impecable ejecución por parte de la orquesta del teatro, que hizo justicia a la pieza compuesta por Janáček con la sólida dirección de Josep Pons en su último año como director musical del Gran Teatre del Liceu.
El gallinero de ‘La zorrita astuta’ de Leoš Janáček ha sido sustituido en la vestión de Barrie Kosky por un grupo de mujeres.
También estuvo excelente el reparto elegido para la ocasión, con un trío de primer nivel formado por el barítono sueco Peter Mattei en el papel de guardabosques; la soprano irlandesa Paula Murrihy como el zorro Zlatohřbítek y especial la soprano rusa Elena Tsallagova, con una ejecución vocal impresionante, al nivel del desarrollo interpretativo del papel, totalmente convincente. Los tres, acompañados por los respectivos personajes secundarios, que son abundantes en La zorrita astuta, pusieron en valor la propuesta recibiendo el grueso del aplauso del público, que por lo demás se mostró tibio con el resultado final a nivel general.
La confusa propuesta de Barrie Kosky
El motivo de tal tibieza, quizás desconcierto, entre el respetable que ayer acudió al Liceu, fue seguramente la confusa propuesta del escenógrafo australiano Barrie Kosky, una producción que el teatro lírico barcelonés financió en 2022 junto con la Bayerische Staatsoper de Múnich, que la estrenó precisamente aquel año, cosa que en Barcelona ha sucedido casi cuatro años más tarde. Tiene como característica principal el proyecto de Kosky la eliminación de la animalidad de los personajes no humanos de la fábula: nada de vestidos de zorra y zorro, de mapache o de gallina, solo personas. La idea es contribuir a una cierta ambigüedad que anule los matices más infantiles y de cuento tradicional, y en cambio refuerce la vertiente de la trama más profunda y relacionada con la moraleja del deseo y el ciclo de la vida y la muerte, una reflexión que supuestamente Janáček tenía presente en 1924.
A esta humanización de los roles animales, se suma un decorado minimalista basado en guirnaldas plateadas, que resultan originales sin duda y que tratan de definir el decorado boscoso en el que sucede la trama. El resultado desde el punto de vista estético es satisfactorio y efectista. El problema es que no ayuda en absoluto a contextualizar una trama tan compleja en la que las jerarquías de los los roles están en numerosas ocasiones poco claras, por lo que la humanización de los personajes no hace más que abrumar y confundir en una obra más bien poco amable desde el punto de vista argumental y lírico.
El cazador Harasta simulando una masturbación con su escopeta.
Es más: la búsqueda de Kosky de una subtrama de pulsión sexual en la obra, sin negar que pueda existir, se ve forzada por gestualizaciones innecesarias, como la acción del cazador Harasta de simular la masturbación con su escopeta, o al llevarse las manos a los genitales para reafirmar su brutal masculinidad. También puede resultar algo incómoda la escena en que el furor fornicador de la pareja de zorros, una vez casados, se escenifica con un mar de piernas enredadas simulando el coito en las paredes del escenario. Hay situaciones en que el arte es precisamente aquello que sustituye a la explicitación de la realidad. Y ayer se percibió en el Liceu mucho arte en la orquesta y su director, así como en el elenco interpretativo, sobre todo en las maravillosas Murrihy y Tsallagova, y algo menos en la propuesta de Barrie Kosky, que si acaso nubló los méritos de los anteriores.